Capítulo 12

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Un llanto lastimoso despertó a Lizzie, se incorporó a pesar de la oscuridad, escuchando a lo lejos la lluvia que todavía caía y se giró viendo el tranquilo bulto de su marido. El sollozo seguía, por lo que se levantó rápidamente para dirigirse a la habitación de sus pequeños. Prendió una lámpara con el nerviosismo reflejado en el temblor de sus manos y se acercó a la cuna de Christopher que se encontraba de pie, llorando, con la mano sobre el oído. Lo cargó, revisando que no tuviera ese sonido en el pecho que indicaba el inicio de una crisis, descartando esa posibilidad.
–No debes cargarlo Lizzie –dijo su marido que aparecía por detrás.
–Solo un momento. Parece que no tiene fiebre –indicó dirigiéndose hacia la cama para sentarse y revisar que su ropa estuviera seca–. Tampoco ha tenido tos y respira con libertad. ¿Te sientes mejor?
–Sí, gracias –contestó secamente, deseando que fuera la única pregunta que le hiciera.
Lizzie lo cambió y revisó que todo estuviera bien pero el llanto de su pequeño se había agudizado, despertando a Matthew, por lo que Darcy lo sacó de la cuna para tranquilizarlo.
–¿Se habrá enfriado? Ha estado lloviendo toda la noche –declaró con preocupación, sabiendo que los cambios de temperatura lo podían afectar.
–Es mejor que llamemos al médico.
La espera fue eterna, Christopher lloraba sin encontrar consuelo en los brazos de su madre ni de su padre, se mostraba inquieto, cada vez estaba más incómodo y Matthew parecía acompañarlo en su malestar. La preocupación de sus padres creció conforme avanzó el reloj y, cuando ya estaba amaneciendo, la puerta sonó y el Dr. Donohue entró.
El médico saludó brevemente y se enfocó a realizar su tarea, revisando con detenimiento a Christopher y un poco más rápido a Matthew.
–¿Qué tienen doctor? –preguntó Darcy.
–Christopher presenta congestión en las vías respiratorias, pero el llanto se debe al dolor de oído que le aqueja, es muy molesto. Le daré medicina para que fluya la congestión y desinflame el oído, aunque estará muy incómodo hasta que baje el malestar.
–¿Sus bronquios están bien? –indagó Lizzie alzando un poco la voz para ser escuchada a pesar de que su hijo lloraba en sus brazos.
–Sí, por el momento sí. Cuidaremos de que no avance, necesito que supervisen que no haya fiebre y traten de que se encuentre cómodo, a pesar de su molestia. Después puede presentar tos, esto nos ayudará a que saque las flemas.
–¿Y Matthew?
–Tiene la garganta un poco irritada, pero nada de cuidado. Le daré medicina también, pronto podrá retomar el sueño. Veo que se encuentra mejor de su piel, Sra. Darcy.
Lizzie asintió agradecida mientras el médico suministraba las medicinas.
–Si hay algún cambio me avisan, de todas maneras vendré mañana a revisarlos.
–Gracias doctor –dijo Darcy acompañándolo a la puerta de la alcoba cargando a Matthew.
Cuando Matthew se durmió en brazos de su padre, gracias al largo paseo que le dio, Darcy lo acostó en la cama de la habitación principal y regresó para encargarse de Christopher y que su mujer pudiera descansar, pero ella se negó al ver que la criatura lloraba menos estando en sus brazos. Lizzie lo volvió a cargar y se sentó en la mecedora para arrullarlo y poder relajarse aunque fuera un poco mientras él iba a alistarse. Después de un largo rato en el que Lizzie estuvo muy preocupada y apenada por no poder hacer nada más para calmar a su pequeño, Christopher sucumbió al agotamiento y Lizzie, sabiendo que sería un largo día, lo colocó lentamente en su cuna para descansar un poco.
Cuando iba de camino hacia su habitación, la puerta de comunicación se abrió y entró Darcy, quien se acercó para ceñirla cariñosamente, pero el llanto de Christopher los interrumpió.
–Es él otra vez –trató de disculparse, deshaciéndose de su abrazo.
Caminó para ver a su hijo y se detuvo abruptamente escuchando un grito en su interior: "nunca des por hecho su amor". Se giró y se dirigió rápidamente a los brazos de su marido.
–Perdóname, es solo que estoy preocupada –explicó sintiendo un enorme consuelo por su afecto.
–Sí, lo sé, pero gracias por regresar –dijo besándola en la frente y gozando de su cercanía.
Darcy ayudó en su cuidado para que Lizzie descansara. Logró dormir a Christopher, quien reposó durante unas horas y se despertó de mejor humor, por fin había desaparecido ese molesto dolor. No presentó fiebre pero inició la tos, por lo que los siguientes días permanecieron en el interior de la casa.
Había pasado una semana y las erupciones de Lizzie habían desaparecido. Las visitas del Dr. Donohue se repitieron para ver la evolución de Lizzie y revisar la tos que Christopher presentó, afortunadamente libre de crisis respiratoria. Ahora los Sres. Darcy se encontraban en el salón principal esperando a los Sres. Donohue que habían sido invitados a cenar, ya que Darcy quería asegurarse de que la tranquilidad de su hermana había regresado y que las discrepancias con su marido se habían despejado. Lizzie estaba tocando en el piano una melodía que su padre le había enseñado y que había perfeccionado gracias a las enseñanzas de Georgiana, cuando el Sr. Churchill la interrumpió para anunciar la inesperada visita de los Sres. Willis. Estos entraron y saludaron a sus anfitriones, pero Lizzie tuvo una sensación sumamente desagradable en cuanto vio entrar a la Sra. Willis, quien portaba un vestido escarlata entallado hasta el tobillo con los hombros desnudos y un escandaloso escote que dejaba muy poco a la imaginación, mostrando casi todo lo que solo su esposo debería conocer, además de una ranura en la pierna para que pudiera caminar y que parecía incrementarse en cuanto se sentó, dejando ver parte de los muslos apenas cubiertos por unas medias transparentes, pavoneándose de una manera desvergonzada y dedicando todas sus artimañas de coquetería al señor de la casa.
Cuando Darcy correspondió a los saludos y ofreció asiento, la Sra. Willis se sentó, provocando que el vestido se bajara aún más y que dejara a la vista un poco más de las curvas que amenazaban con desbordarse o romper el botón que con trabajos seguía en su lugar. Lizzie endureció su expresión al ver que de esta manera robaba una mirada del Sr. Darcy, quien se había quedado de pie, como cuando por alguna razón se sentía incómodo con la asamblea. Lizzie observó la mirada que la Sra. Willis le dedicó a Darcy al darse cuenta de su reacción y sintió un enorme enfado, más sabiendo que en su estado era imposible atraer de esa manera la atención de su marido. Tuvo que reconocer con pesar, que esas protuberancias no podía alcanzarlas ni siquiera con la lactancia de sus gemelos.
–Darcy, ¿podrías alcanzarme el vaso con agua, por favor? –pidió para hacerse presente.
–Sra. Darcy, no sabía que usted tocara tan bien el piano, nunca había tenido la oportunidad de escucharla hasta hoy –indicó la Sra. Willis, haciendo un enorme esfuerzo por ser amable con su anfitriona, mientras regresaba por unos segundos la mirada al Sr. Darcy, quien se sentó al lado de su mujer, tras entregarle su bebida.
–Pocas personas, que somos muy afortunadas, conocemos esa cualidad de mi esposa –contestó Darcy tomando la mano de Lizzie.
–Pues me alegro de pertenecer a ese selecto grupo –dijo incluyéndose, aun en contra de los deseos de sus anfitriones.
–Sr. Darcy –intervino el Sr. Willis–, el motivo de nuestra visita es informarle que he conocido a un caballero
que está interesado en abrir una tienda de nuestros productos de porcelana en Cambridge y estaría encantado de entrevistarse con usted, si es posible durante la próxima semana.
–Estará en Londres para la boda del Sr. Murray Windsor. Seguramente asistirán a tan importante evento. –Nuestra asistencia dependerá de la salud de mi esposa –aclaró Darcy–. Así se lo he informado al Sr. Windsor.
–¡Claro! ¿Para cuándo se espera el advenimiento de su hijo?
–Nacerá en noviembre –contestó Lizzie para que la Sra. Willis retirara la vista de Darcy.
–¡Oh!, es un mes maravilloso, también vine al mundo en noviembre. ¿Usted en qué mes nació, Sr. Darcy? –Jennifer, no hemos venido a hacer una visita social. Sr. Darcy, ya nos retiramos –indicó el Sr. Willis poniéndose de pie–, solo quería informarle la noticia y ratificar el día de la entrevista.
–Puede ser el martes por la mañana –declaró Darcy levantándose para despedir a los visitantes.
–Entonces vendremos ese día.
–Estaremos aquí sin falta –afirmó la Sra. Willis.
–Solamente vendré yo, Jennifer. Son asuntos de negocios.
–Por lo visto, nos encontraremos en la boda del Sr. Windsor –concluyó, dedicándole una mirada libidinosa al Sr. Darcy.
Los Sres. Willis se retiraron, acompañados por el Sr. Churchill, mientras Darcy regresaba a su lugar al lado de su esposa.
–¿Viste cómo estaba vestida? –indagó Lizzie sin recapacitar en sus palabras–. ¡Por supuesto que la viste! – exclamó enfadada observando a su marido.
–Así solo descubre su pasión insatisfecha –indicó con apatía.
–¡Darcy! ¡Me desconciertan tus palabras!
–Lo lamento, no fue mi intención.
–Y ¿no fue tu intención verla? Porque yo vi cómo la mirabas.
–Discúlpame, fue solo un momento.
–Y ¿me vas a decir que no te excitó?
–Lizzie, soy hombre, te mentiría si lo negara, pero eso no significa nada para mí. No hay razón para que te molestes, con ninguna mujer he sentido lo que siento cuando estoy a tu lado, eso sí significa mucho para mí. Sin embargo, agradezco infinitamente que mi esposa sea una mujer recatada en el vestir y extraordinariamente apasionada en la intimidad.
Darcy la besó, pero Lizzie no respondió a su beso. Él se incorporó y ella le dijo molesta:
–Parece que tendré que ponerme más a la moda, para que la atención de mi esposo se centre exclusivamente en mí y no sufra distracciones desagradables.
–Si eso llegara a suceder, me sentiría obligado a llevarte a la cama y hacerte el amor por las siguientes horas, los próximos días, hasta que te convenzas de que tú eres la única a la que puedo y quiero admirar, sin importar lo que hagan otras mujeres.
–Darcy, tuve que pedirte el agua para que te salieras de su hechizo, si esto sucede cuando yo estoy contigo no quiero ni pensar qué pasará cuando no esté.
–Lizzie, tú sabes que he estado en peores circunstancias que esta y he permanecido fiel en pensamiento y en obra. ¿Recuerdas la carta que te escribí estando en Oxford?
–¿Y me vas a decir que en aquella ocasión no te sentiste provocado?
–No, pero decidí libremente permanecerte fiel y rechazar esa tentación como a mi peor enemigo.
–¿Y esta tentación no es también tu peor enemigo?
–Sí, acepto que tienes razón y suplico tu perdón –indicó tomando sus manos con cariño–. Te prometo cuidar con esmero mi vista y enfocarla solamente a ti. ¿Qué más puedo hacer para reparar mi comportamiento? –Quisiera que esa mujer desapareciera de nuestras vidas.
–Sabes que eso no está en mis manos, pero te prometo evitar su compañía lo más posible.
–Supongo que con eso tendré que conformarme.
–Lizzie, tú sabes que mis pensamientos siempre están dirigidos hacia ti y nuestros hijos, ¿acaso menosprecias mi cariño hacia ustedes?
–No –objetó circunspecta, todavía irritada por lo sucedido, recordando esa duda que Kitty había sembrado en su corazón y que no había resuelto.
Darcy la besó delicadamente sin ser correspondido, por lo que comprendió que tendría que esperar a que su
mujer se tranquilizara, sintiéndose en el fondo halagado por sus celos.
El Sr. Churchill carraspeó y su amo se incorporó para recibir a los recién llegados. Georgiana se introdujo al salón seguida de su marido y abrazó a su hermano para saludarlo, luego saludó a su cuñada y, notándola turbada, le preguntó:
–¿Te sientes bien?
–Sí... –contestó titubeando y volteó para ver a su esposo–. ¡En realidad, no! –exclamó con la voz entrecortada y se giró para retirarse lo más rápido que pudo.
Georgiana, preocupada, vio por unos segundos a su hermano y siguió a Lizzie para alcanzarla. Darcy suspiró y dijo:
–Disculpe a mi mujer, en este embarazo ha estado sumamente sensible.
–Sí, lo comprendo –respondió el Dr. Donohue–. Y encima está confinada a estas cuatro paredes, ha soportado demasiado tiempo. Yo creo que ya va siendo hora de permitir que salga a la calle, mañana aproveche y llévela al teatro, le hará bien.
–Ha sido la mejor noticia que me ha dado.
Georgiana llegó a las puertas de la alcoba de su hermano donde Lizzie recién había entrado. Se sintió culpable al pensar en que tal vez entre ellos no se habían reconciliado desde que Lizzie había ido a verla a Curzon, estaba enterada porque era la primera vez que Donohue la ponía al tanto de lo sucedido. Dudó si llamar a la puerta o retirarse, tal vez quería estar sola, pero recordó todas las veces en que Lizzie le ayudó y la escuchó, y decidió apoyarla. Tocó discretamente y, al no recibir respuesta, abrió lentamente, caminó hasta la siguiente puerta que estaba abierta y encontró a su hermana tumbada en la cama llorando. Se acercó y se sentó a su lado, dándole palmadas en su espalda y palabras tranquilizadoras que intentaron sosegarla: –Lizzie, tú sabes que mi hermano te ama y si sigue enojado contigo por mi culpa yo hablaré con él para que reconozca su error. Te estoy sumamente agradecida por animarme a hablar con mi marido, me di cuenta de que todo había sido una confusión, seguramente les pasa lo mismo, tú piensas una cosa y él piensa otra y tú piensas que él piensa algo que no es cierto y viceversa.
–Georgiana, no es por eso –explicó incorporándose–. Acaba de irse la Sra. Willis y durante su odiosa visita le estuvo coqueteando descaradamente a mi marido.
–Según me has dicho, no es la primera vez que sucede.
–Pero sí la primera vez que se presenta con un vestido obsceno, con el que yo no me atrevería a salir de esta habitación, y Darcy cayó en su hechizo a pesar de que yo estaba a su lado.
–¿Darcy?
–Y todavía tiene el descaro de aceptar que sí se sintió provocado. Me pregunto, ¿cuántas veces más se ha sentido incitado por otra mujer?
–Lizzie, esa es una acusación muy grave.
–Sí, lo sé. Perdóname por decirte esto de tu hermano, yo sé la admiración que siempre le has guardado, pero siento que todo se me derrumba.
–¿Quieres que le diga que venga para que hablen?
–Ya hablamos y trató de lograr una reconciliación pero no quise ni que me besara: estoy tan enojada. No quiero verlo ahora, estoy muy herida. Disculpa que no los acompañe en la cena pero necesito estar sola. –¿Quieres que te traigan la cena aquí?
–No gracias, seguramente me va a caer mal.
Georgiana se retiró de la habitación y cuando se presentó ante los señores no pudo evitar mirar a su hermano con cierto resentimiento, además de que la sorprendieron con un nuevo integrante en la mesa: Bruce Fitzwilliam, quien la observaba con mucha atención.
–Lizzie se disculpa con ustedes pero se encuentra indispuesta.
–¿Necesita que la revise un médico? –preguntó Darcy preocupado, para descartar esa posibilidad, aunque sabía perfectamente los motivos de su malestar.
Georgiana negó con la cabeza, circunspecta.
Darcy deseó no haber invitado a su hermana y que su primo no se hubiera presentado de improviso otra vez para poder ir con su esposa, pero tenía que cumplir con los deberes de anfitrión, por lo que solicitó que sirvieran la cena. Los cuatro pasaron al comedor y cenaron con relativa tranquilidad, aunque se percibía la tensión en el ambiente:
–Bruce, nos dijo Georgiana que habías ido a Rosings, ¿cómo están tu hermano y Anne? –preguntó el señor
de la casa, sin saber que con su inocente comentario había ocasionado que Donohue se molestara al cuestionarse cómo lo había sabido su esposa y que no se lo hubiera comentado.
–Bien, aunque Anne sigue en reposo. Aun así, el matrimonio le ha beneficiado mucho, se le ve más alegre y con ese brillo en los ojos que inconfundiblemente se debe a... –se interrumpió al acordarse de que había una dama presente–, pardon Georgie, creo que sabes a qué me refiero. ¡Y Ray está irreconocible!, nunca pensé que mi hermano fuera presa del enamoramiento de esa manera, y menos que acabara con ella, habiendo conocido a tantas mujeres en el pasado.
–Bueno, bueno, tu legendaria fama no te pone a salvo.
–Sí, sin duda es una característica de familia, aunque algunos fueron más discretos que otros.
–Al menos espero que esa cualidad la hayas podido desarrollar con el tiempo.
–J'ai aussi –declaró viendo a su prima y luego se encontró con la fría mirada de Donohue–. Me cansé de ocasionar tantos escándalos en mi juventud, por lo que no tienen de qué preocuparse, aunque no por ello he de seguir tu ejemplo, Darcy. Creo, Dr. Donohue, que usted y yo tenemos algo en común.
–Me sorprende que conociéndonos tan poco ya haya encontrado similitudes entre nosotros –respondió lacónico.
–He tenido la oportunidad de escuchar muchos comentarios acerca de usted de varios de sus pacientes y otros conocidos que me han dado excelentes referencias y, sin duda, somos muy diferentes en muchos aspectos: usted es un profesionista responsable y ético que se ha labrado la posición de la que hoy goza con su familia. Es obvio que ninguna de esas características encaja con mi personalidad, pero ambos disfrutamos procurando que la dama que nos acompaña se encuentre bien atendida.
–Si se refiere con ello a tratar a las damas con toda la cortesía que se merecen, estoy totalmente de acuerdo con usted, aunque difiero de su punto de vista, ya que considero que mis razones son abismalmente diferentes a las que usted tiene, dados los resultados.
–Y dígame, Dr. Donohue –intervino Darcy uniéndose al cuestionamiento de su primo y provocando que la incomodidad de su cuñado se incrementara–, esa amabilidad que muestra a las damas, procurando darles toda la cortesía que se merecen, ¿es bien entendida por la otra parte? o, por el contrario, le acarrea algún tipo de problema.
–Pienso que la prudencia nos indica cuándo poner un límite y con quiénes y he aprendido a ser un hombre prudente. Usted, Sr. Fitzwilliam, además de ser discreto, ¿también es prudente?
–Touché, creo que nuestras similitudes no son tantas, aunque sí hay otra que podemos poner sobre la mesa y compartir con nuestro anfitrión: la felicidad de Georgiana.
–Me sorprende que ahora muestre tanto interés por mi esposa cuando durante quince años estuvo alejado de ella e indiferente a sus problemas, prefirió dedicarse a conocer el mundo y disfrutar de sus placeres. Eso me confirma que la razón de nuestros actos es totalmente distinta. Pero si quiere salir de dudas, le puede preguntar.
–Georgie, ¿eres feliz? –inquirió, sabiendo que había perdido la discusión.
–Por supuesto –respondió sonrojándose, sorprendida de que le cuestionaran eso y sin poder ocultar su nerviosismo por el rumbo que había tomado la tertulia.
–Quiero decir, en tu matrimonio.
–Sí Bruce. Me halaga tu interés y te lo agradezco –dijo sin mencionar la conversación que ellos sostuvieron antes de aclarar la situación con Donohue, ya que este no sabía de ese encuentro y no quería que se enfadara ni sacar a la luz ese tema enfrente de su hermano y de su primo–. Igualmente a ti, Darcy.
–Pues me alegro de escuchar esa respuesta –dijo, nada convencido.
Dicha declaración agotó el tema pero no dejó tranquilo a Fitzwilliam, quien en lo sucesivo permaneció receloso observando a Georgiana y a su marido, reconociendo el enojo creciente que percibía hacia el médico por su infidelidad y el sentimiento de protección y de simpatía hacia su querida prima, quien, a todas luces, continuaba turbada por las circunstancias. Durante los días que estuvo en Rosings no había dejado de pensar en ella, en cómo podía ayudarla y defenderla de la traición de la que estaba siendo víctima. Había hablado con Ray sobre el tema, sin mencionarle los recelos que ella le había confesado, pero le había asegurado que Donohue era una persona honorable. Sin embargo, él mejor que nadie sabía que los hombres podían cambiar después de haber obtenido lo que querían. Sabía que él no era una blanca paloma y que había iniciado y terminado muchas relaciones con mujeres viudas o de dudosa reputación, pero nunca había recurrido al engaño. Que su prima fuera atormentada con la hipocresía y la felonía era algo que no iba a
permitir.
Donohue endurecía su expresión cada vez que sorprendía al Sr. Fitzwilliam observando a su mujer, la miraba con tanto interés que le costaba mucho trabajo seguir la conversación trivial que se sostenía, tras tocar temas tan delicados, por la ola de celos que lo abrumaba, haciendo uso de toda su prudencia en atención a su esposa y a su anfitrión, recordado esas flores que su mujer había recibido el día en que ellos hablaron, así como la caja de música que había aparecido en su buró y que Georgiana hacía sonar todas las noches desde que regresara de la India, sin mencionar que ahora le gustaba practicar la chitra vina en sus tiempos libres.
Georgiana estaba inquieta por lo que había conversado con Lizzie, pero también se sentía sumamente nerviosa de que su primo sacara a relucir el tema de la supuesta traición de su esposo durante la cena, en casa de su hermano y enfrente de su inocente marido. ¿Qué pensaría Darcy si supiera sobre la conversación que había sostenido con Bruce y que le había negado a él? ¿Cómo reaccionaría Patrick si supiera que ella le había confiado a su primo sus sospechas acusándolo de adúltero? Por otro lado, se sentía apenada con Bruce por haberle revelado unas dudas que ese mismo día Donohue había desmentido, ¿qué pensaría de ella cuando se enterara de que todo había sido una confusión, a causa de su inseguridad? Tendría que hablar con él en privado, en otra oportunidad, para aclarar su situación y limpiar la mala imagen que ella misma había creado de su esposo.
Darcy estaba preocupado por su esposa aunque trataba de sostener una conversación con Donohue y su primo, pero también se sentía desconfiado por el problema de Georgiana, máxime al verla tan pensativa, por lo que quiso ahondar en el tema cuando vio la oportunidad, aun cuando sabía que hablar el tema de esa manera delante de su hermana era estéril: siendo una persona inteligente aunque insegura y tímida, su respuesta no habría podido ser otra. Por lo tanto, el objetivo de la cena no se cumplió, aunque ya no estaba seguro de que los motivos por los que su hermana estaba circunspecta fueran a causa de su marido.
–Dinos Bruce, ¿qué has pensado para contribuir a tu felicidad? –inquirió Darcy para darle un giro a la conversación.
–Bon ami, ¿te interesas por mi felicidad?
–Por supuesto.
–Participaré en la próxima temporada y probaré mi suerte, a ver si se iguala a la tuya o a la de mi hermano y encuentro a alguien por la que valga la pena renunciar a mis antiguos hábitos. Dr. Donohue, ¿tiene hermanas solteras en edad casadera? Sería interesante tener otro aspecto en común.
–Mi hermana es totalmente diferente al perfil que usted ha descrito de su persona, por lo que no considero que hagan buena pareja –declaró frunciendo el ceño, tratando de sonar amable sin lograrlo, "además de que le doblas la edad, cerdo libidinoso", pensó al guardar silencio.
–Los opuestos se atraen, no lo olvide. Georgie, hace tanto que no escucho tu música. Ojalá al terminar de cenar puedas tocar algo, Ray me contó sobre tus avances en esta materia.
–Claro. He estado practicando la chitra vina, es un instrumento precioso –dijo Georgiana sin saber que el enojo de su esposo aumentaba con su actitud.
–Me encantaría escucharte algún día. Darcy, platícame de tus negocios, escuché que compraste una fábrica de porcelana prácticamente en quiebra y que ahora te ha dado maravillosos rendimientos...
Cuando los invitados se retiraron, Darcy se dirigió a su habitación encontrando a su mujer en medio de la oscuridad pero despierta, sentada en la cama. Se sentó a su lado y colocó la vela sobre la mesa.
–¿Sigues molesta conmigo?
–Darcy, todavía me duele pensar que te hayas sentido provocado por unas mujeres que dices que son desagradables para ti. ¿Qué será entonces con las demás?, ¿con cuántas te has excitado?
–Lizzie, yo siempre he tratado de hablarte con franqueza porque tú me lo has pedido y esta vez no ha sido la excepción, pero antes de juzgarme y de poner a mi hermana en mi contra debes saber qué sucede.
–¿Qué más necesito saber?
–Si tú supieras con qué facilidad un hombre se puede excitar ante cualquier mujer...
–¡Yo he sentido excitación solamente contigo!
–Sí, lo sé, y me siento muy agradecido por ello, más considerando lo que necesitas para lograrlo, pero sinceramente yo no puedo decir lo mismo porque soy hombre, y quiero aclararte que no por eso estoy justificando mi conducta. Sé que cometí un error que debo evitar en el futuro, pero no puedo ignorar los
hechos.
–Y ¿en dónde radica la diferencia, si los dos somos seres humanos?
–Precisamente en el ser hombre o ser mujer. Los hombres podemos sentirnos provocados solo con la vista, con el pensamiento, con el aroma, a veces inconscientemente pero sucede todos los días, inclusive sin la menor provocación, es un hecho que se presenta, y como hombre puedo decidir si rechazar ese deseo o consentirlo: yo he decidido rechazarlo. Comprende que esta sensación carece de importancia cuando te he entregado mi amor por completo, no por eso he dejado de amarte. Por el contrario, cada día confirmo mi decisión de serte fiel hasta la muerte, no solo cuando se presentan situaciones incómodas como la de hoy. Lizzie, mi amor te pertenece desde que te lo entregué libremente, eso es lo que debería importarte. Reconozco que hoy no cuidé mi vista y te pido perdón por mi negligencia.
–¿Por qué Dios nos habrá hecho tan diferentes?
–Porque estamos hechos para amar, es la única manera en que encontramos la felicidad, y para eso debemos pensar en la otra persona y olvidarnos de nosotros mismos. Al ser tan diferentes nos obligamos a pensar en las necesidades del ser amado, a conocerlo y buscar su dicha.
–Por lo que amar es la aventura de la vida.
Darcy asintió.
–Para mí es muy especial cuando estoy contigo, ¿lo es también para ti? –indagó Lizzie.
–Por supuesto, es algo que no cambiaría por nada y lo sabes. Te repito lo que antes ya te dije: con ninguna mujer he sentido lo que siento cuando estoy contigo, despiertas mi deseo cuando sonríes, cuando hablas, cuando percibo tu aroma, cuando observo tu caminar, con solo imaginarte en mis brazos o aproximarme para sentir tus labios.
–¿Aun en mi estado?
–Embarazada eres maravillosamente especial. ¿Acaso no te das cuenta de que tú eres mi gran debilidad?, te podría conceder cualquier capricho después de poseerte.
–¿Cualquier capricho? –inquirió tentada a pedirle lo que realmente quería, pero sabía que eso sería destruir el sueño de su vida–. Pero si es una sensación tan fuerte y frecuente, ¿cómo haces para contrarrestarla?
–Con fuerza de voluntad y con tu valiosa ayuda.
–¿Mi ayuda?, ¿cómo?
–Satisfaciendo mi necesidad más importante, algo que solo tú puedes hacer. Algo que únicamente en tu compañía quiero lograr.
–Sabía que ese aspecto era muy importante para ti, pero no me imaginaba hasta qué punto.
–Lizzie, quiero aclararte que no estoy hablando solo de genitalidad, sino de toda la sexualidad que implica la relación, la forma en que me permites amarte, la forma en que me amas dentro de un lenguaje corporal, emocional y espiritual. La fusión de nuestras almas es algo maravilloso que me hace feliz, no por unos segundos sino de forma permanente. Soy infinitamente dichoso al saberte feliz en mi compañía y por nada del mundo lo echaría a perder.
Ella se acercó para acariciar sus labios con los suyos, aunque en unos segundos el beso subió de intensidad. –Lizzie, no estoy seguro de que todavía podamos.
–Que esta sea la última vez –murmuró.
Darcy la besó abrasivamente.

LOS DARCY: UN AMOR A PRUEBA.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora