Capítulo 18

1.3K 74 0
                                    

Lizzie oyó a lo lejos unas voces, acompañadas del hermoso llanto de alguna criatura, sintiendo un fuerte dolor en el cuerpo, especialmente en la cabeza y el vientre, lo tocó y se dio cuenta de que estaba vacío y vendado. Trató de abrir los ojos que parecían estar pegados, las voces se escuchaban cada vez más cerca pero ninguna era la de su marido. Aspiró profundamente y no reconoció el olor del lugar donde se encontraba, pero registró la voz de Mary que la tranquilizó por un momento, hasta que volvió esa sensación de turbación que la obligó a salir de su sueño al recordar lo que había pasado, lo que su hermana le había confesado y el dolor emocional y físico que le siguió. Abrió los ojos angustiada, jadeando, queriendo salir de esa terrible realidad como si fuera una pesadilla cuando se encontró con una delicada mano que trataba de sosegarla y evitar que se moviera por el sobresalto.
–Lizzie, debes estar tranquila –dijo Jane que había permanecido sentada a su lado desde su llegada.
–¿Qué ha pasado?
–Ya nació tu bebé, ha sido una hermosa niña. ¿Quieres verla?
Lizzie asintió. Mary se acercó lentamente llevando en brazos a la pequeña, quien le estaba dando una preparación que había dejado el Dr. Donohue para alimentarla con ayuda de la Sra. Reynolds mientras la madre despertaba. Mary la colocó sobre su pecho y Lizzie sonrió olvidándose por un momento del resto del mundo, agradeciendo la salud de su hija, y se destapó para amamantarla, sintiendo fuerte la succión de su
bebé.
–El Dr. Donohue dice que el inicio de la lactancia será más molesto de lo normal, por la cesárea, pero tu hija está preciosa y sana, nunca había visto a una bebé tan bonita –explicó Mary.
Lizzie luchaba por ver a su hija pero las lágrimas se lo impedían, además de que la pequeña tenía los ojos cerrados.
–Sra. Darcy, muchas felicidades –indicó la Sra. Reynolds–, se porta como un ángel. Iré a avisarle a mi amo. –Mary, no quiero que...
–Lizzie, tenemos que hablar –interrumpió Mary mientras se cerraba la puerta–. Quiero suplicarte que me perdones, he cometido un error terrible al inculpar al Sr. Darcy sin pruebas, él dice que es inocente y quiere hablar contigo.
–Todo fue una confusión Lizzie –argumentó Jane, quien conocía los detalles gracias a Mary.
–¿Te dijo eso? –indagó deseando que las palabras fueran verdad, pero sabiendo que no podía confiar ciegamente.
–Sí, está muy preocupado por ti desde que supo que estabas en trabajo de parto –explicó Mary–. Está esperando para entrevistarse contigo, lleva horas detrás de la puerta.
Lizzie cerró los ojos y trajo a su mente el recuerdo de los últimos momentos en que vio a su esposo y su mirada, que le reveló que sí había pronunciado dichas palabras.
–No quiero verlo.
–Pero Lizzie, él me dijo que todo fue una mentira.
–Sí, me mintió al decirme que me amaba.
–Lizzie, ¿alguna vez tu marido te había mentido en algo?
–No, esta ha sido la primera vez –reconoció al recordar que solo se había reservado información, pero nunca le había engañado.
–Entonces escúchalo, por ti y por tus adorados hijos, por esta criatura que tienes en tus brazos.
Lizzie abrió los ojos y observó a su pequeña que la miraba asombrada, quedándose absorta al contemplar el parecido que tenían.
–Escúchalo por mí, que cargaré con la culpa toda mi vida si no se arreglan y esto resulta ser un malentendido.
–No sé si pueda soportar leer en sus ojos una nueva mentira, acabaría por destruirme –dijo llorando, sintiendo un profundo dolor.
–He visto la sinceridad de sus palabras, te aseguro que no sucederá.
–Se ve que está verdaderamente angustiado –ratificó Jane.
–Que pase –musitó con recelo rompiendo el silencio que se había creado.
Jane le dio un beso en la frente, se puso de pie y se encaminó hacia la puerta con Mary mientras Lizzie cuidó de taparse con la bata y de acostar a su bebé contra su pecho para sacarle el aire. Alzó la mirada y se encontró con la de su esposo que se acercaba despacio, solo quien lo conociera muy bien podía descubrir lo nervioso que se encontraba. Él se sentó y dijo:
–Lizzie, perdóname.
–¿Me vas a negar que has pronunciado esas palabras que me han provocado un daño incalculable?
–Lizzie...
–¡Contéstame!
–No, no lo voy a negar –declaró, viendo nuevas lágrimas en los ojos de su esposa, quien por unos segundos sintió aquel dolor que le destrozó el alma–, pero no por eso voy a aceptar que soy culpable. Sí, dije esas palabras en presencia del Sr. Posset, mentí para que él aceptara la naturaleza de su vicio y así tener argumentos para que tu hermana no se casara. Te aseguro que yo he permanecido fiel al amor que te profeso todos los días –afirmó, mientras se atrevía a enjugar su rostro con cariño–. Y te pido perdón por haber callado en lugar de decirte lo mucho que te amo cuando pensaste que yo tenía un mal concepto de ti, eso nunca sucederá. Perdóname por no haberte buscado por la mañana para aclarar la situación, temía volver a caer en una nueva discusión –concluyó dando gracias de que ya se hubieran acabado las horas de incertidumbre que pasó al esperar que su mujer despertara con bien, sintiéndose culpable por no haber estado a su lado durante el trabajo de parto.
Tomó su mano con cariño y la besó en repetidas ocasiones como si fuera el mayor tesoro, cerró los ojos y se recargó en ella suspirando profundamente, resonando en su memoria la terrible angustia que lo invadió cuando escuchó ese grito desgarrador que lo sacó repentinamente de sus ocupaciones y por el cual salió
corriendo a buscar a su mujer, presintiendo que algo estaba sucediendo.
–¿Me has perdonado? –indagó Darcy regresando sus pensamientos al presente, suplicando clemencia en su mirada, agotado de tanta preocupación.
–Aunque fui yo quien te presionó para que dijeras esa mentira al Sr. Posset, debiste haberme dicho antes los recursos que usaste para persuadirlo –replicó aspirando hondamente para librarse de las lágrimas que aún salían–. Lamento haberme enterado de esta manera.
–Siento mucho no habértelo explicado en su momento.
–¿Te das cuenta de que la causa de nuestros problemas siempre es la misma, pero que las consecuencias son cada vez más peligrosas, para nosotros y para nuestros hijos, y que involucramos a más personas?
–Creo haber escuchado que Mary le decía a Jane que estuviste a punto de buscar ayuda en Grosvenor. Me siento muy mal por haber provocado que desearas salir de esta casa poniendo en riesgo tu vida y la de nuestra hija. Sé que fui el culpable de todo este enredo y tal vez lo lamente toda la vida... pero espero que nunca más te pongas en peligro. También estoy consciente de que debo dominar mi carácter y fomentar más la comunicación.
–El orgullo y los prejuicios de cada uno hacen que saquemos lo peor de nosotros mismos y obstaculizan una pronta reconciliación, pero supongo que yo tampoco debo alentar los tuyos al ocultar las cosas.
–Te amo por todo lo que eres, Lizzie. Mi inseguridad es la responsable de mi recelo, no tu sagacidad –dijo, acercándose para besar su frente, sus húmedos ojos, sus mojadas mejillas, sus labios, tratando de aliviar el dolor que él había provocado–, aunque siempre agradeceré tu sinceridad –indicó besándola con ternura.
Un dulce lloriqueo los interrumpió, Darcy se incorporó acariciando la cabeza de su pequeña y ayudó a acomodarla para que su madre la alimentara.
–Es una preciosidad, nunca imaginé tener una hija tan hermosa, hasta que te conocí –comentó él–. ¿Has decidido cómo la llamaremos?
–Stephany.
–Stephany Darcy: me gusta. ¿Te sientes bien? –inquirió al observar algún gesto de sufrimiento en su esposa. –Son las molestias de la lactancia, además de que me duele todo el cuerpo.
–Me dijo Donohue que es normal, que tendremos que extremar los cuidados para que la herida sane adecuadamente. Georgiana llegó desde hace una hora a visitarte, pero tal vez sea más conveniente que regrese mañana para que descanses.
–Quiero ver a los niños.
–No creo que sea prudente.
–Solo un momento, antes de que se vayan a dormir. Pídele a tu hermana que los traiga.
–De acuerdo, pero recuerda que no puedes moverte. ¿Quieres que te ayude a incorporarte un poco?
Lizzie asintió y Darcy la cargó con cuidado para reacomodarla sobre la almohada y dándole un tierno beso en la frente, le dijo:
–Gracias por haberme traído este regalo del cielo.
Besó a la pequeña que continuaba succionando y se retiró.
Georgiana se puso de pie al ver que su hermano había salido de la habitación, con el semblante completamente transformado a como lo tenía en el momento en que ingresó a la pieza para ver a su mujer. –¡Veo que Lizzie está mejor! ¿Podré saludarla?
–Sí, solo unos momentos. Recuerda lo que dijo tu marido, tiene que descansar y no hacer esfuerzos. Está sumamente adolorida, pero quiere ver a los niños.
–Yo me encargo de traerlos, ve con tu amada y consiéntela para que no se enoje otra vez –dijo, aludiendo a la breve explicación que Darcy le dio por no encontrarse con su esposa cuando ella arribó.
La Sra. Reynolds llegó con la comida para su ama en una charola y Darcy se acercó.
–Yo se la llevaré, gracias. ¿Debe tomar alguna medicina?
–Sí señor. Están sobre la mesa, junto con las indicaciones del médico.
–Pídale por favor al Sr. Churchill que traiga la cuna que está en mi habitación y mi ropa de dormir... y discúlpeme con la Srita. Mary y con la Sra. Bingley, cenaré con mi esposa.
–La Sra. Bingley ya se retiró señor, dijo que vendría mañana –indicó sintiendo tranquilidad al ver que los señores se habían arreglado.
–Gracias. Si la necesito la llamaré.
La Sra. Reynolds hizo una venia y se retiró, Darcy se introdujo a la alcoba destinada para invitados
encontrando a su mujer dormida con la criatura en brazos, caminó sigilosamente para colocar la charola sobre la mesa, tomó las indicaciones del médico y se sentó en el sillón.
–Ven, siéntate a mi lado y no te olvides de tus obligaciones como marido –espetó Lizzie, aún con los ojos cerrados.
–Y ¿cuáles son esas obligaciones que parece que estoy olvidando? –indagó acercándose y tomando asiento junto a ella, alegrándose de que su mujer mostrara un mejor estado de ánimo.
–Decirme lo mucho que me amas.
–Te amo con toda mi alma –indicó besándola en la mejilla.
–Besarme... –murmuró deseosa, recibiendo a cambio tiernas caricias en los labios seguidas de un beso apasionado–. Pensé que nunca más me besarías –comentó con cierta tristeza en la voz.
–Alégrate como yo de que estabas equivocada. Vamos –indicó acariciando su rostro–, no quiero que Georgiana y los niños te vean afligida. Finalmente todo acabó bien –afirmó besándola, deseando que sus palabras fueran certeras y que el escollo que tanto temía no se hiciera realidad–. Otra obligación que no debo olvidar, aún con tus besos, es darte la medicina y la comida –murmuró a unos centímetros de ella, contemplando su dulce mirada.
Darcy se levantó para alcanzar los medicamentos y un vaso de agua y se los dio cuando alguien llamó a la puerta. Georgiana entró con los niños y con la pequeña Rose, tras recibir la indicación de su hermano, quien pudo alcanzar a sus hijos que entraron corriendo antes de que se lanzaran sobre su madre, les dio una vuelta y, tras sonoras risas que robaron una sonrisa a su madre, los colocó lentamente sobre la cama para que la saludaran y conocieran a su nueva hermana.
Los niños admiraron por unos momentos a la criatura, escuchando el nombre de labios de su padre con las debidas recomendaciones de que la trataran con delicadeza. Lizzie le tomó la mano a Christopher para que acariciara la cabeza de su hermana, Darcy hizo lo mismo con Matthew y permitieron que la besaran en la frente. Georgiana, conmovida por la ternura que expresaban los niños, recibió a Stephany y la paseó por la habitación mientras Lizzie abrazaba a cada uno de sus hijos y les decía cuánto los amaba y el padre cuidaba de que su esposa no realizara algún esfuerzo que pudiera perjudicarla. Después de unos momentos Darcy se llevó a los niños, dejando a las señoras disfrutar de su privacidad mientras la convaleciente se alimentaba. –Lizzie, tu hija es una preciosidad y será el dolor de cabeza de mi hermano.
Ella esbozó una pequeña sonrisa imaginando lo que les depararía el futuro.
–Rose y Stephany jugarán juntas y luego serán amigas –dijo, recordando los hermosos momentos en los que se recreó con Jane y con Charlotte.
–Lizzie, quería pedirte una disculpa.
–¿Una disculpa?
–Creo que fui la causante de que tú y mi hermano tuvieran una nueva discusión. Darcy me dijo que estabas disgustada con él.
–¿Qué fue lo que te dijo?
–Me pareció extraño encontrarlo afuera de la habitación y me dijo que estabas molesta por un malentendido. No se extendió en la explicación, pero supongo que fue porque le dije que yo sabía sobre los sentimientos del Sr. Windsor hacia ti y que él te había dado la invitación para la boda de su hermano.
–No te sientas culpable, debí decírselo hace mucho tiempo, se podría haber enterado por ti o por mi familia. Tras un breve silencio, Georgiana le preguntó sobre Mary y su compromiso y Lizzie le platicó lo que sabía, omitiendo los detalles en los cuales su esposo había sido mencionado en la confesión de su hermana. Cuando Darcy regresó, acompañado por el Sr. Churchill que traía la cuna y la cena, Georgiana se despidió y se retiró. Darcy cerró la puerta y se giró, contemplando por unos momentos a su esposa con la niña en brazos, sintiendo una paz en su interior que hacía varias semanas no percibía, y sonrió. Lizzie amamantaba a su pequeña y la miraba llena de ternura rozando su delicado rostro, emitiendo una dulce canción como un murmullo que acariciaba sus oídos.
Lizzie guardó silencio y dirigió su vista encontrándose con la de su marido, quien emprendió el paso para sentarse a su lado, se acercó para besarla en la frente, en las mejillas, en la barbilla, al tiempo que decía que la amaba mientras ella cerraba los ojos y disfrutaba del momento, dándose cuenta una vez más la gran necesidad que tenía de él.
Darcy se separó y contempló a su mujer, quien le dijo después de unos momentos:
–¿Por qué te has detenido?
–No quiero que te canses de mí, porque yo podría pasar mi vida besándote.
Lizzie sonrió.
–Entonces te concedo unos minutos más, tampoco quiero que se enfríe tu cena.
–Teniéndote a ti, eso carece de importancia –afirmó besándola tiernamente en los labios y continuó con la importante labor en sus mejillas, en sus ojos, hasta que sintió su respiración acompasada.
Retiró a la pequeña de sus brazos, la colocó en la cuna y cargó a su mujer acostándola debidamente para que pudiera descansar. Sabía que esa noche sería la primera de muchas desveladas para ambos, por lo que cenó y se preparó para dormir.
Cuando Georgiana regresó a su casa, el Sr. Clapton indicó a su ama que tenía una visita en el salón principal: el Sr. Fitzwilliam. Ella agradeció y le entregó su capa.
–¿Bruce? ¡Oh! Debo disculparme contigo –indicó al tiempo que él se acercaba para tomar sus manos y escucharla–. Falleció el Sr. Willis, amigo de mi hermano y luego hoy, ¡nació la nueva sobrina!
–Sacre Dieu! Entonces ¿fue niña?
–Sí, es preciosa. Pero con todo esto ni siquiera te pude mandar una nota para avisarte. Supe que viniste ayer. –Vine porque estaba preocupado por ti y por tu situación, mon coeur –dijo sin soltar sus manos. –¿Georgiana? –indagó Donohue–. ¿Bruce Fitzwilliam? –cuestionó sin ocultar el enfado en la voz.
–¡Patrick! –exclamó soltándose rápidamente, nerviosa de que los hubiera sorprendido–. Le decía a Bruce que la hija de Darcy ya nació. ¿Te quedarás a cenar? –indagó viendo a su primo.
–Non! Solo venía de pasada para ver cómo estaban –indicó lamentándose por la llegada del señor de la casa– . Tengo otro compromiso –aseguró mintiendo, para evitarle problemas con su marido, esperando que otro día hubiera oportunidad de hablar con ella a solas.
–¡Oh!, es una pena –lamentó de forma notable, pensando que si veía que tenían una relación afable como pareja, sabría que se habían reconciliado.
Georgiana se acercó a Donohue y lo tomó del brazo cariñosamente.
–Entonces tal vez pueda ser mañana, ¿te parece bien Patrick? –inquirió con una sonrisa mientras el doctor asentía endureciendo la expresión.
–No quiero ser una molestia –dijo, viendo irresolución en el señor de la casa.
–Por supuesto que no, ¿contamos contigo?
–Merci –indicó haciendo una venia para despedirse y se marchó.
Georgiana se colocó enfrente de su marido y rodeó su cuello con los brazos invitándolo a abrazarla.
–¿Cómo estuvo tu día?
–Agotador.
–Entonces cenaremos en la alcoba. ¿Estás molesto por la invitación de mi primo?
Donohue frunció el ceño.
–Sabes que puedes invitar a quien tú quieras.
–Me gustaría que se conocieran más, que pudieran labrar una amistad. Es mi primo y le tengo cariño, es buena persona aunque sea un aventurero.
–¿Y desde cuándo te llama "mon coeur"?
–¡Oh!, desde pequeña, él es así. ¿Acaso estás celoso?
Donohue respiró profundamente, reconociendo que no le gustaba la forma en que ese hombre la observaba y que lo carcomían los celos cada vez que lo veía con su mujer.
Georgiana acercó sus labios y lo besó tiernamente.
–Te extrañé mucho.
Donohue sucumbió a sus encantos y se apoderó de su boca, estrechándola más contra sí, sintiendo una enorme necesidad de su cercanía. ¡Cuánto la había echado de menos! La alzó en brazos, la llevó a la alcoba entre besos y risas, la depositó en la cama y cerró la puerta con llave.
–Pensé que habías dicho que estabas agotado –dijo Georgiana con una sonrisa seductora mientras observaba a su marido despojarse de su levita, del chaleco, del moño, de la camisa, robándole un suspiro por la vista que podía apreciar.
Él colocó las rodillas sobre la cama y se acercó a ella gateando, como acechando a su presa, mientras ella se reía sintiendo el corazón desbocado. Al llegar a su altura la besó profundamente, con un sentido de posesión y una avidez que la dejó sorprendida y feliz al ver la forma en que la amaba. Haber hablado con él aquella tarde había sido la decisión más difícil de su vida, pero también la mejor, después de haber aceptado ser su
esposa.
–Eres el bálsamo de mi existencia –murmuró Donohue apenas separando los labios. –Nunca más vuelvas a alejarte de mí.
Donohue la besó desenfrenadamente.
Los intentos de Georgiana por hacer la cena agradable fueron satisfactorios para ella. Donohue se encontraba en casa cuando Fitzwilliam arribó, por lo que ella estuvo todo el tiempo al lado de su marido, demostrándole afecto con una mirada, una sonrisa, un comentario afable, un roce de sus manos. Continuamente mostró alegría y tranquilidad en su trato y llevó una conversación agradable con su marido y con su invitado, tratando de que ellos estrecharan lazos.
Sin embargo, Fitzwilliam estuvo receloso de su comportamiento y la observó con atención, sabiendo que Georgiana era fácilmente presa del engaño de las personas y, por lo que sabía de su marido, tenía fama de ser muy admirado por las londinenses debido a su trato excepcionalmente cortés y atento, además de ser muy apuesto y excelente médico. Quería evitar a toda costa que su querida prima fuera presa del engaño y su instinto protector se incrementó pensando en que tenía que escarbar en el asunto hasta sus últimas consecuencias: si Donohue estaba siendo infiel, él lo descubriría. Desechó por completo la idea que le había cruzado por la cabeza de emprender nuevamente el viaje sabiendo que no podía escapar toda la vida, tenía que permanecer en Londres para estar al lado de su amada prima, que le había robado toda su admiración y su tranquilidad. Había descubierto por fin lo que buscó durante toda la vida, lo había tenido siempre al alcance de la mano... hasta ahora que los separaba un compromiso. En cuanto desenmascarara al embustero, él tendría la oportunidad de ganarse su confianza y su afecto.
Por otro lado, Donohue usó toda su fuerza de voluntad para permanecer en la cena y portarse con cortesía ante el invitado de su mujer. Georgiana no dejó de tomarlo en cuenta como su marido, eso no podía reprochárselo, pero la atención que acaparaba de Fitzwilliam era notable, aun cuando él trataba de sacarle conversación para cumplir con el deseo de su esposa y para desviar su vigilancia. Además, sabía que era importante para Georgiana, desde que se habían casado el primo desaparecido había ocupado un lugar en la conversación, lo evocaba en sus recuerdos con tal añoranza que llegó a incomodarlo y agradecer su ausencia. Ahora había regresado y maldecía la hora en que había tomado esa decisión. Tal vez era cuestión de tiempo que la admiración que Georgiana le guardaba desde niña se convirtiera en desilusión al ratificar que era un vividor, incluso así, le enfurecía que se mostraran tan cercanos.
Aun con su molestia, Donohue correspondió a las muestras de cariño que su esposa le propinaba y trató de olvidar su enojo en cuanto ella quiso agradecerle su cooperación seduciéndolo en la alcoba, deseando que pronto pudieran encargar a Rose en casa de los Darcy para escaparse del mundo. Aquella plática había dado paso a una mujer que ahora adoraba, más segura de sí misma, aunque con una inocencia que lo seguía cautivando. Esa inocencia que la estaba poniendo en peligro.

LOS DARCY: UN AMOR A PRUEBA.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora