Capítulo 14

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El Sr. Darcy se encontraba en su despacho escuchando de boca del Sr. Peterson todos los acontecimientos de la noche anterior, pensando en las últimas alternativas que tenían. Lizzie se había despertado e interrogado a su marido exhaustivamente cuando solo tenía la carta del cochero en las manos. En cuanto el Sr. Churchill anunció la llegada del Sr. Peterson, Lizzie se puso de pie para bajar aunque él la detuvo, pidiéndole que esperara en la alcoba, pero la mirada suplicante de su mujer lo derritió consintiendo que aguardara en el salón principal argumentando que el Sr. Peterson tal vez no lograra sincerarse por completo si su ama lo escuchaba. Darcy sabía que ella no podía estar presente y fue la única razón que encontró convincente para que desistiera de su idea.
–Aun así, Sr. Darcy, no encontramos nada. Estuve acuartelado afuera de la habitación del Sr. Posset, despierto todo el tiempo, aunque simulé estar esperando a alguien con un periódico cubriendo mi rostro, pero no escuché ningún ruido que lo delatara haciendo lo que sospechábamos, a menos que la dama lo estuviera esperando cuando llegó y se haya salido cuando él fue a la fonda a desayunar y fueran sumamente discretos.
–O es un pésimo amante. ¿El Sr. Posset lo vio a usted?
–No señor, además de que no me conoce tuve la precaución de estar en el bar con una chaqueta gris y en el hotel con un abrigo negro mientras el muchacho me ayudaba a investigar con el personal del hotel. Le pedí que permaneciera vigilando hasta que el Sr. Posset se presente a recoger a las señoras. Tal vez nos traiga mejores noticias.
–Por favor que me mande sus descubrimientos por escrito en cuanto llegue, no quiero que lo vean.
El Sr. Peterson le entregó una bolsa con el dinero que había sobrado, destinado a sobornar a cualquiera que pudiera dar alguna información. Ambos salieron del despacho y Darcy se dirigió al salón principal para informar a su esposa de los hallazgos. Ella dejó su libro sobre la mesa y lo observó acercarse y sentarse a su lado.
–¿Qué noticias te dio el Sr. Peterson?
–No muchas. El Sr. Posset estuvo solo en un bar y durmió en el hotel. Posiblemente haya descubierto que lo estaban siguiendo o verdaderamente es inocente de la culpa que le hemos imputado, al menos por esta noche.
–Eso no nos ayuda –murmuró preocupada.
–No, pero aún así hablaré con tu hermana y con tu madre en cuanto bajen.
La puerta sonó y la Sra. Reynolds apareció en el umbral pidiendo permiso para entrar.
–Adelante –indicó Lizzie, sin molestarse en ocultar su turbación.
–Sra. Darcy, señor, disculpen que los moleste pero es el niño Christopher...
–¿Qué le sucede? –indagó con ansiedad poniéndose de pie.
–Parece que tiene fiebre y ha regresado esa tos.
–¿Tiene crisis? –preguntó sintiendo que los latidos del corazón se incrementaban.
–Todavía no señora, pero no me gusta su estado. Ya le pedí al Sr. Churchill que envíe por el médico y la Srita. Madison ya tiene a la mano el medicamento, en caso de que se necesite. Solo quería avisarle de la situación.
–Gracias, iré a verlo –dijo dando unos pasos para ir a su encuentro.
–Lizzie, tu madre y tu hermana bajarán pronto... –le recordó su marido provocando que se detuviera y se girara, mostrando la angustia en su rostro.
–Mary, ¡oh Dios!
–Si quieres yo hablaré con ellas.
–No, Mary me necesita, pero Christopher...
Lizzie se sentía terriblemente mal ante la nueva situación, su hijo había enfermado y corría el riesgo de sufrir una crisis respiratoria, tal vez poniendo en juego su vida, y Mary también estaba en peligro al tomar una decisión que la haría desdichada por toda la vida, tal vez era la última oportunidad que tenía para evitarlo. Odiaba tener que decidir ante una situación semejante.
–Por favor Sra. Reynolds, si se agrava su estado me avisa de inmediato –pidió advirtiendo un profundo dolor en el corazón, sabiendo que si le pasaba algo a su hijo viviría llena de remordimientos, pero intentando convencerse de que la Sra. Reynolds lo cuidaría bien.
–Sí señora –dijo y se retiró.
–¡Oh, Lizzie! –exclamó la Sra. Bennet entrando al salón con sus hijas solteras–. Te ves cansada hija, ¿ya te sientes mejor?
–Sí, gracias mamá –respondió, aunque hubiera querido decir que no.
–Han sido unos días muy agitados, en tu estado debes descansar más, dígaselo Sr. Darcy, no es bueno que te agotes cuidando de tus hijos. Me preocupa que...
–Sra. Bennet –solicitó Darcy para acabar con todo esto de una vez–, quisiéramos hablar con usted y con Mary de un asunto que no admite demora, si son tan amables de pasar al despacho.
–¿Al despacho? –inquirieron al unísono la madre y la cuarta de sus hijas, la primera decepcionada por tener que cumplir con la solicitud y, por lo tanto, aplazar por más tiempo su anhelado desayuno, y la segunda, llena de curiosidad por saber qué se traían entre manos, deseando poder estar en su casa para escuchar detrás de la puerta.
–¡Entonces es realmente importante! –concluyó Kitty poniendo más nerviosa a Mary.
Darcy cedió el paso a las damas y, al cerrar la puerta, inició:
–Sra. Bennet, le agradezco estos minutos de su atención para tratar un tema que nos preocupa a mi esposa y a mí de sobremanera y que afectará el bienestar de toda nuestra familia. Tenemos razones de peso para considerar que el Sr. Posset no es adecuado para ser el marido de la Srita. Mary.
–¿Cómo? ¿Y cuáles son esos motivos?, si puede ser más específico.
–Han sido varias actitudes las que hemos podido observar en el poco tiempo que lo conocemos y considero que muy fácilmente caerá en la infidelidad una vez que se hayan casado.
–Usted lo ha dicho, en el poco tiempo que lo conocen. ¿Es suficiente para que usted lo considere imposibilitado para mantenerse fiel a la promesa matrimonial? ¿Cuántas veces lo ha visto? ¿Tres? Y ya se siente competente para emitir un juicio –espetó con un atisbo de ironía que encendió al señor de la casa. –¡No me baso únicamente en lo que he podido observar en esas tres entrevistas, también la Sra. Darcy y...! –¿Acaso también lo han investigado, como al Sr. Hayes? –preguntó alzando la voz con furia.
–¡Como hombre, le puedo asegurar que su futuro yerno que se muestra tan inocente en el diálogo, no lo es en sus acciones! –increpó–. Es inteligente y sabe manipular la situación para beneficio propio, estoy persuadido de que no es un caballero.
–¿Qué acciones son las que usted le ha observado que lo discriminan de esa manera?
–¡La forma libidinosa en la que ayer observó a mi mujer a consecuencia del estólido comentario de su hija Kitty!
El silencio se hizo presente por unos instantes mientras las señoras salían de su asombro, cayendo en la cuenta de que su juicio se había visto influenciado por los celos. Lizzie, recuperándose de la impresión, tomó la palabra:
–Mamá, el Sr. Darcy tiene razón, el Sr. Posset no es un caballero, y no solo por lo que mi marido dice. ¡Ni siquiera ha guardado el respeto que Mary se merece y yo soy testigo de eso! –exclamó, haciendo caso omiso de los gestos de su hermana que le pedían que no revelara ese suceso.
–¿Acaso ha comprometido tu virtud? –indagó la madre viendo a Mary–. Si es así, razón de más para casarse. –Debo confesarle que ayer mandé a que siguieran al Sr. Posset para investigarlo y tener pruebas de que gusta disfrutar de la compañía de otras mujeres –afirmó Darcy.
–¿Y tiene las pruebas?
–Por el momento no, pero si nos dan unos días más, sin comentarle a él nuestras intenciones, podremos descubrirlo y estar seguros de su inocencia o de su culpabilidad. Puedo contratar a un investigador privado, si aplaza un poco la fecha de la boda...
–¿Y arriesgarnos a que el Sr. Posset ya no acepte a mi hija? No estoy de acuerdo.
–Usted misma se ofendió cuando yo inocentemente comenté alguna vez que había cambiado de cama y se escandalizó ante mi sugerencia que el Sr. Bennet había hecho lo mismo durante sus viajes a Pemberley. –Claro que me iba a escandalizar.
–Y ahora no te escandalizas cuando te estamos planteando que es posible que el Sr. Posset esté siendo infiel antes de la boda, ¿qué será después? –intervino Lizzie.
–Como dama debo señalar mi reprobación absoluta, aunque sé que eso es más común de lo que quisiéramos. –Y por el hecho de que sea algo común, ¿va a tener tu aprobación? ¿Pondrás en juego la felicidad de una de tus hijas?
–Mary será feliz con ese hombre, como cualquier mujer casada.
–¿Como Lydia? ¿Acaso estás orillando a tu hija a que se case solo para quitarte la responsabilidad de mantenerla, cuando en realidad no te cuesta su manutención? Si es por eso, yo puedo recibir a Mary en esta casa todo el tiempo que quiera y tú podrás olvidarte de ella.
–O tal vez prefiera prescindir de la pensión que usted recibe –prosiguió Darcy, lamentándose por tener que proponer una medida tan extrema, máxime teniendo al lado a su esposa, causando que las señoras lo observaran azoradas–, ya que dio su aquiescencia para que se celebre este matrimonio sin tomar en cuenta al hombre y cabeza de esta familia y ahora no quiere escuchar ninguna de nuestras lícitas objeciones.
La Sra. Bennet guardó un silencio que se perpetró por varios segundos que parecieron una eternidad, sintiendo que todo se le iba de las manos, viendo resurgir los temores que durante años la habían sometido por la posibilidad de quedarse viuda y desamparada.
Lizzie tomó asiento, pálida y mareada, sin poder mantenerse de pie ante la amenaza de que su madre y Kitty se quedaran en la calle, pero reflexionó y comprendió el objetivo que su marido quería alcanzar y se mordió la lengua antes de decir algo que lo hiciera retractarse. Volvió la vista a él, quien miraba aviesamente a su suegra, rezando para que surtiera efecto y ella rescindiera.
Aunque Darcy no vio a su mujer cuando se sentó, percibió su desmayo deseando que entendiera lo apremiante y esencial de la situación y que no podía flaquear llegado a este punto.
Mary, sintiéndose encrespada por la manipulación de la que había sido objeto y sabiendo que con su sumisión perdería todo lo que había anhelado, sacó fuerzas de la nada como si fuera la última oportunidad de alcanzar la felicidad y, sin pensarlo, reprendió:
–Y ¿se puede saber en qué momento escucharán mi punto de vista? Yo lo amo y sí, hablé con él con la esperanza de que cambiara su conducta, y lo ha hecho, me ha respetado como yo se lo pedí. No puedo creer que hayan maquinado este plan para seguirlo sin escuchar mi opinión, sin tener en cuenta mis sentimientos. Además, la falta de pruebas demuestra que él es inocente, quieren ver culpa donde no la hay. ¡Estoy cansada de que se metan en mi vida!
–Perdónanos Mary, lo hicimos... –continuó Lizzie.
–Sí, me imagino que por mi bien, pero ya no soy una niña y pronto seré una solterona si no me caso. Entiende que yo también tengo sueños y que no me he permitido alcanzarlos por el miedo al sufrimiento y al rechazo. Ahora tengo la oportunidad de cumplirlos con una persona que me acepta, tardaría otra vida en enamorarme y en enamorar a alguien que sí cumpla con tus expectativas, comprende que el amor se presenta una sola vez en la vida.
–Mary... tal vez el Sr. Darcy tenga razón –reflexionó la Sra. Bennet, temerosa de que su procurador le retirara los generosos fondos que recibía con puntualidad.
–¡No lo puedo creer madre! ¿Ahora cambias de opinión por dinero? –inquirió pensando en que la decepcionaba nuevamente con su actitud, contrariada también con la posición del Sr. Darcy, quien pensaba que con su riqueza iba a solucionar todo, confirmando sus sospechas de que la pensión que recibía su madre saliera de las arcas de Pemberley.
–No es solo eso, hija...
Alguien tocó a la puerta y Darcy abrió, el Sr. Churchill anunció la llegada del Sr. Posset y entregó una misiva a su amo, quien la leyó sin encontrar más noticias que le ayudaran.
–¿Ha llegado el médico? –preguntó Lizzie al mozo.
–No señora.
–¿Me ha buscado la Sra. Reynolds?
El mayordomo negó con la cabeza.
–Madre, creo que es hora de que partamos –indicó Mary.
–Pero no hemos desayunado.
–Yo no tengo apetito, voy a recibir a mi prometido. Con su permiso.
–Mary, ¡no puedes ir sola! Déjame desayunar, te prometo no tardarme más de quince minutos –dijo mientras abandonaba la pieza siguiendo a su hija, aprovechando la única oportunidad que tenía para alejarse de su iracundo yerno.
Entretanto, afuera de la mansión arribaba un carruaje que era seguido por un jinete que se bajó en cuanto el vehículo se detuvo en la puerta. Sir Bruce Fitzwilliam descendió del caballo y se acercó para ayudar a bajar a su querida prima.
–¡Bruce! ¡Qué sorpresa!
–Bonjour mon petit ange, fui a buscarte a Curzon y te vi en la calle. Decidí seguirte para saludarte y preguntar cómo estás. He estado muy preocupado por ti desde que hablamos y luego durante la cena... –¡Oh, Bruce! –exclamó Georgiana abrazándolo para corresponderle su interés–. No sabes cómo agradezco tu preocupación y tu apoyo. Me gustaría que fueras a cenar a la casa y que podamos platicar un poco más, así podrás contarme más detalles de tus viajes.
–Bien sûr chéri, ¿te parece bien hoy?
–Hoy no será posible porque Patrick y yo asistiremos a una boda, se casa Murray Windsor, te acordarás de él.
–Claro. Manifiéstale por favor mis parabienes.
–Tal vez podría ser mañana pero te mandaré una nota de confirmación.
–Estaré esperándola –dijo, al tiempo que le hacía una venia y otro jinete arribaba a toda velocidad: el Dr. Donohue que descendió del caballo.
–¡Patrick! –exclamó Georgiana.
–Vengo por una emergencia –explicó cortante caminando rápidamente hacia la puerta.
–¿Lizzie? –indagó preocupada y emocionada, pensando en el parto de su hermana, y lo siguió.
El Sr. Fitzwilliam se subió a su caballo y se alejó mientras la risita traviesa de Kitty se escuchaba en el salón principal, asomada en la ventana.
–¡Vaya, vaya! Otro admirador secreto de la Sra. Donohue. Por cierto que bastante atractivo, ¡y su marido los vio!
–¿Decías algo? –preguntó Mary que arribaba con el Sr. Posset.
–Buen día Sr. Posset.
En cuanto abandonaron la pieza, Lizzie resolló sintiéndose completamente frustrada, angustiada por su hijo, pero con la confianza de que la Sra. Reynolds le avisaría en caso necesario.
–¿Acaso cumplirás tu amenaza de dejar en la calle a mi madre y a Kitty?
–Por supuesto que no, pero sé que es una medida que funciona con la Sra. Bennet. Sin embargo, no esperaba esto de Mary.
La puerta sonó y entró el mayordomo para avisar que el médico ya había arribado y que se encontraba revisando al niño, por lo que Lizzie se tranquilizó en ese sentido sabiendo que su hijo estaría bien, pero continuaba angustiada por el futuro de su hermana. Sabía que tenía que resistir y abrir la puerta del corazón de Mary que había cerrado abruptamente. Tenía que cumplir la promesa de apoyarla en su decisión y despedirse de ella, aunque le doliera mucho que Mary emprendiera el camino hacia su desdicha. Al ver la reacción que ella había tenido comprendió que era inútil imponer su voluntad y prohibirle contraer matrimonio con ese hombre, sabía que si lo hacía provocaría que cometiera una locura peor y tal vez, que nunca regresara...
Darcy se sentó a su lado y tomó su mano con cariño.
–¿Te sientes bien?
–Darcy, tengo que despedirme de mi hermana, no la volveré a ver en mucho tiempo, tal vez nunca –dijo con la voz entrecortada.
–Por supuesto –indicó besándola en la frente.
Lizzie lo estrechó del cuello y suspiró, tratando de controlar las lágrimas que amenazaban con desbordarse y tomando de su marido un poco de su entereza para demostrarle a Mary su sincero afecto y no desmoronarse en ese momento.
–¿Quieres que vaya a buscarla para que hables con ella? –indagó sintiendo en su abrazo la agitación de su
mujer.
–No, es posible que no quiera venir –respondió aflojando sus brazos para limpiar su rostro–. Darcy, ¡no pude cumplir con la última voluntad de mi padre! –espetó prorrumpiendo en sollozos.
–Sí, sí lo has hecho –indicó ciñéndola nuevamente–, aunque Mary haya tomado su decisión, seguirás viendo por ella, estoy seguro.
–Es mejor que vayamos antes de que partan.
Darcy la besó en la mejilla, se levantó ofreciendo sus manos para ayudarla y la escoltó hasta el salón principal donde se encontraron con los novios en compañía de Kitty. Lizzie se acercó a Mary y la abrazó llorando. Darcy, percatándose de que el Sr. Posset las observaba, gentilmente lo invitó al balcón para dejar que las señoras disfrutaran de su privacidad y quitarle a su mujer la incomodidad de la presencia de ese hombre.
Lizzie se incorporó, todavía afectada por el llanto y le dijo:
–Perdóname Mary. Te prometí que te apoyaría en tu decisión y eso quiero hacer, deseo que seas feliz y que me escribas con mucha frecuencia.
–Gracias Lizzie, yo también te quiero y agradezco tu preocupación. Escríbeme cuando nazca mi nuevo sobrino y mándame un pequeño retrato de tus hijos cuando puedas.
–Te voy a extrañar –expresó mientras sacaba del bolsillo del vestido una pequeña alforja de cuero con doscientas guineas y la colocaba en sus manos–. Quiero que lo guardes para ti y lo uses cuando más lo necesites.
–Gracias, yo también te echaré de menos.
La Sra. Bennet hizo su aparición limpiándose las manos con la servilleta que traía de la cocina.
–Espero no haberme dilatado. ¡Oh!, me alegro de que ya se hayan arreglado. Mary, me dijo el Sr. Churchill que ya está todo listo en el carruaje del equipaje, ¡cuántos libros! Al menos iremos más cómodas en el coche del Sr. Posset –indicó la Sra. Bennet mientras Lizzie se despedía con un abrazo de Kitty y los señores se introducían al salón.
Los Sres. Darcy los escoltaron hasta los carruajes, la Sra. Bennet se despidió de su hija con un abrazo y Lizzie observó con emoción cómo abordaban el coche entre las conocidas glosas de su madre. El Sr. Posset se acercó, le dedicó una venia a la Sra. Darcy y se despidió de su próximo cuñado.
–Por favor, me felicita al Sr. Windsor en su boda, por lo visto él y su hermano son muy admirados por esta familia –pidió mirando a la Sra. Darcy–. Tal vez por eso cambiaron sus intereses Sr. Darcy, ahora que lo pienso.
El Sr. Posset pudo ver que Darcy endurecía su expresión y la Sra. Darcy lo observaba con recelo, por lo que no pudo contener una sonrisa de satisfacción que trató de disimular hasta que se giró para abordar el vehículo, mascullando en lengua celta y luego en latín:
–Veredicto no probado... Nemo me impune lacessit –"Nadie me ofende impunemente", el lema de su país. Mientras los carruajes se alejaban, Darcy preguntó molesto:
–¿Cómo sabe el Sr. Posset de Philip Windsor?
–No lo sé, tal vez algún comentario de mi madre o de Kitty. ¿Y, a qué se refería con el cambio de intereses del Sr. Darcy?
–Nada de importancia, solo demuestra que le gusta sembrar cizaña sin verse afectado. Muy astuto de su parte.
–Darcy, creo que no iremos a la boda del Sr. Windsor, no me siento con ánimos, además de que quiero estar con Christopher, discúlpame. ¿Vamos a ver cómo está?
–Por supuesto –suspiró aliviado, así no tendría que soportar la presencia de Philip Windsor y de la Sra. Willis.
Colocó el brazo sobre los hombros de su mujer y la condujo hasta la habitación de sus hijos.
–Pásame por favor la medicina que dejó la Sra. Reynolds sobre la cómoda –pidió Donohue a su esposa mientras revisaba al pequeño.
–¿Ya pasó la crisis?
–No, pero con esto estará bien en unos minutos –aclaró colocando unas gotas en la boca de su paciente. Y dime, ¿tu primo se despidió de ti para irse a altamar? –indagó tratando de controlar su enojo.
Haber visto que su esposa lo abrazaba otra vez casi lo sacó de sus casillas, si no fuera por la emergencia que tenía que atender habría golpeado al susodicho. Recordó el malestar que mostró Georgiana en Cardiff, cuando la Sra. Janet lo había ceñido fraternalmente antes de su boda. Se reprendió al pensar que Bruce Fitzwilliam era su primo, pero estaba convencido de que, por parte de él, ese abrazo era todo menos fraternal y su inocente esposa no se había dado cuenta. Su inocencia, entre otras cosas, había provocado que se enamorara de ella, de hecho lo seguía cautivando aunque ahora le molestara.
–No, que yo sepa estará un tiempo en Londres.
Donohue endureció su expresión deseando que, como había aparecido en sus vidas, se esfumase para siempre.
La puerta sonó y enseguida entraron los señores de la casa.
–¿Georgiana? –inquirió Darcy al verla–. ¡Qué sorpresa!
–¡La sorpresa que me llevé yo! Vine para traer el material que necesitaremos para los bocetos de los arreglos florales y me encuentro a mi marido en la puerta para atender una emergencia. Lizzie, pensé que ya estabas en trabajo de parto.
–No, todavía no. ¿Cómo está Christopher? –preguntó Lizzie reflejando su zozobra y viendo que su pequeño dormía.
–Ya está mejor, la crisis apenas iniciaba y se pudo atender sin mayor complicación –explicó el médico. –Gracias a Dios –masculló.
–Necesitará dormir y continuar con esta medicina como le dejaré prescrito. Ya sabe los cuidados que deberá observar –explicó poniéndose de pie para dirigirse a la mesa y dejar sus indicaciones sobre papel mientras Lizzie se sentó junto al pequeño para acariciarle la cabeza, sintiéndose mejor estando a su lado.
–¿Ya se fueron tu madre y tus hermanas? –inquirió Georgiana.
–Sí, ahora se dirigen a Derbyshire, pasarán unos días con Jane. Espero que ella tenga mejor suerte que yo. –Entonces, ¿habrá boda?
–Parece que sí.
–Lo lamento Lizzie.
–Yo también.
–¿Irán a la boda del Sr. Windsor?
–No creo que sea lo más conveniente... por Christopher.
–Él estará bien –indicó el médico acercándose al grupo para despedirse.
–De todas maneras, con todo lo de Mary no tengo deseos de asistir –dijo mientras su estómago gruñía de hambre.
–Entonces el Dr. Donohue le prescribirá a la afortunada Sra. Darcy un delicioso desayuno en la alcoba, mucho descanso y que su marido la consienta –propuso Georgiana con alegría viendo a sus hermanos con afecto.
–Sí, suena fantástico –afirmó sonriendo mientras Darcy pasaba el brazo sobre sus hombros para ceñirla cariñosamente.
–En ese caso, nos retiramos –indicó el médico–. Estaremos en la boda en caso de que necesiten localizarme. –Gracias doctor.

LOS DARCY: UN AMOR A PRUEBA.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora