Capítulo 19

1.4K 71 4
                                    

Darcy estuvo pegado a su mujer día y noche durante las siguientes tres semanas, no dejaba que moviera un dedo sin su supervisión para evitar que se lastimara o dificultara la curación de la herida. La Sra. Reynolds y su hija se encargaban del aseo de su ama cuando el médico lo autorizaba sin moverla de su lecho, usando una manta de cuero para cubrir la ropa de cama, una esponja con jabón y agua, procurando no mojar los vendajes, los cuales eran retirados por el médico todos los días para revisar la lesión y desinfectarla con alcohol antes de ser cubierta por un paño limpio. Darcy intervenía únicamente cuando había que cargarla, después de ser debidamente tapada, para que retiraran los accesorios del baño.
Donohue explicó que su convalecencia podría durar dos meses y pidió a su paciente absoluto reposo, alimentación balanceada, oportuna medicación y descanso adecuado a pesar de las desveladas que eran necesarias para alimentar a su bebé, por lo que aprovechaba las siestas de su pequeña para dormir, siempre acompañada de Darcy, quien dedicaba esos momentos a escribir las cartas pendientes. Afortunadamente Bingley había regresado a atender los asuntos en Derbyshire y el Sr. Boston estaba en Londres. Los únicos momentos en que Darcy aceptó retirarse a su despacho fue cuando la Sra. Gardiner fue a felicitar a su sobrina y la breve visita que le hizo Jane un día después de la cesárea.
Lizzie, contra todo pronóstico, no se quejaba de tanta atención ya que se sentía muy adolorida por el nacimiento de su hija y por la lactancia, además de los días de depresión que atravesó y que le parecieron eternos, aun cuando sabía que era normal y pasajero cualquier pretexto era bueno para llorar, recibiendo el generoso consuelo de su marido. Por tal motivo, Lizzie se retrasó varios días para escribirle a su madre comunicándole la noticia, sin embargo, no tardó en recibir carta de Jane a su regreso a Derbyshire, de los Sres. Fitzwilliam, de los Sres. Donohue, de Charlotte y de los Sres. Windsor, así como felicitación de Bruce Fitzwilliam por boca de Darcy y un ramo de flores precioso, ya que él y Georgiana habían propalado la noticia a sus amistades.
Los niños fueron atendidos por la Srita. Madison, Mary y Georgiana –cuando iba de visita–, todos los días acompañaban a su madre y su hermana por un rato, hasta que su padre consideraba prudente, desgraciadamente sin recibir queja de su esposa, causándole mayor preocupación.
El Dr. Donohue lo tranquilizaba diciéndole que la herida iba sanando adecuadamente, que las molestias eran normales teniendo en cuenta el difícil nacimiento y que habían evitado con éxito alguna infección o hemorragia que pudieran complicar peligrosamente su salud, aunque en otro aspecto no podía darle sosiego, solo el tiempo podría decidir lo que les esperaba y, por supuesto, era fundamental una buena recuperación.
Aunque intentaba visitar a Lizzie en cada oportunidad, uno de esos días Georgiana se quedó en casa debido a la lluvia que caía. Había bajado la temperatura notablemente desde el día anterior y prefirió resguardarse para evitar que su hija enfermara con la salida, aunque se sentía muy preocupada por Lizzie y su lenta mejoría. Tras haber desayunado con su marido y despedirlo en la puerta, se dirigió con su hija a la pieza que había dispuesto para que gateara y jugara libremente, y en donde ella practicaba su nuevo instrumento.
A los pocos minutos, la puerta sonó y entró el ama de llaves para anunciar una visita, Sir Bruce Fitzwilliam, por lo que Georgiana le encargó a su hija y se dirigió al salón para recibirlo.
–¡Bruce! ¡Qué gusto que hayas venido!
–Pensé que no te encontraría.
–He recibido todos los días tu tarjeta y me apena tanto que no me hayas encontrado.
–Me dijeron que habías ido con los Darcy –dijo mientras la anfitriona tomaba asiento y le ofrecía el té.
–Sí, he salido para visitar a Lizzie y a Stephany. Mi hermano está muy preocupado por su recuperación y yo también, estuvo muy delicada. Deberías ir a verlo para ofrecerle tu apoyo.
–Fui una vez para felicitarlo y llevar unas flores a su señora, pero me pareció que prefería estar con su mujer, estaba muy ausente y solo me concedió unos minutos.
–No es para menos, mi marido dice que Lizzie sufrió mucho durante el nacimiento, se ha sentido muy adolorida y su convalecencia será más larga de lo normal.
–Si el Dr. Donohue la está atendiendo, entonces pronto se pondrá bien. Escuché que ha sacado adelante a muchas de sus pacientes, aun cuando su especialidad es la cardiología. Tengo entendido que sus pacientes son, en su mayoría, mujeres.
–Él me ha dicho que recibe a cualquier persona que necesite de su ayuda, sea hombre o mujer, infante o adulto, rico o pobre, y que les proporciona la misma atención. Sé por experiencia que a sus pacientes del sexo femenino las atiende con todo respeto.
–¿Acaso fuiste su paciente antes de ser su esposa? –indagó sorprendido.
–Sí, cuando caí de la escalera hace varios años.
–Sacre Dieu! ¿Te caíste de la escalera? –preguntó azorado.
–Me caí, me pegué en la cabeza, estuve inconsciente y en peligro de muerte. Cuando recobré la consciencia no recordaba y todo el tiempo me atendió hasta lograr mi recuperación.
–¿Por qué nadie me lo había dicho? –reclamó molesto–. ¡Si lo hubiera sabido, habría regresado de inmediato!
–Tal vez la carta de Darcy o de Ray no te llegó, como otras tantas.
–Georgie, siento tanto lo que me dices... Sin embargo, no puedo imaginarme a Darcy permitiendo que te atendiera estando a solas, te aseguro que siempre estuviste acompañada por alguna doncella.
–Ciertamente, estuvieron Lizzie o mi hermano.
–Está claro que la atención que ofrece a las mujeres le ha redituado enormes beneficios –espetó aliviado observando la hermosa estancia–. Me han dicho que el segundo sector que más prefiere de sus servicios son los infantes, evidentemente llevados por sus madres. ¿Te has preguntado la razón? Por eso, más de la mitad del tiempo que pasa en el consultorio lo invierte en atender a las damas, de una o de otra manera y, por lo
que sé, las atiende sin carabina, a diferencia de tu caso.
–Si son damas, entonces no tenemos de qué escandalizarnos, además de que siempre hay alguien en el consultorio, por lo menos los otros médicos o el velador.
–Ojalá todas fueran damas, también atiende a mujeres de dudosa reputación en el consultorio o a domicilio, ya que él es de los únicos médicos de la alta sociedad que accede gustoso a visitar cualquier barrio de Londres. Dices que nunca se queda solo en la clínica, pero no sabes si en las casas en donde lo reciben para atender a alguna paciente está debidamente escoltado, me atrevería a decir que eso no les importa.
–Bruce, yo sé que en este mismo lugar te expresé algunas dudas...
–Que comparto totalmente contigo y, por lo mismo, estoy muy preocupado por tu situación...
–¡Bruce!, discúlpame que te haya puesto en estas circunstancias sin necesidad, yo... yo estaba muy confundida aquel día... pero he hablado con mi marido y nos hemos arreglado.
–¿La infidelidad tiene arreglo?
–¡Patrick no ha sido infiel, todo fue una confusión!, tal vez por falta de comunicación o... –titubeó mostrando cierta inseguridad en su argumentación, ya que se avergonzaba de los recelos que había sentido. –Entonces te convenció de su inocencia. Georgie, chéri, es muy fácil decirle a una mujer lo que quiere escuchar, palabras de amor y de fidelidad que se las lleva el viento, bellos discursos que no nacen del corazón.
–Y supongo que hoy tengo que agradecerte que hayas roto tus hábitos y me hayas dicho lo que, según tú, es la cruda realidad.
–Es la verdad Georgie, y lo digo porque te quiero y me importas demasiado para permitir que seas presa de un engaño. Quiero protegerte porque deseo tu felicidad, pretendo que te sientas amada y apoyada como te mereces.
–¿Acaso has visto a mi marido con su amante? –indagó con los ojos llenos de lágrimas, sintiendo un profundo dolor por la incertidumbre.
–No, pero hay muchas casualidades que alimentan mis sospechas. Mi necesidad de ayudarte sí nace del corazón.
–¿Cuáles casualidades?, ¿cómo lo sabes?, ¿acaso lo has seguido?
–En algunas ocasiones. He preferido contratar el servicio de un investigador para evitar que me sorprenda. Georgiana guardó silencio, debatiéndose si confiar en su primo o no, ya que en el pasado había sido muy lastimada por el engaño de Wickham y solo gracias a su hermano pudo darse cuenta de las verdaderas intenciones de ese hombre, percatándose de que ella no había tenido la capacidad de desvelarlo, "¿qué pasaría si ahora está sucediendo lo mismo con Patrick?", pensó angustiada.
–Pero, ¿cómo has podido? –murmuró al fin.
–Georgie, lo hago por tu bien. Además, no deberías molestarte, más si sabes que Darcy ha hecho lo mismo. Ambos estamos preocupados por la misma situación, no soy yo el único receloso –explicó enjugando su rostro.
–¿Se han puesto de acuerdo?
–De ninguna manera –declaró tomando sus manos con delicadeza–. Mi investigador, como resultado de su trabajo, me informó que Darcy contrató a su competencia para el mismo objetivo. Lo están siguiendo de forma independiente, por lo que podremos saber la verdad por un lado u otro.
–Y cuando sepas la verdad ¿qué vas a hacer?
–Por supuesto que hablar contigo y apoyarte en todo lo que necesites.
–Pero... si él... me he sentido profundamente amada desde que hablamos –confesó en medio de su sollozo–, no puedo creer que todo sea mentira, no concibo la idea de que pueda tener otra mujer.
–Georgie, recuerda que un hombre puede ser un gran amante sin necesidad de mezclar los sentimientos, lo físico se puede quedar en lo físico y lo emocional en lo emocional, perdona mi franqueza pero puede hacerte el amor con pasión y estar enojado contigo. En cambio, las mujeres siempre mezclan todo y piensan que los hombres también lo hacen.
–Supongo que por eso somos presa del engaño –dijo, avergonzada por el rumbo que había tomado la conversación.
–Sin mencionar a los hombres que dicen estar locamente enamorados de sus esposas y que las engañan por necesidad, tú sabes... Lo siento mucho Georgie –indicó con emoción, sabiendo lo duro que eran sus palabras–. Quiero decirte que he decidido quedarme a tu lado hasta que tu situación se restablezca.
–¿Cómo se restablecerá? –indagó con zozobra, sin saber lo que le depararía el futuro.
–Como tú decidas hacerlo, en cuanto sepamos lo que realmente está ocurriendo. Sabes que tienes el apoyo incondicional de tu hermano y el mío y me quedaré en Londres el tiempo que me necesites.
–¿Esta vez no me abandonarás?
–Non, por supuesto que no.
–Supongo que hoy que regrese Patrick hablaré con él.
–¡No!, si hablas con él lo pondrás sobreaviso, seguramente te envolverá con hermosas palabras y no podremos averiguar nada después de eso. Debes portarte como si esta conversación no hubiera tenido lugar. –Me pides un imposible, entiende que yo lo amo y todo esto me lastima insondablemente.
–Te comprendo mejor de lo que te imaginas.
–Bruce, has estado con tantas mujeres, no sabes lo que es el verdadero amor.
–Creo que por fin lo he descubierto, solo espero que no sea demasiado tarde.
–Entonces tienes dos razones para permanecer en Londres, empiezo a creerte cuando dices que te quedarás una larga temporada.
–Prefiero regresar a Matlock, llevarme a la mujer que amo y a su... enfant... y protegerla por el resto de mis días, pero todo a su tiempo.
–¿Su enfant?, es muy loable de tu parte.
Georgiana se sintió desolada desde que su primo se marchó, estuvo con su pequeña tratando de ocultar sus lágrimas y se retiró a descansar temprano, sin cenar, aun cuando acostumbraba esperar la llegada de su marido cuando este se retrasaba, so pretexto de un dolor de cabeza.
Cuando Donohue regresó entrada la noche, la encontró descansando y, sin perturbar su sueño, la besó tiernamente en la frente mientras ella se debatía en su interior si abrazarlo y echarse a llorar o reprimir sus emociones y simular una tranquilidad que no sentía.
Antes del amanecer, la "despertó" y le hizo el amor con adoración provocando que ella sollozara, pero no por el placer recibido –como en otras ocasiones– sino por la tristeza que inundaba su corazón, por aquel amor que ahora pensaba perdido y que la había hecho tan feliz. Ella lo recibió y lo abrazó sin reservas, le entregó su corazón y todo su ser con la esperanza de borrar esas palabras que tanto le habían hecho daño y que rogaba para que fueran falsas. Él enjugó sus lágrimas con besos y le susurró palabras de amor que en otro momento la habrían emocionado, pero ahora la empujaban a un abismo recordando que no podía revelarle la razón de su congoja.
Agradeció cuando él se quedó dormido sin percatarse de su inseguridad y, al despertarse, él ya se había ido, dejándole una cariñosa nota que le habría robado una sonrisa en otras circunstancias:
"Mi amada Georgie: Perdona mi apasionamiento, pero te extrañaba. Regresaré hasta la noche. Siempre tuyo, Patrick".
Después de desayunar con su hija, recibió otra visita de su primo, quien estaba muy preocupado por el estado de ánimo en el que se encontraba y le preguntó sin rodeos cuando estuvieron a solas:
–¿Cómo te fue con tu marido?
–Ayer me retiré temprano y él llegó tarde, luego... –guardó silencio debatiéndose interiormente si debía continuar o reservarse lo que había pensado desde que se despertó.
–Georgie, tú sabes que puedes confiar en mí, puedes decirme lo que te atormenta.
–Luego... me buscó para tener intimidad y... fue maravilloso, pero no dejé de llorar –se interrumpió apenada por lo que se había atrevido a decir, sin percatarse de que su primo endureció la expresión.
–He escuchado que algunas veces pasa –espetó con la voz más grave de lo normal, sintiéndose hervir por los celos al saber que había sido suya otra vez, aun cuando estaba en todo su derecho.
–¿Has escuchado? –indagó sin entender.
–Ninguna mujer ha llorado por el placer que les proporciono.
–Cuando ames y te amen profundamente, tal vez cambien las cosas, pero en esta ocasión la razón de mi llanto era diferente.
–¿Y preguntó por la causa de tu tristeza?
–No, eso... me sucede con cierta frecuencia, pero no sé si podré simular tranquilidad a la luz del día. ¿Cómo podré reír o mostrarme ecuánime si sé que su amor puede ser una mentira? ¿Cómo podré sentirme en paz después de resucitar mis sospechas y leer la nota que me dejó en mi buró? –inquirió con la voz entrecortada, lamentándose por llegar otra vez a las lágrimas.
–¿Qué nota?
Georgiana la sacó del bolso de su vestido y se la mostró para que la leyera.
–Sé que es una situación difícil pero debes procurar simular bienestar, él no debe enterarse de que está siendo investigado, cambiaría su conducta para no ser descubierto, él no quiere perderte...
–¡Yo tampoco lo quiero perder!
–Entonces, ¿podrías tolerar su infidelidad para conservar su afecto?
–¡No, claro que no! Pero, ¿y si tus sospechas son falsas? Ya lo acusé de adulterio una vez y me aseguró que era inocente, si sabe que sigo desconfiando de él tal vez ahora sí lo pierda.
–También por eso debes reservarte tus recelos y portarte con la mayor naturalidad posible.
La puerta sonó y Georgiana permitió el paso tras enjugarse el rostro con el pañuelo, esperando que su turbación no se reflejara. El mozo se disculpó y entró el Sr. Clapton con un arreglo floral precioso que contenía una nota dedicada para la Sra. Donohue.
–Me han solicitado que se entregue a la brevedad señora –dijo, colocándolo sobre la mesa mientras su ama, sorprendida, se acercaba para revisar el escrito:
"Gracias por tu confianza. Te amo, Patrick".
–Son preciosas, ¿quién te las manda? –indagó Bruce cuando el mayordomo se retiró, tratando de sonar lo más natural que pudo controlando la ira que sentía.
–Patrick –murmuró guardando la nota en la bolsa de su vestido y pasando el pañuelo por los ojos.
Bruce, al ver que ella no quería compartir el contenido de la nota con él, se despidió y se retiró, prometiéndole que repetiría pronto su visita.
Donohue fue a ver a la Sra. Darcy a medio día esperando que estuviera su mujer, pero no la encontró a pesar de que el clima había mejorado. Se había quedado preocupado desde que se percató de cierta melancolía en los sollozos de su esposa mientras la amaba y cuando –entre sueños– la escuchó llorar, situación que confirmó al despertarse y notar su pecho y el rostro de Georgiana mojados. Luego, el Sr. Clapton le informó que había recibido una visita de su primo y que se había mostrado indispuesta desde entonces.
Observó que la herida externa de su hermana ya había cicatrizado, por lo que consintió, a petición especial de su paciente, que tomara su primer baño en tina desde la intervención, aunque tomando en cuenta varios cuidados para evitar que se lastimara. Había mandado las flores a su esposa deseando provocar una sonrisa en su rostro, pero no había podido regresar a Curzon para saber si se encontraba mejor. Dilató lo más posible su presencia en la casa Darcy con la intención de esperar el arribo de Georgiana, quería descubrir la razón de su angustia y consolarla, si era necesario, llevándola a la alcoba donde la había atendido cuando tuvo su accidente, donde le confesó su amor por primera vez y donde habían platicado como nunca se imaginó poder hacerlo con una mujer mientras ella se recuperaba. Quería besarla hasta borrar la tristeza de su corazón, hasta ver la chispa de alegría en sus ojos, amarla hasta llevarla al cielo para darle la seguridad de su amor. Sin embargo ella no llegó y antes de retirarse el Sr. Darcy recibió una nota en donde su hermana se disculpaba por su ausencia debido a que se sentía indispuesta.
Decidió entonces hacer una escala en Curzon para ver cómo se encontraba, pero al llegar a la mansión lo esperaba un muchacho que lo había ido a buscar para atender una emergencia. Era feliz con su profesión, pero a veces era una monserga.
Cuando Darcy ya tenía el baño listo para su señora, se acercó a ella, que estaba sentada en una silla, le quitó la bata y la venda que cubría la herida y la cargó despacio para colocarla en la bañera mientras ella se recargaba en su hombro destapado. El vapor saturado de lavanda la relajó inmediatamente y cerró los ojos para aspirar al tiempo que sentía caer agua en sus cabellos y la mano de Darcy que iniciaba su delicioso masaje en la sien.
–Lástima que todavía no me puedas acompañar en el baño, pero esto es delicioso –suspiró Lizzie, advirtiendo que su marido prolongaba su tarea por más tiempo.
Tras haber generado abundante espuma, Darcy llenó nuevamente el aguamanil y lo derramó con cuidado sobre su cabeza para enjuagarla, respirando hondamente para lograr también su relajación. Sabía que verla desnuda iba a ser sumamente difícil para él, pero temía que los frágiles brazos de la Sra. Reynolds o de Mary no pudieran sostenerla y se lesionara. Cogió la esponja para llenarla de jabón cuando sintió la atenta mirada de su esposa.
–¿Usarás la esponja? Sabes que prefiero tus manos.
Definitivamente esto era una tortura, aunque tenía que reconocer que podía usar cualquier pretexto ante los demás, sabía a la perfección la razón por la cual la estaba ayudando, él lo disfrutaba igual o más que ella y tal vez...
–Está muy sonrojado Sr. Darcy, ¿ya se acaloró? –indagó Lizzie mientras él la aseaba circunspecto.
–Sabes que el agua no es la causante de mi estado –indicó regresando la mirada a sus ojos.
Lizzie se incorporó un poco para sentarse, cogiendo la orilla de la tina con sus manos, y acercarse a su esposo.
–¿Qué haces? –preguntó Darcy preocupado.
–Quiero besar a mi esposo, ya que lleva días sin besarme, ¿puedo? –dijo rozando sus labios contra los de él, dándole pequeños besos para luego sentir que la pasión lo dominaba y la abrazaba, al tiempo que profundizaban en sus besos y el contacto de su piel lo enloquecía.
Ella se dejó llevar disfrutando como hacía mucho no se lo habían permitido.
–No puedo más –declaró él cuando se separó jadeando para recuperar el aliento, al tiempo que su mujer lo volvía a besar.
Darcy, haciendo uso de toda su fuerza de voluntad, sintiéndose arder por dentro con toda la necesidad de continuar, dejó su abrazo y la separó con sus manos.
–Perdóname Lizzie, pero no se puede.
Él se puso de pie y caminó hacia la ventana, donde permaneció en silencio por unos minutos, luchando contra sus deseos y recordando lo que era mejor para su esposa y su familia.
Luego volvió y la tomó en sus brazos para colocarla sobre la silla, cubrirla con el albornoz y llevarla hasta la cama, donde le dijo con la voz todavía afectada por la excitación:
–Espero que comprendas que ya no podré acompañarte en tus baños, le pediré a la Sra. Reynolds que te ayude.
Dicho esto, se retiró, dejando a su esposa sin habla.
Darcy apenas pudo continuar su paso hacia el vestidor, tras haber soportado un intenso dolor, donde se mojó la cara, se secó y se puso la camisa y el chaleco. Se sentó en el sillón y pasó las manos entre su cabellera lamentándose lo que había ocurrido, él se había puesto en esa situación y había caído en la trampa, esperaba que su mujer lo comprendiera y no se sintiera ofendida. ¿Y si esto se volvía permanente? Se puso de pie tratando de alejar esos pensamientos de su cabeza, lo único que lograban era aumentar su angustia. Tocó la cadena de la campana para llamar al servicio y se puso el moño y la levita. Cuando la Sra. Reynolds tocó a la puerta, él fue a abrir bajo la atenta mirada de su mujer y le dio instrucciones de atender a la señora en lo que necesitara hasta su regreso.
Bajó rápidamente las escaleras para dirigirse a los establos, tal vez una visita al club de esgrima lo ayudara a relajarse. Llegando a las caballerizas, tomó su caballo y subió.
–Sr. Darcy, permítame que le coloque su silla.
–No Sr. Peterson, así me lo llevo –dijo, pensando en que no quería recibir más estimulación por ese día.
Lizzie fue auxiliada por la Sra. Reynolds y pasó la jornada recibiendo la acostumbrada visita de sus hijos y Mary, quien se extrañó al no encontrar a su cuñado en la casa. Lizzie lo disculpó diciendo que había tenido que salir por asuntos de negocios, deseando que pronto regresara para aclarar las cosas: ella no había querido que se sintiera de esa manera, sabía que todavía no estaba recuperada pero lo extrañaba mucho, a pesar de que había gozado de su compañía esos días.
Después de bañar a Stephany y amamantarla, el Sr. Churchill tocó a la puerta para traer el té a la señora. Lizzie se cubrió adecuadamente mientras la Sra. Reynolds atendía.
–Gracias Sr. Churchill –indicó Lizzie cuando el servicio estuvo colocado–. ¿El Sr. Darcy ya ha regresado? –Sí, señora. El Sr. Boston lo estaba esperando y se introdujo en el despacho.
–Entonces, ¿de quién es ese carruaje? –indagó señalando a través de la ventana, sabiendo que el Sr. Boston siempre llegaba en su caballo.
–De las personas que lo acompañaban.
–¿Qué personas?
–El Sr. Coven, abogado del Sr. Willis, y la señora. –¿La Sra. Coven?
El mozo carraspeó nervioso y respondió:
–Me parece que era la Sra. Willis.
–¿La Sra. Willis?, ¿la Sra. Willis está en la casa? –inquirió azorada–. ¿Cuánto tiempo llevan en el despacho?
–Tres horas –respondió con inseguridad.
–Sra. Darcy, creo que las visitas ya se retiran –interrumpió la Sra. Reynolds al ver la reacción de su ama, preocupada por su agitación y divisando el carruaje que iniciaba el paso.
–Sr. Churchill, por favor dígale a mi marido que me gustaría tomar el té en su compañía.
–Enseguida, Sra. Darcy –respondió haciendo una venia y se retiró.
Lizzie cargó a su pequeña para que repitiera y se despertara para continuar dándole de comer en cuanto su marido se presentara.
Minutos más tarde, alguien tocó a la puerta y entró Darcy. La Sra. Reynolds se retiró, tras haber terminado de servir las tazas mientras su amo entraba y saludaba a su mujer. Darcy la besó en la frente y acarició delicadamente la mejilla de su hija que estaba comiendo, emitió un profundo suspiro y se sentó a su lado. –¿Cómo estuvo tu día? –indagó Lizzie mostrando una alegría que en realidad no sentía.
–Bien, ¿regresó el Dr. Donohue?
–No, parece que se presentó una emergencia por lo que vendrá hasta mañana, pero la Sra. Reynolds me ayudó a colocarme la venda.
–¿Y cómo se ha portado esta pequeña?
–Bien, extrañando al padre, aunque no como yo extraño a mi marido.
–Lizzie, perdóname por mi partida.
–Tengo que reconocer que no esperaba esa reacción de tu parte, tal vez sea bueno que me ponga los ungüentos que me recomendó la Sra. Churchill para que desaparezca la cicatriz.
–Tu cicatriz no me importa.
–Es posible que quieras que baje más de peso.
–No, no, sabes que no es eso. Recuerda que necesitas alimentarte bien para lograr tu completa recuperación, eso es lo más importante.
–Para mí también es importante saber que me sigues amando y recibir tu cariño todos los días.
–Sabes que te amo y que me gusta ser cariñoso contigo.
–También entiendo que ya has pasado mucho tiempo conmigo y que tienes que atender tus negocios, no quiero que te aburras.
–Lizzie, sabes que tampoco es eso. Te pido que comprendas que para mí está siendo muy difícil este tiempo de espera.
–Darcy, ya pronto estaré bien, pero extraño que me beses como lo hacías antes. Claro que yo también te puedo besar, pero me gusta más cuando tú lo haces.
Darcy se acercó y la besó tiernamente, tratando de mantener el control a pesar de que quería, necesitaba verter toda su pasión en su amada, complaciéndose al robarle algún suspiro a Lizzie.
Cuando él se separó, ella tenía los ojos cerrados y una sonrisa mágica, lo miró y acariciando su rostro le susurró:
–Nunca dejes de besarme.
Él tomó su mano y la besó con cariño, deseando permanecer a su lado.
–Ahora platícame de tu día. ¿Te fue bien en tu cabalgata?
–Sí, también visité el club de esgrima.
–¿Será por eso que hoy te ves más fuerte y apuesto? –indagó sonriendo al ver que su marido se sentía orgulloso–. ¿Alguna vez me invitarás a ver tus habilidades?
–Cuando el médico te autorice salir, con todo gusto.
–Estuviste mucho tiempo en el despacho, ¿encontraste todo bien?
–Sí... bueno. El Sr. Boston tenía pendiente revisar conmigo algunos contratos y tendré que verme con el Sr. Robinson para resolver unas dudas.
–¿Qué clase de dudas?
–Unas dudas que surgieron de los contratos que revisamos y que el Sr. Coven le entregó.
–¿Dudas referentes a la fábrica de textiles?
–No... están relacionadas con la fábrica de porcelana.
–¿Quién es el Sr. Coven?
–Es abogado.
–Nunca lo habías mencionado, ¿hace mucho que te presta sus servicios?
–No, en realidad lo he visto pocas veces.
–Y... ¿cómo lo conociste?
–Hace ya varios años en alguna reunión de negocios, pero lo dejé de ver hasta hoy. –¡Qué extraño que hayas recibido su visita! ¿O acaso hubo algún motivo importante? –Vino para mostrarme unos papeles.
–Los contratos de los que hablabas al principio. ¿Y de qué se tratan?
–¿Desde cuándo mi mujer se interesa tanto en los negocios? Mejor platícame cómo están los niños.
Lizzie bajó la mirada circunspecta, pero tenía que llegar al fondo del asunto.
–En vista de que no quieres profundizar en el tema, te diré lo que quiero saber –espetó, levantando su mirada penetrante–. ¿Qué hacía la Sra. Willis en la casa, en tu despacho, en una visita que duró tres horas?
Darcy resolló turbado, comprendiendo a qué quería llegar.
–Vino con su abogado, el de su marido, el Sr. Coven, a reclamar sus derechos sobre la sociedad que tenía con el Sr. Willis.
–¿Sus derechos? ¿Acaso ella tiene derechos sobre esa sociedad?
–Al parecer sí. Por no haber dejado descendencia algunas posesiones del Sr. Willis pasarán a manos de su legítimo heredero, si bien en su testamento ha dejado a la viuda la propiedad de Lambton y los derechos de la sociedad de la fábrica de porcelana ya que invirtió el dinero de su dote en el negocio, por acuerdo matrimonial.
–¡Vaya! Pero supongo que ella estará interesada en que le compres la sociedad y desaparezca de nuestras vidas.
–Se lo propuse pero no está interesada. Por eso quiero ver al Sr. Robinson lo antes posible. Quiero que revise esos documentos para demostrar su autenticidad y ver de qué manera podemos proceder: ella quiere seguir ejerciendo las funciones de su difunto marido y dice su abogado que está en todo su derecho. –¡Cómo! Entonces al morir su marido, ¿ella será tu socia? –indagó ofuscada.
–Así parece.
–¡Pero habrá alguna manera de sortear esta situación y...!
–Eso lo tengo que ver con mi abogado Lizzie.
–¿Cuándo lo verás?
–Mañana mismo, ya lo mandé llamar con el Sr. Boston.
–¡Cielos! –exclamó cubriendo su rostro con la mano.
–Lizzie, tienes que confiar en mí, suceda lo que suceda con la sociedad, si la veo será por motivos profesionales.
–Darcy, ¡todo esto es una trampa! ¡Ella no quiere el negocio, te quiere a ti! –increpó.
Stephany despertó sobresaltada por la agitación de su madre. Darcy la tomó en brazos y la paseó por la habitación mientras Lizzie se cubría llena de zozobra, sabía el peligro que corría su marido y tenía que mostrárselo claramente.
–¡Darcy, sabes que es una mujer temeraria que no se va a detener ante nada para cumplir sus objetivos, ella me odia y tú le gustas, me atrevería a decir que le fascinas!
–¿Tú crees que a mí me agrada la idea de que ella sea mi socia? –inquirió viéndola molesto–. Pero tengo que hablar con el Sr. Robinson, hacer lo necesario de cara a la ley, de lo contrario podría usar cualquier irregularidad en mi contra en el futuro.
–Entonces te pido que lo resuelvas pronto, no estaré tranquila hasta saber que esa mujer ha salido de nuestras vidas.
–Por eso mañana lo veré con el Sr. Robinson.
–Y si necesitas ver a esa mujer, aunque sea por motivos de negocios, te pido que estés acompañado de alguien, no te quedes solo con ella.
Los Sres. Darcy permanecieron en su habitación, recibieron la visita de sus hijos antes de que se acostaran y cenaron en silencio.
En Curzon Georgiana también cenaba en silencio, sola en su habitación, después de recibir una nota de su marido avisándole que permanecería cuidando de su paciente, en la casa de la Srita. Ford, ya que su padre había tenido otro infarto. Aun cuando había deseado no interactuar con él esa noche para evitar que descubriera su desconsuelo, la alternativa que se le presentaba era inquietante y no durmió sino hasta la madrugada, resonando las palabras de su primo y las de su marido: "gracias por tu confianza".

LOS DARCY: UN AMOR A PRUEBA.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora