Capítulo 24

1.1K 71 1
                                    

Cuando la cuarentena se había cumplido, el Dr. Donohue hizo una visita a su paciente, levantándole por fin el reposo absoluto, permitiendo que caminara en su habitación pero sin bajar escaleras ni realizar esfuerzos que pudieran complicar nuevamente su recuperación.
Por tal motivo, Darcy decidió que las navidades las festejarían en Londres y, por insistencia de su esposa, acompañados por la familia cercana, aunque Lizzie únicamente podía estar un rato durante la reunión. Por lo menos eso le daba tranquilidad a Darcy viendo que su mujer ya se sentía más recuperada y de mejor ánimo que los días anteriores, aunque le enfatizó la importancia de observar los cuidados dictados por el médico. La Sra. Willis, después de su descarada conducta había regresado a la casa, pero fue atendida por Bingley y por Boston los días que siguieron, hasta que se cansó del tema y al ver que el Sr. Darcy se había desafanado del asunto, pareció dar vacaciones a los señores y prefirió disfrutar de las delicias de la ciudad en plena temporada.
Jane pudo viajar a Londres con sus niños para alcanzar a su marido y festejar las fiestas con la familia. Kitty y la Sra. Bennet se hospedaron en Grosvenor aprovechando la ausencia de la Srita. Bingley, quien había sido invitada a conocer a los hijos del barón en su localidad.
Después de que Darcy ayudó a su mujer a arreglarse, la tomó en brazos para llevarla al salón principal. Sin duda no había recuperado todavía el peso de antes, pero estaba preciosa, él deseaba que se quedara así aunque fuera mayor la tentación. Decidió reservarse el piropo y lo expresó únicamente con un apasionado
beso al colocarla sobre el sillón.
A los pocos minutos los Sres. Donohue arribaron, teniendo que quitarse la nieve de los abrigos y los sombreros. Cuando se introdujeron al salón principal, Donohue bajó a Rose, quien salió "corriendo" –según sus capacidades– y, tras levantarse dos veces del suelo sin quejarse, llegó hasta Lizzie, quien estaba feliz de ver sus avances, mientras la madre la observaba con orgullo. Darcy la cargó para colocarla en su regazo y que pudiera recibir el abrazo de su tía.
Cuando los Sres. Gardiner se presentaron, la Sra. Gardiner abrazó con mucho cariño a Lizzie, deseando que pronto se completase su convalecencia, al tiempo que Mary bajó y saludó. El Sr. Gardiner no perdió oportunidad para hablar de las últimas noticias del momento con el Sr. Darcy, que siempre tenía algo que aportar:
–Sr. Darcy, tengo que felicitarlo, además de su nueva hija, por haber predicho que Napoleón no podría combatirnos en el mar. ¡Vaya derrota que hemos logrado con Nelson al frente de nuestras tropas navales en Trafalgar! Los franceses y los españoles los superaban en número y capacidad de fuego y aún así destruyeron sus flotas.
–Sin duda el almirante Nelson demostró ser un revolucionario de la guerra en el mar. Su muerte fue una lamentable pérdida para nuestro ejército, aun cuando ya habían alcanzado la victoria.
–Ahora que ya no está Nelson, ¿qué sucederá con la marina inglesa?
–Yo estoy seguro de que hay mucha gente igualmente capacitada en nuestras filas y que Napoleón lo pensará dos veces antes de intentar un confrontamiento en el mar. Nuestra hegemonía marítima está garantizada.
–¿Y qué cree usted que sucederá con la Tercera Coalición después de que Napoleón triunfara en la Batalla de Austerlitz sobre el ejército ruso–austríaco el pasado 2 de diciembre?
–Posiblemente desaparezca...
El Sr. Churchill interrumpió para anunciar la llegada de las Bennet y la familia Bingley. La Sra. Bennet se adelantó a su comitiva para acercarse prontamente a su hija y abrazarla cariñosamente.
–Mi querida Lizzie, me alegro de que tengas buen semblante. ¿Mi hija ya está mejor, Dr. Donohue?
–Ya está mejor, sin embargo no puede extralimitarse.
–Pero si ya debió cumplir la cuarentena. ¿Hubo otras complicaciones?
–Que se han atendido convenientemente, Sra. Bennet –intervino el Sr. Darcy, por lo que dejó de insistir en el tema.
–Me gustaría ver a mi nieta, y mis otros niños.
–Sí mamá, en un momento los mandaré llamar para que conozcas a Stephany y puedas saludar a sus hermanos –indicó Lizzie, haciendo señas al mozo para que llamaran a la Sra. Reynolds que estaba con la bebé y a la Srita. Madison que cuidaba a los niños.
–A mí me gustaría conocer al primo desaparecido, ¿asistirá a la cena? –indagó Kitty con indiscreción.
–Sir Bruce Fitzwilliam declinó la invitación, ya que pasará las fiestas en Rosings –aclaró Lizzie.
–¡Qué lástima! Dicen que es muy apuesto.
–Mi primo heredó las facciones de la familia de mi madre, en ocasiones nos han confundido pensando que somos hermanos –comentó Georgiana con inocencia, ocasionando, sin saberlo, que su marido endureciera la expresión al recordar la insistencia de sus visitas.
–Esperemos que no haya heredado nada de Lady Catherine –indicó Kitty ganándose una mirada reprobatoria de la señora de la casa, quien agradeció que el susodicho estuviera ausente.
Cuando la Sra. Bennet lo permitió, Jane se aproximó a su hermana y la abrazó con afecto. Con ella se acercó Diana con un presente para su prima que la madre recibió agradecida. Henry y Marcus permanecieron al lado de su padre hasta que vieron aparecer a sus primos, quienes se acercaron a saludar a todos, como les había aleccionado hacía unos momentos la Srita. Madison, y luego se retiraron felices con sus primos y Rose para continuar un rato más en el salón de juegos, ya que era un día de fiesta.
La Sra. Reynolds se acercó con ese bulto blanco que parecía dormir todo el tiempo, la Sra. Bennet se levantó para aproximarse y cargar a su nieta.
–¡Ay, el Sr. Bennet estaría fascinado con esta criatura! ¡Mi hija ha vuelto a nacer!, aunque Diana siempre será divina.
Lizzie sonrió, al reconocer que esa actitud de su madre siempre estaba presente, con ella dejaría este mundo.
Jane también se acercó y se emocionó de ver el parecido que tenía con su hermana, como si hubiera retrocedido en el tiempo y la volviera a conocer. La cargó, cuando se lo permitió la Sra. Bennet y Diana igualmente tuvo el gusto por unos minutos, mientras Lizzie recibía hermosos comentarios de todas las presentes.
–Stephany está preciosa y ha crecido desde la última vez que la vi –recordó Jane.
–Ha cambiado mucho pero su mirada sigue siendo la misma –indicó Lizzie.
–Es una criatura encantadora, sus ojos parecen brillar cuando escucha la voz de sus padres –indicó Georgiana.
–Seguramente será el dolor de cabeza del Sr. Darcy cuando crezca –comentó Kitty–, como Diana para el Sr. Bingley.
–¡Pero qué descortés de tu parte presagiar algo así! Además, estará rodeada de su familia, quienes la queremos, y tiene una herencia magnífica por ambas partes –dijo la Sra. Bennet.
–Si te refieres al patrimonio que recibirá cualquier hijo de los Darcy, es estupendo, y si te refieres a la herencia de la familia, no te olvides de incluir a Lydia.
–¡Ay mi pobre Lydia! Está muy sola, ha tenido que sacar a sus hijos adelante y tan lejos. Tal vez sea bueno proponerle que regrese a la casa mientras su marido continúe en la guerra.
–Yo pienso que lejos de ayudarla, así la vas a perjudicar más –reflexionó Lizzie–. El problema económico, aun cuando reciba recursos limitados, lo tiene resuelto con la paga que recibe del ejército.
–Lizzie tiene razón –espetó Jane.
–¿Y mis nietos?
–Ella debe hacerse responsable de la educación de sus hijos, si regresa a Longbourn lo único que vas a lograr es que se desentienda por completo de ellos y tú tengas que asumir esa responsabilidad. Por lo menos estando lejos los cuida y alimenta todos los días, porque no hay quien lo haga, pero en el momento en que le ayudes tus nietos tendrán que prescindir de su madre.
–Es posible que estés en lo correcto, pero es muy doloroso para una madre saber que una de sus hijas es infeliz con la vida que lleva.
–Una vida que ella se buscó, de la cual yo me salvé, aun cuando haya ocasionado tu disgusto –masculló Mary, sin que la Sra. Bennet se molestara en poner atención.
–Ahora debes agradecer que solo tienes la preocupación de Lydia, madre, y que Mary se encuentra entre nosotras –aclaró Jane, buscando la reconciliación entre las partes.
–Sra. Darcy, me comentaba la Sra. Gardiner que su parto estuvo complicado –comentó la Sra. Bennet para cambiar el tema de conversación, por lo que Lizzie narró su experiencia, sin mencionar las razones por las que se adelantó el trabajo de parto ni los detalles que eran incómodos en presencia de los señores.
Al término de su relato, la Sra. Bennet comentó:
–¡Ay, mi pobre Lizzie!, ya entiendo por qué el Dr. Donohue te ha pedido extremar los cuidados. Ese tipo de nacimiento es muy peligroso para la madre y de tu recuperación depende que se logren nuevos embarazos. Aunque con tus herederos ya no tienes de qué preocuparte.
La Sra. Bennet dirigió su mirada al Sr. Darcy como advertencia de que dejara en paz a su hija.
–¡Mamá!, eso lo decidiremos nosotros –aclaró Lizzie.
–Pero seguramente el Sr. Darcy será tan razonable como lo ha sido el Sr. Bingley con Jane.
Lizzie aspiró azorada, mirando a Darcy y luego al Dr. Donohue, quienes permanecieron circunspectos.
–Por cierto, a nuestra llegada vimos a la Sra. Willis, ¿es cierto que es la nueva socia del Sr. Darcy? – comentó Kitty sin reflexionar.
–¡Kitty! –masculló Jane para silenciar a su hermana.
Darcy frunció el ceño molesto por el recordatorio, observando que Lizzie bajaba la mirada para evitar responder.
–Me parece que es hora de cenar, la Sra. Darcy tiene que retirarse pronto a descansar –comentó Darcy haciendo alguna señal para que el lacayo hiciera lo propio.
Instantes después, el mayordomo apareció e indicó que todo estaba listo para la cena y, mientras pasaron al comedor, la Sra. Reynolds se llevó a Stephany. Darcy trasladó a Lizzie del brazo con paso lento y la sentó junto a su lugar para atender todas sus necesidades.
–¡Qué maravilloso sería tener un marido tan considerado! –exclamó Kitty viendo a los Sres. Darcy.
–Ojalá tomes en cuenta tu comentario si algún caballero te pide matrimonio –replicó Lizzie tomando asiento con la ayuda de su esposo.
–El ejemplo que yo he visto en esta casa me dio la fortaleza para tomar la decisión más importante de mi vida y derogar mi compromiso –explicó Mary viendo a su madre, quien hizo oídos sordos a su acotación, aun así continuó–: He comprendido que siempre has querido lo mejor para mí, pero me he dado cuenta de que es tiempo de que reflexione qué es lo que quiero hacer de mi vida y cómo lograrlo, debo tomar mis propias decisiones madre. Por lo menos estoy tranquila porque no he ocasionado más sufrimiento a tu corazón, como lo ha hecho Lydia, aunque sí tu desaprobación.
–Muchas gracias Mary –dijo sonriendo–, estoy persuadida de que algún día pasará y entenderá tu decisión. –Se necesita mucho valor para hacer lo que tú hiciste –declaró la Sra. Gardiner, oronda de su sobrina. –¡Vaya Mary! ¡Has cambiado desde que estuvimos en Escocia! –exclamó Kitty.
–Veo que tú no, querida hermana.
–¿Qué noticias hay de los Sres. Fitzwilliam? –indagó la Sra. Bennet, ignorando las anteriores glosas.
–La Sra. Anne continúa en reposo por su embarazo, según me escribió en su última epístola, pero ya pronto nacerá su bebé –indicó Georgiana–. Cuando Lizzie esté dada de alta y mi marido tenga disponibilidad en su trabajo, iremos con ellos para ayudarla en el parto.
–¿Cuándo será el bautismo de mi sobrina? –inquirió Kitty.
–En cuanto mi esposa esté recuperada –contestó Darcy con seriedad.
–Y ¿la dará de alta pronto, Dr. Donohue? –investigó la Sra. Bennet.
–En dos semanas volveré a revisarla para ver cómo sigue, aunque tal vez requiera más tiempo.
–¡Entonces conviene que nos quedemos todo enero, mamá! –afirmó Kitty–, a menos que quieras arriesgarte a regresar a Londres tan pronto lleguemos a Longbourn, y viajar con nieve es muy molesto.
–Kitty, no depende de nosotros –aclaró la Sra. Bennet–, es posible que Jane regrese a Derbyshire pasadas las fiestas...
–A menos que le pidas asilo a la Sra. Darcy.
–No, no quiero causar molestias a la Sra. Darcy ahora que está convaleciente.
–¿Esa es la verdadera razón? –cuestionó, sabiendo que a Mary era a quien quería evitar.
–Tía Meg –interrumpió Lizzie al ver tensión en el ambiente–, queremos aprovechar esta oportunidad para solicitarles que ustedes sean los padrinos de Stephany.
–¡Oh!, ¡será un gran honor, Lizzie! –exclamó la Sra. Gardiner encantada.
–¡Qué distinción! Muchas gracias, estaremos muy complacidos, será un placer Sr. Darcy –aseguró el Sr. Gardiner emocionado.
Darcy asintió con la cabeza mientras el Sr. Churchill se acercaba a sus amos anunciando que la Sra. Reynolds solicitaba la presencia de la Sra. Darcy en la habitación para alimentar a la bebé.
–Gracias Sr. Churchill, lleve el postre y el té de la señora a la alcoba –solicitó Darcy para luego dirigirse a su esposa tomando su mano con cariño–. Termina de comer.
Lizzie comió los tres trozos de pavo que le faltaban, bebió un poco de vino y le indicó que ya podían marcharse.
–Si nos permiten, la Sra. Darcy ya se retira. Los dejo en manos de la Sra. Donohue –indicó Darcy poniéndose de pie.
–Lizzie, espero que podamos hacerte una visita en los próximos días antes de partir de Londres –dijo la Sra. Bennet.
–Por supuesto mamá –respondió la señora de la casa mientras su marido le ayudaba a levantarse.
Los Sres. Darcy se marcharon y, al pie de la escalera, Darcy la tomó en sus brazos para llevarla a sus aposentos.
–Me siento muy extraña al dejar a todos los invitados a medio comer.
–Lo importante es que tú hayas comido bien, y ahora, después de alimentar a Stephany, quiero que descanses.
–¿Me acompañarás con el postre y el té?
–Será un placer.
Llegaron a la habitación agitada por el llanto de la bebé y, tras dejar a su esposa en el sillón, Darcy colocó a su pequeña en el regazo de su mujer para que la amamantara. Al escucharse un silencio tranquilizador, interrumpido solo por el eventual ruido de la succión, la Sra. Reynolds cerró la puerta.
–Darcy, ven y siéntate a mi lado.
Él dejó la ventana y fue a cumplir el deseo de su mujer.
–¿Quieres que te lea el libro?
–No, no tenía eso en mente. Me gustaría que cumplas el penúltimo encargo de la lista.
–Creí que ya lo había cumplido antes de la llegada de los invitados.
–Quiero que quieras besarme, quiero volver a sentir la pasión en tus labios, como lo hiciste hace un rato. –Quiero besarte, todo el tiempo y sin detenerme –declaró deseando que su necesidad de ella no fuera tan fuerte.
–A veces siento que tratas de evitarme, como ahora, ya no quiero que tengas reservas.
–Cómo no tener reservas si temo que al iniciar no pueda contenerme, me enloqueces.
Lizzie acercó su boca a la suya para tentarlo, él la besó con ternura, alejando con toda la voluntad que pudo reunir la pasión que amenazaba con desbordarse a raudales, deleitándose por los segundos que pudo saborearla, deteniendo sus manos que parecían escapar de su control. Darcy sabía que su mayor peligro era quedarse a solas con ella, por eso se había sentido con mayor libertad en el salón principal, porque sabía que estando allí tenía que detenerse, pero ahora...
Se separó jadeando, con el corazón saliéndose del pecho, anhelando continuar toda la noche como tantas veces lo habían hecho, pero sabía que eso no era posible.
–¿Qué te ha dicho el Dr. Donohue de mi recuperación? –espetó Lizzie.
–¿Qué me ha dicho? –titubeó, sin saber cómo contestar–. Que todavía necesitas los cuidados que tú conoces. –¿Podré tener más hijos? –indagó con los ojos llenos de lágrimas.
–Lizzie, tenemos una hermosa familia, mucho más de lo que algún día creímos recibir.
–¡No lo digo por eso! ¿Acaso tus reservas se deben a esa posibilidad?
–Siempre ha existido esa posibilidad, desde Frederick.
–Pero ahora...
–Ahora tienes que recuperarte y luego ya veremos.
–No quiero perderte –musitó rompiendo en llanto.
–Eso no sucederá –declaró abrazándola, deseando que no se angustiara, ya que tenía suficiente con su preocupación.

LOS DARCY: UN AMOR A PRUEBA.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora