Capítulo 13

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Lizzie se encontraba en el jardín columpiando a sus hijos cuando vio a lo lejos que se acercaba el Sr. Bennet, sintió una emoción enorme en su corazón con todo el deseo de correr y recibirlo con un abrazo, pero su abultado vientre se lo impidió, por lo que se resignó a avanzar con la lentitud de su paso, pero reconfortada por el cariño que alcanzaba ver en la mirada de su padre. Recordó la alegría que sintió cuando su papá la había sorprendido con sus visitas a Pemberley, hasta que dejó de hacerlo... al recordar la razón por la que ya no volvió, lo perdió de vista sintiendo una enorme tristeza en su interior que la sumió en un profundo dolor. –¡Lizzie! ¡Lizzie, despierta! –exclamó Darcy, preocupado al escuchar que su esposa lloraba lastimosamente en su sueño.
–Mi papá murió –explicó entre gemidos, reviviendo el sufrimiento que sintió con su pérdida.
–Sí Lizzie, pero yo me quedaré contigo –afirmó abrazándola, comprendiendo que ese sería un dolor que
estaría presente aun cuando ya habían transcurrido seis años del suceso.
–Lo extraño mucho.
–Sí, mi niña. Sí, corazón –indicó besándola en la cabeza para reconfortarla y acompañarla, sabiendo lo importante que había sido en su vida su progenitor.
Cuando Lizzie volvió a despertar, su marido se encontraba a su lado contemplándola y sintiendo en la mano los movimientos del bebé. Ella sonrió al ver que él había preferido quedarse con ella.
–Pensé que hoy cabalgarías.
Darcy la besó con devoción.
–¿Y perderme esta maravillosa sonrisa? –indagó observando a su mujer–. ¿Cómo has amanecido preciosa? –Con tu compañía, muy reconfortada.
Darcy acercó su boca para continuar con el beso, expresando todo su amor a través de las caricias de sus labios.
–Recuerdo todos y cada uno de tus besos –comentó Lizzie después de un largo suspiro.
–Eso no puede ser, te he besado noches enteras –declaró sonriendo.
–Gracias por hacerme profundamente feliz.
–Ojalá mi amor fuera suficiente para desaparecer el dolor que albergas en tu corazón –expuso acariciando su mejilla.
–Si no sintiéramos dolor, ¿cómo podríamos reconocer la felicidad?
Darcy la besó en la frente.
–Tu madre y tus hermanas ¿llegarán para la cena?
–No, tienen programado salir temprano de Longbourn para estar aquí a medio día, pasar la noche y recoger el vestido de novia. Mañana saldrán para Derbyshire. Espero poder hablar con Mary y hacerla recapacitar en su decisión.
–Entonces mis planes tendrán que esperar.
–¿Qué planes? ¿Acaso no recibirás hoy al Sr. Willis y su amigo?
–Sí, pero tenía la esperanza de que tu madre llegara a la hora acostumbrada y sacarte a pasear antes de su arribo.
–Y mañana es la boda del Sr. Windsor, pero el jueves ¿ya tienes saturada la agenda?
–No para mi esposa. Desde hoy cancelaré mis pendientes.
Ambos giraron la vista al vientre de Lizzie que se había modificado por el movimiento de su ocupante, haciendo desaparecer por unos segundos la perfecta curvatura.
–Parece que este pequeño está muy cómodo –dijo Darcy besando su seno–, como su padre. Podría quedarme todo el tiempo admirando a mi preciosa esposa, pero ya no es posible, a menos que organicemos a toda la casa para que cuiden de los niños.
–¿Toda la casa? ¡No son tan tremendos! –exclamó riendo.
–No todavía, pero ya pronto crecerán y serán tres, luego cuatro...
–Por lo visto no pararás hasta tener la casa llena de niños.
–Solo realizo la ilusión que mi esposa desea ver cumplida en la vejez.
–¡Vaya! ¡Qué sacrificado! Y de paso tú cumples tu mayor aspiración, siendo el hombre más feliz del mundo –se burló.
–¡Tú lo sabías desde antes de que nos casáramos, ahora no puedes quejarte! –declaró con una sonrisa que cautivó a su mujer.
–¿Y tus expectativas se han cumplido?
–Yo diría que han sido maravillosamente superadas –espetó besándola con devoción.
Los Sres. Darcy desayunaron en la alcoba en compañía de sus hijos, luego él se retiró a su despacho y Lizzie permaneció al cuidado de los niños, con la ayuda de la Sra. Reynolds, hasta que fue anunciada la llegada de Georgiana con su hija, quienes fueron recibidas con gran cariño de parte de la señora de la casa. Las damas y los niños pasearon en el jardín hasta llegar a los columpios.
–¿Christopher sigue mejor de la tos? –indagó Georgiana.
–Sí, nos ha dicho tu marido que ha mejorado, aunque es normal que tenga algunas recaídas. Su salud será más estable conforme crezca.
–Entonces paciencia.
–Reconozco que me asusté cuando empezó el dolor de oído y luego la tos. Me alegra que hayas venido, iba a
escribirte una nota para que vinieras. Tengo una propuesta para ti.
–Soy toda oídos –dijo sonriendo entusiasmada.
–Quiero hacer un catálogo de mis arreglos y necesito que me ayudes a dibujarlos. Claro que te pagaría por tu trabajo.
–¡Me encantaría!, aunque no tienes que pagarme.
–Insisto.
–¿Cuándo empezaríamos?
–Mañana es la boda del Sr. Windsor y el jueves lo tengo ocupado porque Darcy me sacará a pasear, pero el viernes después del almuerzo podríamos hacerlo. Le pediré al Sr. Churchill que me consiga las flores y haríamos un arreglo por día, por lo menos hasta que sea mi parto, luego ya veremos.
–¿Podría enviarte mañana el material que necesito?
–Por supuesto, le pediré a la Sra. Churchill que nos prepare una de las salas que dan al este para que tengamos mejor luz, podamos trabajar sin molestias y guardar todo.
–Es una idea estupenda. Me encanta tu nueva mecedora –comentó mientras tomaban asiento.
–Sí, fue un gran detalle de tu hermano. Georgiana, lamento mucho haberte hablado mal de Darcy la última vez que nos vimos, no debí...
–No te preocupes, creo que la impresión que me llevé no se compara con la que tuve después, al hablar del tema con mi marido.
–¿Por qué?
–Porque me dijo que eso era lo normal y que a él también le sucedía.
Lizzie suspiró.
–Siento que hayas tenido una discusión con tu marido por mi causa, en realidad es la segunda que provoco. –Lizzie, a ti te debo que esté felizmente casada con Patrick, así que tengo más que agradecer que disculpar. Ahora dime, ¿Darcy te llevó al teatro?
–Sí, me llevó al Lyceum Theatre para ver la exposición de Madame Marie Tussaud, fue fantástica.
–¿La francesa que hace figuras de cera?
–Sí, vimos varias de sus obras, parecen tan reales. Fue una tarde muy agradable, y el jueves le pediré que visitemos a mis tíos.
–¿Los Sres. Gardiner irán a la boda de Mary?
–Sí, tengo entendido que saldrán en unos días.
–Pensé que los invitarían hoy que estarán tu madre y tus hermanas.
–No... Tengo la firme intención de hablar con Mary y persuadirla de su decisión. Jane y yo estamos muy preocupadas por ella y no estamos de acuerdo con su compromiso.
–¿Por qué?
–Porque el Sr. Posset no es un caballero.
–¿Ella te lo dijo?
–¡La besó en este jardín, atrás de los matorrales!
–Bueno, si ya estaban comprometidos...
–El beso que se dieron no tiene nada que ver con el que Donohue te dio antes de tu boda, se parecería más al que indudablemente te dio después de casarse.
–¿Cómo lo sabes?
–Porque los vi.
–¿Nos viste?
–Sí, también los vi a ustedes, la primera vez que te besó.
–¡Qué vergüenza! –exclamó tapándose el rostro con las manos–. ¿Se lo dijiste a mi hermano? –indagó viéndola con timidez.
–No, por supuesto que no.
–Ahora, ¿qué fue lo que me ocultaste? –cuestionó Darcy a sus espaldas, por lo que Lizzie, sintiendo los rápidos latidos de su corazón, se giró para encontrarse con su marido, viendo que estaba serio pero con la mirada pícara.
–¡Darcy! –exclamó levantándose para saludarlo y cambiar de tema–. ¿Terminaste con tu reunión?
–Sí, ya terminamos, pero no me has respondido.
–Es algo que tu hermana me ha pedido discreción, pregúntaselo a ella. ¿Quieren un momento de privacidad?
–inquirió retirándose.
–Supongo que ya no tengo cómplice –afirmó Georgiana viendo a su cuñada de lejos.
–Supongo que ya no la necesitas –espetó Darcy pasando el brazo sobre sus hombros y emprendiendo el paso–. Georgiana, sé que en el pasado fui muy duro al querer corregir tus errores y te pido una disculpa, pero recuerda que siempre ha sido porque te quiero y deseo lo mejor para ti, deseo que seas feliz.
–Sí, lo sé, aunque también debes comprender que ya soy una mujer casada, responsable de mis decisiones. –Y que ahora el responsable de tu felicidad es otro. ¿Te has podido arreglar convenientemente con tu marido?
–Sí, todo va mejor entre nosotros.
Darcy guardó silencio esperando que su hermana ampliara más su explicación, pero no lo hizo, por lo que él continuó:
–Supongo que también es sano que ustedes se reserven los asuntos de su intimidad, pero hay algo que sí te quiero pedir –dijo deteniendo su paso para girarse y ver de frente a su hermana, quien lo observaba con atención–. Cualquier cosa que necesites, cuando lo necesites, pídemelo, confía en mí. Tú sabes que mi familia y tú son lo más importante que tengo en la vida y puedes contar conmigo para lo que precises. –Gracias Darcy, así lo haré.
Se encaminaron en silencio a donde se encontraba Lizzie con la Sra. Reynolds y los niños.
–Estos pequeños ya necesitan un cambio, por lo tanto el paseo ha terminado –declaró Lizzie tomando las manos de sus hijos y encaminándose a la casa.
–¡Sra. Elizabeth!, necesito un momento de su atención –indicó Darcy circunspecto, provocando que su esposa se girara y lo mirara con recelo.
Lizzie soltó a los pequeños al tiempo que la Sra. Reynolds los tomaba y Georgiana cargaba a Rose, mirando a su hermano con aprensión. Luego las señoras se retiraron dejando al matrimonio a solas.
Darcy se acercó lentamente sin apartar la vista de su mujer, quien se quiso anticipar al inminente enfrentamiento.
–¿Te dijo algo tu hermana?, ¿te comentó lo que te oculté?
–No.
–Darcy, no te enojes conmigo, en realidad me lo reservé desde hace varios años pero ya no tiene importancia, en realidad nunca la tuvo –afirmó con turbación en la mirada mientras él tomaba sus brazos–. Para tu tranquilidad, si quieres te lo digo...
–Sra. Elizabeth, he querido pedirle unos minutos de su tiempo para cumplir con el propósito de venir a buscarla...
–Y... ¿cuál es ese propósito? –musitó temerosa, rompiendo el sigilo que se había perpetuado entre ellos, sin comprender a lo que se refería.
Darcy se acercó más para capturar sus labios y besarlos cariñosamente, dejando a su mujer más confundida con lo que pasaba. Él la invitó a confiar profundizando en el beso a la vez que la ceñía con devoción, diciéndole a través de sus caricias el amor que sentía por ella.
–Me gusta su propósito, Sr. Darcy –logró decir ella cuando se separó.
–Ese era el más importante. Desde que me tienes a dieta, solo pienso en ti y en la forma en que pueda besarte.
–¿Entonces son dos?
–El segundo ya no es tan agradable –indicó retomando el paso mientras la llevaba de su brazo.
–¿Estás enojado conmigo?
–No, aunque nada se puede comparar con tu cercanía. Se trata de una noticia: pronto se abrirán las puertas de la tienda de productos de porcelana y de productos textiles en Cambrigde.
–¿En Cambridge? ¡Darcy, es una maravillosa noticia! –exclamó abrazándolo.
–Acabamos de firmar el contrato, aunque me están invitando a la inauguración.
–¿Tendrás que irte pronto? –indagó reflejando su preocupación.
–¿Y dejarte a unas semanas del parto? ¡No! Le dije que yo estaré disponible para viajar una vez que haya nacido mi hijo y que mi mujer se haya recuperado. La estamos programando para enero.
Lizzie sonrió al comprobar que sí había pensado en ella y lo besó, sintiendo su cariño en su abrazo.
–Aunque tú has ofrecido algo que no has cumplido –señaló Darcy ufano–. Ni siquiera con tus besos lo olvidaría.
–¿A qué se refiere, Sr. Darcy?
–Algo que en realidad ya no tiene importancia pero que Georgiana ha querido reservarse y que tú has renunciado a seguir escondiendo.
–Te lo revelaré si prometes hacer lo mismo.
–¿Antes lo ofreciste y ahora me condicionas?
–¿Te quejas sin conocer el secreto? –se burló–. ¿Tan poco confías en mí?
–Entonces te daré mi voto de confianza.
–Los vi la primera vez que Donohue la besó un día antes de su boda.
–¿Y quieres que yo los vea besarse? –contestó frunciendo el ceño, sorprendiendo a Lizzie por mostrarse molesto.
–¡No! Me gustaría que me besaras como lo hiciste la primera vez, ¡pero si no quieres no lo hagas! –dijo resentida, caminando para alejarse.
–¿Y quién ha dicho que no quiero? –inquirió cogiéndola del brazo para detenerla.
–Por favor Darcy, conozco la expresión de tu rostro cuando algo te molesta.
–Tu petición no me ha molestado, en absoluto. Discúlpame por mi reacción, solo que estoy preocupado por Georgiana.
–¿Por qué?, ¿te dijo algo?
–No, solo que va mejor con su marido.
–¿Y eso te preocupa?
–Sí, cuando no he podido descartar una infidelidad.
–¿Lo has estado investigando?
–Sí.
–Pero tampoco la han confirmado.
–No.
Lizzie suspiró, comprendiendo cómo se sentía.
–Y si yo te dijera la razón de su alejamiento, ¿te quedarías un poco más tranquilo?
Darcy asintió circunspecto, rogándole con la mirada que accediera.
–Bueno, supongo que te lo puedo decir a grandes rasgos. Creo que todo fue a causa del acoplamiento natural que tiene un matrimonio y su relación de pareja a raíz del nacimiento de su primer hijo.
–Ah... –expresó, recordando cómo había sido en su caso–, entonces tú no crees que...
–No, en absoluto.
–Pero tú aceptaste estar conmigo a los dos o tres meses de que nacieron nuestros hijos. Ellos... supongo que toda la lactancia...
–Sí, fuiste muy afortunado de que yo me diera cuenta pronto de mis nuevas condiciones y las supiera manejar. Seguramente con Georgiana fue diferente y su marido, como médico, quiso darle tiempo y ella lo entendió como un alejamiento o desinterés que no aclaró a tiempo, complicándolo todo.
–Y ¿desde cuándo lo sabes?
–Desde que los niños estaban enfermos en casa de Georgiana, por algún comentario que hizo Donohue en una de sus visitas.
–¡Vaya! Debo hacerte caso cuando estás tan tranquila... ¿Y tú crees que ese acomplamiento natural se repita en el nacimiento de un... tercer hijo? –inquirió, refiriéndose a su situación, reflejando su sosiego.
–No, si ya sabes cómo manejarlo –declaró con una sonrisa que lo invitaba a devorarla, por lo que la besó con pasión.
Al cabo de un rato, se separó jadeando y le dijo:
–Perdón Sra. Darcy, su petición incluía un beso similar al primero que recibió, ¿cierto?
–Cierto –indicó sonriendo.
–¿Puedo saltarme los preámbulos? –concluyó acercándose para cumplir su solicitud.
Cuando los Sres. Darcy regresaban a la casa escucharon el ruido de un carruaje y a los pocos minutos los encontró el Sr. Churchill para anunciar la llegada de las Bennet, por lo que se encaminaron al salón principal para recibirlas. Darcy las saludó y se retiró a su despacho mientras Lizzie las conducía a sus habitaciones, quedándose en la alcoba de Mary para descansar un rato y platicar con ella, aunque su hermana no conocía sus verdaderas intenciones.
-¿Puedo sentarme un momento? La espalda me está matando –indicó Lizzie llevándose la mano donde
simuló sentir el dolor.
–¿Quieres que llame a tu marido?
–No gracias, solo necesito un poco de descanso, he estado en el jardín largo rato.
–¿Te sirvo un vaso con agua?
Lizzie agradeció mientras observaba los movimientos de su hermana.
–Siempre he admirado que tengas todo listo en perfectas condiciones, ojalá yo llegue a ser tan buena ama de casa –comentó Mary.
–Mi secreto radica en tener personas competentes a mi servicio.
–Pero seguramente has de supervisar que todo esté en orden.
–Sí, en alguna época de mi vida como la Sra. Darcy. Por el momento debo confesar que mi supervisión se limita a mi marido, a mis hijos y a mi embarazo, la casa se la he confiado a los Sres. Churchill.
Mary le entregó la bebida y tomó asiento a su lado.
–Mary, ¿has pensado en lo que hablamos del Sr. Posset?
–Sí, en realidad... –Mary bajó su mirada para ocultar el brillo de sus ojos que no pasó inadvertido para Lizzie–. Hablé con él y se disculpó conmigo, me dijo que tenía toda la razón y que se comportaría con el decoro que se espera de él para demostrarme el amor que me tiene, y ha cumplido su palabra.
–¿Hablaste con él? –preguntó azorada, deseando no escuchar lo que su hermana le confiaba–. ¿Y qué le dijiste?
–Le dije que no me parecía correcto su comportamiento y le pedí que tuviera más respeto a mi persona. –Hasta el día de la boda –masculló.
–¿Cómo?
–Quiero decir...
Lizzie apoyó el codo en el brazo del sillón para recargar su cabeza y cubrir su rostro por unos momentos para no reflejar su turbación, pensando en que Mary le había puesto a su prometido las condiciones para que su compromiso continuase, pero no para asegurar un matrimonio venturoso: ella estaría a expensas de ese hombre una vez que estuvieran casados. Se lamentó que su hermana fuera tan inocente.
–Lizzie, ¿te sientes bien?
–Sí, solo es un pequeño mareo. Hace demasiado calor.
Mary se levantó para abrir más la ventana y que el aire entrara con libertad.
–¿Y pudiste observar su comportamiento con los demás? –continuó Lizzie cuando pudo hablar con cierta tranquilidad.
–Cuando viajamos a Escocia y conocimos a su hermana, él la trataba con cortesía aunque ella era muy indiferente hacia él, como si le guardara rencor; pero él me confesó que había sido porque se negó a darle su consentimiento para casarse con algún empleado de la hacienda, un matrimonio completamente inadecuado. Recuerdo que sus trabajadores lo trataban con respeto...
–Supongo que como a cualquier amo. ¿Hablaste con alguno de ellos?
–No, no tuve oportunidad, pero le he pedido que, en cuanto lleguemos a la hacienda, quiero hablar con los más allegados de la familia. Tengo que empezar a conocerlos si he de dirigirlos en unas pocas semanas.
–¿Y qué te dijo?
–Que no debo preocuparme por pequeñeces, que tendré mucho tiempo para hacerlo después.
–¿Pudieron conocer alguna amistad de él, además del Sr. Morris?
–No, solo las que pudimos saludar afuera de la iglesia los domingos que asistimos, y el Sr. Morris lo ha llenado de recomendaciones.
–Sí, me imagino. Y ¿qué vas a hacer con tus libros, con tu investigación?
–El Sr. Posset aprueba que yo continúe disfrutando de los libros y realizando mi investigación mientras llegue un heredero. De hecho autorizó que me llevara mis libros para ampliar la biblioteca de la finca y prometió ir alimentándola todavía más con el tiempo.
–Todo suena muy conveniente...
Lizzie fue interrumpida por alguien que tocaba a la puerta, suspiró profundamente deseando que pudiera terminar esta conversación cuando Mary permitió el acceso a la Sra. Churchill.
–El Sr. Posset espera en el salón principal.
–¿Ya llegó? –indagó Mary tratando de ocultar la enorme emoción que sentía sin lograrlo, se puso de pie para mirarse en el espejo y acomodarse el peinado.
Lizzie se levantó para seguir a su hermana que tenía prisa de llegar, obligándola a acelerar el paso para arribar con ella, en caso de que la Sra. Bennet no hubiera bajado todavía. Efectivamente, el Sr. Posset estaba solo y saludó con cortesía a las damas, una muy emocionada y la otra con la respiración agitada aunque ambas guardando la perfecta compostura. Los tres tomaron asiento, hablaron del clima e hicieron los comentarios que exigía la etiqueta mientras esperaban el arribo de la suegra y el té que el Sr. Churchill trajo minutos después. En cuanto la Sra. Bennet hizo acto de presencia, la señora de la casa se disculpó para encontrarse con su marido y librarse por unos minutos de la farsa que tenía que representar por el bien de su hermana: hasta que no pudiera acabar esa conversación no podía expresar sus recelos hacia ese hombre. Lizzie tocó a la puerta del despacho y entró en silencio. Al verla, Darcy dejó su pluma y se puso de pie, preocupado al ver el semblante de su mujer.
–¿Qué sucede?
–Darcy, tienes que hablar con el Sr. Posset –pidió con angustia.
–¿Ha pasado algo? ¿Te ha faltado al respeto? –indagó acercándose.
–No, al menos a mí no. Mary piensa que es un hombre respetable pero yo sé que no lo es, de nada sirvió todo lo que le dije hace unos meses y ahora está más enganchada que antes. Dice que habló con él para pedirle que la respetara, algo que debió hacer siempre si fuera un caballero, seguramente se comportará con decoro hasta casarse con ella y luego saldrá el verdadero Sr. Posset, que hará infeliz a mi hermana, cuando la situación ya no tenga remedio.
–Entonces hablaré con él –indicó para tranquilizarla–, invítalo a cenar y aprovecharé cuando me quede con él en el comedor. Aunque, necesito saber algo –dijo con cautela, observando la mirada de su mujer, quien se ponía en sus manos con toda su confianza–, ¿qué tanto ha comprometido la virtud de tu hermana?
–Hasta donde yo sé, no. ¡Espero que no!
Lizzie se cubrió el rostro con las manos deseando que su hermana no hubiera caído en la trampa de ese hombre.
–Darcy, ¿recuerdas el libro de Leonardo Da Vinci, el que regresaste a la biblioteca? –inquirió descubriendo el semblante lleno de turbación.
–Sí –respondió, sin saber por qué venía a colación.
–Mary lo pidió prestado, ¡estaba interesada en esa página! Cuando mi madre lo supo, me pidió que guardara el libro, pero no sé si...
Darcy la abrazó para darle consuelo y trató de sosegarla con palabras, pero percibió su nerviosismo en la mano cuando se la tomó para conducirla al salón principal, donde se escuchaban las alharacas de la Sra. Bennet y de Kitty. El silencio se hizo presente cuando ellos se presentaron, mientras los convidados los recibían de pie. Ambos se inclinaron y todos tomaron asiento al tiempo que el Sr. Churchill ofrecía el té a sus amos.
–El Sr. Posset nos comentaba todo lo que tuvo que hacer para que finalmente le entregaran el anillo de bodas que usarán, era de su madre y necesitaba alguna reparación –indicó la Sra. Bennet–. Recuerdo que yo usé el de mi suegra hasta que ya no me entraba y nunca lo mandamos agrandar. Eso nunca sucederá contigo, querida Lizzie.
–¿Lo dices por el dinero o porque nunca engordará? –se burló Kitty.
–¿La costurera te confirmó la hora en la que vendría, Lizzie?
–Sí, me dijo que a las cuatro.
–Yo también quiero probarme mi vestido.
–¿Por si ha subido tu talla? –ironizó Kitty.
–Normalmente adelgazo cuando una de mis hijas se casa, como si yo fuera la prometida, ¡me pongo tan nerviosa! Y quedó de entregar el ajuar de la novia.
Mary se sonrojó al sentir que todos la observaron.
–Esperemos que sea de su agrado, Sr. Posset –comentó Kitty, sabiendo que su hermana había escogido unos modelos muy recatados para su gusto–. ¿Cómo habrá sido el ajuar de la Sra. Darcy? –masculló, ganándose un vistazo reprobatorio de Lizzie, quien no se percató de la mirada lasciva que le dedicó el Sr. Posset.
–¡Sr. Posset! –exclamó el Sr. Darcy para llamar su atención en un tono más fuerte del que la cortesía permitía–, espero que nos acompañe esta noche a cenar –dijo rechinando los dientes, solo para cumplir la promesa hecha a su mujer, deseando que se fuera de su casa lo más pronto posible.
–Lo siento –comentó el Sr. Posset–, ya tengo un compromiso...
–Pero, Sr. Posset, seguramente no habrá problema en que usted nos acompañe si iniciamos la cena más
temprano –intervino la Sra. Bennet–, mañana saldremos hacia el norte y no habrá otra oportunidad, ¿verdad Lizzie? Mary quedará muy complacida de que usted nos acompañe.
El Sr. Posset endureció el rostro notablemente, pero guardó silencio, otorgándole la razón a su suegra. –Entonces, creo que es hora de irnos a recoger lo que falta –comentó la Sra. Bennet–. Ojalá que todos tuvieran el servicio de la Sra. Stanier.
–Si así fuera, tendrías que buscar otro pretexto para salir –indicó Kitty.
Todos se pusieron de pie y el Sr. Posset escoltó a las Bennet al carruaje para hacer los últimos encargos mientras los señores de la casa los veían alejarse.
–Lizzie, me gustaría que cenaras en la habitación –sugirió Darcy pasando su brazo sobre sus hombros. –¿Por qué?
–No me agrada ese hombre, no quiero que estés cerca de él.
–¿Y mi madre y mis hermanas?
–Yo me encargo de ellas, hablaré con el Sr. Posset y si es necesario también con la Sra. Bennet.
–Si hablas con mi madre, yo quiero estar presente.
Darcy asintió mirando al horizonte.
Cuando las Bennet regresaron, un poco más tarde de las cuatro, se introdujeron a una de las habitaciones para hacer la prueba de los vestidos mientras Darcy y el Sr. Posset fueron a cabalgar por los alrededores.
La cena se programó para servirse a las cinco, en atención al Sr. Posset, pero fue imposible que la costurera terminara a tiempo por lo que las Bennet se presentaron una hora después y disculparon a la Sra. Darcy que se había ido a recostar. Darcy invitó a los presentes a dirigirse al comedor, cumpliendo con todas sus obligaciones como buen anfitrión y llevando una conversación de temas de interés general con el Sr. Posset aun cuando Kitty insistía en abordar el tema del recién aparecido Bruce Fitzwilliam sin disimular el deseo que tenía de conocerlo. Darcy esperó que Posset se delatara en algo cuando pudieran llevar un diálogo en privado y guiar la plática a temas más propios de caballeros.
Lizzie comió un poco del postre que le habían llevado con la cena, deteniendo la lectura y acariciando su vientre. El dulce estaba delicioso, habían preparado especialmente para ella el que ofrecieron el día de su boda, su favorito, pero la preocupación por su hermana no cesó. Apartó el plato y tomó un sorbo de agua pensando en lo que estaría aconteciendo en su comedor. Suspiró deseando saber cómo su marido abordaría el tema con el Sr. Posset y el resultado de su entrevista, sabiendo que se estaba jugando el futuro de Mary. Recordó la angustia que sintió cuando leyó las cartas de Jane, donde relataba lo que había sucedido con Lydia y la manera en que había echado a perder su vida. Hoy podía agradecer la intervención desinteresada del Sr. Darcy que ayudó a solucionar el problema y evitó que el escándalo deshonrara a toda la familia, rezaba para que esta vez Darcy también pudiera hacer algo para impedir este matrimonio, que pudieran convencer a Mary de lo inadecuado que era su prometido a pesar de que su madre no apoyara su réplica. Pensó en Jane y en el apoyo que recibió de ella en esos días y en todos los momentos difíciles de su vida, anhelando poder contar con su cercanía, su optimismo y su bondad, pero estaba tan lejos y hacía tanto tiempo que no la veía. Se dio cuenta de cuánto la extrañaba y la falta que le hacía, deseó poder subirse al carruaje y viajar hasta verla, pero sabía que eso no era posible: su embarazo no lo permitía y tampoco la salud de Christopher. Necesitaba platicar con ella, reír con ella, llorar con ella, recordar con ella, como por tantos años lo habían hecho juntas, pero por el momento no podía ser... Y pedirle que la visitara tal vez fuera difícil, además de que su madre y Mary viajarían a Starkholmes en caso de que... "Ojalá no sea necesario ese viaje, pero si lo es..." pensó angustiada, sabiendo que Mary necesitaría más el consejo de Jane que ella su compañía.
Su vientre recibió una fuerte patada recordándole que su alumbramiento estaba cada vez más cerca, sintió mucho miedo de enfrentarse nuevamente a esa situación inevitable. ¡Cómo desearía que su hermana pudiera acompañarla para darle su fuerza y su confianza!, pero sabía que tendría que prescindir de ella para salir adelante, agradeciendo, por otro lado, el marido que el cielo le tenía reservado y con quien podía contar en todo momento.
Se levantó y caminó hasta la cómoda de donde sacó lo necesario para escribirle a Jane mientras regresaba su esposo con noticias.
"Querida Jane: En estos momentos Darcy está hablando con el Sr. Posset, tengo la esperanza de que pueda descubrir algo que nos ayude a convencer a Mary de que desista de su compromiso. Estoy muy preocupada: hablé con ella a su llegada y está más enamorada que antes, me confesó que habló con él para pedirle que se comportara con mayor respeto. No podía creerlo cuando la escuché, en pocas semanas ese hombre tendrá derecho absoluto sobre su esposa y ninguna ley la amparará, no sabemos si es digno de confianza y estarán tan lejos de nosotros que no podremos ayudarla.
Mañana hablaremos con mi madre y Mary, rezo para que podamos presentarle argumentos más sólidos y hacerla recapacitar en su decisión, de lo contrario, continuarán el viaje hacia Starkholmes y tú... Deseo tanto evitarte la pena de enfrentarla, pero tendrás que hacerlo, por su felicidad y la tranquilidad de toda la familia. Te extraño tanto, ha pasado mucho tiempo desde la última vez que nos vimos y ahora desearía contar con tu compañía, pero sé que es importante que ayudes a Mary en caso de que... no quiero ni pensarlo.
No deseo preocuparte más, salvo esa gran inquietud todos estamos bien, esperando el momento en que nazca nuestro bebé, me gustaría tanto que estuvieras conmigo... Dale un enorme abrazo y un cariñoso beso a tus hijos de mi parte.
Lizzie".
La hora del oporto llegó y las damas se retiraron al salón.
–Espero que me conceda unos minutos, si todavía se lo permite su siguiente compromiso –solicitó Darcy pidiendo privacidad al mozo y al notar que su invitado observaba su reloj de bolsillo.
–Por supuesto –contestó frunciendo el ceño–, aunque imaginé que querría ver a su esposa.
–La Sra. Darcy está debidamente acompañada, en caso de necesitarme ya me habrían mandado llamar. Sin embargo, es reconfortante tener a alguien con quien conversar de otros temas que no sea la boda inminente o mi desaparecido primo, sobre todo usando esos tonos de voz que a veces sacan de quicio.
El Sr. Posset se rió.
–En eso estoy de acuerdo con usted. Pensar que tendré que soportar sus alharacas todo el camino hacia el norte y otros días más hasta mi boda. Agradezco que la Srita. Mary no haya heredado esa cualidad de su madre.
–Igualmente lo digo por mi mujer.
–¿Cómo es que ha soportado esa situación, por siete años?
–Casi ocho. A veces yo me hago la misma pregunta –dijo banalmente–. Supongo que teniendo ciertos escapes como los de este momento. Afortunadamente en Londres hay muchas opciones, lo contrario de Pemberley.
Darcy lo observó con atención, para ver si picaba el anzuelo.
–Suponía que Pemberley tenía un sinfín de atractivos. He escuchado maravillas de su hacienda y de toda la comarca, demasiados comentarios de la Sra. Bennet.
–Sí, en realidad tiene casi todo lo que un hombre pudiera desear.
–¿Casi todo? Yo he vivido en el campo prácticamente toda mi vida y he disfrutado de él en todos los sentidos, aun cuando no vivo entre los lujos a los que usted está acostumbrado. Supongo que tal vez extraña asistir al teatro, practicar la esgrima en su club. Mary me ha platicado que gustan de asistir a los museos y a las bibliotecas.
–Sí, entre otras cosas, pero supongo que usted sí me entenderá que hablo de lugares que un hombre acostumbra visitar solo, o con algún amigo, a buscar buena compañía.
–Bueno, entenderá que yo no tengo conocidos en Londres, aunque he sabido de algunos lugares en los que asisten los caballeros. No recuerdo su nombre...
Darcy sonrió al ver que tal vez ya lo tenía.
–El White ́s o el Brooks ́s –dijo al fin el Sr. Posset, conservando a propósito su inocencia.
–Hace mucho que no voy a esos lugares, supongo que ahora mis necesidades son otras.
–Y dígame, ¿qué lugares son los que acostumbra visitar, si no son los que ya hemos mencionado?
–Hay varios, muchos de donde escoger, así como la compañía. Tal vez usted esté interesado en visitar alguno esta noche y pueda decidir entre la amplia variedad de "damas".
–¿Damas?, ¿acaso usted está sugiriendo un...? –indagó mostrándose escandalizado–. Pensé que... pensé que con la hermosa mujer que tiene, no estaría interesado en...
Darcy endureció su expresión al escuchar el comentario dirigido hacia su esposa, frustrado por no haber conseguido sacarle información valiosa, aunque todavía le quedaba una carta por jugar.
–Soy hombre, como usted y todos los del reino –indicó, aun cuando las palabras le pegaron en su
conciencia–. Y usted, ¿en qué invierte su tiempo libre?
–En el futbol y juegos de montaña, además de la cacería y la esgrima.
–Tal vez algún día podamos enfrentarnos a un combate. Supe que su madre murió hace relativamente poco. –Sí, a fin de año, de tuberculosis.
–¿Y su hermana? –indagó observando que el Sr. Posset giraba su cabeza para mirarlo con asombro–. ¿Se ha recuperado de la pena?
–Sí, supongo que sí –respondió relajando su expresión–, aunque hemos tenido varios altercados, ha querido casarse con un hombre que es inapropiado para ella –explicó, recordando la versión que le había dicho a su prometida–. Pero la he hecho entrar en razón.
–Dice que siempre ha vivido en el campo, ¿ha recibido algún tipo de instrucción además de la que requiere para administrar sus tierras?
–Sí, mi padre nos proveyó a mi hermana y a mí de instructores calificados, además de asistir a las escuelas públicas y a la Universidad de Aberdeen.
La puerta sonó y el Sr. Churchill entró.
–Sr. Darcy, la Sra. Bennet insiste en que les informe que el té ya está servido en el salón.
–Ahora vamos –dijo mientras observaba que el Sr. Posset emitía un profundo suspiro, no supo si por librarse del interrogatorio o por la idea de estar con la Sra. Bennet.
–¿Otra copa de oporto?
–No gracias, tal vez sea conveniente que acompañemos a las señoras, aunque sea un momento.
Los caballeros se dirigieron al salón principal y el Sr. Posset los acompañó cinco minutos, apenas dio un sorbo a su taza, envió saludos a su anfitriona y se retiró mientras el Sr. Darcy hacía una pequeña señal a su mayordomo para que cumpliera con sus instrucciones. Al cabo de dos minutos, Darcy se disculpó y se retiró a su habitación.
Lizzie estaba despierta, esperando a su marido mientras observaba por la ventana el carruaje que se alejaba de la casa. La puerta se abrió y se giró para encontrarse con Darcy.
–¿Pudiste hablar con el Sr. Posset?
–Sí, aunque no pude sacarle nada en concreto, sin duda es un hombre inteligente, porque no tiene nada de inocente –indicó al recordar la mirada que le dedicó a su mujer, imaginando todo lo que pudo pasar por su cabeza con el insensato comentario de su cuñada, viendo en su mente las imágenes que él tenía cuando su esposa le permitió contemplarla usando esas delicadas prendas.
–¿Entonces?, ¡ya se fue! ¿Qué vamos a hacer?
–Esperar, esperar un poco.
–¿Cómo?
–Le pedí al Sr. Peterson que lo siguiera junto con dos lacayos en un coche de alquiler. Si es lo que pensamos que es, no desaprovechará una noche en Londres y podremos hablar con tu madre.
–Darcy, mañana se van.
–Lo más probable es que no necesitemos mucho tiempo, tal vez una hora o dos, si es que tiene un compromiso antes con otra persona.
–¿Y si no asiste a esos lugares?
–Tengo otra opción, que espero no tener que utilizarla.
Los Sres. Darcy esperaron por un par de horas a que sonara su puerta, pero Lizzie cayó vencida por el sueño y la puerta sonó hasta casi la media noche. Darcy salió al pasillo y se encontró con el Sr. Churchill.
–El lacayo lo espera abajo, señor.
–¿El Sr. Peterson viene con él?
–No señor.
Darcy agradeció y se encaminó a entrevistarse con el muchacho para recibir el recado que el Sr. Peterson le mandaba. Ambos entraron en el despacho y el amo preguntó:
–¿Ha mandado algo el Sr. Peterson?
–Sí señor –contestó entregándole una hoja lacrada que Darcy abrió y leyó:
"El Sr. P. recorrió algunas calles de la ciudad y se introdujo en el bar ubicado en la calle X y esperó por una hora, aparentemente impaciente y molesto ya que sus modales fueron olvidados al tomarse la primera copa. Después se retiró nuevamente en su carruaje y lo seguimos hasta el hotel donde se hospeda, de donde no ha salido hasta esta hora en la que le escribo. Permaneceremos aquí, como usted nos indicó, para vigilar sus
movimientos".
–¿Le puedo ayudar en algo más, señor? –indagó en cuanto su patrón terminó la lectura.
–No, gracias, puede retirarse a descansar.
Darcy se asomó a la ventana observando la oscuridad de la noche y percibiendo el olor a humedad que amenazaba la lluvia que caería pronto: así menos iba a salir ese hombre de su refugio, por lo que fracasaría con el segundo plan que había tenido en mente. Las oportunidades de cancelar esa boda eran cada vez más escasas, pero estaba obligado a hacerlo. Ojalá el Sr. Peterson pudiera hacer indagaciones entre la servidumbre del hotel y encontrar alguna pista, por lo pronto no podría hacer nada más, solo irse a descansar, por lo que cerró bien la ventana, tomó una vela y subió a su alcoba.

LOS DARCY: UN AMOR A PRUEBA.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora