Capítulo 35

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El alba apenas se asomaba en el horizonte, una paloma blanca se posó sobre la tumba de la que había sido dueña y señora de esas tierras hasta hacía pocos días. El hombre vestido de negro, cubierto por una elegante capa que ondeaba con el viento, se despedía otra vez de su amada, sin poder aceptar que había partido y que se había quedado solo. Emprendió el paso hacia la mansión en la que había vivido como amo y señor desde hacía poco más de un año, misma que todavía se encontraba a oscuras en aparente silencio y tranquilidad, sin saber lo que en realidad sucedía en esos momentos en su interior.
En una de las habitaciones, Darcy gimió a coro con su esposa, desahogando nuevamente la pasión que sentía en su interior mientras percibía las palpitaciones en lo más íntimo de su ser y una felicidad que solo podía obtener a su lado. Ella estrechaba la mano que la incitaba amorosamente y que la había hecho enloquecer hasta las lágrimas deseando llenarlo de besos para agradecerle lo que habían compartido, sintiéndose protegida por su cariñoso abrazo y percibiendo una sensación de intensa dicha que le recorrió todo el cuerpo. Lizzie estaba agotada, la había hecho vibrar una y otra vez hasta que él llegó a su límite y se entregó sin reservas, provocando que su mujer se estremeciera nuevamente.
Advirtiendo su respiración todavía muy agitada, él ascendió la mano encontrándose con la cicatriz con la que habían marcado a su amada, la recorrió lentamente en una caricia deseando borrar el dolor que le había causado mientras besaba su hombro, su cuello, su oído. Se incorporó un poco para recorrer su mejilla con los labios y enjugar su ojo al tiempo que ella buscaba capturar su boca y corresponder sus atenciones con un beso apasionado.
–Discúlpame por haberme saltado todos los preámbulos la primera vez y por mi falta de contención, ha sido imperdonable –susurró Darcy.
–Fue maravilloso, toda la noche ha sido extraordinaria –suspiró complacida, como hacía mucho tiempo no se sentía–. Y debo estar orgullosa de que te haga perder la cabeza, llegué a pensar que ya no lo lograría.
–Me conoces bien y sabes el poderoso efecto que siempre tienes sobre mí. Después de esta noche, creo que nunca más podré negarme a hacerte el amor.
–¿Lo prometes?
–Lo prome...
Lizzie lo interrumpió con un beso, feliz por la paz que la embargaba y la promesa que había conseguido. –Aunque quiero conocer la opinión del médico cuando tengas tu periodo.
Lizzie oscureció su rostro, que se vislumbraba gracias al fuego que calentaba la alcoba.
–Solo quiero conocer su opinión, por tu bien y el de nuestros hijos. Te amo tanto –musitó mientras la besaba devotamente y la giraba para recobrar el brillo de sus ojos que tanto lo hechizaba.
Georgiana salió de su habitación con un abrigo encima del camisón y una insignificante vela. El pasillo estaba oscuro y frío, por lo que se estremeció al sentir el cambio de temperatura en todo el cuerpo y cerró la puerta en silencio. Volteó hacia atrás al escuchar unos gemidos cada vez más intensos, sonrió e inició su camino al percatarse de que procedían de la habitación de su hermano, recordando que alguna vez de soltera los había escuchado sin entender lo que sucedía.
Se había despertado desde hacía rato y no había podido conciliar el sueño desde entonces, sus pensamientos se habían saturado de recuerdos que había compartido con su prima, la única compañía femenina que había tenido para jugar, además de su madre, durante los días de su infancia cuando las familias se reunían por alguna razón. No había querido despertar a su marido con su intranquilidad, él necesitaba descansar a pesar de que las circunstancias no se lo habían permitido, y decidió que pondría sus pensamientos en orden.
Bajó las escaleras tomando el barandal, recordando el accidente que había sufrido hacía unos años en Londres por no haberse fijado en un escalón, claro que en ese momento estaba tan afectada que no tenía la mente para poner atención a ello. Escuchó un ruido en la puerta de entrada y observó a un hombre con una capa negra introducirse a la casa y dirigirse al despacho.
"Pobre Ray", pensó comprendiendo cómo se sentía, cómo se sentiría ella si quedara viuda y el dolor la inundó de repente. Un ramalazo en el pecho la constreñía fuertemente y las lágrimas empezaron a brotar con generosidad, siguió bajando con premura las escaleras esperando poder salir para respirar y aliviar esa agonía que la había invadido. Abrió la puerta y corrió por los jardines hasta encontrarse ante la tumba de su prima, iluminada todavía por la luz de la luna y otra que nacía en el horizonte, cubierta por unas flores que recién habían sido dejadas. Se sentó sobre la piedra y recordó a Anne cuando le dijo que amaba al coronel, pero que no podía continuar la relación porque su madre se lo había prohibido: tanto tiempo perdido y tan poco tiempo que tuvo para ser feliz. Rezó para que Dios le concediera muchos años de felicidad al lado de su marido y de su hija mientras trataba de regular su respiración y controlar el llanto que aun continuaba. –Georgie, chéri...
Georgiana jadeó asustada y se giró para encontrarse con el único que la llamaba de esa manera desde niña. –¡Bruce!
–Tranquila... He escuchado que estas tierras ya no son tan seguras como antes, me contó Ray que la Sra. Darcy sufrió el asalto de sus joyas el día de sus nupcias, ¿lo sabías? Me sentiría más sereno si te acompaño... –explicó mientras veía que su expresión se relajaba y tomó asiento a su lado–. Yo tampoco he podido dormir, creo que somos muchos los que hemos pasado la noche en vela, aunque por diferentes razones –indicó pensando en los Darcy y en lo que había provocado aquel escote, corroborando la causa por la que su primo había hecho un enlace tan heterogéneo e imaginando el revuelo que había armado Lady Catherine al saber de dicha unión–. No puedo decir que el deceso de Anne me haya afectado como a mi hermano, tengo que confesar que mi desvelo se debe a otra razón, ¿el tuyo también?
–Sí –reconoció, aun cuando sabía que la muerte de Anne y el estado actual del viudo la habían llevado a toda una serie de especulaciones.
–Conociéndote puedo saber que tiene alguna relación con tu marido y debo reconocer que mi estado de vigilia se debe a ti... a tu situación.
–Bruce...
–Calmer, entendí a la perfección el mensaje que me diste al negarte a recibirme y luego al consentir mis visitas con cabarina. Si no quieres hablar del asunto lo entiendo y respeto tu decisión, pero no puedo soportar verte sufrir.
–Tú no puedes entender cómo me siento y cómo me ha afectado la muerte de Anne –espetó con la voz entrecortada.
–Por supuesto que entiendo, tú jugabas con ella cuando eran niñas y es lógico que le tuvieras cariño y te duela su pérdida, pero estoy seguro de que estas lágrimas no solo se deben a eso.
–Tienes razón, amo a mi marido y me dolería profundamente si llegara a perderlo, pero no por la razón que tú piensas.
–Georgie, tengo las pruebas.
–¿Las pruebas? –indagó con un hilo en la voz, sintiendo un dolor insoportable ante la posibilidad de que las
palabras de su primo pudieran ser ciertas.
–Sí, unas cartas que me entregaron justo antes de saber de la muerte de Anne, te las puedo entregar si quieres, aunque te parecerán escandalosas. Fueron escritas de puño y letra de tu marido, comprobado por un experto en la materia, y encontradas en uno de sus maletines.
–¿Cómo se llama la mujer?
–El muy astuto no escribe su nombre, solo van dirigidas a "Amada mía".
–¡Entrégamelas!
–Georgie, no creo que sea necesario que las leas, solo te harán sufrir más. Puedo asegurarte que son auténticas, aunque no escribe su nombre al final comprobamos que es su caligrafía y el contenido es... inapropiado para ti... Dice que derribará todos los obstáculos que se han interpuesto entre ellos con tal de conseguir su amor, tarde o temprano te sacará de su camino. Quiero decirte que no es conveniente que lo enfrentes y exponerte a las explicaciones que ya te ha dado y que en el pasado te han convencido de su inocencia. Yo quiero apoyarte y protegerte, sabes que me importas demasiado, puedo llevarte a Pemberley con tu hija o recibirte en Matlock y encargarme de todas tus necesidades el tiempo que lo requieras, no te dejaré sola en esto. Podemos salir en este momento si quieres o puedo hablar con él para que deje de buscarte.
–¡Enséñame las cartas!
Bruce suspiró, sacó dos pliegos doblados de su levita y se los entregó. Georgiana los recibió con la mano temblorosa y los mantuvo así por unos momentos, con la vista fija en ellos, hasta que abrió uno y, con la poca luz que había del próximo amanecer, reconoció al instante la letra de su marido, que había escrito "amada mía". Las lágrimas se agolparon en sus ojos y soltó un sollozo lleno de dolor tratando de contenerlo con la mano pero fue inútil, era tan grande el sufrimiento que lo sentía en todo el cuerpo.
–Perdóname por ocasionarte esta pena –dijo Bruce abrazándola con cariño pero Georgiana no se sintió cómoda y se deshizo de su abrazo para dirigirse a la casa.
Bruce la tomó del brazo y le dijo:
–¿Qué decisión has tomado? ¿Quieres que hable con él?, ¿prefieres partir cuanto antes con tu hija? –indagó seguido de un profundo silencio–. Sabes que haría cualquier cosa por ver otra vez esa sonrisa en tu rostro, dime ¿qué puedo hacer?, soy tu esclavo.
–Quiero estar sola, por favor...
–Está bien, pero resguárdate en la casa. Solo recuerda que puedes contar conmigo bajo cualquier circunstancia.
–Gracias –dijo y se marchó con el corazón destrozado.
Cuando Stephany empezó a hacer ruidos, Darcy besó la frente de su mujer y se levantó para cargar a su pequeña que estaba a unos cuantos metros. Lizzie se incorporó para colocarse la bata y recogió el camisón que su marido había rasgado con desesperación, pensando en aquella vez que vio el vestido de la Sra. Willis roto, pero desechó rápidamente el pensamiento cuando Darcy le dijo:
–Te compraré uno a la primera oportunidad.
–Es lo menos que podría esperar del Sr. Darcy, aunque no sé si haya en las tiendas del pueblo. Ya me imagino todos los cotilleos que se despertarán cuando vean que el Sr. Darcy compra un camisón –se burló. –¿Por qué? Si es para mi esposa.
–¿No sería raro que lo compraras en el pueblo, en lugar de esperar a una tienda en Londres? Especularán las posibles razones por las cuales vas tú, en lugar de ir yo, si acaso fuera imposible aplazar la adquisición, por lo que creo que no sería difícil que dedujeran la verdadera causa. Lo cierto es que es el único camisón que traje, tendrás que conseguir uno o tendré que dormir desnuda hasta regresar a casa –amenazó en tono de broma.
–Me encanta la idea Sra. Darcy. Con el último argumento me has convencido de esperar para comprarlo en una mejor ocasión. Y debo aclarar que si intentas meterte en la cama con algo encima, tus prendas sufrirán el mismo destino.
Lizzie sonrió, pero en su mirada se vislumbró un atisbo de tristeza, luego bajó la cabeza.
–¿Sucede algo? –preguntó preocupado sentándose a su lado con la niña en brazos.
–Darcy, ¿cómo sé que no cambiarás de opinión, que tus temores no regresarán a atormentarte? Si me presento así y me vuelves a rechazar... no lo podría soportar. Ayer juré que no te volvería a buscar.
–Perdóname –dijo besándola, sintiendo un profundo dolor al advertir lo que había provocado–, perdóname.
Haré todo lo posible para que olvides el sufrimiento que te ocasioné en este tiempo y puedas recuperar la confianza que has perdido.
–¿Puedo saber qué fue lo que provocó finalmente el cambio en tu decisión?
–Creo que todo ha contribuido a darme cuenta de que fue una decisión que no nos estaba beneficiando. Por el contrario, estaba ocasionando mucho daño, lejos de protegerte y hacerte feliz te estaba provocando una enorme desdicha, tengo que reconocer que te estaba perdiendo aun cuando eso era lo que trataba de evitar. Me he sentido terriblemente culpable y desdichado por eso, al grado de cuestionarme si lo hacía por amor o por egoísmo. Yo te amo Lizzie y quiero que seas feliz, quiero que mis hijos disfruten de su madre, de la mujer de la cual me enamoré y me sigue cautivando, que llena mi vida de alegría.
Darcy la besó con toda su devoción, y habría continuado sin detenerse si no hubiera sido por Stephany que se encontraba hambrienta. A regañadientes se la entregó para que la atendiera y se recostó sobre su regazo. Lizzie la acomodó y acarició la cabeza de su marido, el brazo, el torso... mientras detenidamente lo observaba en silencio.
–¿Por qué siento que me inquietan tus pensamientos? –indagó Darcy con los ojos cerrados, tratando de descansar antes de levantarse.
–Será porque me encanta contemplarte. Nunca pensé que el cuerpo de un hombre me causara tanta admiración.
–Agradezco el halago y me siento obligado a reconocer que yo no puedo decir lo mismo.
–¿¡Cómo!? ¡Eso es inquietante! –señaló sonriendo, simulando que la respuesta era tomada literalmente. –Quiero decir que siempre supe que el cuerpo de una mujer despertaría en mí gran admiración, porque soy hombre –aclaró fijando la mirada en sus ojos–. Sin embargo, nunca imaginé la euforia y el deseo que desatas en mí cuando te veo, que pudiera dejar de respirar como lo hago, siento un relámpago que me sacude de pies a cabeza y me deja sin habla, mi mente deja de pensar con claridad, todo se convierte en un zumbido excepto tu voz, para luego sentir que la sangre palpita con tremenda fuerza en mis oídos, mi corazón se paraliza por un momento y al siguiente late descontrolado incendiando cada parte de mí, siento que todo mi cuerpo tiembla y me invade una necesidad de estrecharte entre mis brazos, de sentirte cerca de mí. Todos mis sentidos se sensibilizan al máximo, por lo que acariciarte o besarte es toda una aventura... Después de conocer el dulce fuego que encuentro a tu lado, el resto de las mujeres han dejado de existir para mí. –Entonces ¿cómo hiciste para permanecer alejado de mí tanto tiempo? –preguntó conmovida, sintiendo los enérgicos golpes de su corazón en la mano.
–No lo sé, fue una verdadera agonía, pero he comprendido que estaba ocasionando más daño que beneficio, espero en Dios que así sea.
–Todo va a estar bien –afirmó secando las gotas de sudor que brillaban en el rostro sonrojado de su marido. –Creo que el efecto que tienes sobre mí es evidente, solo con imaginarte desnuda entre mis brazos... –¿Quieres poner remedio a esa situación? –indagó deseosa, sintiendo el pulso acelerado.
–¿Stephany ya terminó? –inquirió con voz trémula.
Lizzie asintió, él se incorporó, la llevó a la cuna y regresó a su lado para besarla con adoración. Habría continuado generosamente, de no haber sido por la interrupción de uno de los gemelos que empezó a llorar en la habitación contigua. Darcy se separó jadeando y preguntó:
–¿La Sra. Reynolds lo podrá atender?
–Ella se presenta a las siete, faltan quince minutos.
–Por quince minutos tendremos que esperar para una mejor ocasión. Anhelo que sea pronto –concluyó besándola para luego levantarse y ponerse la bata.
Alguien tocó a la puerta y Darcy se acomodó bien el cinturón, extrañado de que lo buscaran tan temprano. Verificó que su mujer ya se hubiera cubierto debidamente y abrió, quedándose ofuscado.
–¿Puedo entrar? –indagó Georgiana con los ojos hinchados de tanto llorar.
–Por supuesto, pero ¿qué pasó? –preguntó Darcy turbado al ver a su hermana en esas condiciones.
–Perdón por venir así... a esta hora pero... no sé qué hacer... necesito su consejo.
Lizzie se levantó preocupada y se acercó a ella para escucharla.
–Lizzie, tengo las pruebas.
–¿Las pruebas? –inquirió Darcy.
–Las pruebas de la infidelidad de Patrick –murmuró con todo su dolor y expresando toda la angustia en su rostro.
–Pero ¿cómo?, ¿dónde está ese...? ¡Lo voy a...!
–¡Calma Darcy! –espetó Lizzie con energía, cogiéndolo de la mano para evitar que abriera la puerta–. Deja que hable y luego veremos qué hacemos. Además, no estás en condiciones de salir de esta habitación. ¿Quién te dio las pruebas? –investigó con su hermana.
–Bruce...
–¿Bruce? –interrumpió Darcy entendiendo cada vez menos.
–Bruce me dio unas cartas. Fueron escritas por mi marido, de eso no tengo ninguna duda...
–¿Ya las leíste?
–Solo a quien va dirigida y la primera línea. ¡Ya no pude leer más! Por favor Lizzie, léelas en silencio y luego me dices tu opinión.
–¡Yo las leeré! –exclamó Darcy furioso.
–Ven Georgiana –dijo Lizzie tomándola de la mano para que se sentara en el sillón y se colocó a su lado, como si su marido no estuviera presente.
Georgiana se las dio y Lizzie empezó su lectura mientras los hermanos Darcy la observaban. Su rostro estaba serio y atento a cada una de las palabras que recorrían sus ojos y, conforme fue avanzando, sus ojos se relajaron y se asomó una sonrisa en sus labios, las mejillas se sonrojaron y la sonrisa se intensificó. Cuando pasó a la siguiente hoja apareció una expresión de compasión y luego se tapó la boca con la mano para contener la emoción que despertaba en su interior hasta que sus ojos se encontraron con los de su cuñada.
–¿Y bien? –preguntó Darcy inquieto.
–¿Alguna vez te ha llamado o te ha escrito dirigiéndose a ti como "amada mía"?
–Sí, me pareció de lo más ofensivo que se dirigiera así a esa mujer.
Lizzie sonrió.
–¿Te ha dicho que eres lo más puro y maravilloso que le ha sucedido en la vida?
–Sí.
–"La primera vez que te vi quedé impresionado con tu belleza mientras otros se maravillaban de tu talento" –leyó en voz alta–. Recuerdo haber escuchado esas palabras en mi primera visita a Oxford... "Mi corazón te pertenece exclusivamente y a ti solamente te lo entregaré", palabras más o palabras menos fueron las que él pronunció cuando me confesó su amor por ti después de tu accidente.
Lizzie pasó a la siguiente hoja y leyó:
–"Recuerdo que alguna vez me dijiste que 'el que ama está destinado a sufrir y a ser inmensamente feliz'", esas palabras yo te las dije, por lo visto también se las citaste. El resto creo que debes leerlo tú... dice que "eres el bálsamo de mi existencia". Si quieres mi opinión te la daré: son dos cartas de amor escritas por un hombre profundamente enamorado y que está pasando por un momento difícil en su relación, refleja la añoranza, la frustración, la impotencia por el amor que ve perdido. Creo que su lectura te resultará sumamente familiar.
–Quiero ver las cartas –interrumpió Darcy.
–No, hasta que tu hermana las haya leído y si ella te lo permite. Georgiana, esas cartas están dirigidas a ti... –Pero... si Bruce me aseguró...
–Olvídate de lo que te haya dicho Bruce, no podemos confiar en lo que él te diga. Lee las cartas y si tienes alguna duda vemos la manera de aclararlo –dijo ofreciendo los papeles y al ver su irresolución le insistió–: sabes que debes verlas.
Georgiana asintió y las tomó con los ojos inundados de lágrimas mientras su hermano la observaba sin comprender lo que sucedía, pero tenía que ser discreto y no interrumpir lo que su mujer hacía tan convencida.
"Amada mía: La primera vez que te vi quedé impresionado con tu belleza mientras otros se maravillaban de tu talento, desde entonces entraste a mi corazón y mis pensamientos fueron inundados de tu aroma, tu risa, tu imagen, tu voz. Cada vez que te veo sonreír mi corazón late aceleradamente y cuando siento tus labios sobre los míos todo mi ser se estremece como nunca imaginé que fuera posible..."
Georgiana gimió y se cubrió los ojos con la mano, sin saber qué pensar.
–Continúa leyendo, piensa que encontraste estas hojas en la calle, que no sabes de quién son ni a quién van dirigidas. Léelas objetivamente como hice yo, no mezcles sentimientos, no pienses, no juzgues, y luego me dices tu opinión –indicó Lizzie con cariño.
"... ¡Cuánto extraño poder sentir tu ardor mientras mis labios recorren tu cuerpo!"
–¡Lizzie!, ¿cómo voy a poder leer esto? –indagó con desesperación, causando sobresalto en su hermano.
–Respira profundo, tranquilízate... eso es. Todo va a estar bien. Quítale el nombre a la carta, piensa que estás leyendo una novela, algo totalmente ajeno a tu vida, empieza de nuevo.
"Amada mía: La primera vez que te vi quedé impresionado con tu belleza mientras otros se maravillaban de tu talento, desde entonces entraste a mi corazón y mis pensamientos fueron inundados de tu aroma, tu risa, tu imagen, tu voz. Cada vez que te veo sonreír mi corazón late aceleradamente y cuando siento tus labios sobre los míos todo mi ser se estremece como nunca imaginé que fuera posible. ¡Cuánto extraño poder sentir tu ardor mientras mis labios recorren tu cuerpo!, echo de menos contemplar ese sonrojo que te invade cuando te hago el amor, esa sonrisa que anticipa un momento maravilloso, ese brillo en tu mirada cuando te has sentido profundamente amada por mí. Sé que "necesitas tomar aire fresco", pero el tiempo se me está haciendo eterno y tu ausencia me provoca un profundo dolor que ha confirmado que mi vida sin tu amor no tiene sentido. Eres lo más puro y maravilloso que me ha sucedido, mi corazón te pertenece exclusivamente y a ti solamente te lo entregaré, aunque siento que muero por todo el amor que todavía tengo para darte y que he guardado para ti. Te amo con todo mi ser y sé que debo luchar por tu amor, defenderlo contra todos y deseo derribar todos los obstáculos que se han interpuesto entre nosotros, con una sola palabra tuya..." Georgiana resopló con el rostro inundado de lágrimas y pasó a la siguiente hoja.
"Amada mía: Recuerdo que alguna vez me dijiste que 'el que ama está destinado a sufrir y a ser inmensamente feliz'. Me has dado una dicha inusitada y ahora sufro porque estando cerca de ti no estás a mi lado, te veo todos los días y no puedo decirte lo mucho que te amo. Si pudiera dar ese paso... sé que es mejor no darlo en este momento porque te pondría en riesgo y tal vez no solo a ti... y no soportaría perderte, aunque siento que ya te estoy perdiendo.
Hoy tuve un sueño maravilloso: nuestras miradas se encontraban a la luz de la luna y sonreías al verme aproximar como sonreíste la primera vez que te besé. Aceptabas mi abrazo y suspirabas llena de deseo mientras te besaba y respondías con pasión, me pedías que te poseyera y cumplí tus deseos, todos tus deseos, convirtiéndome en tu esclavo...".
La carta continuaba narrando dulcemente el encuentro entre dos personas que se aman, revelando detalles íntimos que solo la mujer a la que estaba dirigida la carta reconocía como propios, y finalizaba:
"... Fui feliz en mi sueño, como lo he sido cuando has permitido que te ame. Eres el bálsamo de mi existencia y siento una tristeza sin igual al pensar que todo eso lo podemos perder. Te necesito tanto que me duele... Mi único deseo desde que te conocí es verte feliz y ya no sé cómo lograrlo... P."
–¡Dios!
Georgiana regresó a la primera hoja y volvió a leer, reconociendo muchas frases que él le había dicho o escrito durante su noviazgo o su matrimonio. Lizzie sonreía con tranquilidad mientras Darcy, cada vez más nervioso, esperaba impaciente a que por fin terminara.
Después de varias vueltas a las hojas, de cambios drásticos en la expresión de su rostro y de abundantes lágrimas, Georgiana bajó las misivas a su regazo, alzó la mirada para encontrarla con la de Lizzie y le dijo: –Tienes razón... pero ¿y si mi deseo me ha nublado el juicio y me equivoco?
–Regresa con tu marido y enséñaselas, solo muéstralas. Observa objetivamente todas sus reacciones y habla con él. No le digas todavía cómo llegaron a tus manos ni tampoco le reproches que las haya ocultado, escúchalo y si quieres consultarme algo más, regresas conmigo.
–¡Yo te escoltaré! –interrumpió Darcy.
–¡Darcy! –indicó Lizzie para que no interviniera.
–Está bien, quiero que me acompañes –aclaró Georgiana.
–Si me muestras las cartas, tal vez podría entender mejor las cosas –sugirió Darcy.
Georgiana negó con la cabeza sintiendo su sonrojo, en algo su primo tenía razón: eran escandalosas aunque le conmovieron profundamente por la ternura que expresaban, si es que iban dirigidas a ella. De lo contrario, casi estaba convencida de que tendría que dejarlo libre para que fuera feliz y el pensar en eso hizo que la tristeza regresara a su rostro.
–¿Qué sucede? –inquirió Darcy al ver que la zozobra reaparecía.
–En caso de que... hayan sido escritas para otra mujer... ¿tendría tu apoyo para regresar a Pemberley?
–¡Por supuesto!, después de retarlo a duelo.
–¡No! –exclamaron al unísono las dos damas con mucha agitación–. Si es que Patrick se enamoró tan profundamente de otra mujer –explicó Georgiana–, estoy persuadida de que no fue porque quisiera engañarme. En el corazón no se manda... y no le deseo ningún mal.
–Lo amas profundamente –indicó Lizzie.
–Con toda el alma.
–Bueno Darcy, espero que no quieras ir así...
–No, dame un par de minutos y estaré listo –dijo a su hermana–. Y a mi regreso tendrás mucho que explicarme Lizzie.
Ella sonrió y vio a Georgiana que daba su aquiescencia para que lo pusiera al tanto.
Los hermanos no cruzaron palabra mientras caminaban por el pasillo rumbo a la habitación que ocupaban los Donohue, pero el sol ya iluminaba plenamente. Habían pasado demasiadas cosas cuando el día apenas iniciaba. Georgiana se sentía respaldada por su hermano como hacía mucho tiempo cuando la había rescatado de la influencia de Wickham, pasara lo que pasara no quedaría desamparada y por eso le estaba profundamente agradecida, no solo por ella sino también por su hija, aunque sentía que los nervios se le salían de control.
Llegaron a la puerta y Georgiana miró a Darcy para sentir su seguridad. Él la vio con una mirada paternal, la tomó del hombro y la estrechó contra sí dándole un beso en la frente. Luego giró la perilla, empujó la puerta para que entrara y...
–¡Georgiana! –exclamó su marido con desesperación caminando hacia ella con rapidez y abrazándola con cariño, sintiéndose profundamente aliviado–. Ya iba a salir a buscarte, estaba muy preocupado, por favor te suplico que no vuelvas a salirte sin avisar o dejar alguna nota... Gracias Sr. Darcy –dijo al percatarse de su presencia, a pesar de la mirada reprobatoria que su cuñado le dirigía–. ¿Qué ocurre? –indagó al notar que su llanto se había desencadenado, la tomó de los brazos y buscó su mirada, que estaba cabizbaja, notando su rostro afectado por las lágrimas.
Georgiana le mostró las cartas y él las tomó e inició la lectura de la primera, a los pocos segundos la reconoció y prosiguió con la revisión de la segunda, su rostro reflejaba sosiego aunque cuando alzó la mirada, sus ojos verdes manifestaban una profunda tristeza.
–Debí habértelas entregado hace mucho, pero las había extraviado. ¿Cómo las encontraste?
–¿Las escribiste para mí? –indagó con la voz afectada por la vacilación.
–¡Por supuesto que sí! –exclamó con seguridad.
–Pero... entonces...
–Georgiana, comprendo que en esta ocasión sientas recelos hacia mí, pero tu nombre está escrito entre líneas en ambas cartas, lo sabes.
–¿Por qué no me las entregaste? ¿Acaso sabes el sufrimiento que me provocó su lectura?
–Entiendo perfectamente cómo te sientes y todo lo que debiste haber pensado –dijo con lamentación, acariciando su semblante humedecido–. Estas cartas, como otras que sí recibiste, no llegaron a tus manos antes porque tenía miedo de mostrártelas, luego las extravié a pesar de que las busqué en mis maletines una y otra vez. Sabes que mis sentimientos están totalmente dirigidos a ti, lamento que mi aflicción de esos días provocara que las perdiera y aparecieran a tus ojos sin mi intervención. ¿Estaban traspapeladas en alguno de los baúles?
Georgiana asintió y suspiró, sabiendo que si conocía su fuente, crearía un problema que solo con las armas se podría solucionar.
–¿Me crees? –indagó Donohue tomando su rostro con cariño mientras ella confirmaba.
Donohue sonrió y la besó apasionadamente, olvidándose de que no estaban solos.
–¿Quieres que te enseñe lo que soñé aquella noche una vez más? –murmuró a su oído.
Georgiana ratificó mientras lo volvía a besar. Él la encaminó hacia la siguiente puerta y ella se giró para ver a su hermano.
–Gracias Darcy.
Darcy los vio desaparecer detrás de la puerta, donde se escucharon algunos ruidos a los que no quiso poner atención pero que conocía muy bien, agradecía al cielo que todo se hubiera aclarado convenientemente y observó que sobre la alfombra estaban los papeles que tanta incertidumbre habían despertado en su hermana. Estuvo fuertemente tentado a cogerlos y leerlos. Los tomó, los abrió y comprobó las primeras frases de cada uno. Los cerró, los colocó sobre la mesa que estaba en el centro de la sala y se retiró hacia su alcoba para que su mujer le detallara todos los acontecimientos.

LOS DARCY: UN AMOR A PRUEBA.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora