Capítulo 40

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Después de quince días de descanso y de recibir esporádicas cartas de Jane avisando que Christopher y Matthew se encontraban bien, los Sres. Darcy arribaron a Pemberley. Los Sres. Bingley los esperaban junto con los gemelos para darles la bienvenida. Lizzie se entusiasmó con la sorpresa sin saber a quién atribuírsela: a su marido o a su hermana. Abrazó con gran cariño a sus hijos, feliz de volver a verlos pero encantada de haber disfrutado de la "casi exclusiva" compañía de su esposo.
–¿Cómo estuvo el viaje? –preguntó Jane tras recibirla con un abrazo.
–¡Maravilloso! –exclamó Lizzie fausta–. Muchas gracias por haber hecho posible todo esto.
–Y yo, además de eso, agradezco su discreción –agregó Darcy radiante.
–Supongo que la sorpresa tuvo su compensación –afirmó Bingley lisa y llanamente, asombrando a los presentes con su "inocente" comentario, provocando que Lizzie se sonrojara.
Viendo la reacción de su esposa, Darcy agregó:
–Pasemos al salón a tomar el té, así nos pondrán al corriente de las novedades.
Lizzie agradeció la distracción y tomó el brazo de su esposo tras sentir que se derretía ante la intensa mirada que le dedicó.
–¿Y los disfraces están listos para el viaje? –inquirió Lizzie con curiosidad cuando se sentó, era uno de los pendientes que tenía y por el cual quería regresar antes de tiempo, aunque su marido le aseguró que todo estaba arreglado. Lizzie se ruborizó al recordar el momento en que se lo había dicho. El otro pendiente eran sus hijos, pero las cartas de Jane lograron tranquilizarla lo suficiente como para aceptar quedarse hasta el final.
–Sí, por supuesto –respondió Jane–. También verifiqué con la Sra. Smith que el equipaje estuviera dispuesto a tiempo.
–Entonces el Sr. Darcy pensó en todo –declaró dirigiendo una coqueta mirada hacia él.
–Ha sido un placer, Sra. Darcy –contestó su marido con una seductora sonrisa.
Bingley carraspeó, entendiendo que su presencia estaba de más, y se puso de pie.
–Jane, creo que es hora de irnos. Mañana será un día largo.
–Tienes razón. Ha sido muy divertido tener a tus hijos en casa Lizzie. Ojalá se pueda repetir –dijo imitando el movimiento de su cónyuge.
–Con toda seguridad, Sra. Bingley –espetó Darcy inclinándose ligeramente, ya que se había levantado al notar que su amigo lo hacía, sin querer demorarlos en absoluto–. Los acompaño al carruaje.
–No te molestes Darcy, conocemos el camino –indicó Bingley.
Cuando la puerta se cerró Lizzie se acercó a su marido.
–Ha sido muy descortés de su parte no insistir en que se quedaran más tiempo Sr. Darcy –comentó rodeando su cuello con los brazos mientras él la tomaba de la cintura.
–Ha sido muy provocador que usted me flirteara en su presencia, Sra. Darcy.
–Voy a extrañar los baños por la noche.
–Su baño está listo, mi lady.
–¡Darcy! –exclamó sonriendo antes de que su marido se apoderara de sus labios.
–¿Prefieres caminar o te llevo en brazos? –averiguó cuando tomó un respiro.
–¿Ahora?
–Por supuesto. Ya esperamos suficiente.
–¿Y qué dirán los sirvientes? –indagó mientras la cargaba.
–Que te amo –concluyó besándola.
Entre risas y besos los Darcy subieron al tercer piso de la residencia, topándose con alguna que otra persona de la servidumbre que se reía con discreción al verlos y desaparecía, hasta llegar a la alcoba principal. Lizzie abrió la puerta, en brazos de su marido, y vio sorprendida que todo estaba listo: la mesa puesta para una cena íntima, con flores y velas como centro, los cubiertos de plata, la vajilla de porcelana, las copas de cristal. Darcy no le permitió ver más detalles porque la condujo a la cama y la besó apasionadamente.
Alguien tocó a la puerta y Darcy gruñó:
–Les dije que no quería interrupciones a nuestra llegada.
–Ve y atiende porque de todas maneras tengo que ausentarme por un momento.
–¡Solo un momento! –exclamó entre besos.
–Por supuesto Sr. Darcy.
Lizzie se levantó sosteniendo el vestido que ya estaba a medio desabrochar y se dirigió a su vestidor mientras su marido atendía a la insistente persona.
–Sr. Darcy, disculpe que lo moleste...
–Pedí que nada de interrupciones.
–Lo sé señor, pero ha llegado esta misiva. El mozo que la trajo dijo que era muy urgente –explicó el Sr. Smith.
–Gracias, puede retirarse –dijo cogiendo el documento de la bandeja de plata y cerró la puerta.
Solo estaba escrito el nombre del destinatario con una letra desconocida para él, pero por la premura que le había dicho su mayordomo, accedió a abrir la carta mientras su mujer regresaba de alistarse. Leyó en silencio unas líneas que le recordaban los peores momentos de su vida y sus consecuencias, aquellos que había querido olvidar y enterrar para siempre, pero que ahora resurgían de lo más profundo de la oscuridad para reclamarle y amenazarlo con destrozar su vida.
–¡Dios!, ¡no es posible! –exclamó Darcy sin soslayar la angustia en su voz.
–¿Qué sucede Darcy? –indagó Lizzie preocupada, ataviada solo con una hermosa bata de raso.
Darcy volteó para encontrarse con los ojos de su mujer, reflejando una zozobra y una culpabilidad que ella nunca le había visto, pero guardó silencio, se recompuso y con la mano temblando lanzó la carta a la chimenea. Ambos se quedaron observando cómo el papel se hacía cenizas. Cuando comprobó que no quedaba rastro de la revelación de su pecado, se dirigió a la puerta de la alcoba y se marchó sin decir palabra.
Cuando Lizzie despertó sintió el abrazo de su marido y su suspiro en el cuello.
–Darcy, ¿estás despierto? –murmuró para no perturbar el silencio de la habitación cuando apenas la luz del sol iluminaba las orillas de las cortinas.
–Sí –dijo escondiendo su rostro detrás de su cabellera.
–Me debes un baño en tu compañía. Te estuve esperando. ¿A qué hora regresaste y a dónde fuiste sin avisar? –Regresé cuando ya estabas dormida y fui a resolver un problema que era menos importante de lo que pensaba –mintió.
–¿Qué decía la carta que te impresionó tanto?
–Nada que merezca la pena recordar en este momento –"ni nunca", completó en la mente, agradeciendo la relativa oscuridad que no permitía que su mujer leyera su expresión mientras acariciaba su pierna lentamente–. Estoy dispuesto a saldar mi deuda contigo.
–¿Como yo quiera?
–Soy tu esclavo, hoy y siempre... –concluyó besándola.
El viaje a Woburn se hizo en varios carruajes, los cuales salieron de Pemberley un poco más tarde de lo programado, por lo que los Bingley tuvieron que esperar en su punto de encuentro, donde cambiaron de caballos.
Lizzie había encontrado tiempo para platicar en privado con la Sra. Reynolds sobre la misteriosa misiva que su marido había recibido la noche anterior, sabiendo que sería inútil hablarlo con él, al menos de momento, pero ella no sabía nada al respecto, por lo que tuvo que preguntarle al Sr. Smith, quien le dijo, después de haberle insistido usando todos los argumentos posibles, que a su regreso se había encerrado en su despacho y cuando salió le confió unas cartas lacradas con instrucciones precisas de entregárselas en propia mano del Sr. Churchill, en Londres, en cuanto saliera la familia de viaje. Lizzie decidió que pronto tendrían que hacer un viaje a la capital para averiguar lo que había consternado tanto a su marido y tenía el pretexto perfecto: el embarazo de Georgiana.
Afortunadamente en el camino no hubo más contratiempos, excepto un poco de lluvia, aunque los Sres. Darcy se mostraron circunspectos, cada uno con diferentes preocupaciones pero teniendo el mismo origen, algo que tenía que seguir enterrado y que amenazaba con desbordarse. Al fin, llegaron con luz a su destino. –Ya estamos cerca –informó Darcy para que observara el paisaje que ofrecía la propiedad.
Lizzie se asomó por la ventana, contemplando el hermoso bosque que antecedía a la mansión, transitando a través de un camino bordeado de flores de todos colores. Más adelante se vislumbró un claro con una inmensa construcción blanca que contrastaba todavía con el cielo azul moteado con algunas nubes y el césped verde, acicalada con un lago a todo lo largo, así como una manada de venados que pastaban en los alrededores.
–La bandera con las armas del duque indica que se encuentra en casa –señaló Darcy hacia la residencia. –¿Acaso se siente el rey de Inglaterra? –se burló Lizzie.
–Tengo entendido que ya es tradición, aunque no dudo de tus palabras –Darcy sonrió y tomó su mano con cariño–. Woburn Abbey ha sido la sede oficial del ducado de Bedford desde que Enrique VIII se la otorgó al predecesor del actual duque.
–¿Conoces la propiedad?
–Sí, claro. Vine varias veces en vida de mis padres y posterior a sus decesos. Te gustará conocer sus colecciones de arte, tiene 21 cuadros de Venecia que Canaletto pintó por encargo especial de la familia. –¿Venecia? Me encantaría conocerla algún día.
–En cuanto la guerra termine planearé un largo viaje por el continente –indicó sintiéndose complacido al ver su sonrisa–. También tienen el retrato de Isabel I de Inglaterra como comandante de los mares, pintado en 1588, obras de Cuyp, Van Dyck, Gainsborough, Joshua Reynolds, según recuerdo. A Georgiana le gustaba un juego de porcelana que el rey Luis XV de Francia regaló a la esposa del entonces duque de Bedford, y que conservan en esta casa.
–Parece que me quieres dar el tour desde aquí –comentó riendo.
–Así es. No quiero regalarle al duque el placer de ver tu entusiasmo por el arte.
–¿Detecto cierto resentimiento en tus palabras?
–No, solo cuido lo que es mío –dijo besándola tiernamente.
–Darcy, no sabemos si la Sra. Reynolds está realmente dormida –susurró.
–Prometo no seducirte aquí –espetó invadiendo sus labios con más decisión.
El carruaje se detuvo y Lizzie se separó, apoyando la frente sobre sus labios. –Ya llegamos Darcy.
–Lástima –indicó al tiempo que su niño en brazos se despertaba.
–Mamá, quiero comer –pidió Christopher.
–Sí, mi cielo. En un momento te consigo una galleta –respondió Lizzie besando a su pequeño en la mejilla. Los lacayos y el chofer movieron el vehículo mientras la Sra. Reynolds, con Matthew en brazos, se incorporaba. La puerta se abrió y salió Darcy, se quedó unos momentos fuera hablando con alguna persona mientras que Lizzie se acomodaba el sombrero y el chal, tratando de cubrir con este a Stephany que dormía en su regazo. Luego pasó la mano sobre el cabello de su hijo en tanto la Sra. Reynolds salía cargando al otro niño dormido. Darcy se asomó y cargó a Christopher para bajarlo del coche y Lizzie lo escuchó decir: –¡Mamá, el duque está aquí!
Darcy se acercó otra vez para ayudar a su mujer a descender, pero ella se percató de que estaba disgustado. La tomó de la cintura y la cargó hasta colocarla en el piso para que no se manchara con el lodo del camino. Lizzie se giró y recibió el atento recibimiento de su anfitrión:
–Sra. Darcy, sea usted bienvenida a esta humilde morada y le doy la enhorabuena por su hermosa familia – dijo lord Russell tomando su mano enguantada y besando sus nudillos–. Espero que hayan tenido un placentero viaje.
Lizzie correspondió con una inclinación y agradeció su gesto. Enseguida, la Srita. Madison se acercó para recibir a la pequeña en sus brazos y encargarse de ella mientras la madre veía que sus niños eran llevados por la Sra. Reynolds.
El caballero le ofreció el brazo para escoltarla al interior y Lizzie no tuvo más remedio que aceptar con una tímida sonrisa. Darcy endureció la mandíbula y los siguió.
–Los Sres. Bingley arribaron hace unos minutos, justo cuando dejó de llover. Espero que la inclemencia del tiempo no haya sido un inconveniente para ustedes.
–No milord. Me gusta el olor de la lluvia que se percibe en el bosque, es estimulante.
–Entonces me alegro, aunque afortunadamente el clima nos ha favorecido en estos días. Hemos podido disfrutar de largos paseos a caballo por el bosque, será un placer mostrárselo por la mañana.
–Mi esposa no acostumbra cabalgar –interrumpió Darcy, alcanzando a la pareja y colocándose al lado de su
mujer.
–¡Oh!, me imagino que por su anterior estado, aunque sin duda no se negará si pongo a su entera disposición el mejor corcel que poseo. Usted tiene el porte de una excelente amazona.
–Siento desilusionarlo Su Excelencia, pero prefiero caminar.
–Entonces será un placer mostrarle la propiedad a pie o en faetón. Seguramente no se negará a que le enseñe toda la casa durante su estancia, sé que es una gran admiradora del arte y nuestras colecciones compiten con las que se encuentran en los mejores museos de Londres.
–Es usted muy amable milord, pero supongo que tendrá muchos invitados que atender. Mi esposo puede... –No Sra. Darcy, al menos concédame ese deseo. Quiero presentarle a la duquesa –dijo ofreciéndole el paso al salón donde había mucha gente reunida tomando el té.
Todos guardaron silencio y desviaron la mirada hacia los recién llegados, tras haber escuchado el anuncio de labios del mayordomo. El duque se acercó a una mujer de tez blanca y cabello oscuro recogido con un chongo alto, que llevaba un exquisito vestido de seda verde esmeralda y un collar de perlas adornando su cuello, estaba acompañada por algunos invitados y un joven alto y esbelto de cabello negro, la dama y el joven lo siguieron. El duque regresó al lado de los Darcy y presentó a lady Georgina, duquesa de Bedford, y a su primogénito Francis Russell, hijo de su primer matrimonio, el marqués de Tavistock.
–¡Darcy! ¡Amigo! Has estado escondido todos estos años –declaró el Sr. Sheridan aproximándose, quien venía acompañado de su esposa, la Sra. Hester.
–¡Sheridan! –exclamó Darcy con alegría–. Te presento a la Sra. Elizabeth Darcy. Richard Brinsely Sheridan, de Dublín, Irlanda, es ahora el Receptor General del Ducado de Cornualles –le dijo a su mujer–, pero recordarás que hemos visto varias obras de él en el teatro Drury Lane.
–¿Es el escritor y productor de La escuela del escándalo? –indagó Lizzie.
–Sí señora, a sus pies –respondió el Sr. Sheridan.
–Veo que están presentes muchos egresados del Eton, del Christ Church de Oxford y del Trinity College de Cambridge –indicó Darcy con alegría.
–Así es. Las viejas y debo reconocer que también nuevas generaciones. ¡Vaya que este año ha sido de enormes sorpresas! ¡También ha venido Bruce Fitzwilliam! Ven amigo, te encantará saludarlos –los invitó el duque.
Los Darcy accedieron y se acercaron al primer grupo de cuatro caballeros de mediana edad acompañados por una dama, uno de ellos era Bruce, quien no apartó la mirada de Lizzie.
–Disculpen que los interrumpa amigos, quiero presentarles al Sr. Darcy y a su esposa.
–Darcy, hace mucho que no hemos tenido noticias tuyas –dijo Thomas Hardwick.
–El Sr. Hardwick, de Brentford, Londres. Es arquitecto y colaboró en la construcción del Somerset House, con Sir William Chambers –introdujo el anfitrión–. Es un excelente profesionista, desde sus años mozos ya era destacado en su campo y ganó una medalla de plata en el Royal Academy que estuvo expuesta más de treinta años. Me parece que en mi última visita a la academia ya no estaba, amigo.
–Hace unos meses la reclamé y ahora está en mi poder.
–Supongo que junto con todos los reconocimientos que has merecido a lo largo de tu carrera –explicó y luego se dirigió al otro caballero–. William Wyndham Grenville, primer barón de Grenville y actual colaborador del primer ministro, tras una larga y exitosa trayectoria dentro del parlamento. Su esposa lady Anne Grenville, hija de Thomas Pitt, residentes de Dropmore House, Burnham, Buckinghamshire y su hermano George Grenville. Por supuesto que ya conoce a Sir Bruce Fitzwilliam, Lord de Matlock.
Lizzie correspondió con una venia.
–Estábamos hablando de la duquesa de Devonshire –comentó lady Grenville–. ¡Qué lamentable ha sido su pérdida!
–Indudablemente –comentó Russell–. De hecho uno de sus yernos, lord George Howard, sexto conde de Carlisle, esposo de lady Georgiana, me mandó la cancelación de su participación a la fiesta. Los esperábamos pero al conocer la triste noticia...
–Y tengo entendido que la otra hija, Harriet, casada con el conde de Granville, vino desde Rusia para los funerales.
–Efectivamente, el conde sigue siendo embajador en aquel país desempeñando un excelente papel.
El mayordomo hizo el anuncio de otro visitante y todos giraron para ver de quién se trataba. Un caballero apuesto y contemporáneo de Darcy hizo su aparición y el mayordomo leyó su tarjeta:
–Su Ilustrísimo Sr. Robert Stewart, segundo marqués de Londonderry y vizconde de Castlereagh.
El duque se acercó a su invitado y lo guió para reunirse con el grupo.
–No podrás creer lo que verán tus ojos Robert. Dos de los desaparecidos del colegio han vuelto al redil: el Sr. Darcy y Sir Bruce Fitzwilliam.
–¿Darcy? –inquirió lord Castlereagh–. ¡Fitzwilliam Darcy! ¡Supe que te casaste con...! ¿la Sra. Darcy? – indagó al verla, quedándose casi sin habla–. Debo decir que tu señora es muy bella. Lamento mucho no haber asistido a la boda, estaba en el continente –dijo tomando su mano y llevándola a sus labios–. Efectivamente Russell, no puedo creer lo que ven mis ojos –concluyó dirigiéndose a Darcy, aunque no quedó claro si se refería al Sr. Darcy o a su mujer.
–¿Y no te sorprende que el viajero haya regresado?
–A Bruce ya tenía el gusto de haberlo saludado hace pocos días en Londres.
–El vizconde de Castlereagh, de Dublín, Irlanda, es un experto estadista y diplomático. Fue Jefe de Secretaría de Irlanda cuando intervino para sofocar la rebelión irlandesa de 1798 y fue fundamental para la aprobación de la polémica Ley irlandesa de la Unión de 1800. Tengo el presentimiento de que tiene un futuro muy prometedor en el campo de la política.
–¿Y sigues soltero? –indagó Darcy.
–No he sido tan afortunado como tú –declaró lord Castlereagh dirigiendo la mirada a Lizzie–, aunque tengo la esperanza de encontrar a alguien especial. Dime, ¿tu hermana se casó?
–Sí, ahora es la Sra. Donohue.
–¿Donohue?, ¿la esposa del Dr. Patrick Donohue, de Cardiff?
–Efectivamente.
–Hace poco lo consulté médicamente. Supongo que estarán invitados.
–Por supuesto –afirmó el anfitrión–, aunque han tenido que cancelar su asistencia por su estado de buena esperanza.
–¡Con noticias así, solo nos queda darles la enhorabuena!
Lizzie vio de reojo a Sir Bruce, quien endureció su expresión y se movió incómodo.
Algunas personas se acercaron para saludar a los recién llegados, guiados por el marqués de Tavistock, quien presentó a los jóvenes que lo acompañaban: el barón William Henry Lyttelton, el barón Stephen Glynne, John Stuart, nieto del tercer conde de Bute, James Grenville, hermano del conde de Temple y Thomas Proby, hijo menor del conde de Carysfort, todos solteros y en edad casadera.
–Me parece que aquí predomina el partido whig –comentó Lizzie sin pensarlo mucho.
–Me sorprende que sea conocedora del tema. Efectivamente, todos los presentes pertenecemos activamente o por herencia al partido whig, excepto el Sr. Darcy por su ascendente lord Thomas Darcy que participó activamente en la Peregrinación de Gracia, el Sr. Bingley y John Stuart, ya que su abuelo fue primer ministro del partido tory, además de botánico y escritor.
–Debo aclarar que mi inclinación al partido tory no se debe a mis antecesores –aclaró Darcy.
–Por supuesto, amigo.
–John, querido –lo interrumpió la duquesa–. Ya has cansado a la Sra. Darcy con tanta presentación, no será capaz de recordar tantos nombres. Sra. Darcy, le ofrezco un té mientras los señores se ponen al corriente de las noticias y así le presentaré a las damas. Sra. Anne y Sra. Hester, ¿nos acompañan? La Sra. Bingley es una mujer encantadora, llegaron un poco antes que ustedes –le dijo a Lizzie mientras se acercaban a las damas que estaban sentadas.
Lizzie alcanzó a escuchar los murmullos de algunas de las damas presentes.
–¿Quién es ella para que el duque de Bedford se haya tomado la molestia de salir a recibirla? Con ningún otro invitado tuvo esa atención.
–Es la Sra. Darcy, la campesina que atrapó al Sr. Darcy hace unos años. ¿Ya viste a su marido? Sigue siendo muy apuesto.
–¡Vaya! Por fin se decidió a sacarla, ¡ya tenemos diversión!
Tras haber escuchado otros tantos nombres de mujeres solteras y casadas, el tema se derivó a la duquesa recientemente difunta, la consternación de los londinenses en las anteriores semanas y la última vez que fue vista en público en la fiesta que había convocado. Lizzie recordó la impresión que le causó al conocerla durante la presentación de Georgiana hacía unos años mientras las señoras participaban en la plática y tomaban el té, sintiendo que era observaba por uno de los asistentes que le acababan de presentar, pero sin recordar su nombre.
El mayordomo anunció la llegada de otros invitados, pero el duque se limitó a recibirlos en la puerta del
salón. Luego se volvió hacia Lizzie:
–Espero que el té haya sido de su agrado.
–Sí milord, gracias.
–Creo que es hora de que le muestre las habitaciones que se le han asignado, así tendrá tiempo para cambiarse para la cena.
–Tal vez lady Georgina pueda hacerme el honor de...
–Me parece que ella se ha ocupado de algún otro asunto. Insisto –dijo mientras le extendía la mano para ayudarla a levantarse al tiempo que Darcy se disculpaba con los caballeros con los que conversaba y se acercó a su mujer.
–Su Excelencia se ha ofrecido a llevarnos a las habitaciones –explicó Lizzie, percatándose de que no quería ir sola con el duque.
Darcy ofreció su brazo rápidamente y ella lo tomó, el duque inició el camino. Al salir de la estancia fue explicando algunas de las obras de arte que adornaban las paredes, su historia y las anécdotas que era preciso comentar. Subieron dos pisos y atravesaron un pasillo hasta llegar a una puerta.
–Esta es su habitación, Sra. Darcy. Es de las mejores de la propiedad, deseo que sea de su agrado.
–Gracias.
–Espero que encuentre todo dispuesto y no dude en solicitar lo que necesite con el fin de que se sienta como en su casa. Sr. Darcy, le muestro su alcoba.
Lizzie vio a su esposo antes de abrir la puerta, quien tenía el ceño fruncido. No emitió palabra al percatarse de que le asignarían otra habitación, pero estaba segura de que eso no le había agradado, como tampoco a ella.
–¡Darcy! –exclamó una voz varonil desde las escaleras y Lizzie vio que Bruce Fitzwilliam se acercaba a los caballeros.
Se introdujo y cerró, percibiendo un delicado aroma a flores, se giró y vio un exquisito florero que lucía unas hermosas rosas rojas junto con una bandeja de plata con chocolates y una pequeña tarjeta. La abrió y leyó:
"Sin duda no son como las flores que usted diseña, pero espero que sean de su agrado. JR."
Lizzie sonrió y caminó hacia la chimenea tirando el papel, observando cómo se quemaba. Luego contempló los hermosos muebles de cerezo que ataviaban la pieza, los cuadros, los adornos, los tapices, las telas. Vio que una doncella salía del cuarto de baño junto con la Srita. Madison, la primera hizo una venia y se retiró. –Ya hemos guardado su ropa en el armario Sra. Darcy, y su baño está dispuesto.
–Gracias. ¿Dónde están mis hijos?
–Están con la Sra. Reynolds. Se les asignó otra habitación en el piso de abajo donde los está atendiendo. ¿Gusta que le ayude con el vestido?
–Solo ayúdame a desabrocharlo para que puedas ir con la Sra. Reynolds a darles de cenar y bañarlos. Iré un momento con ellos antes de presentarme para la cena. ¿Qué habitación tienen?
–Bajando las escaleras a mano derecha, la segunda puerta del lado izquierdo.
Lizzie se volteó para que le desabrochara, habría deseado recibir la ayuda de su esposo pero, por lo visto los nobles no tenían eso en consideración. El vestido cayó y la doncella lo levantó. Lizzie respiró sintiendo la fina camisola y se acercó a una puerta, pensando en que tal vez sería la que comunicaba con la habitación de su marido.
–La puerta está cerrada –indicó la Srita. Madison mientras guardaba la prenda.
–Y ¿sabes quién ocupa la pieza?
–No señora. La mucama no lo mencionó. Coloqué el vestido para la cena al lado del biombo, junto con su ropa interior.
–Llévate los chocolates y compártele a tu mamá, pero recuerda que los niños todavía no pueden comerlos. La Srita. Madison se retiró y Lizzie se introdujo al baño, se quitó la camisola y las medias colocándolas sobre el biombo que había en una esquina y se metió en la bañera de mármol apoyándose en la agarradera de oro que había en la pared. Contempló los detalles decorativos un tanto recargados que lucía la pieza, sin duda era un suntuoso lugar que, hasta cierto punto, le irritaba. Sumergió la cabeza en el agua caliente disfrutando del placer de sentirse relajada y, antes de emerger, abrió los ojos y vio una figura negra parada junto a la tina, quitándose la levita. Salió rápidamente y se sentó cubriendo su cuerpo con las piernas, sintiendo que se le salía el corazón, hasta que pudo ver el rostro del hombre que la admiraba.
–¡Me diste el susto de mi vida!
–Perdóname, llamé a la puerta y no respondiste. Quería saber si necesitabas algo –indicó su marido. –¿Dónde está tu habitación?
–Es la siguiente, aunque tuve que llamar al mayordomo para que me facilitara la llave de la puerta de comunicación. Parece que la tenían perdida –comentó mientras se quitaba el chaleco y se arremangaba la camisa.
–Me alegro de que la hayan encontrado. Darcy, los niños están en el piso de abajo, ¿habrá manera de traerlos aquí?
–La nobleza acostumbra a designar un área para los niños, pero supuse que querrías tenerlos más cerca –dijo mirándola mientras se arrodillaba al lado de la bañera, retiró su cabello colocándolo sobre su hombro, cogió la esponja y comenzó a lavar lentamente su espalda con abundante jabón–. Por eso he dispuesto que durante la cena traigan lo necesario para que se alojen en esta habitación o en la contigua, la que tú decidas.
–Gracias –suspiró–. Supongo que se pueden quedar aquí, para que no tengan que mover tanta ropa. Será más fácil si yo uso el armario y la ropa de los niños la guardamos en la cómoda, a falta de vestidor –sugirió cerrando los ojos para disfrutar del masaje y colocando la frente sobre las rodillas.
–La Sra. Reynolds se puede encargar de eso mientras cuidan a los niños, hay dos armarios en la otra pieza. Espero que la lejanía de la alcoba de los niños no haya sido la única razón de tu inconformidad con respecto a la designación de habitaciones.
–Tú sabes que no –dijo levantando la cabeza para mirarlo a los ojos, esos ojos azules en los que se perdía–. Sabes que me habría sentido muy sola durmiendo tan lejos de ti.
Darcy sonrió y la besó con cariño. Luego se puso de pie y colocó un leño más sobre la chimenea mientras su mujer le decía:
–¿Para qué te buscaba tu primo?
–Quería saber de Georgiana y yo le pregunté por Ray.
–¿Qué noticias tiene del coronel?
–Me dijo que está en Italia. Por lo menos no se enlistó en el ejército.
–¿Qué crees que haga después?
–No lo sé, yo creo que volverá a ocuparse de las tierras o tal vez quiera regresar conmigo. Necesita tiempo y distancia para pensar. Descansa y disfruta de tu baño –indicó deseando su compañía mientras recogía sus prendas.
–Gracias –dijo sonriendo y se sumergió otra vez en el agua mientras su marido se retiraba.
El matrimonio Darcy salió de la habitación en donde se había introducido la señora una hora antes. Ella reía por algún comentario que había hecho mientras él esbozaba una ligera sonrisa en su rostro. Él cerró la puerta y le ofreció el brazo, dedicándole una tierna mirada que expresaba el amor que le tenía y lo orgulloso que se sentía de su amada. Caminaron mientras ella seguía fluidamente la conversación y él contestaba brevemente, pero la alegría que manifestaban sus ojos proyectaba la seguridad de sentirse amado.
Al descender un piso, se desviaron del camino para atravesar el pasillo unos cuantos metros e introducirse en otra habitación. A los pocos minutos la pareja salió y, antes de que el caballero le ofreciera su brazo, la dama se colocó de puntitas y lo besó, lenta y pausadamente, descansando las manos sobre su pecho, mientras él correspondía y la tomaba de la cintura.
–Gracias –murmuró ella.
Él sonrió, satisfecho de haber complacido a su dama y retomaron su camino rumbo al salón, donde se encontraban otros invitados. Al ser anunciados por el mayordomo, el anfitrión se acercó a la pareja mientras ella sonreía agradecida por la atención y él fruncía el ceño, deseando que no se tomara tantas molestias con su mujer y se dedicara a halagar a otras señoras ávidas de sus atenciones.
–Creo que la agonía de la espera ha sido maravillosamente recompensada. Está usted muy bella esta noche – comentó lord Russell besando su mano mientras le robaba una sonrisa a su invitada y ella agradecía–. ¿Encontró todo de su agrado, Sra. Darcy?
–Sí Su Excelencia, muchas gracias.
–¿Me permite escoltarla hasta el comedor?, con el permiso del Sr. Darcy, por supuesto –dijo dirigiendo su inocente mirada al caballero, quien respiró profundamente para guardar la compostura.
Lizzie aceptó su brazo, escuchando la exhalación de su marido, esperando que pudiera comprender que era una atención que no podía rechazar sin verse grosera, esperando que sus celos no lo dominaran. El caballero la guió con cierta lentitud para que pudiera observar las obras de arte que se exponían en las paredes, mientras que Darcy y los demás invitados los seguían. Lady Georgina apareció y, al ver a su marido llevando a la Sra. Darcy, se acercó a Darcy tomándolo del brazo para acompañarlo y comentar sobre algún asunto de interés, del cual él no puso atención y contestó con monosílabos.
Cuando por fin llegaron a su destino, se encontraron con una mesa rectangular enorme, servida con un gusto exquisito, con vajilla de porcelana, manteles de seda blanca, cubertería de plata con filos de oro y cristalería fina.
Lady Georgina pidió unos minutos de su atención para la designación de los lugares, iniciando desde una de las cabeceras. El último nombre de la lista fueron los Darcy y todos giraron su vista hacia ellos al percatarse de que estarían en el lugar de honor, junto al duque, seguido de algunos murmullos que fueron diluidos por el comentario del anfitrión.
–Por supuesto, mi gran amigo el Sr. Darcy, quien hoy nos honra con su bella esposa –dijo tomando su copa llena de vino y la levantó–. Brindo por esta velada en la que nos hacen el honor de acompañarnos, deseando que estas ocasiones se repitan.
Lizzie se encontró con la mirada de Jane, quien estaba sentada al centro de la mesa, enfrente de su marido y al lado de dos caballeros: uno de ellos la observaba sin apartar la vista... "Su ilustrísima" recordó, al tiempo que ellos tomaban sus copas para acompañar al duque en su brindis. Otro que parecía no desviar sus ojos de ella era Bruce Fitzwilliam, pero por fortuna se encontraba más cerca de la anfitriona, quien quería captar toda su atención haciéndole preguntas sobre sus viajes una vez que se sirvieron los platillos.
Los mayordomos ayudaron a sentar a las damas y luego a los caballeros, en un acto tan sincronizado que no habría salido igual si lo hubieran ensayado.
–Espero que tanta ceremonia no la haga sentir incómoda, solo será así esta noche, los demás días serán más relajados –dijo el duque a su derecha y luego giró hacia su izquierda–. Estimado Darcy, hemos echado de menos tu compañía estos últimos años, amigo, es un placer tenerte entre nosotros, ¡casi hubo apuestas de que rescindirías la invitación! Espero que tu reclusión haya llegado a su fin, no tienes más pretextos para encerrarte en tu casa: ya tienes dos herederos, tus negocios marchan de maravilla. ¡Vaya que has tenido prosperidad en estos aspectos! ¿Qué más puedes pedir? Tienes una hermosa familia y has levantado un negocio que estaba en quiebra hace pocos años y hoy está en considerable crecimiento. Es un logro admirable, por no hablar del auge de las empresas que heredaste. Pudiste hacer lo mismo que algunos de nosotros, disfrutar de las fortunas que hemos heredado y beneficiarnos de las buenas inversiones, pero seguiste los pasos de tu padre.
–Si eso lo dices por mí, no tendré más remedio que aceptar –dijo el Sr. Stuart.
–Al menos él acepta sus condiciones. Con que no aproveches que llevas el mismo nombre de tu abuelo y firmes como él: lord Mount Stuart, tercer conde de Bute –dijo lord Grenville.
–Solo he hecho lo que se esperaba de mí desde su muerte –indicó Darcy circunspecto.
–Pero ya lo hiciste viejo, ahora es tiempo de disfrutar un poco. Me alegra tanto que hayan aceptado la invitación. Quiero que estos días descansen y disfruten la compañía de los buenos amigos, como lo hacíamos hace años. Sra. Darcy, seguramente su esposo le habrá platicado de las veces que nos reunimos en esta misma mesa, de las cacerías y los torneos de esgrima.
–¿Torneos de esgrima? ¿Y las damas serán invitadas? –inquirió Lizzie.
–Será un placer hacerle la invitación si usted lo desea, aunque si no sabe empuñar una espada, me propongo como su entrenador antes de la competencia.
–Me refería a ser invitada como espectadora.
–¡Oh!, por supuesto. Tengo que admitir que el Sr. Darcy siempre arrasaba con todos, pero tengo la esperanza de encontrarlo un poco fuera de forma, aunque teniendo una admiradora como usted, creo que estamos en enorme desventaja –dijo con una sonrisa sugestiva.
"¿Acaso está flirteando? No puede ser, es amigo de Darcy y un adulador de primera. Seguramente quiere quedar bien con Darcy por algún asunto de negocios", pensó Lizzie asintiendo, aunque se sintió incómoda, mientras Darcy respondía alguna cuestión que la dama sentada a su lado, la Sra. Sheridan, le comentaba. Desvió sin pensar la vista hacia el centro de la mesa y allí estaba otra vez: Su Ilustrísima observándola. Bajó la mirada para comprobar que todo estuviera en orden en su atuendo y corroborar que no hubiera nada fuera de lugar, ocasionado por la lactancia, que pudiera atraer su atención.
–Sra. Darcy –le habló el caballero sentado a su derecha, el Sr. Sheridan–, me ha dicho mi esposa que usted
es la hija del Sr. Frederic Bennet, el autor de Descubrimientos recientes sobre la historia de la Antigua Grecia.
–Sí, era mi padre.
–Soy gran admirador de su trabajo.
–Yo también. Tengo que reconocer que fui su primera admiradora.
–Entonces usted conoce todo su trabajo.
–Sí, de hecho realizamos juntos la investigación.
–Fascinante. Me encantaría platicar del tema con usted, es como si hablara con el autor. –Bueno, de eso ya hace muchos años, tal vez no recuerde todos los detalles.
–Pero me podrá decir las fuentes que sirvieron para su estudio, tantos detalles que no incluyen en la obra. Tengo entendido que el Sr. Walter Scott hizo la redacción final.
–Gracias al patrocinio del Sr. Darcy.
–No sabía que el Sr. Darcy fuera apasionado del tema.
–Tengo que reconocer que no fue el tema el que lo motivó a involucrarse en el asunto.
–Entiendo –dijo sonriendo, pensando en que la esposa había sido la primera interesada–. Cuando una mujer se propone un objetivo, que los señores estemos preparados.
–Yo también conozco a profundidad el trabajo de su padre, Sra. Darcy –indicó lord Russell, quien había seguido la conversación desde su lugar–. Coincido con mi amigo en que es fascinante. Y es admirable que usted lo haya ayudado.
–¿Y su padre viajaba mucho? –inquirió el Sr. Sheridan.
–Cuando era joven visitó los lugares que despertaron su interés, me platicó que escribió muchos cuadernos de notas para recordar todos los detalles. En una de sus visitas a Inglaterra se enamoró y se casó con mi madre, tuvieron cinco hijas y no volvió a viajar fuera de la isla, pero pasaba horas en la biblioteca con sus cuadernos y centenares de libros sobre el tema, leyendo y completando sus apuntes.
–¿Cómo fue que usted decidió apoyarlo? –indagó lord Russell.
–Fue muy fácil, mi padre me inculcó el amor a los libros y pasaba largo tiempo con él, poco a poco me fui interesando en su investigación hasta que empecé a ayudarle. Recordaba mejor que él los textos que habíamos revisado y se ahorraba mucho tiempo en encontrar las citas exactas para completar sus notas. Así, me sentía útil y disfrutaba de mi trabajo y de su compañía.
–Eso habla mucho de sus capacidades intelectuales. Seguramente su padre se sentía muy orgulloso de usted. Lizzie sonrió, giró la vista hacia el frente y vio a su marido en medio de una amena plática con su compañera de asiento, quien reía abiertamente de algún comentario de Darcy y le coqueteaba con la mirada. Su sonrisa se desvaneció y bajó los ojos al platillo, picando con el tenedor el primer pedazo de pescado.
El duque comentó algo a su lado izquierdo y la risa de la dama nuevamente se hizo presente, pero Lizzie se concentró en su comida, ya que con la lactancia necesitaba alimentarse bien.
A los pocos minutos de que ella terminó, los platos se evaporaron por obra de los meseros y aparecieron suculentos postres hechos con merengues y jalea de fresa. Alzó la vista hacia su marido y vio que seguía metido en la conversación. Desvió la vista al centro de la mesa al sentir el peso de esa mirada que había estado pendiente de cualquiera de sus movimientos y sonrió levemente, esperando que este desviara su atención. Vio de reojo al que estaba cerca de la anfitriona y Sir Bruce cesó su escrutinio para responder a otra pregunta de su compañera de junto.
–Espero que el dulce sea de su agrado. Alguien me dijo que su debilidad eran los postres –indicó el duque. –Ese alguien le ha informado bien, aunque por el momento he renunciado a ese tipo de placer –respondió Lizzie.
–Pero no esta noche, por favor... Si es por su figura –aclaró acercándose a ella para no ser escuchado por los demás–, debo asegurarle que luce usted extraordinariamente bien, no tiene de qué preocuparse. Además, con la lactancia puede disfrutar de ese tipo de lujos sin consecuencias y su hija se lo agradecerá. Insisto.
Lizzie observó el platillo, había renunciado voluntariamente al dulce para recuperar su peso y hacía mucho tiempo que no se lo había permitido. Tomó lentamente la cuchara, lo partió y, como si los segundos fueran una eternidad, lo probó, cerrando los ojos para disfrutar del dulce que percibía su paladar, su lengua, su boca, sin percatarse del suspiro que emitió por el ruido existente en la habitación, pero que resonó en los oídos de su acompañante, quien la observaba fascinado.
–¿Ya vio? –dijo satisfecho–. Intente acompañarlo con un poco de vino tinto.
Lizzie abrió los ojos, dirigiéndolos a su copa medio llena, tomó el cristal y le dio un sorbo, saboreando la
exquisita combinación de sabores. Entonces, se encontró con la encrespada mirada de su marido, dejó la copa sobre la mesa y dijo con determinación:
–Es suficiente.
–Lástima –murmuró, antes de dirigirse a su izquierda–. Darcy, espero que hoy nos acompañes a jugar billar, también habrá ajedrez después del oporto. No he olvidado que eres un excelente jugador de ajedrez, de hecho lo recuerdo cada vez que juego porque no he tenido ningún otro contrincante como tú. Tal vez después de la partida pueda robarte algunos minutos para pedirte asesoría sobre una inversión, he sabido que tus inversiones te han redituado muy bien y me han hecho un ofrecimiento que no sé si deba aceptar.
–Por supuesto.
–Disculpe Sra. Darcy que la conversación se desvíe a temas de negocios, pero creo que es inevitable al tener tan cerca al empresario más exitoso de nuestro país. Espero obtener un buen consejo de mi amigo. –Adelante.
Los caballeros iniciaron su conversación, el Sr. Sheridan también se interesó en el tema, por lo que Lizzie estuvo absuelta de participar agradeciendo ese pequeño descanso. A los pocos minutos lady Georgina convocó a las damas al té en el gran salón, por lo que los mayordomos ayudaron con las sillas de las señoras, aunque los caballeros se habían puesto de pie hasta que la última dama había abandonado la pieza. Enseguida se acomodaron quedando los lugares disponibles en el otro extremo de la mesa, se sentaron y el mayordomo repartió los vasos. El anfitrión se sirvió el oporto y arrastró la botella hacia la izquierda, como era tradición, para evitar que, por algún descuido, el líquido fuera lamentablemente derramado sobre la mesa. Darcy, el invitado de honor, se sirvió e hizo el mismo movimiento hacia la izquierda, hasta que todos los caballeros habían sido abastecidos, acompañando el momento con las conversaciones que caracterizaban este tipo de encuentros.
Lizzie se sentó en uno de los sillones junto a Jane, pero lady Georgina le pidió que se acercara a ella, como si fuera su invitada especial. El duque había dejado manifiesto que el Sr. Darcy era su invitado de honor, y por lo tanto su esposa, pero que lady Georgina hiciera lo mismo le llamó la atención, más sabiendo que había muchas amistades suyas entre las invitadas. Ella tomó el lugar que le habían concedido, y recibió de manos de su anfitriona la primera taza de té que servía, mientras las damas conversaban de lo exquisita que había estado la cena y la entretenida conversación que habían disfrutado en la mesa. Lizzie observó a la Sra. Sheridan, quien le dijo:
–El Sr. Darcy es un hombre encantador.
–No solo el Sr. Darcy, tú también eres afortunada al estar casada con un hombre encantador –dijo lady Grenville–. Hay que recordar que hace años se batió en duelo con Thomas Mathews, dos veces, para salvar el honor de su dama al haber sufrido la difamación de su carácter en un artículo de periódico escrito por el hombre en cuestión, para luego casarse con ella.
–Si tan solo hubiera sido yo la agredida, pero estás hablando de Elizabeth Ann Linley, su primera esposa. –Supongo que si lo hizo una vez es capaz de defender tu honor de la misma manera.
A los pocos minutos, un lacayo se acercó a lady Georgina y le dijo algo en el oído, hizo algunas señas y el mozo se acercó a la Sra. Darcy ofreciéndole que tomara un papel de la bandeja de plata que sostenía. Ella correspondió y la leyó.
–Lady Georgina, agradezco mucho su atención pero me temo que tendré que retirarme, mi hija necesita comer.
–Pero ¿cómo?, ¿usted no tiene un ama de cría? –inquirió lady Grenville.
–No, me gusta criar a mis hijos.
–Ha de ser sumamente demandante y molesto.
–Con su permiso.
Lizzie hizo una venia y se retiró, agradeciendo que pudiera irse a descansar en lugar de permanecer en la velada obligada a jugar cartas. Salió y se dirigió a las escaleras y en el primer piso escuchó que algunos pasos la seguían, se volvió y vislumbró a lord Russell, quien la había alcanzado con facilidad.
–Permítame escoltarla hasta su habitación, Sra. Darcy.
–No es necesario, recuerdo el camino.
–No es ninguna molestia, yo también necesito ir a mi alcoba que se encuentra a cuatro puertas de la suya, al final del pasillo. La de lady Georgina se ubica hasta el extremo opuesto, junto con la de los niños, aunque han sido movidos temporalmente.
Le ofreció el brazo y ella aceptó con cierto recelo, pero convenciéndose de que era un caballero y amigo de
su marido.
–Usted es afortunada de poder escaparse temprano. Además de que ha sido un largo día, debe estar cansada. –Sí, el viaje fue placentero pero largo.
–Espero que mañana me conceda el placer de mostrarle la casa y los bosques, como hoy me concedió la satisfacción de verla degustar su platillo favorito –espetó, llegando hasta la puerta que le correspondía a la Sra. Darcy mientras otra puerta del pasillo se abría.
El caballero que salió observó a la pareja por unos momentos y luego inició su camino, haciendo una pausa para hacer una venia.
–Buenas noches Sra. Darcy –se despidió lord Castlereagh, y se retiró.
–Espero que también haya disfrutado de sus flores y sus chocolates –prosiguió el duque.
–Gracias por su hospitalidad.
–Ha sido un placer. Buenas noches –indicó, extendiendo el candelero de plata que traía en la mano para dárselo.
–Se quedará a oscuras, milord.
–La luz de la luna es suficiente para mí. Prefiero su seguridad y que me considere su amigo. Puede llamarme John.
Lizzie lo tomó, abrió la habitación de sus hijos y cerró la puerta, encontrando la pieza en silencio y oscura. –Stephany ya se ha dormido señora, hace un par de minutos –comentó la Srita. Madison.
–Bueno, aun así ya quería retirarme. Gracias por cuidarlos.
–Hasta mañana –dijo envolviéndose en una capa negra para salir.
–Llévate el candelero.
–Solo la vela, gracias señora. No quiero que alguien piense que lo estoy robando.
La Srita. Madison cerró la puerta tras de sí, escuchó unos pasos a su espalda y una mano que la tomaba del hombro para girarla. La vela se apagó y cayó al suelo mientras ella sentía su espalda golpear con la pared, el duro cuerpo de un hombre contra sí rodeándola por debajo de la capa y una boca invadiendo a la suya. Ella se tensó alarmada, trató de resistirse pero una sensación inesperada, placentera, empezó a recorrerla sintiendo un calor abrasador. Su boca era tan apremiante, exigente y demandante, pero tierna y dulce, que tuvo que separar los labios. Se sentía desfallecer y el hombre lo sabía o lo esperaba, ya que la sostuvo más firmemente de la cintura sin detener el beso. Por el contrario, parecía buscar que ella ardiera de deseo, y lo estaba consiguiendo. Su corazón palpitaba de forma ensordecedora y sentía su duro dorso contra sus curvas y algo más en su vientre, mientras él la saboreaba y ella se abandonaba a sus demandas, respondiendo a sus caricias como nunca creyó posible hacerlo. Nunca nadie la había besado, ¡ni tocado!, gimió de placer al sentir su enorme mano cubriendo el montículo, acariciándolo lentamente despertando sensaciones nuevas y estimulantes, se sentía mareada y agradeció el soporte que le daba el brazo que la rodeaba de la cadera.
Él se separó unos centímetros, pero la caricia que le quemaba la piel continuó mientras decía:
–¿Te ha gustado? Ya sabes dónde encontrarme esta noche. Regresaré en media hora y prometo traer postre y vino.
Él la volvió a besar y ella respondió con avidez, deseando que ese contacto perdurara, que su mano acariciara su piel, olvidándose por unos momentos de todos los consejos que había recibido desde niña de no fiarse de los hombres.
De pronto sintió un aire helado que la recorrió, tuvo que sostenerse de la pared para no caer, jadeando se sentó en el suelo, ya que sus rodillas no la sostenían. El hombre se había ido en medio de la oscuridad dejándola a su suerte, con un intenso deseo que hasta hacía unos minutos le era totalmente desconocido y que ahora le provocaba dolor. Respiró profundamente para tratar de calmar su agitado corazón mientras unas lágrimas caían sobre sus mejillas. La había hecho sentir tan sensual pero ni siquiera sabía quién era; aunque lo supiera, sabía que esos minutos no volverían a repetirse jamás, no podían repetirse. Si esto era lo que su ama sentía al estar con su marido... ahora la entendía y la envidiaba.
Darcy respiró más tranquilo al ver que el duque cruzaba las puertas del salón. Se había tardado solo unos minutos en volver, pero lo suficiente como para impacientarlo y distraerlo de la mesa de billar, faltó poco para que él también se disculpara y fuera a reunirse con su mujer. No era que desconfiara de su esposa, pero no podía decir lo mismo del caballero que le hablaba.
–Espero no haberme perdido un tiro magistral.
–¡Por fin regresó nuestro anfitrión! –gritó uno de los presentes.
–Yo preguntaba por Bruce Fitzwilliam –respondió otro.
–¿Bruce? Ni lo sueñes, seguramente está disfrutando de los placeres nocturnos.
–¡Pensé que su intención al regresar era sentar cabeza! –se burló alguno en medio de varias carcajadas.
El juego continuó con el humo de los puros, las bebidas cristalinas de las copas, las risas graves y los comentarios varoniles, pero en cuanto se dio el último tiro y una exclamación de victoria, el duque se disculpó con sus invitados a causa de una jaqueca.
–Creo que también es hora de que me retire –indicó Darcy.
–No Darcy, quédate un rato más. La noche apenas empieza. Yo me voy porque ya llevo varias desveladas practicando mis habilidades para enfrentarme contigo. No querrás ganarle a un contrincante con falta de sueño, sería indignante para ti.
Él asintió y aceptó el licor que le ofrecía, el duque le dio una palmada en el brazo y se retiró. Dejó pasar unos minutos y se despidió de los presentes, aun cuando le insistieron en quedarse.
Cuando llegó a su habitación, la encontró a oscuras y cerró la puerta.
–Pensé que te quedarías más tiempo a jugar –dijo Lizzie desde la cama mientras Darcy encendía otra vela–, o a continuar tu plática con la Sra. Sheridan.
–¿Con la Sra. Sheridan? –inquirió extrañado de sentirla molesta.
–Parecías muy interesado en su conversación.
–Solo estaba siendo amable con ella, como supongo que tú también lo estabas siendo con el duque. ¿Te sentiste halagada con sus atenciones?
–Ese hombre es un perfecto adulador, pero lo hace con todos, incluyéndote. Le encanta quedar bien con todos. Así que sus halagos no te justifican para corresponder a las coqueterías de otras mujeres.
–Yo no estuve respondiendo a sus coqueterías, aunque tú sí respondiste a sus halagos. Nada más tuve que ver la forma en que te comías el postre.
–¡Solo me comí un pedazo! ¡Si no quieres que coma para que no engorde, solo tienes que decirlo!
–Yo no quiero, ni te he pedido que dejes de comer postre, además de que no necesitas renunciar a ese gusto, pero la forma en que lo disfrutaste en su presencia...
–¿Fue indigno de la Sra. Darcy? –inquirió enojada.
–Más bien muy seductor y te aseguro que el duque no es un santo.
–¡Ah! –exclamó quedándose sin respuesta bajando la mirada–. Entonces, ¿por eso estás molesto?
La puerta de la alcoba sonó, Darcy se acercó a la puerta, la abrió, intercambió unas palabras con alguien y, tras cerrarla, se giró trayendo una charola que contenía un servicio de postre, dos copas y una botella de vino.
–Solo que habría deseado disfrutar del placer de observarte saboreando tu dulce en privado.
–¡Darcy! –indicó sonriendo al darse cuenta de lo que se proponía–, ¿como el recorrido imaginario a las colecciones de arte?
–Efectivamente –dijo mientras se sentaba a su lado y colocaba la bandeja sobre la mesa.
–No pensé que hubiera sido... perdóname. Solo que hacía mucho tiempo que no probaba un platillo semejante.
–Porque así lo has decidido tú, aunque no veo razón para continuar privándote de esa manera. Máxime, conociendo un excelente ejercicio que te mantiene en forma.
–Y, ¿me puede decir cuál es ese ejercicio, Sr. Darcy?
–Prefiero mostrártelo –susurró besándola.
Ya era tarde, Darcy despertó y agudizó sus sentidos. El ruido que lo había despertado y que se había vuelto a repetir era de la habitación de sus hijos: escuchó unos pasos y una manija que abrió el pomo de la puerta, luego se cerró. Ninguno de sus hijos podría abrir la puerta ni caminar de esa manera, aun cuando lograran salirse de sus cunas.
–Lizzie... Lizzie –murmuró moviéndola levemente.
–Mmmm.
–Lizzie, ¿dejaste sin llave la puerta de los niños?
–Sí, para que la Srita. Madison entrara sin despertarnos por la mañana. ¿Por qué?
Darcy se levantó y se dirigió a la puerta que comunicaba a las dos habitaciones, colocando su oreja sobre la misma, sin escuchar sonido mientras su mujer lo observaba desde la cama tapándose con la sábana.
–Ponte la bata –dijo ella en voz baja lanzando la prenda.
Darcy se la colocó, abrió lentamente y desapareció tras ella por unos segundos. A su regreso, Lizzie preguntó:
–¿Los niños están bien?
–Sí, pero cerré la puerta con llave. Tal vez alguien se haya equivocado de puerta.
Unos momentos antes, un hombre ataviado con una bata azul marino de seda salía de la habitación portando una pequeña vela, revisando que no fuera sorprendido por alguien en el pasillo.

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Bueno como ya les dije este es el último capítulo de esta historia, sé que quedaron muchas cosas sin resolver pero la autora original así lo dejo y no ha dicho aún nada sobre una continuación.
Espero que les haya gustado y muchas gracias a las personas que votan y comentan.❤️

LOS DARCY: UN AMOR A PRUEBA.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora