Capítulo 33

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Darcy se despertó exaltado al desconocer el lugar donde dormía, pero se tranquilizó cuando sintió a Lizzie a su lado, recordando lo que había vivido el día anterior. Se giró para quedar de costado viendo a su esposa que descansaba profundamente, observando por un rato la belleza que lo cautivaba cada día y cada noche, las facciones que ya se sabía de memoria, deseando cubrir ese rostro con sus besos y aliviar el dolor que los recuerdos habían resurgido. Dio gracias a Dios por amanecer en su compañía, que ella estuviera bien, cuando Lizzie abrió los ojos y le sonrió.
–Buen día, preciosa. ¿Cómo has amanecido? –Bien.
–¿Te sientes mejor?
–Sí... gracias por escucharme.
Darcy acarició su rostro, besó su frente y la estrechó contra sí.
–¿Pudiste descansar? –indagó Lizzie complacida del cariño de su esposo–. Ayer llegaste muy tarde.
–Estuve largo rato con el coronel, luego unos momentos con Anne. Siento no haberte acompañado a nuestra llegada, como era mi deber.
–También era tu deber acompañar a tu primo, aunque debo reconocer que te extrañé mucho.
–Yo también. Si hubiera sabido lo que sucedió...
–No quería preocuparte. Además, el coronel te necesitaba más que yo –dijo reconociendo que si el ataque se hubiera perpetrado en su totalidad, no habría hecho la anterior declaración y lo habría mandado buscar. –Temo que hoy tendré que ocuparme de todos los asuntos. Fitzwilliam no está para encargarse de nada, me sorprendería que hoy se pudiera levantar de la cama.
Lizzie se incorporó y acarició su rostro con cariño, sintiendo la barba crecida.
–Darcy, si alguna vez me pasa algo...
–Ssshhh –la interrumpió poniéndole un dedo sobre la boca, ella lo besó y continuó:
–Si alguna vez me pasa algo, no quiero que te derrumbes. Quiero que recuerdes lo felices que hemos sido y que salgas adelante por nuestros hijos.
Darcy retiró el dedo, se giró y acercó su boca, viendo el deseo y la aceptación de ella, para besarla lenta y delicadamente, queriéndose perder en sus brazos, recordando las palabras que le había dicho su primo sobre disfrutar más la compañía de su esposa, del gozo mutuo de sus besos. Lizzie se sintió fascinada al advertir todo su peso sobre el cuerpo, aunque fuera por unos momentos, disfrutando de las caricias que le daban sus labios y la sensación de respirar con dificultad a causa de la excitación.
–Perdóname –dijo él colocándose de costado, pensando en los recuerdos de su esposa.
–Sabes que me gusta.
Darcy apoyó la cabeza sobre el pecho de su mujer mientras ella lo estrechaba, necesitaba recuperar su autodominio y tenía que aprender a controlarse sin salir corriendo. Lizzie acarició su cabeza y él se tranquilizó escuchando la melodía de los rápidos latidos de su corazón que fueron disminuyendo de velocidad en tanto él dormitaba hasta que un dulce llanto los sacó de su deleite.
–Yo voy por ella –ofreció Darcy, besándola en la mejilla y levantándose de la cama para ir por su bebé, su otra niña.
A su regreso trajo compañía: los niños habían despertado y estaban ansiosos por saludar a su mamá. Corrieron hasta su encuentro y la abrazaron tras haber sido subidos por el padre con un empujón.
Después del alboroto los niños continuaron el juego junto a su madre, por lo que Darcy le entregó a Stephany para ser alimentada. Lizzie la tomó en brazos y se tapó para iniciar con su labor.
–No es necesario que te cubras, quiero que mis hijos aprendan desde ahora que no solo son para el deleite de un marido.
–Entonces tendrás que darles ejemplo y acompañarme unos momentos mientras yo la alimento y ellos juegan... Con la mayor naturalidad Sr. Darcy –enfatizó al percatarse de que su mirada se desviaba por unos segundos.
–Si la situación exige naturalidad, entonces creo que aprovecharé para imitarlos, jugaré con ellos.
Darcy se acercó y con sus grandes manos los volteó boca arriba y los llenó de cosquillas hasta que los niños quedaron agotados. Los dejó respirar por un rato y se acostó en la orilla de la cama para leer, aunque le era muy difícil concentrarse. Los niños se recuperaron y se subieron a su estómago para montarlo, como veían que su padre montaba a su corcel. Darcy se divirtió con ellos observándolos, reconociendo lo entretenido que era tener un compañero de juegos del mismo tamaño y se imaginó a sus hijos más grandes y a su pequeña princesa, ¿podría integrarse a los juegos bruscos a los que sus hermanos estaban acostumbrados?, tendría que enseñarles a jugar con delicadeza con Stephany, pero se lamentó ante la imposibilidad de darle una compañera, una hermana, recordando la soledad que a veces había acompañado a Georgiana en su niñez y parte de su juventud. Por lo menos tendría a Rose, aunque no siempre podrían estar en la misma ciudad. –¿Por qué frunce el ceño, Sr. Darcy? Ya terminé con Stephany, ya puedes levantarte y entablar una conversación conmigo.
–Solo pensaba que Christopher y Matthew siempre serán compañeros de juegos, no me gustaría que Stephany sintiera la misma soledad que sintió mi hermana –dijo mientras con el brazo ayudaba a sus hijos a bajar de la cama.
–Eso se puede resolver.
–Sabes que no Lizzie, no a un precio tan alto.
–Darcy, ¿sabes cómo supe cuál era el problema que había entre Georgiana y su marido? Cuando Donohue me explicó el peligro que corría Stephany por el sarampeón de los niños, él me aseguró que Georgiana no corría ningún riesgo y que él se iba a encargar de que no se embarazara. Me impactó darme cuenta que un hombre puede tomar una decisión así y negarle a Dios la oportunidad de dar vida. ¡Qué responsabilidad tan grande cargas sobre tus hombros cuando decides vivir así! Tal vez puedas encontrar descanso cuando esa decisión se la dejas a Dios, quien es el único que finalmente la toma.
Darcy se recostó en el regazo de su mujer, abrazándola de la cintura, mientras ella lo acariciaba en la cabeza, como hacía con sus pequeños para que se durmieran.
–Me sorprende que hoy, después de recordar el ataque que sufriste, quieras hablar del asunto.
–No solo quiero hablar... Darcy, me siento libre al tener la certeza de que ese hombre no logró su objetivo. –Te atacó y te asustó, pudo haberte matado.
–Sí, pero no tiene nada que ver contigo ni con lo que he vivido a tu lado. Tú has sido el mejor de los maridos, me amas y te amo, me has protegido como el que más y siempre has sido muy cuidadoso conmigo, yo me siento segura y feliz contigo. Comprendo que las mujeres que sufren ese tipo de abuso quedan profundamente heridas y, dependiendo de los sucesos posteriores, pueden salir adelante o tardarse mucho tiempo en sanar, afectando las relaciones con su pareja, pero no es mi caso. Además, nunca me sentí sola al enfrentar el problema, siempre estuviste a mi lado.
–Excepto cuando pasaste la noche en casa de los Windsor y ayer.
–Bueno... finalmente te diste cuenta de tu error y propiciaste un acercamiento. Anoche me apoyaste, me escuchaste, me ayudaste a ahuyentar mis temores. Pero volviendo al tema anterior...
–Insistes en estar en desacuerdo con mi decisión.
–Estoy en contra porque te amo.
–Yo estoy a favor porque te amo. ¿Cómo podemos llegar a un acuerdo?
–Déjalo en las manos de Dios y recuerda que Él quiere que seamos felices.
"Para ti es fácil decirlo..." pensó Darcy sin atreverse a departirlo en voz alta, "pero yo soy el que te perdería y el que me quedaría solo..." Recordó el sufrimiento que pasó cuando su esposa estuvo en peligro de muerte y los días y noches en que vivió una angustia que no quería repetir en su vida, pero ¿acaso no estaba siendo egoísta al solo pensar en un sufrimiento que se quería ahorrar?
–Darcy, me estás apretando mucho.
–Perdóname –dijo apartándose lentamente–. Creo que iré a cabalgar, ¿te parece bien?
Lizzie asintió. Él se incorporó, la besó en la mejilla, hizo lo mismo con su pequeña que yacía dormida en los brazos de su madre y se dirigió al vestidor.
Lizzie lo vio alejarse y se llenó de temor, viró su vista hacia la puerta comprobando que el cerrojo estaba puesto y que nadie podría entrar para atacarla o hacer daño a sus hijos, al menos no sin hacer ruido, el cual alertaría a su esposo de que algo estaba pasando. Sin embargo, cuando se fuera... No pudo evitar estrechar con mayor fuerza a su pequeña para protegerla, provocando que se despertara y llorara. La besó en la frente y escuchó ruido en la habitación colindante: "gracias a Dios ya llegó la Sra. Reynolds", pensó.
Cuando Darcy salió, la habitación estaba vacía y la puerta que comunicaba las habitaciones estaba
emparejada, se introdujo en ella y encontró a su familia acompañada de la Sra. Reynolds. Lizzie, todavía en bata, dejó su ocupación y se acercó a él.
–¿Regresarás pronto? –indagó con un atisbo de miedo que logró ocultar tras unos segundos.
–¿Quieres que me quede? –"si tú me lo pides te complaceré en todo", reconoció en silencio.
–No, no, te sentirás mejor si te ejercitas.
Lizzie se arrepintió de haber negado su compañía cuando él acercó su mano para cerrarle bien la bata y sintió una tierna caricia de deseo sobre su delicada piel por debajo del escote de encaje, una caricia que hizo volar su sangre a todos los rincones de su cuerpo. Sintió enormes deseos de ceñirlo y percibir sus brazos rodeándola y protegiéndola, necesitaba tanto de su amor para sentirse segura y olvidar el desasosiego que le provocaba ese lugar.
–Como desees, preciosa.
Lizzie quería hablar y pedirle que la abrazara y la amara, que aliviara el dolor que sentía aumentar en su cuerpo con el paso de los días, las semanas y los meses, y que ese ligero contacto lo había encendido como mecha incendiando su ser. "Pero Darcy, ¿sigue firme en su decisión?", se cuestionó confundida, reviviendo en ella la esperanza que había dejado atrás. "Tal vez a su regreso..."
–Sra. Reynolds, ¿le encargo a los niños? Voy a tomar un baño –dijo sintiendo latir fuertemente su corazón. –Por supuesto.
Lizzie se introdujo a la alcoba encontrándose nuevamente sola, sintiendo ese temor pero sabiendo que al lado estaba la Sra. Reynolds, si algo se le ofrecía podía solicitar su ayuda. En esa pieza y en ese baño había pasado momentos de enorme sufrimiento, pero lo había olvidado con las expectativas que su marido había despertado en ella. Giró su vista hacia la puerta, tal vez se sentiría más segura si la cerraba con llave otra vez. Se reprendió en silencio por esos nuevos temores, aun cuando tenían una base real, agradecía al cielo que ya tuviera la certeza de lo que había sucedido, pero tenía que luchar contra ese miedo que todavía la quería dominar, más cuando su marido se había mostrado deseoso de estar con ella. No podía retroceder en su determinación de luchar por ese acercamiento tan anhelado por ambos ahora que se sentía completamente libre de una agresión de esa magnitud, aunque tenía que reconocer que sí había sido agredida. Dejaría la puerta sin llave para que su marido pudiera entrar en el momento en que quisiera, ya que si la encontraba cerrada tal vez se desanimaría de buscarla y se retiraría, no podía permitir que cambiara de opinión. "¡Dios mío!, ¿por qué no lo detuve antes de que se fuera?". Tendría que controlar el temor, en realidad no corría peligro, trató de convencerse. Sabía que el hombre que la había atacado se encontraba castrado, aunque reconoció que esa no era la única manera de molestar a una dama, pero se repitió una y otra vez: "está en la cárcel", "no volverá a hacerme daño".
Se introdujo al baño, tocó el agua y seguía caliente, tal vez su marido había dejado encendido el fogón mientras se bañaba para que no se enfriara. La vació en la tina con el dispositivo, recordando a la Sra. Reynolds cuando le dijo que Lady Catherine preguntó cómo funcionaban esos dispositivos que había en casa de su sobrino y los detalles para instalarlos. Se retiró la bata y el camisón, recordando esa caricia que la habría hecho vibrar si hubiera durado más tiempo, deseando sentir sobre su cuerpo las manos y la boca de su esposo. "¡Ay, Dios!, ¡cuánto ha resistido Darcy!", admiraba su voluntad de hierro aunque le doliera tanto.
Se introdujo en el agua caliente recordando la última vez que su marido la había acompañado en el baño... sus recuerdos se fueron a aquellos días felices que tanto habían disfrutado.
Darcy salió de la alcoba pensando en cierta caricia que habría repetido una y otra vez si su mente hubiera estado despojada de dudas, dudas que cada vez lo confundían más. Estuvo a punto de sucumbir, deseaba haber sucumbido, tal vez así las dudas desaparecerían, podría volver a amar a su amada y gozar de su felicidad, pero sabía que ya no podría conformarse con solo una vez, volver a contenerse sería inútil y entonces sí la pondría en verdadero peligro. Pero, ¿el peligro era real?, ¿cuál era la probabilidad de que se embarazara durante la lactancia o posterior a ella?, nadie podría contestarle esa pregunta, como nadie había podido responder si podrían tener familia o no cuando la infertilidad estaba presente.
De repente se encontró encima de su caballo, todo lo había hecho tan mecánico, estaba tan perdido en sus cavilaciones que no había escuchado el saludo de todos los mozos que se había encontrado en su camino, al menos lo habían visto por si necesitaban localizarlo, esperaba que no. Vio a lo lejos al Sr. Peterson y se acercó a él.
–Buen día Sr. Darcy.
–Buen día. Vaya y resguarde la puerta de la Sra. Darcy hasta mi regreso.
–Como ordene señor.
Sintiéndose más tranquilo, azuzó a su caballo. Necesitaba estar solo, tenía que aclarar más que nunca su situación, retomar su decisión si no quería arrepentirse para toda su vida. En el último de los casos, ¿lo estaba haciendo por egoísmo, para protegerse de un sufrimiento que sabía podría arrancarlo de la vida?
Lizzie se lamentó no haber empacado alguna ropa más sugerente, la hermosa colección de lencería que Darcy le había regalado se encontraba en Pemberley y en Londres, solo había puesto en su baúl un camisón y su bata. Normalmente habría viajado sin camisón, pero habría tenido de dónde escoger si de lencería atrevida se tratara, aunque solo la usara por pocos minutos. Tenía que conformarse con lo que tenía a la mano, se pondría esa bata que había logrado sacarle esa deliciosa caricia, soñaba con que la repitiera pero ahora le facilitaría la tarea: con desamarrar el cordón la tendría en su totalidad.
Esperó pacientemente, sabía que la hora de desayuno ya estaba cerca, aunque también se imaginaba que con todo lo de la velación y el entierro, todas las actividades de la casa se habían visto afectadas, seguramente nadie notaría su ausencia, solo sus hijos y Stephany, únicamente deseaba que no quisiera comer en los próximos minutos.
Alguien tocó a la puerta y Lizzie sintió que el corazón se le salía del pecho al ver entrar a su marido, se acordó de respirar y de destapar la pierna que tenía cruzada antes de que él se volviera. Darcy la recorrió con la mirada, Lizzie lamentó su enorme descuido de no incluir en el equipaje aunque fuera una prenda de muselina, pero se puso de pie, apenas podía caminar, y se acercó a él, le tomó las manos y lo besó. Él dudó pero le correspondió.
–Pensé que vendrías más pronto.
–Pensé que ya estarías lista.
–Ya estoy lista para ti –dijo mientras subía con la mano la de su marido a ese lugar secreto que solo le pertenecía a él, para que la tocara como había soñado tanto.
Lizzie suspiró al sentir su caricia, Darcy se tensionó al percibir esa piel tan suave y cálida, ahuecó la mano para disfrutar de ese contacto y, después de unos segundos, la retiró, cerró la bata y le dijo:
–Vístete por favor, nos esperan abajo.
Lizzie lo vio marcharse una vez más sintiendo un enorme coraje por su rechazo, jurándose que no lo volvería a intentar de esa manera, cada rechazo abría una herida muy profunda en ella. Se limpió las lágrimas diciéndose que rehusaría la invitación a desayunar reportándose indispuesta, no tenía deseos de verlo. Se dirigió al vestidor, se colocó un vestido sencillo y fue a la habitación de sus hijos donde le indicó a la Sra. Reynolds que avisara a su anfitrión, o a quien estuviera a cargo.
Darcy salió sintiéndose furioso consigo mismo, sabía que esa caricia sería tomada como invitación, y en realidad lo era, tenía que reconocer, aunque la cabalgata había servido para aclarar sus pensamientos y reafirmar su resolución; no podía caer una sola vez pero había sido muy cobarde de su parte haber huido sin, al menos, pedir una disculpa. Había visto la mirada llena de dolor de su esposa y sintió arrepentimiento por haberla rechazado de esa manera, pero si no salía de la alcoba habría sucumbido en sus brazos.
–¡Sr. Darcy! –lo llamó una voz a su espalda, por lo que se giró y la Sra. Reynolds se acercó–. Me pide la señora avisarle que se ha sentido indispuesta...
–¡Sr. Darcy! –él se giró extrañado de escuchar esa voz en ese lugar–. ¡Cuánto siento la muerte de su prima! –exclamó la Sra. Willis abrazándolo mientras Georgiana los observaba de lejos.

LOS DARCY: UN AMOR A PRUEBA.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora