3 (CORREGIDO)

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—¡Oh por Dios! ¡Te ves como una muerta viviente! —Fue lo primero que salió de la boca de mi amiga en cuanto me vio entrar a la cocina la mañana siguiente.

—Buenos días para ti también, Margaritte. —Arrastré las palabras con desidia mientras me servía un bowl de cereales y encontraba mi lugar junto a ella en la mesa. —Tuve unas pesadillas terribles que casi no me permitieron pegar el ojo en toda la noche. —Eso era, en parte, cierto. No recuerdo haber tenido ni un solo sueño agradable desde aquel día.

—¿Quieres contarme sobre ellas? Quizás te ayude a superar un poco los nervios con los que cargas. —Acarició mi hombro izquierdo con suavidad en un gesto de confort, era algo que solía hacer cuando éramos niñas y me pedía que confíe en ella cuando estaba triste o sabía que le escondía algún secreto.

Dudé por un instante, tal vez de esa forma podría hablar sobre lo que creía que estaba sucediendo. Si transformaba la situación en algo ficticio que mi subconsciente había creado a raíz de ver demasiado el canal de Investigaciones y crímenes no estaba técnicamente revelando nada que ella no pudiera saber, ¿no?. Pero esto era real, lo sentía en mis músculos cansados y mi estómago revuelto al escuchar la característica melodía del comercial donde aparecía Carl en la televisión. Lo más probable era que mi cuerpo me prohibiera hablar con Magui porque era consciente de lo peligrosa que era la información que poseía, quizás debería haberle hecho caso y no intentarlo. Pero lo hice de todos modos, si había una persona capaz de mover el cielo y la tierra para ayudarme, esa era ella.

—Había un par de hombres que trataban de secuestrarme con su camioneta, ellos... —Un fuerte impulso eléctrico recorrió todo mi cuerpo y me forzó a doblarme en dos antes de que pudiera terminar aquella oración. Sentí como me resbalaba de la silla y caía con todo mi peso sobre el frío suelo, parecía como si alguien estuviera incendiando cada una de mis venas desde el interior, obligando a mis músculos a contraerse en distintos espasmos de dolor.

Clet y B sabían lo que había estado a punto de hacer. Podían escucharme, sin importar donde se hallaran. Sólo estaban probando qué tan lejos sería capaz de llegar, seguramente para averiguar qué tan bien funcionaba su maldito programa. Me había pasado de la raya y esta era su forma de asegurarse que mantuviera la boca cerrada a partir de ese momento, de decirme que estaba sola y la única forma de liberarme era la muerte.

—¡Amanda! —gritó mi amiga desesperada con la voz temblorosa y lágrimas cayendo por sus mejillas a la vez que se arrodillaba a mi lado. —¡Amanda! ¡¿Qué tienes?! ¡Háblame, por favor!

Mi cerebro quería contestarle, pero mi lengua no se movía. Las descargas no se detenían y cada vez aumentaban más su potencia. Frente a mis ojos, cuando lograba mantenerlos abiertos, podía observar como dos distintas ramificaciones de electricidad convergían entre ellas causando ligeros destellos morados que se asemejaban a la explosión que hacen los fuegos artificiales y me producían tal ardor que yo también comencé a llorar.

—A...A... —jadeé, respirar era cada vez una tarea más difícil. —Ambulancia. —Conseguí susurrar antes de que mis ojos se cerraran por completo y dejara de tener contacto con la realidad.

<<Has sido una niña mala, una niña muy mala. A las niñas malas siempre les llega su castigo, Amanda.>>

Las palabras parpadearon varias veces sobre la oscuridad en un brillante violeta neón mientras una vibrante y severa voz masculina las recitaba en el interior de mi mente.

Pasaron varias horas hasta que finalmente sentí que mi cuerpo volvió a despertarse. El sonido constante de una de esas máquinas que sirven para monitorear los signos vitales y el olor a productos sanitizantes me indicaron que, gracias al cielo, me hallaba en la habitación de un hospital. No me atreví a moverme demasiado por temor a volver a perder la conciencia, así que tan solo me acomodé un poco mejor en la cama, cosa que pareció llamar la atención de una de las enfermeras de guardia.

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