Me quedé parada allí unos minutos, intentando juntar el coraje suficiente como para colarme en la biblioteca de Clet. Sentí un nudo formándose en mi garganta, cuando Magui dormía allí, la puerta nunca estaba cerrada, no para mi al menos, y Clet cuidaba la llave como si fuera de oro en lugar de solo un simple metal desgastado. Pequeños detalles que revelaban mucho de sus personalidades. Ella era una mariposa social, dispuesta escuchar a todos en cualquier momento, y él se escondía del mundo, siempre en las sombras, nadando en su ego.
Respiré profundamente, sacudiéndome los rastros de inseguridad, y bajé la manija de la puerta. Era la primera vez que pisaba el lugar desde la mudanza, y realmente parecía que una pequeña parte del paraíso había sido instalada allí. Lo primero que noté fue la biblioteca como tal, quizás la había mandado a construir en alguna de las oportunidades en las que yo no estaba porque no recordaba haberla visto, era de una madera oscura barnizada recientemente, muy lejos de los estantes enclenques de Ikea que tenía instalados mi amiga en su lugar, los libros parecían pintados en ellas, todos en fundas de tonos tierra, ninguno resaltaba más que los otros ni tenían inscripción alguna en el lomo. Me preguntaba cómo los diferenciaba.
Lo siguiente que vi fue el escritorio, ocupado por una computadora de triple monitor con uno de esos teclados que tienen luces de colores, el cual hacía juego con la cpu, en un estante retráctil debajo de ella se hallaban la funda de una laptop y una tableta. El set completo. Las jaulas de todos los sujetos.
Clet se hallaba mirándome desde un enorme sillón de cuero ubicado en el centro de la habitación, intentando ocultar su sorpresa detrás de un grueso libro.
—¿No te enseñaron que es de mala educación entrar sin tocar? —preguntó en un tono aburrido mientras cerraba el libro y lo apoyaba en su regazo. Los lentes de lectura se deslizaron hasta la punta de su nariz.
—Dice quién se mudó sin preguntar —respondí rodando los ojos y haciendo una mueca.
—Toucheé. —Una sonrisa se dibujó en sus labios en señal de reconocimiento—. Ahora vete, interrumpes mi lectura —añadió reabriendo el libro y rotando la ubicación del sillón algunos grados hacia el otro lado.
—No —sentencié acercándome a él con los brazos cruzados—. Hace un tiempo me dijiste que no tuviera miedo de hacer una pregunta...
—Y recuerdo bien que la hiciste. —Me interrumpió levantándose para arrastrarme de un brazo hasta la puerta—. Adios, Amanda, no doy segundas oportunidades.
—Es injusto. —Le reproché extendiendo mis brazos para sostenerme del marco de madera cuidándome de no apoyar demasiado peso en mi muñeca herida. —Tú sabes muchas cosas de mí y yo apenas conozco tú nombre.
—La vida no es justa, cariño. —Puso una de sus manos en mi barbilla, usando su pulgar para jugar con mi labio inferior—. Ya con eso tienes más que suficiente. —Me besó—. Ahora lárgate de aquí antes de que decida cambiar el conocimiento por sexo y te haga olvidar todo lo que sabes en general.
Con el tiempo aprendí a soportar sus besos lo suficiente como para preparar mi estómago, pero en ese momento aún me daban ganas de vomitar. Él se aprovechó de esa debilidad y volvió a aislarse, dejándome al otro lado algo mareada. Respiré profundamente hasta volver a encontrar mi equilibrio.
Clet estaba muy equivocado si creía que no iba a insistir. Planeaba volver a sacar el tema durante la cena y mientras tanto disfrutar de este pequeño tiempo para mí. Quizás hasta pudiera ver una película y todo. Pero la voz de la curiosidad murmuraba cada vez más preguntas en mi nuca.
Esperé con la mesa puesta, no tenía mucha hambre así que no había hecho más que abrir una lata de atún, sin embargo nada indicaba que él fuera a salir en algún momento de la noche. Me puse a hacer cosas de la universidad y el tiempo pasó volando, a las casi 4 am tuve que aceptar mi derrota. Guardé mis cosas, tomé unos calmantes para mi muñeca y caí rendida en la cama.
Ni bien cerré los ojos tuve una pesadilla horrible que parecía ser un recuerdo reprimido de uno de mis "trabajos":
Una mujer que aparentaba tener el doble de mi edad me había recibido en su casa. A simple vista parecía ser una señora muy dulce que no dañaría ni siquiera a una mosca...
Ella me había pedido como regalo de cumpleaños para su marido, un señor bastante mayor que ella y que daba la impresión de ser demasiado débil como para levantarse sólo de la cama. Se aburrió rápidamente de lo que me había pedido hacer, se notaba que no estaba del todo allí, pero aún no podía marcharme. Su esposa había pagado por más de una hora y eso quería tener.
De repente la imagen cambió, no podía moverme. Estaba atada a una silla totalmente desnuda y con los brazos detrás de la espalda sostenidos juntos por un pedazo de tela muy apretado. La mujer me miraba de arriba abajo con malicia, al observarla mejor pude ver el látigo que tenía entre las manos. Quise gritar, pero había algo en mi boca, una bola de calcetines que esperaba que al menos estuvieran limpios.
Se acercaba lentamente, disfrutando de mi sufrimiento y de mis desesperados intentos de escape. Cuando estuvo a una distancia que creyó ideal se detuvo y levantó en el aire el instrumento de tortura.
El primer golpe me despertó, pero sé que hubo muchos más que lo siguieron. Mi piel volvió a arder como seguramente lo había hecho en ese entonces.
No sé cómo lo hizo, pero estaba convencida de que Clet tenía algo que ver con lo que había soñado. Su sonrisa de satisfacción al verme abrazada a él la mañana siguiente lo delataba.
"Espero que hayas aprendido la lección. Toca cuando quieras entrar." Su voz resonaba en mi mente indicándome que había sido castigada otra vez, recordándome que debería haberle creído cuando me dijo que lo que vendría sería peor que simples choques eléctricos.
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Programada
Science Fiction¿Me creerías si te digo que un grupo de proxenetas creó un programa capaz de controlar la voluntad de las personas? .................................... Tres palabras. Solo hicieron falta tres palabras. Tres malditas palabras que consiguieron cambia...