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Imágenes. Muchas imágenes. Pasaron por mi mente como si se tratara de las diapositivas de una presentación de la universidad. Imágenes. Toneladas de ellas. No sé cómo, pero sabía que algunas me pertenecían, eran parte de mi vida, la parte que me había perdido durante los últimos meses.

Podía sentir mi cerebro palpitando contra las paredes de mi cráneo, dolía, eso estaba mal. Doblé el cuerpo por la cintura y llevé las manos a mi estómago en un inútil intento de detener la horrible sensación.

No podía pensar. Era demasiada información para procesar en tan poco tiempo. Una corriente eléctrica me sacudió de pies a cabeza provocándome más dolor.

Grité con todas mis fuerzas, pero el sonido se oía lejano y débil, un simple murmullo.

De pronto, la catarata de información se volvió más lenta y supe que lo que estaba observando no era nada que yo hubiera vivido. Esas memorias le pertenecían a las demás chicas que habían sido ingresadas al programa. Tuve un instante para preguntarme si ellas también estarían sufriendo como lo hacía yo o si eran felices en su ignorancia, siendo simples recipientes vacíos.

Algunos recuerdos pasaban más despacio que otros. Personas horribles se materializaban ante mí, todos y cada uno de los clientes que pagaban por utilizarnos como malditas servilletas humanas, sus expresiones satisfechas me revolvían las entrañas.

Luego apareció él. Clet. Elegante, serio y distante en la mayor parte de las ocasiones, un verdadero hombre de negocios. Fue en ese instante en el que noté lo poco que sonreía, sentí en mi interior que las imágenes en las que lo hacía eran mías. Sólo sonreía para mí.

Le rogué por ayuda, aún sabiendo que no estaba allí, y que si lo estuviera seguramente eso sería lo último que me ofrecería. Pero era la única cara cálida y conocida en un mar de estoicos extraños.

- ¡Haz que pare! - Pedí con la voz quebrada, al borde de las lágrimas.- ¡Por favor! ¡Clet!

Pero él ya no estaba. Se había borrado como todo lo demás. De nuevo oscuridad. De nuevo silencio.

Unos minutos después dejé de sentir dolor, pero aún me encontraba encorvada en el suelo sin poder moverme ni abrir los ojos. Noté una pequeña luz morada que se aproximaba a mí, haciéndose más grande a cada instante hasta cegarme por completo.

Un nuevo recuerdo volvió a mí. Era el inicio de todo, el momento en el que seleccioné el archivo que sellaría mi destino. Pude verlo claramente.

Estaba haciendo un trabajo de investigación para una clase de Teoría del Estado.

Salí del archivo y decidí buscar por mi cuenta un concepto que no había llegado a comprender totalmente durante la clase. Googleé las palabras clave e hice click en el primer enlace que encontré.

Grave error. Debería haber prestado más atención y notar que se trataba de uno de esos anuncios pagos que publicaban algunas empresas particulares, pero extrañamente la pantalla no mostraba ningún sitio.

Esperé la llegada de un mensaje de error mientras intentaba retroceder sobre mis pasos, pero nada ocurría. Se había congelado.

DOLLY

Las letras de color lila se dibujaron sobre el negro, a penas perceptibles, de hecho casi debí pegar mi cara al monitor para leerlas.

No tuve tiempo de apartarme o de gritar cuando sentí un fuerte pinchazo la parte baja de mi estómago. Bajé la mirada y vi, horrorizada, como un fino cable me conectaba a la CPU. Instantáneamente sentí como si alguien empujara mi cabeza hacia arriba y me obligaba a fijar la mirada en el monitor.

Y allí estaban. Esas palabras. Esa maldita frase.

<< Comienza la programación. >>

Mis ojos se abrieron abruptamente, todo estaba teñido de violeta, como si llevara unos lentes especiales para verlo de ese modo, y yo ya no estaba agonizando en el suelo. ¿Cuándo me había movido? ¿Dónde estaba ahora? No lo sabía.

- ¡Amanda! - La inconfundible voz masculina que me llamaba desde la puerta estaba teñida de una emoción que no era propio de ella: preocupación. - Quédate quieta. ¡No te muevas!

- Tú no puedes decirme qué hacer.- Una risa seca y robótica salió de mis labios. Pero yo no era quien hablaba, había alguien más ahí. Aquí. - Ya no soy una de tus sujetos, Clethus. - Sentenció la voz, volteando lentamente mi cabeza hacía él, lo observé, llevaba un arma, un revolver de verdad, y seguramente muy bien cargado, con el que apuntaba hacia mi. - Soy algo más, algo superior, a tí y a todos. Ya no eres mi dueño.

- Amanda, por favor, no me hagas hacer esto. - Pidió, pero su tono era firme, como si lo estuviera ordenando.

- ¡Ya dispárale de una maldita vez! - Gritó Barney desde detrás de él.

- ¡Eso! - Sonreí de una forma en la que estaba segura que ningún humano lo había hecho antes. - ¿O acaso me tienes miedo? - Me acerqué hacía el hombre a la velocidad de la luz, levitando a unos centímetros de la alfombra. - Si eres tan hombre como para venir aquí y apuntarme con uno de esos juguetes, al menos ten la decencia de utilizarlo como es debido.

- ¡Maldita sea, C! - B sacó una navaja de su cinturón. - Si no lo haces tú lo haré yo. - Dijo rodeándolo para dirigirse a mí. - Es un error del sistema y debe ser eliminado. - Lanzó el arma.

- ¡No! - Gritó Clet intentando detenerlo y accionando por accidente la pistola.

Pero ya era demasiado tarde. No estoy segura de qué me alcanzó primero, si la bala o el metal, sólo sé que la sangre comenzó a brotar de mí como agua de una fuente. No había visto tanta sangre desde que mamá murió.

Sentí como me desplomaba, pero ya nada dolía. Mi mirada comenzó a volverse borrosa y los párpados pesados, estaba a punto de dormirme y no me importaba.

Ya nada importaba porque estaba muriendo, estaba volviendo a ser libre. No estaba sucediendo de la forma en la que hubiera lo querido pero por fin lo había logrado.

Una extraña y densa paz me cubrio interiormente. Sólo tuve unos instantes antes de desvanecerme para leer el último mensaje.

DOLLY.exe Ha dejado de funcionar.

Sonreí para mis adentros. No podría haber pedido recibir mejores últimas palabras.








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