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La garganta me escocía y mis ojos estaban llenos de pequeñas lágrimas, como si me hubiera acabado una botella de tequila de un solo trago. Me sentía totalmente perdida en el tiempo y el espacio mientras concentraba la mirada en la puerta cerrada de la otra habitación.

En determinado momento volvieron a mi mente las palabras de B: "Hay sujetos ovulando."

Pensé que era algo normal, no dejábamos de ser mujeres a pesar de que ellos nos vieran como simples muñecas inflables, pero luego lo recordé... Hacía meses que no iba a comprar compresas o tampones. Ni siquiera mis sábanas tenían las manchas de sangre seca que acostumbraban.

Desesperada me obligué a levantarme y buscar mi celular. Abrí la aplicación con la que mantenía el control sobre mis dias y encontré lo que me temía. El último periodo estaba marcado unos meses atrás, no había registros desde que había sido ingresada al programa.

Mi cerebro comenzó a entrar en pánico. No podía estar embarazada, sabría si tuviera a un ser creciendo dentro de mí. ¿Y si tenía alguna enfermedad? No creía que ninguno de los "amorosos" hombres con los que había estado durante estos meses se hubiera tomado la molestia de cuidarse, pero a la vez me parecía increíble no haber percibido ningún síntoma de que algo estaba mal.

Sólo había una respuesta lógica. Clet y B podían hacer algo mucho peor que obligarme a obedecerles. Podían controlar mis funciones vitales.

Lágrimas de horror cayeron por mis mejillas al darme cuenta de esto. Esos hombres tenían el poder de matarme si les apetecía hacerlo. No era más que un simple pañuelo descartable. Al igual que las demás.

Un paso en falso y terminaría en la morgue como otro caso de muerte natural por una falla renal o un ataque al corazón. Nadie sabría nunca sobre el calvario que estaba atravesando y esos seres despreciables serían libres de seguir agregando sujetos a su maldito programa.

A menos que consiguiera la forma de liberarme y... Reí secamente ante el rumbo que estaban tomando mis pensamientos. Ahora sé lo tontos que fueron, pero supongo que en ese momento algo dentro de mí ya lo sabía.

Las horas pasaron y las lágrimas se secaron. Clet seguía sin salir de la biblioteca y yo me moría de hambre, pero no me atrevía a salir de mi cuarto sin tener un plan. Y mi cabeza enmarañada no era capaz de pensar en uno en ese instante.

No sé cómo, pero más o menos a las cuatro de la mañana conseguí conciliar el sueño. Otra pesadilla, otro recuerdo...

Había un hombre con el pelo enrulado y lentes de sol. No pasaría de los treinta años. Tenía algo en sus manos, una cámara.

Sonreía de par en par, mostrando una sonrisa amarilla seguramente a causa del café y el tabaco. El lugar apestaba a cigarrillo, como si nadie hubiera abierto una ventana en años... De hecho no había ventanas, sólo la pequeña puerta por la que había entrado.

Todo a mi alrededor estaba oscuro, en cambio yo parecía estar siendo apuntada por un enorme reflector de los que se utilizaban en los teatros. Sólo podía ver la luz y al hombre, a ese maldito hombre.

Estaba desnuda y sentada sobre algo. Algo grande y que me producía dolor cada vez que me movía. Observé hacía abajo, era uno de esos penes de plástico rojos que se pegaban al suelo.

Mis manos, las dos, estaban en mi vagina. Introduciendo los dedos y acariciandola. Estaban llenas de distintos fluidos, algunos que seguramente no eran míos sino del artefacto. La sensación que me producían era molesta, pero mi cuerpo no quería detenerse. De hecho quería hacerlo más y más fuerte, como pedía el hombre de la cámara.

- ¡Mírame! - Gritó apremiante, ensanchando su sonrisa de una forma que no creía humanamente posible. - ¡Lánzale un beso a la cámara!

Y eso hice. Varias veces. También dije algunas cosas que mis oídos se negaron a escuchar y reí como si estuviera pasando uno de los mejores momentos de mi vida.

- ¡Es hora del gran final! - Indicó.

Llevé mis manos a mi boca y saboreé el dulzor del flujo mientras él se acercaba y hacía un plano de mi cara.

Desperté agitada y empapada de sudor. Me faltaba el aire y la habitación daba vueltas. Sentí que me desmayaría.

Moví las manos frenéticamente en busca de un punto de agarre entre las colchas, algo totalmente ilógico ya que caería redondita en la cama si algo sucedía, y se toparon con algo duro. El cuerpo de Clet.

Él estaba despierto, observándome como si estuviera orgulloso del estado en el que me encontraba.

- ¡Eres un maldito monstruo hijo de tu puta madre! - Chillé con todas mis fuerzas.

Me abofeteó de una forma tan brutal que volví a estar recostada sobre el colchón.

- Nunca. - Resopló mirándome fijamente a los ojos y poniendose sobre mí. - Hables así de mi madre.

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