17 (CORREGIDO)

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—Ya no tengo hambre —gruñí cuando él estaba a punto de dejar la habitación y me cubrí la cabeza con el acolchado, fingiendo que quería volver a dormir.

—Es curioso, porque mi apetito acaba de aumentar. —Chasqueó la lengua y soltó una carcajada seca—. Descansa, volveré por tí luego. —Me torturó cerrando la puerta con lentitud.

Dejé pasar unos segundos antes de mover un poco la manta para comprobar que se había marchado luego de escuchar el sonido cerrojo. Fijé la vista en el lugar en el que había estado parado y un nuevo escalofrío me recorrió el cuerpo, era como si todavía siguiera allí, perforándome con sus ojos color miel. Un instante después, instintivamente levanté la manta para inspeccionar la cicatriz de mi estómago, estaba sangrando, menos que de costumbre, pero las gotitas rojas seguían manchando la piel a su alrededor.

Ahogué las lágrimas que amenazaban con salir y me obligué a ir en busca de algo con lo que limpiarme. En el botiquín del baño ya no había alcohol, tocaba hacerlo a la vieja usanza. Levanté mi camiseta lo más que pude, enganchándola debajo de mis pechos, le eché un poco de agua con jabón, acariciando la zona con mis dedos. No ardía, no se cerraba, solo desaparecía. La sequé con una toalla que tenía colgada junto al lavamanos desde quién sabe cuándo.

"¿Llegará el momento en el que se vuelva más fácil? ¿En el que solo sea una herida normal?"

Estaba tan concentrada en la marea de pensamientos que solía ahogarme cada vez que la tocaba que no le presté atención al momento en el que Clet apareció detrás de mí hasta que ví su reflejo en el espejo. Había sido silencioso, demasiado, casi como si hubiera esperado encontrarme dormida. Me volteé hacia él, no llevaba zapatos, sus calcetines eran grises, su pantalón tenía un millón de arrugas que formaban pequeños laberintos entre la tela, llevaba la camisa arremangada hasta los codos y la corbata desajustada.

—Vas a hacer que se infecte y no te va a gustar. —Me tomó de la muñeca para quitarme el trapo y lo dejó en el mostrador de mármol, sobre los maquillajes.

—Así tampoco me gusta —contesté sacudiéndomelo de encima.

Se agachó a buscar un poco de papel higiénico, lo dobló sobre sí mismo y lo pasó por debajo del agua, haciéndome a un lado.

—Te aseguro que perder valor no hará que eso mejore. —Escurrió el papel entre sus dedos hasta que dejó de gotear—. Ni siquiera el programa puede compensar por el mal performance de nuestros más bajos clientes.

Se agachó haciendo sonar sus rodillas y dejó un beso sobre mi ombligo antes de estampar el frío papel sobre mi piel. Su toque era tan íntimo que mi cuerpo se curvó hacia él como si no quisiera que se apartara. Sonrió, relamiéndose los labios.

—Ya deja de hacer eso —exigí dando un paso hacía atrás, sin darme cuenta de que allí no había espacio.

—¿O...? —Se puso de pie, colocando ambos brazos a mis costados. Era una torre, yo un pequeño peón sin salida—. Vamos, sabes que lo quieres, eso y más. —Su aliento caliente me hacía cosquillas sobre los labios.

Ni siquiera una mosca podría haber pasado entre nosotros, estábamos tan cerca, y aún así, no nos tocábamos.

Mis venas lo sentían como una tortura. Me atraganté con el aire. Cerré los ojos.

Mi teléfono sonó dentro del cuarto.

"Margaritte."

No se detenía.

—Contesta, anda —dijo señalando con la cabeza, sin intenciones de apartarse.

—Sabes que no puedo hacerlo.

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