Aterricé en mi cama, medio envuelta en una toalla, justo a tiempo para oír a Clet aporreando la puerta de entrada y soltar una sarta interminable de maldiciones. No tenía la energía vital suficiente para lidiar con él en ese momento, con suerte había logrado meterme debajo de las sábanas, por lo que agradecí a las fuerzas místicas del destino que hicieron que cambiara de rumbo cuando se acercó a mi cuarto. Tenía el presentimiento de que creyó que estaba dormida y que ya no planeaba molestarme durante un buen rato, por lo que mi mente se permitió hundirse en el vacío creado por el silencio y perderse en el País de los sueños, aunque este hacía ya meses se había convertido en un Reino de las pesadillas, con dos desagradables hombres trajeados como regentes.
No recuerdo lo que soñé ese día, pero sí que fue lo suficientemente poderoso como para hallarme al otro lado del colchón cuando me desperté. Mi muñeca había quedado atrapada debajo de mis costillas y dolía como si mil demonios del tamaño de una partícula de polvo estuvieran clavando sus pequeños tridentes en ella. Estaba ansiosa por encontrar una nueva posición en la que pudiera volver a dormir a gusto, cuando al girar la cabeza ví a Clet sentado en mi sillón burbuja, vigilándome fijamente mientras abrazaba un almohadón peludo, estudiandome quizá, lo que hizo que me sobresaltara dando un respingo.
—¿Cómo te sientes, mi bella Aurora? —A pesar de observarlo modular, no escuché su pregunta. La sentí retumbar en mi interior, su voz era cálida, pero espesa como el veneno.
—¿Desde cuándo te importa a tí lo que le pasa a alguien más? —repliqué fastidiada porque había arruinado mi mañana al estar tan cerca. Muchas personas quizás hubieran sentido envidia de mí y llamarían "suerte" a encontrar a alguien como él cuando abrían los ojos por primera vez, y yo misma tal vez hace unos meses hubiera pensado lo mismo, pero en ese momento no había nada que deseara más que estar sola.
—Me ofendes, querida, —Dejó el almohadón en su lugar y se llevó una mano al pecho, actuando como si una flecha se hubiera clavado en su corazón, mientras caminaba hacia la cama. A cada paso que daba en su rostro se dibujaba esa sonrisa que sólo él tenía y que yo tanto detestaba —insultas mi inteligencia al creer que la que me preocupa eres tú, es tu cuerpo el que merece mi atención, no me gusta encontrar mis cosas rotas, en especial cuando yo las cuido tan bien. —ronroneó acariciándose los labios con la lengua.
—Si la memoria no me falla, tienes un montón de otras "cosas" a las que cuidar, y no dejas de perder el tiempo aquí conmigo.
—Tengo mis prioridades. —dijo acostándose junto a mí en la cama. —Piénsalo bien, ¿con qué tomarías más medidas de seguridad? ¿unos aretes de fantasía o un anillo de diamantes?
—No me gustan las joyas. —respondí volteandome para darle la espalda y poder cubrirme aún más con las frazadas como si esos simples pedazos de tela pudieran protegerme de él.
—Eres tan linda cuando tratas de ser más lista que yo.—Se movió para colocar su cuerpo sobre el mío, atrapándome contra el colchón. A pesar de mis esfuerzos por querer evitar su mirada, sus ojos siempre encontraban los míos, absorbiéndome en un dorado camino hacia su oscuridad. —Pero ya viene siendo hora de que aprendas que no lo eres, aunque si no estás adolorida entonces podemos continuar con lo que empezamos anoche...—Añadió con una expresión divertida.
—Pues que desperdicio de inteligencia, usarla para este tipo de cosas tan horribles cuando podrías estar ayudando a la gente en su lugar. —Intenté distraerlo para que no notara que me sentía como una gatita indefensa en esa situación.
—Los chicos buenos nunca ganan, Amanda, sólo basta con observarte a tí, que perdiste esta conversación antes de que siquiera comenzara. —Bajó la cabeza a la altura de mi oído para susurrar. La piel de mi cuello ansiaba que la tocara con sus labios y se decepcionó cuando volvió a apartarse, cosa que yo agradecí, no quería averiguar lo que hubiera sucedido en esa situación. —Además, generar toneladas de dinero en un abrir y cerrar de ojos no me parece nada demasiado horrible.

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Programada
Science Fiction¿Me creerías si te digo que un grupo de proxenetas creó un programa capaz de controlar la voluntad de las personas? .................................... Tres palabras. Solo hicieron falta tres palabras. Tres malditas palabras que consiguieron cambia...