No podía moverme, me sentía como si fuera una marioneta y alguien estuviera tensando los hilos, forzándome a mantener la vista fija en la pantalla de la computadora. Mis músculos estaban tensos, mis ojos resecándose dolorosamente a causa de no poder parpadear, y mi mente... Extrañamente vacía, o eso creía yo.
Por el rabillo del ojo izquierdo logré alcanzar a observar la difusa silueta de un cable que parecía salir de la parte en la que se encuentran todos los distintos puertos USB y la salida de aire, estaba segura de que eso no se encontraba allí unos minutos atrás. La punta del cable estaba manchada con algo, posiblemente sangre. Mi sangre. Si hubiera podido hacerlo, me habría estremecido.
No estoy segura de cuanto tiempo pasó realmente hasta que el mensaje cambió, pero ahora las letras moradas en el monitor profesaban otra cosa:
<<Baja a la calle.>>
Una especie de descarga eléctrica me recorrió todo el cuerpo y obligó a mis piernas a obedecer. Me levanté de la silla, tomé las llaves y abrí la puerta del departamento. Una fresca brisa me recibió en el pasillo de camino al elevador, recordándome que estábamos en los primeros días de otoño, mi estación favorita. Adoraba ver las calles de la ciudad llenarse de hojas marrones por las mañanas y las enormes pilas que los vecinos juntaban en sus puertas para cuando volvía a casa de la universidad.
Cuando llegué a la planta baja lo primero que noté fue que una gran camioneta de la compañía de cable e internet se encontraba estacionada delante del edificio, y cuatro hombres bajaron de ella en cuanto abrí la puerta, me estaban esperando. Dos de ellos, los más jóvenes, pasaron corriendo por mi lado con una caja de herramientas y entraron apenas mis pies rozaron las baldosas del porche. El otro par, ambos vestidos como elegantes empresarios que venían a cerrar un trato, se acercó a mí lentamente, uno de ellos comenzó a dar vueltas a mi alrededor, escanéandome con la mirada de arriba a abajo, mientras que el otro, que parecía estar cansado e irritado, decidió ignorarme.
—El programa va mejorando, esta es más guapa que las anteriores. —dijo en tono pensativo el que parecía ser el jefe. Era un hombre no mucho más alto que yo, de cabellos castaños y barba bien cuidada, que irradiaba el olor a una costosa colonia masculina de pino.
—La mejor hasta ahora.—Concordó su compañero, que, deduje, era algo más mayor a causa de las canas que se mezclaban entre sus cabellos negros. No podía verlo muy bien desde donde estaba, pero también aparentaba ser un poco más fuerte que el otro. Algo me decía que era el que más se ensuciaba las manos de los dos. —Amanda Skein. Veinticinco años. Ojos celestes como el cielo. Contextura mediana. Soltera. Heterosexual. Estudiante de derecho en la Facultad Maxlle. Sangre tipo...— Comenzó a leer todos mis datos con parsimonía desde una tableta donde parecía tenerlos listados ordenadamente. El otro hizo un gesto con la mano señalándole que se detuviera.
—Pasemos a la parte importante. —Hizo una pausa dirigiendo su atención a mi otra vez. —¿Vive sola o existe alguna posibilidad de que alguien comience a hacer preguntas si desaparece de un día para el otro? —La forma tan fría y natural en la que hizo aquella pregunta causó que se me helara la sangre. —Se vería muy bien en nuestra casa de muñecas. —Sonrió tomándome de la barbilla con dos de sus suaves dedos y moviendo mi cabeza en distintas direcciones para observarla mejor, soltando suaves sonidos, como si estuviera meditando qué precio ponerme.
Me sentía demasiado incómoda, seguramente como se sentirían los objetos de un museo si tuvieran vida propia, pero por más que quisiera, mi cuerpo no me permitía alejarme de aquellos hombres. Intenté pedirle al que ahora estaba acariciando mi cabello que por lo menos me soltara, pero las palabras simplemente no salieron, estaban atoradas en mi garganta.
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Programada
Science Fiction¿Me creerías si te digo que un grupo de proxenetas creó un programa capaz de controlar la voluntad de las personas? .................................... Tres palabras. Solo hicieron falta tres palabras. Tres malditas palabras que consiguieron cambia...
