¿Me creerías si te digo que un grupo de proxenetas creó un programa capaz de controlar la voluntad de las personas?
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Tres palabras. Solo hicieron falta tres palabras. Tres malditas palabras que consiguieron cambia...
La vi caer y sentí que una parte de mí se iba con ella.
El mundo dejó de tener color en el instante en que sus ojos, aún morados, se cerraron.
— Encárgate tú de esto. — Ordené empujando a Barney a un lado sin mirarlo.
— Tendré que hacer algunas llamadas, pero creo que puedo hacer que parezca como si alguien más hubiera entrado y... — Respondió fríamente sacando su celular.
— No me importa. — Dije sosteniendome del marco de la puerta, sentía mis piernas muy débiles.— Sólo hazlo. — Suspiré y me fui de allí.
El aire helado de la ciudad me golpeó de lleno en el rostro en cuanto salí del edificio. Tenía esa sensación de no saber a dónde ir ni qué hacer, así que sólo me dejé guiar por mis pies.
Terminé en un barsucho de mala muerte que reconocí como el mismo antro donde me había embriagado hasta casi perder la conciencia hacía unos meses, la primera vez que Amanda me recordó a mis padres luego de tanto tiempo sin pensar en ellos o en lo que había pasado. La noche en la que comencé a escuchar aquella voz en mi cabeza, la voz que me recordaba una y otra vez que me había convertido en él.
— La manzana nunca cae lejos del árbol... — Murmuré al empujar las hojas de madera que me daban la bienvenida al mundo de la oscuridad y la desesperación.
Pedí un trago. Y otro. Y otro más. Luego del cuarto la realidad comenzó a desdibujarse. Reconocí y abracé la cálida sensación de adormecimiento cometiendo el error de permitir que mi mente se soltara en el proceso, repitiendo los últimos meses como si fueran parte de una larga película.
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Las puertas de la camioneta se abrieron y allí estaba ella, la muchacha rubia por la que habiamos venido. Una Barbie de tamaño real.
— El programa va mejorando, esta es mucho más guapa que las anteriores. — Sonreí al observarla más de cerca.
Barney habia empezado a enumerar sus características, datos poco interesantes que podría memorizar luego, lo único importante de eso era su nombre: Amanda. "La que debe ser amada o que es digna de amor".
Levanté mi mano para callarlo, estas listas eran eternas. —¿Vive sola o hay posibilidades de que alguien comience a hacer preguntas si desaparece de un día para otro? — Cuestioné. Ya me la imaginaba viviendo en una de las habitaciones de nuestra casa de muñecas, donde podría visitarla cada vez que quisera...
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