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- Los hombres de verdad no le levantan la mano a una mujer. - Murmuré observándo intranquila como se cernía sobre mí.

- Creo que tú mejor que nadie sabes que soy un hombre de verdad, cariño.- Sonrío de una forma que me hizo temblar debajo de las sábanas a la vez que mis ojos se dirigían directamente hacia el bulto en sus pantalones. - Considéralo un correctivo, uno realmente suave. - Levantó mi barbilla con una de sus manos y posó sus labios sobre los mios, revolviendo un poco mi estómago.

- Me repugnas. - Escupí cuando me liberó.

- Eso no es verdad, Amanda... - Rió secándose mi saliva de su rostro. - Tú me deseas...

- ¡Mentira! - Grité, aunque sabía que él le habia dado una orden a mi cuerpo y éste ansiaba rosarse contra el suyo.

- Las niñas buenas no gritan. - Dijo sujetándome por la garganta. - Además, recuerdo haberte dicho que calladita te veías más bonita. Así que calla y obedece.

Fruncí los labios y asentí servicialmente. Podía sentir como el odio que me producía la mera existencia de Clet me llenaba y el saber que no podía hacer nada para negarme, me envenenaba.

Sabía que haría con gusto cualquier cosa que él dijera a continuación, incluso aún después del sueño de esa noche y de que me hubiera tumbado en la cama de un golpe. Mi cuerpo quería cumplir todos sus deseos y caprichos. Mi alma no tenía ni voz ni voto, yo no era nada.

- Quiero... - Suspiró fingiendo pensar. - Que te levantes y te bañes, porque apestas a semen viejo. Luego puedes comer algo...

Estaba segura de que si hubiera tenido el control de mi cuerpo en ese momento, mi cara hubiera sido un poema. Me había mentalizado para una de las peores situaciones sexuales que recordaría por el resto de mi vida, pero él... Hizo un pedido tan comprensivo y tan humano, que por un segundo me permití creer que había una persona debajo del monstruo que me había atormentado día y noche durante los últimos meses. Una persona muy cínica y retorcida, pero una al fin.

Las gotas de agua besaban mi piel suevemente y me daban una falsa sensación de limpieza. Desearía tanto haber tenido una ducha para desechar todos mis recuerdos por el drenaje...

Bajé la vista hasta la cicatriz de mi estómago que sangraba casi imperceptiblemente, como si estuviera llorando. Aún no la comprendía del todo.

¿Se supone que el líquido rojo indicaba que volvía a ser una persona autónoma hasta que mis servicios fueran requeridos nuevamente por el programa? ¿Que algo malo estaba pasando? ¿Era la forma de mi cuerpo de eliminar lo que sea que Clet y B habían implantado en él para controlarme?

Definitivamente no lo entendía.

Me envolví en una mullida toalla y me senté sobre la tapa del inodoro mientras observaba un punto fijo en la pared. ¿Qué había hecho en otra vida para merecer que algo así me sucediera?

Luego de cambiarme, caminé como un zombie hasta la cocina y me preparé un enorme tazón de cereal azucarado, mi favorito cuando era niña y mi único problema era saparar las bolitas rojas de las demás.

Unos minutos después Clet entró en la sala como un rey a su castillo, aplaudió secamente para llamar mi atención y se sentó frente a mí en completo silencio con una taza de té entre sus manos.

- Te escuché hablar con Barney ayer...- Susurré un poco dubitativa. - ¿Van a, tú sabes... Matar a los sujetos que presentaron algún error?

- No hay otra opción, no podemos permitir que exista ni la más mínima falla en el sistema. - Se encogió de hombros y le dio un sorbo a su bebida. - Tú no tienes nada de que preocuparte.

- Pero... Mi estómago sangra todos los días en el lugar por donde entró el cable de mi computadora... Eso no puede estar bien. - Miré fijamente la leche en mi plato y los remolinos que producía en ella con la cuchara. Era la mejor forma de averiguar lo que me estaba pasando sin hacer una pregunta que luego tendría que pagar.

- Está bien, es solo la forma en la que Dolly se asegura de que no te contagies de nada raro. - Bebió de nuevo. - Intentamos seleccionar cuidadosamente a nuestra clientela, pero, como dije, no podemos permitirnos ni siquiera un minúsculo error.

- ¿Dolly? - Pregunté sin poder contener una carcajada, que en parte era de alivio por descubrir que nadie iba a matarme por ahora. - ¿El programa que esclaviza y mata personas se llama "Dolly"? ¡Tienes que estar jodiéndome!

- Tengo que admitir que es algo tonto... - Rió conmigo de una forma distinta a la que me había acostumbrado. Era una risa musical, genuina e inocente, nada propia de él.

- Pero también muy ingenioso, nadie sospecharía de un programa que parece hecho para niñas de ocho años... Sólo falta que digas que el ícono es una casita de muñecas. - Esperé a que picara el anzuelo.

- Eso hubiera sido más inteligente. - Admitió inclinando un poco la cabeza.- Pero B insistió en utilizar una flor.

"¡Bingo! Ahora sólo tengo que conseguir entrar en su computadora y destruir esa maldita cosa de una vez por todas."

Hoy no puedo parar de reír rememorando la ingenuidad que aún poseía en esos momentos en los que pensaba positivamente sobre las posibilidades de recuperar mi vida normal...

Debería haber sido más inteligente y escucharme en mis momentos negativos cuando asumía que no había esperanzas. Quizás si lo hubiera hecho todavía seguiría viva.







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