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Decir que mi castigo me dejó cansada sería ser generosa. Luego de que él se marchó de la habitación, aún molesto por mi comportamiento anterior, apenas era capaz de sentir mi cuerpo y mi mente había llegado a ese punto antes de dormir en el que todo se vuelve borroso y confuso.

Si me concentraba un poco en la realidad podía escuchar como Clet maldecía en su biblioteca. Me preguntaba si estaba hablando sólo o se había encargado de llamar a B para descargar sus frustraciones en él cuando oí una oración que me descolocó totalmente.

- Estoy yendo para allá, me encargaré personalmente de este asunto. - Dijo con una serenidad alarmante. - No les permitas escapar.

Segundos después el sonido de un sillón arrastrando sus patas por el suelo ocupó el ambiente.

Me apresuré a intentar controlar mi respiración para que pareciera que me había quedado totalmente dormida y cerré los ojos de forma en la que sólo podía observar la parte superior de mis cachetes.

Instantes más tarde pude sentir como mi compañero de piso clavaba su mirada en mí desde el marco de la puerta. Soltando un suspiro se acercó a la cama y colocó una fría mano sobre mi muslo izquierdo, quería patearlo en la nuca, y estaba segura de que podría haberlo hecho desde donde estaba, pero no sin delatarme.

Mantuvo esa posición por un buen rato, sabía que estaba escaneándome con sus ojos de arriba a abajo, y luego hizo algo extraño: se inclinó y me besó en la frente, marchándose tan rápido como llegó. Juro por todos los Santos que me costó mucho más no reaccionar ante eso que evitar sucumbir a las ganas que tenía de que mi pie conectara con su cuello. ¿Acaso hacía esto cada vez que se iba mientras yo dormía? ¿Si quiera se iba o se quedaba observándome durante horas como un maniático? Ese hombre sí que tenía problemas...

No me atreví a mover ni el más insignificante músculo hasta que escuché la puerta de entrada cerrarse con llave. Aún unos minutos después tenía miedo de levantarme de la cama y que todo fuera parte de un elaborado plan para asegurarse de que algo en mí estaba fallando. Definitivamente toda esta experiencia me volvió muy paranoica.

Cuando me aseguré de que estaba completamente sola, aparté las mantas de un empujón y me puse lo primero que encontré en el suelo de la habitación: un remerón de algodón que parecía quedarme cuatro tallas más grande de lo que debería. Desconecté la lámpara de la mesa de luz y la tomé entre mis manos, no estaba segura de que me sirviera de algo, pero al menos estaría "armada".

Crucé el pasillo hacia la puerta de la biblioteca e intenté empujarla, con un poco de suerte estaría abierta. No pasó nada. Clet hablaba realmente en serio cuando decía que no se arriesgaría a que sucediera el más mínimo error.

Me agaché y acerqué un ojo al picaporte para mirar dentro. El cuarto había cambiado desde la última vez que había estado allí. Faltaban varios libros en los estantes y había un gran escritorio negro en el centro, sobre él estaba mi objetivo: la computadora, aún irradiando una tenue luz morada.

Tenía que encontrar la forma de entrar. Era una oportunidad de esas que se presentan una sola vez en la vida.

Supuse que Clet llevaba consigo la única llave que había, así que quedaba descartada la idea de irrumpir allí de forma civilizada. Tampoco podía tirar la puerta a patadas, no era lo suficientemente fuerte como para hacerlo, y la vida real no era una de esas películas en las que la gente abría puertas con tarjetas de crédito o utilizando un clip.

Fijé la mirada tanto tiempo mientras mis pensamientos dibagavan intentando pensar en una forma de destrabar la cerradura, que empecé a perder de enfoque lo que tenía frente a mis narices. Mis agotados ojos estaban a punto de rendirse cuando me di cuenta de que quizás estaba intentando resolver el problema de la forma incorrecta.

Si no podía abrir la puerta... Entonces iba a sacarla.


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