EPÍLOGO

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Hace poco leí un libro que me hizo comprender la diferencia entre dos realidades que pocos entienden.

Se lo que muchos pensáis, que ese final no era el adecuado para una historia de amor como la que surgió entre Louis y yo.

Ni mis hermanos, ni mis padres, ni Alex, ni Emilie, ni Mark, ni Lottie, ni Jay, ni mis amigas del instituto, ni Eleanor, ni los chicos, ni nadie entiende por qué hice lo que hice.

No comprenden porque, si tanto aseguraba amarle, le aparte de mi lado.

En ocasiones ni yo misma lo comprendo. En momentos de debilidad me arrepiento.

Ahora estamos a mediados de Julio. Aunque en Inglaterra eso suponga un poco más de esas mañanas grisáceas y tardes de llovizna.

Dos días después de mi último encuentro con Louis me marché a Londres aceptando el trabajo que tantas veces me había ofrecido mi hermano Carlos.

Mis padres quisieron oponerse a que abandonará mis estudios, pero al final se resignaron a comprender que mis decisiones ya habían pasado a pertenercerme, y que ellos no tenían ni voz ni voto más que la oportunidad de aconsejarme, que pendía de mi mano el escuchar sus no tan sabios consejos.

Aunque de buenas a primeras no quise admitirlo, los motivos por los cuales abandoné Doncaster ni se acercaban a labrarme un futuro como dependienta de una tienda de discos de vinilo de antiguos grupos de música para aficionados en una de las callejuelas de Londres. En realidad aún estaba meditando si estudiaría una carrera universitaria.

Pero aquellos casi dos meses lejos de casa me hicieron más bien que cualquier terapia que pudiera haber recibido. 

Dedicaba la mayor parte de mi tiempo a pasear solitariamente, a meditar.

Al principio buscaba desesperadamente la manera de volver a encontrarme conmigo misma. Como si perderse hubiera sido un problema y necesitará de una inmediata solución.

Pero con el tiempo comprendí que las huellas que dejamos los hombres se convierten en cicatrices. Que Louis había dejado su huella en mi, y no podía librarme de su cicatriz. Y tampoco quería hacerlo.

Aprendí a andar con la cabeza alta, a enorgullecerme de la historia que tenía para contar al mundo.

Una mañana como cualquier otra, me levante con tiempo suficiente para ducharme relajadamente antes de ir al trabajo. Y cuando estaba en mitad de mi taza de café humeante mañanera, recibí un mensaje al móvil.

Mi móvil no había recibido ni un solo mensaje desde que me marché de Doncaster. Con mis padres solía hablar por el telefono fijo de la acogedora casa de mi hermano, desde luego Jorge ni se molestaba en llamarme, y mis conversaciones con Alex transcurrían vía Skype en mi portátil.  Y ahí acababa la larga lista de personas a las que podía importarles lo suficiente como para malgastar su tiempo en contactar conmigo.

Pero mi móvil guardaba un mensaje por primera vez en un mes, 17 días y 4 horas desde que dije adiós a Louis para no volverle a ver. Y tan solo podía pensar en que aquel mensaje fuera suyo.

Sentí la falta de aire en mis pulmones que probaba mi evidente nerviosismo, pero por primera vez probé lo que la distancia había logrado en aquel tiempo.

No leí el mensaje. Ni siquiera desbloquee el movil. No en ese instante.

Lo guardé en el bolsillo derecho de mi gabardina y proseguí con mi rutina como si nada hubiera ocurrido.

Terminé corriendo con mi taza de café, me lavé los dientes y grité a mi hermano para que se diera prisa como de costumbre.

Trabajé mi jornada completa, hasta que el sol desapareció del oscuro cielo londinense y la luna menguante se ocupó de sustituirle.

¿Amor?, imposible...(Louis Tomlinson)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora