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Carla
El dolor que siente mi pecho al despertar es insoportable. Mi cuerpo entero tiembla, mi vista se nubla por el llanto y se ahoga el susurro gélido en mi garganta. Aquellos recuerdos sacuden mi memoria como una tormenta en la mar, el viento sigiloso, la furia de las olas. Un golpe de realidad que me perturba. Busco en la cama a Lauren, pero ella no está. No está en ninguna parte. Miro la hora en el reloj —2:06 de la madrugar.
¿Dónde está?
Restriego con dolor mi rostro, ella está molesta conmigo desde que volvimos del zoológico, no quiere hablarme y la entiendo. Sé lo preocupada que está por mí, y yo no lo aprecio, no lo valoro. Ella solo quiere ayudar y cuidarme. Tengo que hacerme la idea de que estoy enferma, de que necesito ayuda, pero mi mente está tan distraída estos días que ya no pienso claramente. Mi pasado, los problemas de saludo, mi relación con Lauren todo empieza a asustarme. No quiero que Lauren tenga que cargar conmigo como una niña pequeña. Debo valerme por mí misma y también velar por ella, por Lauren... por mi novia.
Ella si me quiere, merece lo mejor de mí.
Seso mi llanto amargo, y entro al baño para lavar mi cara. Amarro mi cabello castaño en una coleta para salir con sigilo al pasillo. Tal vez ha de estar en su oficina, tenía trabajo que hacer, y ha de estar muy ocupada, atrasada por atenderme a mí. Abro la puerta, y ahí está. Lauren sentada en su escritorio revisa papel tras papel muchos esparcidos por su escritorio.
En el momento que cierro la puerta al estar dentro, ella me mira. Sus rojos he hinchados de cansancio me observan con sorpresa.
—¿Qué haces despierta?
Niego.
—No puedo dormir. —Miro su escritorio tomando uno de los papeles. —¿Qué es todo esto?
Lauren suspira y acaricia su cuello. Se ve exhausta.
—Papeles del hospital que aún no he revisado. —Maculla. —Creí que estarías dormida.
Dejo aquel papel sobre el escritorio y camino por el lugar, mirando los diplomas de Lauren y sus especialidades en marcados en cuadros de madera maciza, para después acercarme a ella suspirando separándola un poco del escritorio.
—Necesitas descansar. —Le informo. —Estás bajo mucha presión. —Acaricio su mejilla, ella no se aleja. Eso me da tanto alivio, es la primera vez que se deja hacer desde que llegamos a casa. Casi lloro por la tarde cuando rechazo mi beso. Ahora quiero llorar de arrepentimiento por ser una tonta y preocuparla tanto. —Lo siento mucho, Lauren.
Ella niega, y se levanta rápidamente de su silla.
—No lo sientas. —Murmura ella, abrazándome, acariciando mi espalda. —Has ayudado a un niño. Está bien.
—Pero te he preocupado, y molestado...
—Ya paso. —Me interrumpe sobre mi oído. Aquel gesto me estremece por completo. —Debemos ir a la cama, parece que tienes frío.
Me separo, y en cuestión de segundos tengo sus labios sobre los míos, moviéndose ferozmente, como un animal hambriento por la necesidad de tenerla. Y no la culpo si no es delicada, si no tiene cuidado cuando aparta los papeles de un manotazo y me sienta con brusquedad sobre el escritorio. Tengo tanto tiempo sin sentirla de esta manera; dominante, posesiva y muy activa. Lauren puede enloquecer a cualquiera con esa mirada penetrante, oscura por la lujuria y el deseo.
La viva imagen del pecado... en carne y hueso.
Me despojó de todo lo que cubre mi cuerpo, y a pesar de que ella no me mira nunca con lastima siempre tiene ese instinto protector que me hace sentir segura en sus brazos. Nunca pierde el control, ahora mucho menos cuando sus labios besan mi cuerpo, y sus manos acarician todo mi ser. Los gemidos y jadeos resuenan en toda la estancia. La necesito tanto, tanto, como ella a mí. El vaivén de nuestros cuerpos moviéndose por el deseo, el placer nos hace llegar al cielo; temblorosas, agotadas entre besos húmedos, sonrisas de complicidad y nuestros cuerpos sudorosos llenos de satisfacción.