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Lauren
El cuerpo de Carla se siente cálido sobre mí, inmóvil, muy calmada. Sus brazos envuelven mi cuerpo como si dependiese de ello. Es tan tierna verla dormir, y tan doloroso verla sufrir. He tenido que colocarle sus inyecciones, y el hierro es tan doloroso, pero tan necesario para su cuerpo al no producirlo. Las marcas en sus brazos se notan tan cruelmente que me hace querer protegerla, no tolero ver el sufrimiento por el que está pasando.
Suspiro.
Puedo verla descansar con tanta tranquilidad que me sorprende que sea capaz de sobrellevar todo esto; los problemas con sus padres, su enfermedad, su falta de sueño. Es muy acogedor ver su rostro tranquilo, sereno sin ser atormentada por las pesadillas porque es horroroso verla gritar, o verla levantarse por las noches para darse una ducha fría, somnolienta, cansada diciendo que tiene que estudiar o sus padres la castigaría.
¿Cómo puedo luchar contra su pasado?, ¿contra esas personas que debían protegerla?
La estrecho a mi cuerpo un poco más, y Carla se mueve en busca de más calor. Su rostro queda enterrado en mi cuello causando cosquillas con su respiración.
Al parecer el día fue muy duro, tanto, que solo se quito la ropa , se cambio y se metió a la cama de una vez, sin querer comer o ducharse. Solo quería dormir.
—Lauren... —Murmura Carla, alejándose un poco para dejar ver su rostro adormilado. La ancha camiseta descubre sus hombros bronceado, y pequeños moretones. —Tengo frío.
Sonrío.
—Ven aquí.
Se acurruca más a mi cuerpo. Tomo la sábana y nos cubrimos con ella. Son las 5:00—, y no es nada extraño verla despierta a esa hora. Mi mano acaricia su cabello hasta quedar dormida otra vez.
Pero hay que trabajar el día siguiente, y es lo más terrible de todo.
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Carla
—Carla... —Separo mi vista de la ventana al ver a Lucía entrar por la puerta. —Hay una chica que requiere atención. —Camino de regreso al escritorio, y observo a Lauren. Es la primera vez en mucho tiempo que puedo volver al trabajo, aunque Lauren me advierte de los excesos que no me hacen bien.
—De acuerdo.
Me giro para salir de la oficina de Lauren y antes de ver al paciente, desinfecto mis manos, me coloco una mascarilla y guantes en cada mano, lista para entrar a la habitación, pero lo que encuentro ahí me deja paralizada en la puerta, con las manos a la altura de mi pecho y una carga de angustia sobre estómago.
Tres años como residente y aún sigo recibiendo impresiones que me roban el aliento.
Ojos chocolate me miran, una ligera carga de temor destella sobre sus ojos casi cerrados por los golpes y la inflamación. Su labio roto, nada más que sangre seca manchando su playera blanca. El cabello recogido en una coleta algo marañado hecho un desastre, pero que intento arreglar al llegar aquí supongo. Hay moretones en sus brazos. A simple vista presenta las típicas heridas de maltrato. El mismo sufrimiento. Las conozco como la palma de mi mano, pero ¿por qué?
La niña de aproximadamente quince años se sienta sobre la camilla y puedo ver lo costoso que ha sido ese movimiento por las muecas y sonidos que ejerce al subir. No dice nada y yo simplemente me acerco, me presentó, pero ella parece no querer hablar, así que procedo a limpiar sus heridas, a coser su labio roto y administrarle medicina para el dolor. No encuentro fracturas bajo su ropa y eso es un alivio, entonces lo peor llega, le pregunto por sus padres y sus pobres ojos chocolates se cristalizan. Es obvio que tienen algo que ver, pero ella no me quiere decir.