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Carla
Diez años atrás
Caminaba de regreso a casa, las gotas de lluvia salpicaban todo mi cuerpo. Estaba tan asustada cuando intenté cubrir lo mejor posible mi ropa. No quería que mis padres me vieran así.
No quería.
Con el corazón en mi garganta, y mi temblorosas manos abro la puerta de casa. Miro en todo lados y suavemente cerré la puerta detrás de mí. De puntillas me dirigí a la escalera, tenía la esperanza de que nada malo ocurriría... pero entonces, antes de poder siquiera tocar el primer escalón con mis pies, su mano se apretó fuertemente en mi hombro.
—Lo siento, lo siento, lo siento. —Repetía una, otra y otra vez. —Olvide la sombrilla. Lo siento.
Él me giro con brusquedad, tanto, que creí marearme en ese preciso instante, y sin espera mucho su mano impactó fuertemente en mi mejilla.
—¡¡¿QUÉ TE DIJE DE CUIDAR EL UNIFOMR?!! —Rugió como un animal salvaje, como un animal a punto de devorar a su presa, a su victima, yo era su victima. Con violencia me tomó por los hombros y me sacudió. —¿CREES QUE ESO NO CUESTA?
Sus manos me empujaron fuertemente al suelo, sentí mis rodillas punzar al doblegarse, y arder al tocar el suelo con fuerza y casi rebotar. Eso iba a dejar marcas. Mi mochila pudo resistir el impacto, estaba segura de que todo dentro de ella estaba bien, y cuando estoy por pedir disculpa. Su mano, nuevamente, impacta en mi cara dejando un sentimiento de tristeza que me rompía el corazón. Sentí el sabor metálico de la sangre en mi boca. Quería llorar en ese preciso instante. Estaba rota no por los golpes o las heridas, estaba rota porque mis padres no me querían, porque no me veían como su hija, sino como un pedazo de trapo sucio que podían romper cuando se les antojara. La vida era injusta conmigo, cuando yo no robaba nada, ella me lo arrebataba todo. Incluso mi propia alegría y felicidad. El simple de deseo de hacer las cosas bien, se derrumbaban por algo turbio y feo.
Estaba destrozada.
El dolor y la humillación recorría cada parte de mi cuerpo. No podía creer que estaba haciéndome eso tan solo por mojar el uniforme, era una injusticia, yo simplemente era una niña.
—Ve a tu cuarto. —Me ordenó. —Y más te vale que laves esa ropa ahora mismo, porque sola no se hará.
Ese hombre que decía ser mi padre nunca me veía con amor. Lo único que encontraba en sus ojos era rencor y odio, y aún no entendía el por qué de su rencor hacia mí. Alto, y fornido. Ojos chocolates llenos de furia y rabia. Nunca me quiso, nunca me amo como un padre ama a su hija. Solo había malos tratos y sufrimiento de su parte, ni una muestra de cariño o amor, solo dolor, tristeza, y estaba cansada de ello. Como pude me puse en pie, y caminé hacia mi habitación. Me dolía el cuerpo, me dolía el alma y mis emociones cada vez más dolorosa estaban, el esfuerzo por querer mejorar desvanecían como polvo en el viento.
Con cuidado quite mi ropa y contemple el cuerpo tétrico y escuálido frente al espejo. Solo había huesos marcados sobre esa piel amoratada. En la escuela no se comparaba a mi casa, pero el bullying era cada vez menos insoportable. Estaba destruida emocional y físicamente. Y a veces me preguntaba si aquello se detendría alguna vez, si sería feliz, encontraría amor, cuidado y respeto.
—CARLA. —Salto del susto al escuchar la voz de mi madre, y retrocedo al sentir mis piernas sacudirse por el miedo. Mi cuerpo se estremece de temor, podía sentir mi corazón en mi garganta una vez más. Tengo tanto miedo de ellos. —BAJA INMEDIATAMENTE.
Seco mis lágrimas.
Coloco una playera blanca con torpeza. Y bajo rápidamente la escalera mirando a mi madre al pie de ésta con un limpiador.
—Sí... ¿madre? —Digo con la mirada en el suelo.
—Mira el desastre que has dejado en el suelo. —Estaba mojado por mi culpa. —Asegúrate de dejar todo limpio y seco. No quiero escuchar a tu padre con sus gritos otra vez.
Asentí rápidamente, y de la misma forma me puse a limpiar.
Estaba tan cansada que me dormía parada mientras limpiaba. Mi madre era la que me apuraba para que siguiese en mi tarea. Y era tan sufrible, y miserable la vida que llevaba porque a pesar de que estaban los de servicio, a mi siempre me ponían a limpiar como uno más de ellos. Nunca había descanso para mí.
Y por las noche se convertía en un verdadero calvario.
Golpes, ruidos de cosas cayendo, gritos y estruendos. Era horrible. Toda las noches en vela para que en la escuela estuviese con sueño, a tal punto de llamar a mis padres para que, en casa, se volviese a repetir lo mismo una, otra, y otra vez.