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Muda de asombro, Yuzu desplazó la mirada del terrario al rostro de Yūya. Este vio la admiración en sus ojos, el rápido brillo de unas lágrimas sin verter, el rubor subiéndole por el cuello. Los dedos de Yuzu aferraron con fuerza los suyos.

—Desde que tenía diez años —dijo Yūya respondiendo a su pregunta tácita.

Se sintió descubierto, se notaba el corazón latiendo incómodo. Acababa de compartir algo demasiado personal, demasiado intrínseco, y le alarmó que no lo lamentara. No estaba seguro de poder impedirse hacer y decir todavía más en el irresistible impulso de acercarse más a ella.

—Yo tenía siete —susurró Yuzu, con una sonrisa vacilante asomando en sus labios —. Unos vidrios rotos se convirtieron en luciérnagas.

Yūya la miró, fascinado.

—¿No puedes dominarlo?

Yuzu negó con la cabeza.

—Aquí está la medicina —anunció Reira alegremente, entrando en el salón.

Traía la botella de la receta y un vaso grande de plástico con agua.

—Gracias —murmuró Yuzu. Después de tomarse la medicina, carraspeó y dijo con cautela: —. Reira, me pregunto si podríamos mantenerlo en secreto. Cómo ha entrado el colibrí en esta habitación...

—Oh, ya sabía que no debía decírselo a nadie —le aseguró la niña —. La mayoría de la gente no cree en la magia.

Sacudió la cabeza con pesar, como diciendo: «Peor para ellos.»

—¿Por qué un colibrí? —preguntó Yūya a Yuzu.

Le costó trabajo responder, aparentemente enfrentada a la novedad de hablar sobre algo que nunca se había atrevido a expresar con palabras.

—No lo sé. Tengo que averiguar qué significa —después de una pausa, añadió: —. No permanecer en el mismo sitio, tal vez. Moverse continuamente.

—Los salish costeros dicen que el colibrí aparece en períodos de dolor o tristeza.

—¿Por qué?

Tras cogerle la botella de medicina, Yūya volvió a taparla mientras contestaba en un tono neutro:

—Dicen que significa que todo irá mejor.

—Reira, eres un pirata de las finanzas —dijo Yūya aquella noche, entregando un fajo de billetes de Monopoly a su risueña sobrina —. Estoy sin blanca, chicos.

Después de cenar lasagna y ensalada, los cuatro —Yūya, Yuzu , Zarc y Reira — habían estado jugando a juegos de mesa en el salón. El clima había sido divertido y relajado, sin que nadie actuara como si hubiera ocurrido algo insólito.

—Deberías comprar un ferrocarril siempre que puedas —replicó Reira.

—Ahora me lo dices —Yūya dirigió a Yuzu, que estaba acurrucada en un rincón del sofá, una mirada de censura —. Creía que asignarte la banca me daría un respiro.

—Lo siento —respondió Yuzu, sonriendo —. Hay que jugar según las reglas. Cuando se trata de dinero, las cifras no mienten.

—Lo cual demuestra que no sabes absolutamente nada sobre bancos —le espetó Yūya.

—No hemos terminado —protestó Reira al ver que Zarc recogía las fichas del tablero —. Aún no he ganado a todos.

—Es hora de acostarse.

Reira soltó un suspiro.

—Cuando sea mayor, no me acostaré nunca

—Irónicamente —le dijo Yūya —, cuando eres mayor, acostarte es tu pasatiempo preferido.

Un Toque De Magia [ADAPTACIÓN +18] Donde viven las historias. Descúbrelo ahora