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Nunca había revelado a nadie lo que era capaz de hacer con vidrio. A veces, cuando experimentaba emociones intensas, un trozo de cristal que había tocado se convertía en un ser vivo, o cuando menos en ilusiones extraordinariamente convincentes, siempre menudas, siempre efímeras. Yuzu se había esforzado por entender cómo y por qué ocurría, hasta que leyó una cita de Einstein: uno tenía que vivir como si todo fuera un milagro, o como si no existieran los milagros. Y entonces comprendió, que tanto si atribuía su don a un fenómeno de la física molecular como a la magia, ambas definiciones eran ciertas y las palabras ya no importaban.

La triste sonrisa de Yuzu se extinguió cuando vio desaparecer la mariposa.

Una mariposa simbolizaba la aceptación de cada fase nueva de la vida. Conservar la fe cuando todo alrededor cambiaba.

«Esta vez no», pensó, disgustada por su facultad y el aislamiento que imponía.

En el límite de su campo visual, vio un perro andando a la orilla del mar. Iba seguido por un desconocido de pelo bicolor, cuya viva mirada se posó en Yuzu.

Al verle, se sintió incomodada al instante. Tenía la constitución fornida de un hombre que se ganaba el sustento trabajando a la intemperie. Y algo en él transmitía la sensación de conocer bien las penalidades más duras de la vida. En otras circunstancias Yuzu quizás hubiera reaccionado de otro modo, pero no le importó encontrarse sola con él en una playa.

Se encaminó hacia el sendero que llevaba hasta lo alto del risco. Al mirar sobre el hombro se percató de que el hombre la seguía. Aquello le alteró los nervios. Cuando apresuró el paso, la punta de su zapatilla tropezó en el basalto erosionado por el viento. Se desequilibró hacia adelante y cayó al suelo, pero logró amortiguar el choque con las manos.

Yuzu, aturdida, trató de reponerse. Para cuando consiguió levantarse, el hombre ya la había alcanzado. Se volvió hacia él con un respingo, y su enmarañado cabello rosado le obstaculizó en parte la visión.

—Tranquilízate, ¿quieres? —dijo él secamente.

Yuzu se apartó el pelo de los ojos y le observó con cautela. Sus ojos emitían un vivo fulgor carmesí en un rostro ligeramente bronceado. Era apuesto, sexy, con el atractivo de un pendenciero. Si bien no aparentaba más de treinta años, tenía la cara curtida por la madurez de un hombre que había vivido lo suyo.

—Me estabas siguiendo —le espetó Yuzu.

—Yo no te seguía. Resulta que este es el único camino que lleva hasta la carretera, y querría regresar a mi camioneta antes de que descargue la tormenta. Así pues, si no te importa, sigue andando, o hazte a un lado.

Yuzu se apartó y le indicó con un gesto burlón que la precediera.

—No quisiera retrasarte.

El desconocido fijó la mirada en la mano de Yuzu, donde se habían formado unas manchas de sangre en las arrugas de los dedos. Se le había clavado el canto de una piedra en la parte superior de la palma al caer. El hombre frunció el ceño.

—Llevo un botiquín de primeros auxilios en la camioneta.

—No es nada —repuso Yuzu, aunque le dolía mucho la herida. Se limpió la sangre en los vaqueros —. Estoy bien.

—Aprieta la herida con la otra mano —le aconsejó el hombre. La observó y sus labios se tensaron —. Te acompañare por el sendero.

—¿Por qué?

—Por si vuelves a caerte.

—No voy a caerme.

—Es una cuesta empinada. Y, por lo que he visto, no parece que conozcas muy bien el terreno que pisas.

Un Toque De Magia [ADAPTACIÓN +18] Donde viven las historias. Descúbrelo ahora