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Yūya reaccionó sin vacilación al notar la mano de Yuzu sujetándole por la nuca. La había deseado durante todo el almuerzo, fascinado por su enojadiza vulnerabilidad, por el modo en que sus sonrisas casi nunca le llegaban a los ojos. No podía dejar de pensar en lo radiante que estaba cuando le había hablado de su trabajo, acariciando con los dedos con aire ausente una lámina de vidrio como si fuera la piel de un amante.

Quería llevar a Yuzu a la cama y mantenerla allí, hasta que toda la tensión recelosa hubiera desaparecido y estuviera relajada y satisfecha entre sus brazos. Ávido de su sabor, Yūya intensificó la presión del beso y le tocó la lengua con la punta de la suya. La lisa blandura le excitó al instante y le llenó de un calor sofocante. Yuzu tenía un cuerpo delgado, pero fuerte, que no cedía al suyo. Ese indicio de firmeza resistente le hizo desear aferrarla y atraerla hasta moldearla contra él.

Percatándose de que aquella demostración pública de afecto podía descontrolarse —cuando menos por su parte —, Yūya deshizo el beso y levantó la cabeza solo lo suficiente para mirar sus aturdidos ojos azules. Su piel de porcelana estaba imbuida de color. Su respiración le acariciaba los labios con oleadas calientes y le aguijoneaba los sentidos.

Yuzu desvió la mirada.

—Nos han visto —susurró.

Todavía absorto en sus pensamientos de qué deseaba hacer con ella, Yūya experimentó una ola de fastidio. No quería tener nada que ver con aquel par de idiotas, no quería hablar, no le apetecía hacer nada que no fuera llevarse a su mujer a la cama.

Le invadió un escalofrío de alarma. ¿Su mujer...? No había pensado en nada semejante en su vida. No era un tipo posesivo. La necesidad de reclamar una mujer concreta, de insistir en sus derechos exclusivos a ella, no era propia de él. Y nunca lo sería.

Así pues, ¿por qué diablos había cometido ese desliz?

Pasó un brazo sobre los hombros de Yuzu y se volvió hacia Yuri y Serena, que mostraban una expresión de consternación casi cómica.

—Sakaki —dijo Yuri, incapaz de mirar a Yuzu.

—Yuki.

Yuri hizo una torpe presentación.

—Yūya Sakaki, te presento a mi... amiga, Serena.

Serena extendió un brazo delgado, y Yūya le estrechó la mano entre un tintineo de pulseras. Era tan enjuta como Yuzu, aunque tenía el cabello azul índigo. Era delgada como un palillo y angulosa, se tambaleaba sobre unos tacones de cuña de corcho y tenía los pómulos prominentes como pretiles. Una gruesa capa de maquillaje realzaba sus ojos de mapache y le confería un brillo desconcertante. Aunque Yūya estaba predispuesto a que Serena no le cayera bien, sintió una pizca de compasión. Le daba la impresión de una mujer que se extralimitaba un poco, una mujer cuya inseguridad se manifestaba en sus celosos esfuerzos por ocultarla.

—Soy su prometida —anunció Serena en un tono arisco.

—Felicidades —dijo Yuzu.

Si bien hacía todo lo posible por mostrarse inescrutable, el dolor, la rabia y la vulnerabilidad se sucedieron sobre sus facciones a la velocidad del rayo.

Serena la miró.

—No sabía cómo decírtelo.

—Ya he hablado de eso con mamá —repuso Yuzu —. ¿Ya han puesto fecha?

—La estamos buscando para finales de verano.

Yūya decidió que la conversación ya había durado lo suficiente. Era el momento de terminarla antes de que estallaran los fuegos artificiales.

Un Toque De Magia [ADAPTACIÓN +18] Donde viven las historias. Descúbrelo ahora