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—Esta mañana tienes visita con el médico —dijo la voz de Yūya a través de la puerta del baño —. Si te da el alta, te pondrán un braguero y muletas.

—Me encantaría poder moverme otra vez —repuso Yuzu con fervor mientras se enjuagaba con el agua caliente de la ducha —. Y estoy segura de que agradecerás no tener que llevarme a todas partes.

—Tienes razón. No consigo imaginarme por qué pensé que envolver una mujer semidesnuda en plástico y llevarla de aquí para allá sería divertido.

Yuzu sonrió y cerró el agua. Se quitó el gorro de baño de Kuriboh que había pedido prestado a Reira y se envolvió en una toalla.

—Ya puedes entrar.

Yūya accedió al húmedo cuarto y acudió en su ayuda. Actuaba de forma despreocupada y práctica, pero hasta entonces, en toda la mañana, había sido incapaz de mirarla a los ojos.

La noche anterior habían estado en el porche un buen rato, hasta terminarse la botella de vino. Ahora, sin embargo, Yūya se mostraba callado y reservado. Cabía la posibilidad de que se estuviera cansando de atender a todos sus deseos. Yuzu decidió que, dijera lo que dijese el médico ese día, insistiría en llevar muletas. Tres días sometiendo a Yūya a tantas molestias ya eran suficientes.

Yuzu se incorporó, sujetando la toalla mientras se balanceaba brevemente sobre un pie. Yūya le pasó con cuidado un brazo por detrás de las rodillas, la levantó y la llevó al dormitorio. Tras dejarla en el borde del colchón con las piernas colgando, cogió unas tijeras pequeñas y procedió a cortar las capas de plástico que le envolvían la pierna.

—Estás haciendo muchas cosas por mí —dijo Yuzu en voz baja —. Espero que algún día pueda-...

—No te preocupes.

—Solo quiero que sepas cuánto-...

—Ya lo sé. Estás agradecida. No tienes que decirlo cada vez que te ayudo a salir de la maldita ducha.

Parpadeando ante su tono brusco, Yuzu dijo:

—Lo siento. No sabía que la cortesía común te molestaría.

—No es cortesía común —replicó Yūya mientras cortaba la última capa de plástico —. Cuando estás ahí mojada y casi desnuda mirándome con ojos de carnero. Quédate con tus gracias.

—¿Por qué estás tan susceptible? ¿Tienes resaca?

Él le dirigió una mirada sarcástica.

—Yo no tengo resaca por dos copas de vino.

—Es por tener que hacer todo esto por mí, ¿verdad? Cualquiera se sentiría frustrado. Lo siento, pero pronto me iré de aquí, y-...

—Yuzu —la interrumpió Yūya con forzada paciencia —, no te disculpes. No trates de sacar conclusiones. Tan solo cállate durante un par de minutos.

—Pero yo-... —no terminó la frase al ver su expresión —. Está bien, me callo.

Una vez retirado el plástico, Yūya se detuvo al advertir un moratón en la parte lateral de la rodilla. Siguió el contorno de la mancha oscura, con tanta suavidad que su tacto era casi imperceptible. Tenía la cabeza agachada, por lo que Yuzu no podía ver su expresión, pero las manos de Yūya se apoyaron en el colchón, a ambos lados de sus caderas, hundiendo los dedos en la ropa de cama. Le recorrió un temblor profundo, deseo que resquebrajaba el comedimiento.

Yuzu no se atrevió a decir nada. Se quedó mirando fijamente la parte superior de su cabeza, la anchura de sus espaldas. En sus oídos resonaban los ecos de los latidos de su corazón.

Un Toque De Magia [ADAPTACIÓN +18] Donde viven las historias. Descúbrelo ahora