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Era media tarde cuando la camioneta de Yūya giró hacia You Show y avanzó por el camino privado. Había firmado todas las hojas del alta de Yuzu, recogido un fajo de instrucciones y prescripciones médicas y acompañado a Yuzu cuando un enfermero la sacó del edificio en una silla de ruedas. Rin también se encontraba allí, exhibiendo un comportamiento irritantemente alegre.

—Bueno, chicos —gorjeó —, esto va a salir bien. Te debo una, Yūya. Yuzu, la casa de Yūya te va a encantar, es un sitio estupendo, y les aseguro que un día nos acordaremos de esto y-... ¿Qué has dicho, Yūya?

—He dicho «Trae eso, Rin» —murmuró él, al mismo tiempo que levantaba a Yuzu de la silla de ruedas.

Rin, impertérrita, siguió a Yūya mientras este subía a Yuzu a la furgoneta.

—Te he preparado un bolso de viaje, Yuzu. Ruri o yo pasaremos mañana a llevarte más cosas.

—Gracias.

Yuzu se había abrazado al cuello de Yūya cuando él la levantó con asombrosa facilidad. Sentía la dureza de sus hombros contra sus palmas. El olor de su piel era delicioso, a limpio, con un punto de sal, como el aire del océano, y fresco como las plantas y hojas verdes de un jardín.

Yūya la acomodó en la camioneta, echó el respaldo de su asiento hacia atrás y le abrochó el cinturón de seguridad. Todos sus movimientos eran diestros y eficientes y su actitud, impersonal. No dejaba de mirarla con precaución. Yuzu se preguntó con tristeza qué le habría dicho Rin para convencerle de que se la llevara. «No quiere hacerlo», había susurrado a su amiga en el hospital, y Rin le había contestado: «Claro que sí. Solo que le pone un poco nervioso.»

Pero Yuzu no creía que Yūya estuviera nervioso. Más bien parecía fastidiado en secreto. El trayecto hasta el viñedo transcurrió en silencio. Aunque el vehículo de Yūya tenía una suspensión excelente, algún que otro bache del camino provocaba que Yuzu hiciera una mueca. Estaba dolorida y exhausta, y nunca se había sentido una carga tan grande para nadie.

Finalmente tomaron un camino privado que conducía a una casa victoriana adornada con gabletes, balaustradas, una cúpula central y una azotea. Una perezosa puesta de sol confería al edificio pintado de blanco una coloración anaranjada. La base estaba rodeada de una gran cantidad de rosales rojos entremezclados con hortensias blancas. En las proximidades, un robusto cobertizo gris custodiaba las hileras de parras, que jugueteaban a través del terreno como niños a la hora del recreo.

Yuzu contempló aquel escenario con absorta fascinación. Si Maiami era un mundo aparte del continente, aquello era un mundo dentro de otro. La casa esperaba con las ventanas abiertas para acoger la brisa marina, la luz de la luna, los espíritus errantes. Parecía esperarla a ella.

Observando la reacción de Yuzu con mirada astuta, Yūya detuvo la camioneta junto a la casa.

—Sí —dijo, como si ella le hubiera hecho una pregunta —. Así es cómo me sentí cuando la vi por primera vez —bajó del vehículo y lo rodeó hasta el lado de Yuzu. Alargó la mano para desabrocharle el cinturón —. Agárrate a mi cuello.

Yuzu obedeció con vacilación. Él la levantó, con cuidado de no golpearle la pierna herida. Tan pronto como sus brazos la rodearon, Yuzu tomó conciencia de una nueva sensación desconcertante, de abandono, como si algo se derritiera en su interior. Dejó caer la cabeza pesadamente sobre su hombro y se esforzó por volver a levantarla. Yūya murmuró «Tranquila» y «No pasa nada», lo que le hizo percatarse de que estaba temblando.

Subieron los peldaños de la entrada y accedieron a un amplio porche cubierto con un techo azul claro.

—Azul antifantasmas —dijo Yūya al ver que Yuzu miraba hacia arriba —. Intentamos reproducir el color original lo más fielmente posible. Mucha gente de por aquí pintaba el techo de sus porches de azul. Hay quien dice que es para engañar a los pájaros y los insectos, para hacerles creer que es el cielo. Pero otros afirman que el principal motivo es para espantar a los fantasmas.

Un Toque De Magia [ADAPTACIÓN +18] Donde viven las historias. Descúbrelo ahora