Parte 10

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La alarma del celular se escuchaba en la habitación de Stephen, éste se encontraba acostado en la cama. Se removió un poco y estiro el brazo para apagar la maldita alarma. Odiaba cuando tenía turnos de madrugada, pero el ser uno de los mejores le obligaba a levantarse a las cinco de la mañana.

Con mucha pereza y sueño se sentó en el borde, estiró los músculos de su espalda mientras bostezaba. Las últimas semanas habían sido agotadoras en el trabajo, y este inicio pareciera que fuese a ser similar. Bajo la vista y se vio el abdomen, llevó la diestra y palpo, un poco de ejercicio le vendría bien para al fin poder eliminar esos restos de comida chatarra.

Atrajo el celular, lo desbloqueo y añadió una nota sobre ir al gimnasio. Con otro bostezo se levantó y se dirigió a la ducha.

Una vez ya arreglado, salió de la habitación para dirigirse a la cocina. El departamento estaba bastante limpio exceptuando por la sala en donde habían varios libros abiertos junto a una computadora. Inconscientemente sonrió al ver aquello, era extraño pero pese al desorden sentía que ese lugar parecía un hogar.

Abrió el refrigerador y reviso el segundo nivel, el cual contenía algunos recipientes de plástico con comida y ensaladas listas para llevar. Desde aquellos años con Jessica no comía tan bien, si bien trataba de no comprar comida rápida, razón de que algunas veces fuera a restaurantes para almorzar, nada se compara con la comida hecha en casa.

Sacó los primeros que estaban a la vista e iba a cerrar la puerta, pero en esta ve una nota la cual decía: "Aquí hay algo que puedes considerar postre, espero que te guste. Te q/necesito en casa a las 8... n/no llegues tarde". Sacó un recipiente pequeño de la puerta y lo abrió, dentro había un poco de flan de chocolate. Su alfa podría pasar por un gato que ronronea, estaba encantado este último tiempo.

Con todo guardado, se dispuso a responder la nota que encontró en el refrigerador para finalmente marchar al hospital.

[...]

—¿Es comida hecha?— preguntó uno de los médicos que estaban caminando cerca de la mesa donde se encontraba Stephen almorzando.

Strange bufó y puso los ojos en blanco, llevaba semanas escuchando comentarios similares por parte de sus colegas. ¿Qué tan extraño era comer en la sala de descanso y no salir a otro lugar?

—¿Cuánto tiempo lleva trayendo comida?— preguntó otro médico.

—Yo diría que dos semanas— respondió la jefa de las enfermeras del piso inferior.

—Exactamente son pasadas de las tres semanas, solo que Strange comía en otra parte del hospital— Palmer corrigió a los presentes. —Mucho gusto, Stephen— saludo a quien era el tema de conversación.

—¿Quién te cocina, Strange? ¿Al fin conseguiste una omega para dejar en casa?— preguntó con burla Nicodemus.

Todos en el hospital conocían de la especie de rivalidad entre ambos. Aunque la realidad era otra, Stephen no soportaba a aquel alfa ya que creía que no estaba capacitado para su cargo y que le robaba el puesto a otro debido a los contactos que tenía West, este por otro lado al principio no supo tratar con Strange por lo que sus actitudes frente al pelinegro eran diferentes que con el resto. Palmer era quien mejor sabía de ello, ya que era testigo de la amabilidad de West en algunas ocasiones y como se volvía alguien arrogante frente a Stephen. No culpaba a West... del todo, ya que Strange lograba algunas, varias, veces sacar lo peor de las personas.

Strange por su parte quería responderle a West que era verdad, tenía al mejor omega viviendo en su casa y cocinando para él, pero eso sería retroceder todo lo avanzado además que nadie necesitaba enterarse tanto de su vida. Sin olvidar que no deseaba hablar del tema estando Palmer presente.

Eres mi omegaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora