Sus padres siempre fueron estrictos, con él y con todos sus hermanos, pero estaba claro quien era la decepción de la familia. Ese era el hermano menor, el que odiaba ir a la iglesia, el que no rezaba, el que cometía pecados, el que obviamente no seguía el ideal del perfecto niño mormón. Ese era Brendon, ese siempre fue Brendon, y sus padres siempre le daban a entender que deseaban nunca haberlo concebido. Su madre decía que desde el momento en el que nació, supo que iba a ser un condenado, pues ese, de los cinco partos que tuvo en total, fue el que más tiempo duró, y el que más le dolió.
Recordaba alguna vez en la que Brendon consiguió un novio en la escuela, también recordaba creer que era de lo más lindo. Su nombre era Ryan, Ryan Ross, y de verdad que le gustaba mucho. El problema ahí fue que su barrio era pequeño, su ciudad era pequeña, por tanto, casi todo lo que ocurría, todos lo sabían casi de inmediato. Aún así Brendon no creía que importara.
Aquel día, el mismo en el que empezó a salir con Ryan, recordaba haber salido de la escuela mientras hablaba con él. Era costumbre suya el mirar al rededor al salir, pues había notado que siempre había alguien que lo observaba desde lejos. Siempre estaba lo suficientemente lejos como para que se le hiciera imposible el ver sus rasgos faciales, además, siempre llevaba puesta la capucha de la chaqueta cubriendo parte de su rostro. Pero siempre estaba ahí, y a Brendon le incomodaba un poco. Esa vez lo vio, y desvió rápidamente la mirada hacia su novio, tratando de ignorar tal presencia.
Al llegar a casa, fue recibido por su padre, mirándolo con los brazos cruzados en la cocina.
—¿Es cierto eso que estaban diciendo esas chicas?
—¿De qué hablas?
—¡No finjas, tú, enjendro del demonio! ¡Las escuché claramente decir que estás de novio con otro niñito de tu escuela!
Brendon palideció. Trató de ir a su habitación, pero su padre sujetó su brazo con fuerza, impidiéndole el irse.
—¿A dónde crees que vas?
—A mi habitación—Murmuró.
—¡Dilo en voz alta, no seas un cobarde!
—¡Iba a mi habitación para evitar interactuar contigo!—Gritó, aún sin mirar a aquel hombre que siempre repetía su arrepentimiento al ser considerado su padre.
—¡No vas a escaparte!
Casi hasta podía recordar exactamente el dolor que sintió aquella vez. El dolor que sintió cuando la mano de su padre impactaba contra su piel, las patadas que le brindaba.
Justo cuando creía que iba a propinarle un golpe que lo dejaría inconsciente, sonó el timbre.
—¡Mierda!—Gritó Boyd, para luego ir a abrir la puerta.
La televisión estaba encendida, si no iba a abrir, seguirían insistiendo porque ya era obvio que había alguien en casa.
Recordaba también la adrenalina que sintió al ver la oportunidad de escapar. Fue por esa adrenalina y por nada más que eso, que logró levantarse, abrir la ventana y salir por ahí. Era como si de pronto todas sus heridas, todo el dolor que sentía, habría desaparecido. Solo corría tratando de definir un destino. Decidió ir a casa de Spencer, donde siempre lo recibían con los brazos abiertos.
Odiaba a sus padres, odiaba su estúpida religión, o mejor dicho, no su religión, si no que fueran tan condenadamente fieles a ella. Odiaba que fueran tan estrictos, odiaba que le exigieran tanto, odiaba que siempre lo compararan con sus hermanos mayores. Deberías ser más como Matt. Kara nunca haría eso. ¿Por qué no eres como Mason? ¿Te das cuenta de que nunca serás como Kyla? Lo odiaba, lo odiaba mucho.
Recordaba también haber llegado a casa de Spencer y haber tocado la puerta repetidas veces, hasta que vio a su mejor amigo de pie en el marco de la puerta. Se lanzó a abrazarlo mientras recibía preguntas de éste. Esa noche durmió en casa de Spencer, y la noche siguiente, y toda la semana, también. Solo para escapar de sus padres y de su horrible casa.
Seguía pensando que la suerte había sido piadosa esa vez, pues, en el momento justo alguien tocó la puerta. Al parecer había sido un niño que estaba jugando eso de tocar el timbre e irse corriendo. Eso es lo que había dicho su hermano Matt. Y lo agradecía. Bendito niño, que lo había salvado. Sus padres nunca lo habían golpeado, solo expresaban su decepción con palabras y gestos, pero ¿Golpes? Eso nunca había pasado, por tanto nunca olvidaría esa vez, ni dejaría de agradecerle al niño que había tocado el timbre, o a los padres de Spencer, que le habían permitido quedarse durante una semana entera.
Apenas había cumplido los dieciocho se había ido a vivir con Spencer, y así vivió bien. Luego Spencer se fue a vivir con su novia Linda, y Brendon fue a vivir solo. Estaba mucho mejor que con sus padres. Estaba feliz.
Ahora pensaba en Dallon, que lo trataba tan bien, tan dulcemente. Lo hacía sentir tan condenadamente especial, se preocupaba por él, y lo cuidaba, y le decía cosas lindas, y le brindaba su cariño y comprensión. Lo hacía sentir útil, algo que alguien nunca había hecho, Dallon lo hacía sentir útil, se lo repetía, no solo a él, si no que a todos, y lo felicitaba, le hacía sentir que lo que hacía servía de algo, y que lo hacía bien. Deseaba haber conocido a Dallon mucho antes, así tal vez su historia habría sido diferente, tal vez no habría hecho tantas tonterías que hizo en su adolescencia, tal vez en esos momentos sí que sería un joven inocente, con un trabajo noble como lo deseaba. Tal vez así no habría gastado tanto tiempo persiguiendo sueños que terminaron siendo ridículos y se habría centrado en lo bueno.
Pensó en el beso que había compartido con Dallon. Aquel beso que había sido tan gentil y dulce, que lo había hecho sentir en las nubes, que le había hecho imposible el evitar la sonrisa.
Oh, cielos. Tal vez le gustaba Dallon.
Estoy esperando mucho que sea lunes porque ese día voy a publicar un nuevo fanfic y mE GUSTA MUCHO COMO QUEDÓ Y LA DINÁMICA QUE VOY A USAR PARA PUBLICARLO Y JABAOXNSOXOEFS QUESEALUNESQUESEALUNESQUESEALUNES PARA QUE TODOS PUEDAN VERRRRLOOOOOOO
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Bonnie y Clyde [Brallon]
Fiksi PenggemarLa historia de dos amantes del crimen. ----------------------------------- Advertencia: Este Fanfic contiene altos niveles de violencia.