PRÓLOGO

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Un nuevo día comenzaba, el sol se asomaba desde los horizontes de las colinas del este dejándose mostrar con sus imponentes rayos dorados bañando el celestial lugar, cualquiera que pudiera contemplar esos amaneceres podía jurar que era la vista más bella que jamás haya visto; los verdes prados bañados de flores de todos tipos y colores resaltaban en todo su esplendor, sumándole que recientemente había entrado la primavera regalando espectáculos generosos con la naturaleza. Los majestuosos bosques brillan sorprendente más ese día, las aguas cristalinas de los ríos fluían con abundancia, el canto de las aves sonaban al son del viento y un nuevo milagro de esperanza abría por primera vez sus ojos.

Absorto contemplaba en silencio el pequeño bultito que comenzaba a despertar, era tan frágil y diminuto, aún no concebía en su mente como es que algo tan maravilloso y pequeño le era suyo, sangre de su sangre y cada segundo que pasaba a su lado se convencía que era lo mejor que le pudo haber regalado la vida.

Los ojos de su retoño comenzaban a abrirse perezosamente encontrándose con los suyos, por un momento creyó que lloraría pero al contrario de eso, solo pudo ver como esos pequeños destellos celestes lo miraban fijamente ¿Sería que lo estaba analizando? Una sonrisa se le escapó de sus labios, no llevaba ni una semana de recién nacida y ya mostraba ser una pequeñita curiosa por la vida. Lentamente se acercó a la cuna donde reposaba el nuevo ser con vida, sus luceros cielo eran tan magnéticos, destellaban un brillo único y puro.

Hábilmente sacó del bolsillo de su chaleco ocre una medalla de oro blanco, la cadena era muy delgada y delicada, mientras que aquel dije en forma de hoja se encontraba grabado en letras celestes el nombre de la recién nacida. Dudó por varios segundos en proceder en ponérsela a la bebé de tres días de nacida ¿La lastimaría? Es que era inevitable no pensar en algo como eso, la niña se veía tan frágil e indefensa que su instinto sobre protector lo sacaba a flote. Pero luego, después de observar por varios minutos la mirada curiosa de la niña se retracto en lo que pensaba, su hija no solo iba a ser la más hermosa, si no también fuerte e inteligente.

Con delicadeza tomó la cabecita de la menor entre sus manos grandes, fácil podría cargarla con una sola mano por lo que la nostalgia lo golpeo en ese instante ¿En cuánto tiempo su pequeña crecería? La disfrutaría ahora que era su niña, siempre sería su niña. La cadena tan blanca se perdía contra la nívea piel de la niña; y las letras de su nombre brillaban como los ojos de ella, para sus ojos, era un hada de ensueños, la flor más bella de su mundo.

—Cariño ¿Despertó?

La melodiosa voz de su mujer lo sacó por completo de la ensoñación en la que se encontraba hundido observando al pequeño retoño, pero para su asombro volvió a caer en la red de otro encanto más ¿Era posible enamorarse dos veces en una sola mañana? La sonriente rubia se acercó hasta su lado regalándole una de sus tantas sonrisas que adoraba de ella, con sutil maestría sacó de la cuna a la pequeñita que se estiraba entre los brazos de su madre y le sonreía de la misma manera que lo hacía su mujer. Sin duda alguna, la belleza de su pueblo se quedaba atrás si lo comparabas con aquella vista panorámica que le regalaba sus más grandes amores.

—Oh, veo que ya le diste nuestro regalo. —Susurró sonriente tomando entre sus dedos la pequeña cadena de oro blanco.—Tights y ahora nuestra Bulmita poseen cada una la mitad del dije, ¡Juntándolos forman un corazón! ¿Hermoso no?

La mujer tomó a su pequeña en brazos buscando el reposé más cercano, supuso de inmediato que le daría de alimentar a su hija por lo que decidió darles su espacio para irse a terminar de arreglar los asuntos pendientes para ese día, pero una diminuta sombra detrás de la puerta le llamó mucha la atención, adivinó de golpe quien era él o más bien la dueña de dicha sombra y en un par de segundos un destello dorado atravesó como rayo la habitación hasta llegar con la mujer rubia que amamantaba al nuevo miembro de la familia. Una sonrisa dulce se colocó bajo sus bigotes lavanda, era lo que faltaba para que aquel tierno cuadro familiar estuviera completo.

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