I. La decisión

137 13 2
                                    

CAPÍTULO I. La decisión

El sol se escondía por el oeste, el cielo rojizo comenzaba a transformarse lentamente en aquel lienzo oscuro donde se reflejaban los grandes luceros tan inalcanzables y magníficos. Una paz se podía respirar en el ambiente, la serenidad del campo, el canto de las aves a punto de huir de la oscuridad, el suave viento mover las hojas de los fuertes robles y las corrientes del río armonioso, sin duda alguna eso era la mejor riqueza que uno pudiera tener, paz, solo eso quería, nada más.

Por enésima vez soltó un largo suspiro cargado de nostalgia, no sabía porque, pero una extraña sensación en su cuerpo le hacía evocar tal sentimiento en cada crepúsculo. Siempre que veía hacia el oeste de aquellas verdes colinas en su pecho algo se movía intranquila mente, cientos de veces intentó descubrir que había más allá de esos prados, pero su padre jamás la dejó explorar aquel horizonte hipnotizan te y misterioso.

Posó su mirada aguamarina sobre el libro que portaba entre sus manos, doblando la pestaña superior derecha a modo de no perder la página donde continuaría leyendo el día siguiente en aquella misma rama del fuerte árbol que la sostenía a unos dos metros de distancia del suelo. De un solo saltó pudo bajar escalando el tronco del árbol sintiendo como la ligera incomodidad que este ocasionaba sobre su espalda al estar prácticamente toda la tarde sentada en la misma posición, pero cada dolor no se comparaba con la espera maravillosa de ver ocultar el sol por las tierras del oeste. El suave viento de la tarde comenzaba a calar el cuerpo, por lo que debía marcharse antes de que anocheciera más o enfermaría al estar tan expuesta.

Desde que era niña, todas las tardes llegaba a las orillas de los prados de su hogar escalando los majestuosos árboles y apreciar cada puesta de sol, no había día que hiciera tal acción convirtiéndola en su rutina preferida. Nadie le decía nada o cuestionaba, simplemente se escabullía para pasar ese rato a solas, en paz, lejos de todo aquello que jamás consideró suyo, lo único familiar en aquel lugar era ese roble y sus resplandecientes tardes.

El camino al castillo no era tan lejano del bosque, por lo que en menos de veinte minutos ya se encontraba en las caballerizas dejando a su hermosa yegua tan blanca como la nieve y de cabellos oro. La adoraba, fue su regalo de su quinceavo año de vida de parte de un importante duque; quien la pretendía desde que la conoció cuando solo tenía diez años y aunque el hombre le doblaba la edad no quitaba un dedo del renglón para poder acceder a la mano de la princesa de Tsufuru, sin embargo por alguna extraña razón el padre de la aludida jamás dio aprobación alguna.

Para el alivio de la joven, agradecía internamente que su padre hasta la fecha rechazara cualquier oferta de matrimonio tanto de condes, marqueses o incluso duques. La belleza de la joven no pasaba de desapercibida para todo aquel foráneo que atravesaba los siete mares hasta llegar al punto más remoto del planeta, y encontrarse que en el fin del mundo vivía un ser celestial, sin duda alguna valía la pena navegar hasta meses las bravas aguas con ver aunque sea una sola vez a la princesa de cabellos celestes.

Ella era aún joven para pensar en matrimonio, solo tenía diecinueve años y aunque por regla social ya debería haber contraído nupcias desde ya hace tiempo, su mente aún no estaba lista para convertirse en la mujer de alguien; ella era una mujer soñadora, quería descubrir las maravillas de este mundo, cada vez que leía un nuevo libro se quedaba asombrada por las riquezas que habían más allá de esa isla donde jamás en su vida había salido y moría de ganas por ser aunque sea una sola vez atravesar las fronteras de su hogar e ir hacia lugares desconocidos, en especial donde se oculta el sol. Su padre era un hombre muy estricto y algo severo, no siempre lo veía pero a pesar de eso la mantenía controlada, lo más lejano a que ella pudiera salir era a aquel bosque donde se perdía todas las tardes, su educación siempre fue bajo las fortalezas del castillo con una institutriz personal, por lo que interacciones con personas que no fueran el personal del castillo, no tenía la joven princesa.

BRAVEHEARTDonde viven las historias. Descúbrelo ahora