Incursión

396 48 43
                                    

- ¿Bien?

- Sí.

- Espera, espera.

- Ah... joder.

- Vale, así.

- Ven.

Calor. La humedad del invernadero de la habitación contigua parecía haberse trasladado al dormitorio. La estancia, tan solo iluminada por las luces callejeras, les cobijaba entre sombras azuladas y rojizas. Sus pieles brillaban, perladas en sudor; sus pupilas, dilatadas por el deseo, recorrían el cuerpo ajeno, deleitándose con cada detalle; sus manos se perdían en cada curva y recoveco, explorando y memorizando hasta ser capaces de sentir al otro sin necesidad de tocarlo, tan solo recordando el tacto de su piel. Jadeos y gemidos llenaban el aire; y aunque Raoul intentaba ahogar los sonidos en su garganta, queriendo evitar ser escuchado en el exterior, Agoney pronto consiguió desinhibirlo, alentándolo a centrarse en ellos y a olvidarse del resto del mundo. Sus bocas se llamaban a cada instante; un reclamo silencioso al que ambos acudían sincronizados, saboreándose y entregándose en una batalla que ninguno pretendía ganar.

Ninguno se había atrevido a pronunciarlo en voz alta, pero tanto Raoul como Agoney sabían que lo que estaban viviendo era, de alguna manera, una despedida. Después de aquella noche, nada sería como hasta entonces. Se iba a producir un antes y un después a nivel mundial del que no eran totalmente conscientes. Desde que lo dijeran la primera vez, no habían dejado de hacerlo, pero, sobretodo, de demostrarlo; y aquella noche no era más que una nueva oportunidad para gritarse te quiero. Con el verbo, con el alma y con el cuerpo.

De rodillas en la cama, ambos acariciaban la piel ajena, abrazados de tal forma que no podía adivinarse dónde empezaba uno y dónde acababa el otro. Agoney delineaba el cuello del replicante con su lengua, sacándole gemidos del fondo de sus entrañas a su paso. Raoul enredaba los dedos en su pelo, jugando con sus rizos mientras se dejaba hacer.

Raoul se separó un segundo, haciendo que Agoney dejara su cuello y le buscase la mirada. El replicante sonrío con dulzura y empezó a acariciarle el rostro, dibujando cada rasgo. Empezando por la frente, bajando por las cejas, la nariz, las mejillas. Le dio especial atención a sus labios carnosos, ahora enrojecidos e hinchados por todos los besos compartidos. Mientras acariciaba el labio inferior, Agoney abrió la boca, sacando la lengua y lamiéndole los dedos. El instinto de Raoul le hizo introducir los dedos en su boca y dejar que Agoney los lamiera y succionara a su antojo. Su polla reaccionó al imaginarse esa misma boca envolviéndola y un jadeo se abrió paso entre sus labios.

- ¿Qué? -preguntó Agoney divertido, sacándose los dedos de la boca.

- Que me dan ganas de que chupes otra cosa.

Agoney no pudo contener la sonrisa ante la confesión del replicante. Con un suave empujón en el pecho, hizo que se recostara sobre su espalda, quedando totalmente expuesto ante él. Se acercó a su oído, besando justo debajo y mordiendo el lóbulo después.

- ¿Y qué quieres que chupe? -siguió besando su cuello, subiendo hasta la mandíbula, delineándola al completo. Raoul sentía la piel arder.

- Aquí -dijo cerrando los ojos, muerto de vergüenza, pero lleno de deseo, llevando la mano de Agoney hasta su erección.

El humano empezó a acariciarla lentamente, posando su pulgar en la punta y dibujando círculos con él. Raoul abrió las piernas y elevó la pelvis inconscientemente, pidiendo más. Agoney aun caliente como nunca ante la imagen de su chico deshecho bajo su toque, soltó una pequeña carcajada; no entendía cómo podía estar tan cachondo y sentir tanta ternura por alguien al mismo tiempo. Volvió a besarle, invitando a su lengua a jugar; Raoul respondió como pudo, concentrándose en todas las emociones que estaba viviendo.

2051Donde viven las historias. Descúbrelo ahora