Eterno retorno

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En el extremo este del segundo piso, abriéndose paso en la fachada principal, se encontraba el mayor ventanal del edificio. Tenía vistas directamente a la entrada del hotel, y al estar divido por columnas, se convertía en el escondite perfecto para observar quién entraba sin ser visto. Un cómodo banco recubierto de cojines burdeos recorría la cristalera en su totalidad, añadiendo un toque sofisticado, pero cálido, a la estancia.

Desde su llegada al hotel, Raoul se había atrincherado en aquel rincón; enfundado en una manta del mismo color que el asiento, y apoyado en una de las columnas, aguardando el momento en el que Agoney cruzara la puerta.

Había intentado llamarlo, pero Alfred le había aconsejado no hacerlo. La frecuencia de la llamada, así como el tono o la vibración, podrían alertar a los captores de su situación. Por no hablar de la posibilidad de que hubiesen pinchado el aparato. Para evitar cualquier tentación, le dio su dispositivo a Alfred; con la esperanza de que fuese Agoney el que consiguiera comunicarse. Raoul, mientras tanto, se dedicaba a observar.

Llevaba tres días sin dormir, pero ni siquiera tenía sueño. Había traspasado un umbral que no sabía que existía y se había convertido en un zombie con los ojos inyectados en sangre.

No importaba cuántas veces Amaia y Alfred fueran a decirle que descansara, que se diese un paseo por el resto del hotel, o que se duchara; el chico no pensaba despegarse del cristal. Así que a la pareja no le quedaba otra que asegurarse de que comiese y bebiese a menudo; le ofrecían conversación para distraer sus pensamientos; incluso llegaron a convencerle, en un par de ocasiones, de que descansara mientras ellos montaban guardia. Solo había cedido a tumbarse en el mismo banco y a cerrar los ojos durante escasos minutos, pero la pareja lo consideraba una victoria.

Raoul les agradecía en silencio su compañía, pero no podía evitar echar aún más de menos a su alma gemela al ver a sus amigos juntos.

Al amanecer del cuarto día, Raoul decidió que había tenido suficiente. Le habían prohibido terminantemente abandonar el refugio, pues temían que le estuviesen buscando por la zona y que acabase guiando a los blade runners y demás oficiales hasta ellos. Pero no podía más.

- ¿Por qué no hay nadie buscando a Agoney? ¿Por qué a nadie le importa una mierda lo que le pase?

Acaba de interrumpir una reunión entre los líderes de la resistencia, que lo miraban perplejos, pero a Raoul no le podía importar menos.

- Raoul -comenzó Capde-, ya hemos hablado de los riesgos...

- ¡Me da igual! Lo habéis abandonado a su suerte y no os importa lo más mínimo lo que le haya podido pasar.

Luchaba contra las lágrimas que se empezaban a agolpar en sus ojos , no quería dejarlas caer. Sabía que como una sola consiguiera abrirse paso, ya no habría vuelta atrás.

- Entiéndenos -prosiguió el líder-, tenemos que mirar por los nuestros y nuestro futuro.

Raoul sentía oleadas de calor subiendo desde lo más profundo de su ser hasta quemarle el paladar. Quería lanzarse sobre el hombre, que le miraba con una mezcla de superioridad y lástima, y golpearle hasta que no sintiera las manos.

- ¡Ah! O sea, que cuando os es útil vais a por él; hacéis que arriesgue su carrera, y su vida, para ayudaros con vuestro plan. Pero ahora que está en problemas, que tiene a sus propios compañeros tras él, os laváis las manos...

- Él sabía los riesgos.

- Es que no me estoy creyendo esto.

- Lo siento, Raoul -Capde bajó la mirada, y Raoul comprendió que realmente no les importaba lo más mínimo si su alma gemela volvía con vida o no. Ya habían sacado todo el provecho que podían.

2051Donde viven las historias. Descúbrelo ahora