Homo Nexus

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Raoul no esperaba que cuatro palabras pudieran afectarle tanto. Sabía que debía alegrarse, pues la intervención le llevaría un paso más cerca de su libertad. Lo convertiría virtualmente en humano, algo con lo que había soñado desde el momento en el que fue consciente de su origen.

Sin embargo, al escuchar la noticia, notó cómo su garganta se cerraba, incapaz de tragar. Su corazón comenzó a latir desbocado y sintió cómo sus manos empezaban a sudar. Agoney debió percibir el cambio de actitud, pues sin llegar a soltarlo, dio un paso hacia atrás para poder verlo mejor y comenzó a acariciar sus brazos con delicadeza, agachándose levemente buscando su mirada.

- ¿Qué pasa? -Raoul negó con la cabeza como respuesta, cerrando los ojos- Raoul, estás pálido y no puedes hablar, no me digas que no ocurre nada.

Miedo. Nunca lo había sentido con tanta intensidad, ni por tantas cosas al mismo tiempo. Miedo por la intervención en sí; una operación ilegal en un quirófano clandestino, con todos los riesgos que aquello conllevaba. Miedo a la posibilidad de que J. F. les traicionara; a que fuesen descubiertos de camino a su cita; de estar tan cerca y perderlo todo. Pero sobre todo, miedo a dejar atrás la comodidad y felicidad que hasta ese momento les había proporcionado aquella casa. Durante tres semanas habían estado completamente aislados -a excepción de las visitas de Agoney a la comisaría-, no había existido nada ni nadie aparte de ellos dos; habían podido conocerse y abrirse el uno al otro sin pensar en el exterior. Pero ahora, tocaba enfrentarse a la realidad y Raoul temía que lo que habían experimentado se quedase en aquellas cuatro paredes y no fueran capaces de revivirlo fuera; temía que finalmente, solo se tratase de un sueño. Y sabía que no era cierto, que todo había sido real; que lo que sentían era real; pero había algo en su interior que le decía que aquella tranquilidad llegaba a su fin. Si dejaban la casa, su refugio, su hogar, se rompería todo.

- Ven aquí -Agoney le sujetó al notar que le fallaban las rodillas, descendiendo lentamente hasta sentar a los dos en el suelo del invernadero. Lo atrajo hacia su pecho y guardó silencio, no quería agobiarlo más de lo que indudablemente estaba. Se limitó a acunarlo en sus brazos mientras Raoul se dejaba hacer, dejando pequeñas caricias en su espalda. Cuando escuchó el primer sollozo, paró cualquier movimiento sin saber muy bien cómo reaccionar. Acto seguido, reanudó sus caricias, meciéndose levemente y susurrando -. Estoy aquí, mi niño. Estoy aquí.

- ¿Y si sale todo mal? -hipó Raoul al cabo de un rato, correspondiendo el abrazo por primera vez. Se aferró a su camiseta con ambas manos, buscando su ancla.

- Todo va a estar bien -Agoney besó su frente, sin dejar de mecerle ni acariciarle-. J. F. tiene un segundo quirófano en un hospital abandonado de las afueras. Lo comparten varios ingenieros y cirujanos. Están de nuestra parte, Raoul. Además, están acostumbrados a transplantar ojos; es su pan de cada día.

Raoul consiguió tranquilizarse un poco concentrándose en la voz de Agoney, en el ritmo de sus latidos contra su oreja. Con la voz más clara, pero aún refugiado en su abrazo, se atrevió a preguntar en voz alta la duda que llevaba planteándose cada noche desde el día que decidieron hacer el transplante de ojo.

- ¿Qué pasará después de la operación, Ago?

- Volveremos aquí hasta que te recuperes -respondió el humano con voz pausada.

- ¿Y después? -insistió.

- No hay que pensar en eso ahora -volvió a besarle la cabeza-. Lo haremos cuando llegue el momento. Todo a su debido tiempo.

- ¿Y si no hay tiempo?

- Lo encontraremos. Raoul -llamó y el chico abrió los ojos por primera vez, buscando los contrarios-, nadie sabe que estamos aquí. Podemos quedarnos el tiempo que haga falta. O podemos buscar otro sitio. Podemos irnos a las colonias si quieres, en cuanto cierre el caso.

2051Donde viven las historias. Descúbrelo ahora