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Verde. Allá a donde mirara, no había otro color. Cientos de tonalidades diferentes dentro del mismo espectro. Y de vez en cuando, un brochazo de marrón, o algún color más vibrante en forma de flor.

Corría colina abajo, rodeado de risas infantiles que se entremezclaban con la suya propia. Su hermano. Su primo. Si se concentraba lo suficiente, casi podía adivinar sus nombres. Rozaba las hojas que quedaban a su altura con las manos, llevándose el rocío de la mañana a su paso. Más risas, hasta caer al suelo agotado, sujetándose el abdomen. Tumbado entre las raíces se perdía en el tupido dosel verde sobre su cabeza, recreándose en el juego de luces provocado por los rayos de sol al atravesar las hojas. Y allí, completamente relajado, se dejaba llevar hasta quedarse dormido.

No había excepción, cada vez que cruzaba el umbral de aquella habitación, el olor y la humedad que desprendía le transportaba inevitablemente a aquel lugar de su imaginación. Un lugar creado especialmente en un laboratorio, pero que aún así lo sentía propio. Lo había analizado mil veces, pero seguía sin comprender su propósito. No era un lugar real, o al menos no en la actualidad. Por lo tanto no era un recuerdo con el que poder sentirse identificado. Quizás pretendía ser un sueño placentero; uno en el que deseas volver a perderte una y otra vez. Fuera como fuese, lo agradecía. Estaba seguro que su amor por las plantas nacía en aquel lugar imaginario. En aquella mañana de invierno en el bosque con una familia que jamás llegaría a existir.

En su origen, no era más que otra habitación de hotel, justo al lado de la suya. Con las paredes agrietadas y los azulejos del baño desconchados. Ahora se había convertido en su invernadero particular. Su colección de plantas iba creciendo a un ritmo vertiginoso, y pronto tuvo claro que su habitación se le iba a quedar pequeña. Poco a poco fue habilitando el espacio. Añadió luces ultra violeta; incluso fabricó su propio sistema de riego con ayuda de otro de los inquilinos. El último paso fue crear un acceso directo desde su habitación. Una puerta que lo llevase a su paraíso. Se podía pasar horas allí. Cuidando las plantas, o sentado entre ellas, con algún libro en las manos. O simplemente tumbado en el suelo, dejando que sus pulmones se llenasen de un aire purificado del que rara vez disfrutaban.

No sabía cuánto tiempo llevaba en el suelo cuando un golpe en la puerta le hizo volver en sí. Probablemente horas. Había tardado el triple en llegar al Hotel, pues había callejeado, cambiando el rumbo varias veces, intentando despistar al blade runner. Llegó sin aliento, y sin mediar palabra, subió las escaleras y se refugió en el invernadero, intentando tranquilizarse. Llevaba allí desde entonces, así que supuso que alguno de sus compañeros había venido en su busca para comprobar que todo estaba bien.

No pudo esconder la sorpresa de su rostro, cuando se encontró con una de las líderes del movimiento devolviéndole la mirada.

- Mamen, ¿pasa algo?

- Eso me lo tendrás que contestar tú a mí -respondió alzando las cejas-. Sal de ahí anda, que te va a dar algo con tanto calor. Vamos a tu habitación.

- ¿Por qué lo dices? Estoy bien -contestó acompañándola a la estancia contigua, con la vista fija en el suelo.

- Errecito, que te conozco como si te hubiese parío -cuando usaba ese tono con él, sabía que no tenía escapatoria. Mamen se había convertido en alguien fundamental en su vida. Algo parecido a la madre que nunca tuvo.

Era uno de los modelos nexus-8 de combate creados en el año 2020 para luchar y servir en el espacio. Tras el apagón de 2022, donde por culpa de un pulso electromagnético inducido por la resistencia replicante de la época, el mundo se sumió en dos semanas de completa oscuridad, toda información digital se perdió o se vio gravemente deteriorada. Como consecuencia, los replicantes se liberaron, pues cualquier registro que existiera hasta entonces, había desaparecido. Solo les quedaba el número de serie en sus ojos. Por eso algunos replicantes, como era el caso de Mamen, optaron por prescindir de él. Ahora lucía con orgullo su herida de guerra, aunque en el exterior siempre llevaba sus gafas de sol puestas para pasar desapercibida. Poco después de huir con éxito a la Tierra, los replicantes empezaron a organizarse. Mamen fue una de las primeras líderes del movimiento en España.

2051Donde viven las historias. Descúbrelo ahora