El hacedor de ojos

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– No puede ser –dijo en apenas un susurro. Le temblaban las piernas. Realmente nunca tuvo esperanza de encontrar a su alma gemela, y mucho menos de aquella manera; acariciando un ciprés en la cocina de un bar.

– Al amigo del amigo de un amigo le gustan las plantar tanto como a mí y consiguió esta preciosidad. Es un regalo de cumpleaños, me lo trajo esta mañana – no sabía porqué sentía la necesidad de darle explicaciones. Lo único que quería era saber si realmente se estaba volviendo loco o la conexión con el chico era real. Pero verlo tan interesado con algo que a él le apasionaba, le emocionada más de lo que podía expresar.

Agoney no entendía cómo el chico podía estar aparentemente tan tranquilo cuando él no podía prácticamente mantenerse en pie. Le ardía el costado. El corazón. Las entrañas. Quería avanzar y sostenerlo entre sus brazos, pero, al mismo tiempo, quería frenar sus impulsos y comportarse como un ser humano civilizado. Aquel desconocido se acababa de convertir en un pilar fundamental de su existencia. Pero Agoney era un profesional, y estaba de servicio.

– ¿Tu cumpleaños? –preguntó extrañado. Aún en su estado, no iba a dejar escapar la oportunidad de descubrir si realmente era un replicante.

– Sí, fue ayer diecinueve –explicó con una sonrisa. Lo notaba nervioso, pero no quería aventurarse a preguntar si era por la misma razón que él.

– Felicidades, ¿cuántos cumpliste?

– Tr... Veinte –podía sentir como se estaba poniendo rojo por momentos. Odiaba a quien lo hubiese diseñado por permitir que su piel se coloreara de aquella manera.

Agoney lo miró curioso.

– Entiendo que sea una edad nueva y no estés acostumbrado, pero o me equivoco o te ibas a quitar diecisiete años de encima.

R rió nervioso.

– No se me dan bien los números –bajó la mirada, sintiéndose ridículo por lo que acababa de decir.

Agoney tenia cada vez más claro que aquel chico era R1083 y no sabía cómo sentirse. Le sonrío con complicidad, mientras decidía su próximo movimiento.

– Ya...

– Se me traba la lengua cuando me pongo nervioso –se excusó, llevándose la mano al flequillo, evitando su mirada.

– Eres R1083, ¿verdad? –necesitaba saberlo de una vez, para bien o para mal. La manera en la que se le descompuso la cara al oír aquel número de serie, fue respuesta suficiente.

Lo tenía acorralado. Solo le quedaba sacar su identificación y detenerlo, para después llevarlo a comisaría. Allí le interrogarían, para comprender qué le había llevado a desertar y cómo lo había hecho. Acto seguido, sin juicio de por medio, se le jubilaría; una manera de decir que iba a ser ejecutado sin humanizarlo demasiado.

Tenía ganas de llorar al ver –al sentir– el terror en aquellos ojos color miel. No había nada en ellos que le dijeran que no era humano. Su corazón iba a mil por hora. Tenia que actuar rápido. Era objetivo, de cabeza fría y eficaz. O al menos siempre lo había sido, hasta ese momento. Estaba a punto de atentar contra su profesionalidad. Sabía que si llegaba a oídos de su jefe, sería el fin de su carrera.

– Tienes cinco minutos, después iré a por ti –le penetraba con la mirada, intentado que entendiese la urgencia de sus palabras y que se largara de allí YA.

– Pero...

Agoney sacó su identificación del bolsillo trasero de su pantalón, enseñándole su foto y su placa.

2051Donde viven las historias. Descúbrelo ahora