plagas praeteritorum: Heridas del Pasado

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– No te creo. – La voz sorprendida de Vivi suena a través de la bocina de mi teléfono.

– Créeme. – Respondo mientras juego con el tenedor en la crema de lúcuma del trozo de pastel que pedí. Estoy en un café bistró en los suburbios de Santiago. – Gracias. – Le digo al mesero que me trae el mocca con crema que pedí. Si, me gusta sufrir.

– ¿Y te dijo algo? – Pregunta Vivi con curiosidad

– Nada, es como si nunca en la vida me hubiese visto, como si estuviéramos recién conociéndonos. – Suspiro.

– Bueno, has subido algo de peso tal vez por eso no te reconoció. – Bromea. Qué adorable hermanita.

– Oh, eso me hace sentir mucho mejor, gracias. – Respondo sin humor. La risa extravagante de Vivi me obliga a quitar la bocina de mi oído. – De hecho, fue tal cual como cuando lo conocí la primera vez. Es como si no hubiera cambiado ni un poquito. – Acerco a mi boca un bocado de pastel, mi favorito y está increíble. Gimo con satisfacción.

– ¿Qué estás haciendo? – Pregunta con curiosidad. – ¡Hey, hey! En ese lado no. – Escucho el agua de la piscina saltar, el calor de diciembre en Santiago es abrasador y, aun siendo las once de la mañana, se siente. ¿Las once?

– ¡¿Lo dejaste meterse al agua A ESTA HORA?! – Los decibeles de mi voz no aumentan, pero el enojo en mi voz se puede escuchar

Oh no... – El arrepentimiento en su voz es casi, casi palpable.

– Oh si... ¿Qué no sabes que el sol está asquerosamente peligroso para los niños hasta las tres de la tarde? ¿Sabías que existe el cáncer de piel? ¿Y que el agua de la piscina funciona como una lupa con los rayos de sol? – Empiezo a sentir el enfado hacer repercusión en mi cabeza, eso o el estrés de sobre pensar toda esta situación con Leo.

– Le puse kilos de bloqueador, te lo prometo. – Se excusa con urgencia, suspiro.

– Ponle más kilos cada media hora. Para las doce y media debería estar comiendo. No olvides que no puede volver a meterse hasta una hora después de comer. – Puedo verla en mi cabeza rodando los ojos ante mis instrucciones.

– Ya lo sé. – Suspira. – En fin, ¿Qué tal estuvo la entrevista? ¿Muy incómoda?

– Bueno pues... – El recuerdo de Leo, armado, guapo y profesional vuelve a mí.

– ¿Tan mal estuvo? – Dejo caer mi cabeza en la mano y suspiro. – Uff ese suspiro... ¿Cómo te sientes? – Y es esa pregunta, esa maldita pregunta la que me lanza el balde de lágrimas sin derramar encima. Exhalo el nudo que se había formado en mi garganta. – ¿Quieres hablarlo?

– No, si, no lo sé. – Mi voz se escucha nublada, como lo hace cada vez que hablo a través de mis lágrimas. Inhalo fuertemente y sollozo. – Es solo que uno creería que después de seis años sin verlo, sin hablarle... – Sollozo una vez más. – Podrían hacer que lo olvidara. ¿Y sabes qué es lo peor? Que llevo seis años, pensando, practicando frente al espejo lo que le diría una vez lo tuviera enfrente otra vez. Pero lo tuve enfrente y no pude decirle nada, no pude preguntarle por qué mierdas me dejó, por qué nunca me buscó, no pude decirle lo mucho que lo odiaba por dejarme, que lo odio por olvidarme... – Respiro, apenas.

– Bueno... ¿Lo haces? – Niego con la cabeza a sabiendas que Vivi no puede verme. – Sé lo que haces... – Siempre fue buena para desenmascararme, aún con nuestros ocho años de diferencia, es muy perspicaz

– No, Vivi... No lo odio. Y si es que lo hago, lo odio por no dejarme olvidarlo. – El dolor en el pecho se acrecienta. – Lo odio por ser el amor de mi vida, – Un sollozo silencioso me ataca la garganta. – El padre de mi hijo... Pero por, sobre todo, – Suspiro. – Lo odio por hacerme amarlo con esta fuerza tan grande

Casi, casi te recuerdo. Serie Casi, Casi #1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora