Capítulo XIX

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-Mierda. No, no, no -maldijo Tiamat en la oscuridad de su habitación susurrando para no despertar a sus compañeros.

Se había quedado dormido. Le había prometido al maestro Leonardo que iría a practicar junto a él por la noche. Y se le había olvidado. Siempre igual, se olvidaba de absolutamente todo. Se levantó de su cama y salió por la puerta rápidamente. No tenía ni idea de dónde podía dormir Leonardo ni de la hora que era, pero eso a Tiamat le daba igual. Entonces recayó en un pequeño problema. No veía nada, habían apagado las antorchas de las paredes y todo estaba sumido en la más tremenda oscuridad, hasta ahora sabía por dónde iba porque más o menos se había aprendido el recorrido de su habitación, pero el pasillo era territorio desconocido. Una idea ligeramente imposible pasó por su cabeza. Antes, en la cena, su anillo había brillado. Solo necesitaba conseguir que volviera hacerlo. Comenzó a frotarlo como si de la lámpara de Aladdin se tratara; pero, tal y como se esperaba, no funcionó. Empezó a tocar por todas partes y de todas las maneras posibles el anillo, pero nada funcionaba. Tal vez no era tan fácil cómo parecía. Ni siquiera sabía todavía para qué servía. Una opción era que podía "protegerlo" por decirlo de alguna manera de lo que quiera que fuese que hacía Adrienna con su cabeza. Esa era otra de las múltiples preguntas sin responder que se hacía. ¿Qué hacía Adrienna? Era demasiado extraño, se arriesgaría a decir que era magia, pero sonaba muy estúpido e imposible. Entonces comenzó a razonar esa idea y empezó a cobrar sentido. Ella no le tocaba ni hacía ningún movimiento, solo con su penetrante mirada ya intentaba controlarlo. Sonaba a historia de un libro de Aura o videojuego de Aiden. Entonces intentó imitar a Adrienna poniendo esa cara de concentración tan extraña, tal vez así "encendería" su anillo. Se fijó en un punto exacto dentro de la completa oscuridad que lo rodeaba. Intentó canalizar su energía al anillo, pidiendo con todas sus fuerzas que lo ayudara. De repente la oscuridad dejó de ser tan negra y comenzó a ser iluminada de color azul. ¡Había funcionado! No era mucha luz, de hecho antes, según recordaba Tiamat, había brillado más, pero con eso estaba más que satisfecho. Comenzó a avanzar por los oscuros pasillos sigilosamente. No sabía a dónde iba pero a la vez se movía con decisión. Podría decir que estaba siendo guiado por algo extraño. Algo que no sabía definir. Algo que hasta ahora pensaba que no existía. Algo que cualquiera habría llamado magia pero Tiamat insistía en decir que no lo era. Para él era cosa del extraño anillo, propiedades de la piedra, seguro.

Sumido en sus pensamientos escuchó unos ligeros pasos que no se correspondían con los suyos. Paró en seco, ¿quién podría estar despierto a estas horas? Estaba justo en una esquina que giraba a la izquierda y asomó ligeramente su cabeza para ver quién estaba caminando a parte de él. Una figura femenina vestida de negro corría por los pasillos. Parecía que volaba por unas extrañas telas de sus brazos. Todo era muy extraño, pero lo fue aún más cuando se dio cuenta del color de su pelo. Pelirrojo. Solo había una persona con el pelo de ese color en todo el castillo. Un impulso le incitó a seguirla. Él no podía correr, ella le escucharía y eso no podía pasar, así que fue caminando silenciosamente detrás de ella con grandes zancadas. A pesar de ello tuvo que empezar a caminar más rápido, pues parecía que la joven cada vez iba más deprisa y ya le llevaba bastante ventaja. Cruzaron pasillos, bajaron escaleras y volvieron a correr. Una y otra vez. Hasta que llegó un momento en el que la joven giró a la izquierda y, aunque Tiamat no pudo ver lo que estaba pasando porque estaba más lejos, una fuerte luz violeta salió de donde se supone que estaba Adrienna y el sonido de un muro moviéndose llenó los oídos de Tiamat. Tiamat quería ver qué estaba pasando, pero la luz violeta lo tenía embelesado. Era como su luz, pero mucho más fuerte y de color violeta. Poco a poco comenzó a verse menos y el sonido de la roca volvió a oírse. Tiamat reaccionó y giró la esquina que le había impedido ver todo, pero ya era demasiado tarde. Pudo ver el muro que había escuchado terminar de cerrarse y una luz violeta alejándose por las escaleras que bajaban escondidas por el muro. Furioso por haber tardado demasiado le pegó una fuerte patada al muro. Tendría que haberle dolido, pero no sintió apenas nada. ¿Cómo habría hecho Adrienna para que el muro se moviera? Tiamat empezó a tocar por todas partes el muro, pero este no se movió. Decidió rendirse, pero solo por esa noche. Otro día volvería y descubriría cómo abrir el muro y, lo más importante, qué se escondía tras él.

El quinto elementoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora