Capítulo XII

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-¡Que empiece el entrenamiento!

Tiamat estaba en el patio del palacio con el resto de soldados del lugar. El sol ni siquiera había salido pero ellos ya estaban en pie. Tiamat se encontraba frente a un saco de tierra clavado a un palo en el suelo. Tenía un arco en su mano, las flechas en la espalda y su pecho al descubierto, al igual que el resto de sus compañeros. Se suponía que tenían que clavar todas las flechas en una diana dibujada con pintura roja que había pintada en el saco antes de que se acabara el tiempo. Tiamat nunca había lanzado una flecha en su vida y el tiempo corría. De repente, sintió un impulso salir de su interior y desde ese momento apenas fue consciente de lo que estaba haciendo. Su mano se dirigió con rapidez a las flechas y cogió una, la colocó en el arco, estiró la cuerda y con una precisión sobrenatural la clavó en el centro. Volvió a repetir la acción y consiguió algo todavía más asombroso: clavó la segunda flecha partiendo por la mitad la primera. Sus flechas se fueron clavando una encima de la anterior hasta crear una montaña de diez flechas. Cuando se le acabaron las flechas se dio cuenta de que todos le estaban mirando boquiabiertos. Él había hecho eso, nadie le había ayudado y sabía que provenía de su interior. ¿Tendría que ver con el anillo? ¿O siempre había tenido esa habilidad oculta? El maestro de armas -un hombre con barba con algunas canas, el pelo negro y rizado con unas pocas entradas y unos ojos azules verdosos- se acercó a él.

-¿Me puedes acompañar un momento? Necesito hablar contigo en privado.

Tiamat se fue con él un poco más lejos de los demás y mientras se iba vio cómo un chico rubio, alto y de ojos azules le echaba una mirada asesina.

-Llevo toda mi vida enseñando a jóvenes como tú en el arte de las armas y nunca, repito, NUNCA, había presenciado algo como lo que acabas de hacer. Quiero decir, ¿c-cómo narices has hecho eso? -dijo tartamudeando de la emoción mientras señalaba el saco de Tiamat con las diez flechas clavadas.

-No sé, desde pequeño se me ha dado bien. Es como un don -mintió Tiamat.

-Pues vaya don, muchacho -dijo poniéndole una mano en el hombro.- Nos vas a ser muy útil. Tal vez incluso hable con el rey para que te asciendan. Necesitamos más gente como tú y si estás de guardián de la princesa no nos servirás. Bueno, sigamos con el entrenamiento -dijo alzando la voz para que lo escucharan también los demás.

Tiamat volvió a su puesto. Ahora les habían dado unas espadas de madera y tenían que ir enfrentándose al que tuvieran en frente. Le había tocado contra el rubio ese que antes le había mirado tan mal.

-Como hay gente nueva y sé que no os conocéis entre todos quiero que antes de empezar os digáis los nombres y os deis la mano al empezar y al terminar. Recordad que esto es solo un entrenamiento y estáis luchando contra vuestros compañeros. Ya sabéis chicos, sin rencores. ¡PODÉIS EMPEZAR! -gritó el maestro.

Tiamat miró a los fríos ojos azules de su oponente y extendió su mano a la vez que decía:

-Tiamat.

-Thor.

A Tiamat casi se le escapa una risa al oír el nombre del súper héroe pero se resistió. Ellos no conocían ni iban a conocer al Thor que Tiamat conocía. Se dieron la mano y Thor se lanzó a por Tiamat directamente, espada en alto. Tiamat esquivó su golpe con agilidad y a la vez que esquivaba le golpeó en el costado. Thor soltó lo que Tiamat se imaginó que era una palabrota en un idioma que desconocía, retrocedieron y volvieron al ataque. Tiamat siempre ganaba y le comenzó a parecer incluso aburrido, movía su espada a la velocidad del rayo, parando cualquier ataque y él lanzaba los suyos cuando su oponente menos se lo esperaba. Repitieron unas veinte veces el proceso de alejarse y volver a empezar hasta que el maestro se acercó a ellos para ver cómo luchaban y decirles los errores. Thor de nuevo se lanzó primero directo al cuello de Tiamat, quien se agachó con velocidad y dio un fuerte golpe en los tobillos a Thor, haciendo que este se cayera al suelo al perder el equilibrio. Tiamat le ofreció la mano para ayudarle a levantarse, pero Thor le miró con desprecio y se levantó él solo.

El quinto elementoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora