Capítulo X

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Aiden se despertó mareado, otra vez, y se apoyó en el suelo para levantarse. Su mano tocó algo pegajoso. Sangre.

-¡Qué asco! -dijo mientras se incorporaba y limpiaba su mano en la túnica.

Estaba amaneciendo, probablemente se había quedado desmayado toda la noche. Entonces se acordó de lo que había pasado. La magia. El fuego. El fuego saliendo de él. Quiso probarlo una vez más, un poquito, para comprobar que era real, que no había sido un sueño. Aiden se concentró y estiró su dedo índice para dibujar pequeñas espirales de fuego en el aire. Dibujó unas diez y se quedaron flotando. Todavía muy concentrado, quiso probar algo más, así que indicando con su dedo hizo que las espirales hicieran un círculo entre ellas y giraran. Consiguió (sin saber muy bien cómo) que siguieran girando sin la ayuda de su dedo. Ahora venía la parte difícil: apagarlas. Podía haber soplado un poco pero a Aiden siempre le había gustado retarse. Solo necesitaba un poco de agua. Su concentración fue muchísimo mayor comparada con la que había necesitado para crear fuego y solo consiguió una nubecita del tamaño de su puño, que echó menos de veinte mini gotas de agua, y un dolor de cabeza inminente. Aiden no quería repetir la mala experiencia de echar sangre como una manguera así que paró y sopló las espirales de fuego que quedaban para deshacerse de ellas.

Cogió del suelo el libro que hace un rato le había hecho estornudar y con una pluma que había en el escritorio empezó a escribir.

Día 1:

Descubro la magia al estornudar y que saliera una ráfaga de aire. Intento crear más, solo fuego pues algo en mi interior me dice que cree fuego. Enciendo una vela y consumo su cera. Prendo fuego a las enredaderas y a los árboles de al lado, es decir, la lío parda. Me había empezado a doler ya la cabeza pero yo, cabezón como nadie, decido continuar e intentar apagar el incendio que había creado. Tras mucho esfuerzo, consigo crear una nube de lluvia que apaga el fuego y me desmayo con la nariz sangrando como una manguera.

Tras analizar los hechos, tengo claro que la magia que mejor controlo es la del fuego. Creo que está relacionado con el anillo de rubí que me puse en la cabaña.

De repente, dejó la pluma tirada, creando una mancha de tinta en el papel, y se levantó. Se quitó el anillo, lo dejó en el escritorio e intentó crear fuego. Tal y como esperaba, crear una sola espiral le costó un fuerte dolor de cabeza. Volvió a ponerse el anillo y siguió escribiendo.

Efectivamente, acabo de comprobar que es el anillo el que me hace controlar la magia del fuego. Creo recordar que Aura, Sakura y Tiamat tienen otro anillo
BORRÓN DE TINTA
cada uno. Espero que sus anillos me ayuden a controlar el resto de la magia.

Con esa última frase, Aiden finalizó lo que estaba escribiendo, apoyó los codos en la mesa y se sujetó la cabeza con las manos. ¿Qué podía hacer para aprender a controlar la magia? Era todo muy extraño, sabía hacer pequeñas cosas pero tenía miedo de probar algo más grande porque al fin y al cabo era fuego lo que estaba saliendo de su interior. Fuego que arrasaba, destruía y convertía a cenizas cualquier cosa. Y él, estaba rodeado de árboles. Parecía de chiste, pero era la cruda realidad: un mago, o lo que se suponía que fuera, capaz de manejar el fuego que estaba rodeado de un bosque. Sin darse cuenta se estaba lamentando otra vez por todo. Se tocó el medallón y se levantó de la silla bruscamente. Era hora de actuar. Bajó las escaleras en espiral corriendo, alborotando su pelo aún más si todavía era posible. Al llegar abajo del todo se encontró una puerta de madera que abrió para salir al exterior. No tenía cerradura ni nada pero supuso que no era necesario porque nunca nadie pasaría por allí.

Sus pies caminaron hasta el árbol medio carbonizado por el fuego de hace unas horas. Su mano rozó la corteza de esta y sin darse cuenta Aiden había regenerado la corteza del árbol en la zona que había tocado, dejando la marca de su mano en corteza marrón rodeada de corteza negra y quemada. Se sorprendió de lo fácil que había sido. Tal vez solo se estaba concentrando demasiado cuando invocaba a la magia y era todo más sencillo. Se dejó llevar por lo que sus impulsos le pedían: fuego, fuego y más fuego. Extendió las manos con las palmas abiertas y de estas salieron dos grandes llamaradas hacia el cielo. Aiden podía sentir cómo hacer eso le hacía más fuerte y se sentía libre. Su piel brillaba y sus ojos centelleaban con el color de las esmeraldas. Aiden estaba radiante y era la magia lo que le hacía estar así.

Apagó las llamas y decidió probar algo más difícil a la par que peligroso. Antes había creado mini espirales. Ahora era hora de crear espirales de verdad, torbellinos de fuego. Primero necesitaba espacio así que sus manos se dirigieron a unos cuatro árboles y los redujo a cenizas en un instante. En el lugar donde habían estado esos árboles se agachó, tocó con el dedo el suelo y empezó a subir mientras giraba el dedo. De él iban saliendo las llamas que iban tomando la forma de tornado. Cuando lo tuvo del tamaño que quería se separó y con un brusco movimiento de su mano lo puso a girar. Era perfecto. Indicó a su pequeño tornado que consumiera un árbol más, este se acercó a uno y lo hizo desaparecer. Tardó más de lo que había tardado Aiden en aniquilar a los cuatro de antes, pero lo consiguió. Decidió que era hora de parar y bajando las manos lentamente apagó el torbellino.

Se sentó apoyado en la pared de piedra de la torre. Estaba agotado pero radiante. Entonces su tripa rugió. Con toda la emoción se había olvidado de comer. Subió a su torre en busca de comida pero por mucho que buscó no encontró nada. Ni comida ni agua. Y si de su magia podía crear comida no sabía cómo hacerlo. Cogió un cuenco de arcilla que había encontrado y trató de llenarlo de agua. Lo consiguió pero también consiguió un dolor de cabeza instantáneo. Estaba claro que solo podía manejar sin problemas la magia del fuego. Se acercó el cuenco a sus labios y bebió con ansia, todo lo que había hecho le había cansado considerablemente. Se terminó el agua que había creado, quería más pero prefirió aguantarse la sed porque el dolor de cabeza era bastante fuerte.

Ahora el otro problema: la comida. Con el agua se las podía apañar pero la comida era un verdadero problema. La única manera de conseguirla era buscar algún pueblo o aldea cercana pero le daba miedo acercarse teniendo el pelo así, y además su túnica tampoco ayudaba en absoluto. Buscó un poco más en la torre y encontró unas prendas de campesino, le quedaban un poco grandes pero servirían. Se puso la ropa y cogió una bolsita de cuero con dinero que había encontrado antes. Mientras bajaba las escaleras con la cabeza gacha y un miedo que no podía ocultar una idea afloró en su cabeza. No sabía si podría funcionar pero por probar no pasaba nada. Bajó las escaleras que le quedaban y al salir afuera se agachó y manchó dos de sus dedos de tierra. Impulsivamente cogió un mechón de su pelo rojizo y pasó los dedos con tierra por él. No sabía qué magia estaba utilizando pero lo importante era que funcionaba. Cuando terminó con ese mechón lo estiró un poco y sus ojos vieron un marrón oscuro, del color de la tierra que había usado. Siguió con el resto del pelo. Conforme se iba cansando lo hizo menos cuidadosamente y en algunas partes se veían reflejos de su verdadero pelo de fuego. Cuando terminó estaba agotado y un poco mareado pero, al igual que antes, su piel brillaba y sus ojos centelleaban. Sabía que no era la magia de la tierra la que había utilizado, y mucho menos la del agua, aire o fuego. Estaba confuso, se suponía que solo había cuatro elementos pero parecía que había un quinto que todavía desconocía. ¿Significaría eso también un quinto anillo? Sacudió la cabeza para liberarse de esos pensamientos confusos y caminó guiándose por su instinto una vez más, con su pelo ahora castaño (aunque con pequeños mechones rojos imperceptibles) revuelto por el viento y sus ojos verdes brillantes.

El quinto elementoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora