Capítulo XI

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Aura corría y corría sin parar. Algo la perseguía, todavía no sabía qué era pero sí que era algo peligroso y que debía seguir corriendo. Se empezó a cansar y sus piernas comenzaron a ir más despacio. Aura intentó seguir el ritmo de antes pero sus piernas dejaron de responder y se cayó al suelo de rodillas. No, no podía quedarse ahí, tenía que moverse y rápido. Giró la cabeza y vio la sombra de ese monstruo que le perseguía acercarse cada vez más. El pánico la dominó y las lágrimas comenzaron a caer por sus mejillas. No, no, no, tenía que resistir. Apretó los puños y cerró los ojos con fuerza. Vio como algo que se ponía en frente de ella le hacía todo más oscuro y siguió apretando sus manos más fuerte, hasta incluso clavarse las uñas. Algo empezó a tocar su cara y Aura oyó un maullido.

Aura se despertó de golpe, tirando a Sombra, que estaba encima de su cara, a su regazo. Estaba empapada en sudor frío. Ese sueño la llevaba persiguiendo desde que era pequeña y no había conseguido hacerle frente todavía. Acarició a Sombra para intentar tranquilizarse y recordó lo que había pasado la noche anterior. No podía creer que todo eso le estuviera pasando a ella, se suponía que tendría que estar en su casa, con sus abuelos y leyendo un libro, no perdida en medio de la Edad Media sin nadie que pudiera ayudarla. Miró por la ventana, acababa de amanecer y podía escuchar algunos pajaritos cantando. Anoche estaba tan cansada cuando llegó que ni siquiera se quitó la túnica, fue llegar y meterse en la cama. Se decidió a levantarse y se puso el vestido de la falda marrón que llevaba antes de colocarse la túnica, cogió su morral y metió una bolsa de dinero que había encontrado ayer mientras hacía las pociones. Quería ir al pueblo, aunque tuviera miedo por lo que dijera la gente al verla. Probablemente habría algún mercado y ella necesitaba algunas cosas básicas así que se peinó un poco el pelo con los dedos y salió de su cabaña.

Por el día, el camino que había recorrido por la noche era mucho más bonito. Ayer le pareció incluso tenebroso, pero ahora se podía quedar allí durante horas y escuchar el sonido de las hojas al moverse con el viento. Sus ojos se dirigieron a un arbusto que se movía un poco y de repente de él saltó una liebre marrón que la miró y se fue corriendo. Eso le recordó a Sombra, había dejado al gatito, muy a su pesar, en la cabaña porque no le pareció buena idea llevárselo con ella. Su mente se puso a pensar. ¿Qué pasaría si descubrieran que tengo pociones mortales y otras realmente extrañas? Probablemente la quemaran por bruja, pero ¿era una bruja de verdad? Se dijo que no, pero en el fondo sabía de sobra que la respuesta era sí. No podía hacer magia, pero tenía un libro que parecía mágico de tantos secretos que guardaba entre sus páginas. ¿Qué estarían haciendo sus amigos en esos momentos? Ella había caído en esa cabaña y era una "bruja" gracias al libro y los ingredientes extraños que había en su sótano pero ¿y los demás? ¿Tendrían también algún libro de pociones o era ella la única? Entonces se imaginó a Tiamat con un libro de pociones. No, imposible, seguro que él no tenía uno porque no le pegaba en absoluto. Y a Sakura tampoco, ni siquiera a Aiden. ¿Habrían aparecido en lugares y con cosas acorde con sus personalidades? No lo sabía pero una cosa tenía clara y era que estaba deseando reencontrarse con ellos. ¿Y el anillo ese extraño? ¿Para qué narices servía? ¿Era eso lo que les había transportado a la Edad Media? Había demasiados interrogantes y a Aura nunca le había gustado no saber lo que pasaba. Miró el anillo con la piedra blanca que había identificado como cuarzo. Era extraño, algo le decía que ese anillo era especial pero no sabía por qué. ¿Tendría alguno de sus amigos las respuestas a los anillos esos tan raros? Estaba desesperada por resolver todas sus dudas. Y si no la amenaza esa a la que se tenían que enfrentar, ¿qué amenaza era esa que a Aura le había parecido todo normal por ahora? Si existía de verdad estaba claro que cerca de ella no estaba.

Sin darse cuenta, había llegado al pueblo y un gran barullo la recibió. A pesar de ser tan temprano había gente por todas partes. Las calles tenían pequeños puestecitos con diferentes cosas en ellos pegados a las paredes. Uno de verduras, otro de frutas, materiales de construcción, pequeños juguetes de madera para los niños... Aura se fue a lo que necesitaba: fruta, un peine y un cubo. Se dirigió a un puesto que dirigía un hombre de mediana edad.

-Buenos días, ¿cuánto pide por ese cubo de metal? -preguntó Aura al hombre señalando un cubo en concreto.

-¡Buenos días, jovencita! -saludó el hombre con una voz fuerte y potente-. Este de aquí vale diez aranos, pero a ti te lo dejo en ocho por ser tan linda -dijo el hombre mientras le guiñaba un ojo.

Aura se sintió incómoda pero aceptó la oferta.

-De acuerdo, aquí tiene -dijo mientras le daba el dinero en la mano y cogía el cubo con la otra.

Estaba claro que a la gente le parecía extraño ver a alguien como Aura. Todos los hombres se le quedaban mirando. Aura ya no sabía si era por su físico o porque era una forastera en aquel lugar. Deseó que fuera lo primero, no le apetecía que la interrogaran para saber de dónde venía. Tal y como le había dicho Valentine la gran mayoría tenía los ojos claros, pero eran casi todos o morenos o castaños, Aura no había visto todavía a nadie rubio y estaba claro que no era algo muy común en aquel lugar porque todos se quedaban mirando su larga cabellera dorada.

Llegó hasta el siguiente puesto que le interesaba y vio que estaba dirigido por el joven de voz áspera que le atacó la noche anterior. Aura se puso tensa, pero recordó que aquel chico no debía acordarse de nada por la poción que había utilizado, aun así, Aura no podía negar que tenía un poco de miedo por que la reconociera. Se acercó e intentó actuar con la mayor naturalidad posible.

-¡Buenos días! Me gustaría comprar algunas de tus frutas.

-Hola, sí, ¿cuáles quieres? -dijo el chico con voz cansada, estaba claro que el sueño en el que le había sumido la poción le había dejado agotado.

Aura le fue diciendo lo que le interesaba y cuando hubo terminado el joven le dijo lo que costaba.

-Todo junto serán diecisiete aranos -dijo mientras extendía la mano.

Aura contó el dinero y lo dejó en su mano mientras metía las frutas en el cubo que había comprado antes. Cuando ya se disponía a irse el chico le preguntó una última cosa.

-Perdona, ¿nos conocemos? Es que tengo la sensación de que te he visto antes, pero no logro recordar dónde -dijo con una expresión de confusión.

Aura se quedó helada pero se forzó a responder con la máxima naturalidad posible.

-Eh, no, creo que no.

Entonces una mujer con los mismos ojos dorados que el joven y unos rizos castaños que le caían por la espalda, muy parecidos a los del otro joven que la atacó.

-¡Alexander! ¿Ya estás otra vez intentado ligar con las clientas? ¡Te tengo dicho que te limites a preguntar qué necesitan, dárselo y pedirles el dinero! ¿Es que no eres capaz de hacer esa mínima tarea bien? ¡Me tienes harta! -entonces la mujer se dirigió a Aura-. Perdona por las insolencias que te haya dicho mi hijo, cariño, ¿te ha molestado mucho? Te lo puedo recompensar con una pieza de fruta fresca si quieres -dijo sonriendo.

-Eh, no, no, tranquila. Su hijo no me ha molestado, estaba despidiéndose y me ha atendido muy bien, no se preocupe.

-Bueno, entonces si me lo dices tú me lo creeré. Más te vale que esté diciendo la verdad la señorita, Alexander.

-Sí, mamá, te prometo que no le he dicho nada -dijo con la cabeza gacha y claramente avergonzado.

-Bueno, yo me tengo que ir. Que pasen un buen día -dijo Aura con un ligero nerviosismo.

-¡Igualmente, hasta la próxima! -se despidió la madre.

Aura se fue de allí lo más rápido que pudo, ¿qué narices acababa de pasar? Estaba claro que ese tal Alexander era un elemento y Aura no quería volver a acercarse a él.

Se fue hacia el siguiente puesto que le interesaba, necesitaba un peine urgentemente aunque fuera uno que le hiciera daño y le arrancara el pelo. Pero entonces, sus ojos se cruzaron con otros que conocía muy bien. Por alguna razón que Aura desconocía tenía el pelo marrón, pero habría reconocido esos ojos verde esmeralda en cualquier lado.

El quinto elementoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora