Capítulo XIV: Consecuencias

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Asaf


—Que le dijiste, ¡¿Qué?! —La voz de Adrien retumba en cada mísero espacio del sótano oculto que hay en la cabaña.

Busca un libro en particular en la estantería que está a lado de un cuadro con una imagen un tanto peculiar. Una que muestra la precaria transición de la vida de un humana desde su procreación hasta su muerte.

—Si te estoy confesando esto es porque ella me afecta de tal grado que hizo que mi cordura decayera y, en una ráfaga de impulso desmedido, vaya por primera vez de caza —Exhalo—... anoche —digo, finalmente, terminando por apoyar mi espalda en el sillón reclinable de un cuero desgastado por el tiempo.

Doy un corto vistazo hacia el techo adornado de telarañas.

—¡Lo encontré! —exclama, extasiado, levantado un libro de tapa dura como si tratara de una copa ganada por algún triunfo.

Sonríe.

Se sienta en el piso sobre la alfombra de forma redonda del color de los iris de Amber que se desvanecieron para dar paso al mismo tono que los míos, dejándome en claro que me pertenece.

Aunque estoy lejos de aquello.

—¿Qué hay de interesante en ese? —pregunto, al ver que echa una ojeada a la portada para ir de inmediato a las páginas. Sé qué libro es y obviamente conozco su contenido, pero me atrae saber qué otras opiniones y perspectivas genera en otros.

La metamorfosis de Franz Kafka.

—Sencillamente, el enfrentamiento del hombre ante un mundo moderno que lo oprime y lo borra. —Se queda en la mitad del libro, observando detenidamente algo—. El motivo de tener este libro en mis manos, en este instante, no es para formar un pequeño circulo lector contigo. —Se va hasta la última página—. Quiero asegurarme de que esté igual de pulcro como cuando lo tomé prestado de la biblioteca del pueblo para que me notase la chica que me tiene loco. —Dirige su atención hacia mí, cerrando el libro de golpe.

—Sabes que no debes —le advierto—. Es humana.

—Lo sé. —Se levanta, dejando el libro sobre el escritorio de roble que está detrás de él y yendo hacia el otro extremo de la habitación directo al tocadisco rojo vinilo portable que está sobre una mesa vieja y desgatada—. Pero no puedo dejar de imaginarla, sonriendo por mí y, por otra parte, deseando con ferocidad que la posea.

Agito la copa de vino en mi mano antes de saborear aquella exquisitez.

Asumo que tu escasa humanidad se refiere a la sonrisa y tu lado demoniaco pretende saciarse de su cuerpo —comento, dando otro sorbo.

Antes de que sea capaz de sorber la última gota de vino, un frío intenso arropa la habitación. Las paredes se envuelven en una bruma oscura y pesada, dejando emerger de los bordes de su moldura tiras de lanas del color de la sangre seca y vieja que se dispersan como látigos y llegan a punto fijo: la alfombra en la que antes estaba sentado Adrien.

Las tiras se entrelazan y forman una figura humana. Al menos eso parece. No noto si Adrien está tan hipnotizado como yo en la forma rápida en que pasan los hechos hasta que se materializa él.

Edmar.

—Padre me ha enviado, porque se está perdiendo la esencia de su hija.

Fácilmente podría mentir y decir que no entiendo a qué se refiere. Sin embargo, lo sé. Y claramente su presencia ante mí no es sinónimo de bueno.

Edmar, guardián de los olvidados, no es nada más que un tipo que engañaría la vista de mujer y la atraería hacia él con la sola vestimenta de aquellos pantalones oscuros que está obligado a llevar, dejando el resto de su físico expuesto. Excepto, la cabeza. La misma que lleva cubierta en vendaje con las mismas tiras de la lana que su alma-esencia utiliza para materializarse, dejando solo expuesta su mirada. Aquellos ojos verdes que simulan ser la vida de un bosque en primavera cuando en realidad él está muy lejos de considerarse eso.

Su presencia emana un hedor extraño.

Dicen que ese es el olor de las almas sin descanso cuando son olvidadas.

—¿A qué te refieres? —cuestiono, levantándome, dejando que mis manos delaten mi debilidad sin poder evitar que la copa ruede de mi tacto.

El ruido de los vidrios dispersándose en diminutos pedazos ocultan el sonido del aire cuando el cuerpo de Adrien se ubica a mi lado. Las brumas empiezan a desvanecerse.

—Su hija se está convirtiendo en una olvidada.

—Eso es imposible —interviene Adrien, quitándome de mis labios las mismas palabras que me contengo a pronunciar.

En un estado erguido y con la mirada fija en mí, Edmar ignora a Adrien y dice: —Sus recuerdos humanos del bucle de tiempo de otras vidas está luchando contra su demonio. —Intento entender, pero no lo consigo. Mi cabeza repite mentalmente "recuerdos humanos"—. Si sigue luchando, su demonio la destruiría desde dentro secando su alma hasta marchitarla.

Mi respiración se acelera.

Puedo escuchar la dilatación de mis fosas nasales.

—¿A qué te refieres con bucle? —demanda Adrien, interviniendo otra vez en la manera en la que yo debería de estarlo haciendo, pero no.

Soy como una especie de estatua, escuchando cada palabra de Edmar. No proceso. No entiendo. Todo en mí entra en conflicto.

—Su alma, su esencia, está siendo consumida por su demonio al tiempo que se desvanece en el limbo al no tener idea quién es en este preciso momento.

—Pero, ¿cómo? —escucho a Adrien—. ¿Cómo su demonio va a consumirla si ella es un demonio natural? Es la hija de Padre. No puede ser posible que tenga recuerdos humanos como dices. ¿Y a qué te refieres con "sus otras vidas"?

Siento a mi costado un pequeño empujón de hombros que me desestabiliza. Medianamente aturdido y de vuelta a la realidad solo soy capaz de tener en claro una sola cosa.

—Dime quién es en realidad Amber —exijo.

Cierra sus párpados como si estuviera en una especie de conflicto mental, decidiendo si darme o no la respuesta. La habitación tiende a empezar a iluminarse de a poco. No hay respuesta. Abre sus ojos y solo hay un corto lapsus de negación en el movimiento de su cabeza. Sé lo que va a suceder. Él se prepara para macharse. La visión borrosa de su presencia me lo dice todo. Los muebles empiezan a sacudirse desapercibidamente.

—Espera... —suelto.

Desaparece.

—¡Ve a buscarla! —ordena Adrien, ubicándose frente a mí y bloqueando la vista hacia el lugar donde la presencia de Edmar dejó un telar de dudas y contrariedades— ¡Ve ya! —Sacude mis hombros, impaciente de no haberle dado una respuesta a su primera orden.

No opto por movilizarme.

La luna está haciendo notar su presencia. Puedo sentirlo. La oscuridad está cerca. Solo alguien puede ayudarme justo ahora.

Mi demonio hace el trabajo.

No hay demora.

Me materializa, dejando vacío el tacto de Adrien hacia mí. Lo último que veo es su rostro confuso. Imagino que esa es la misma expresión que debe tener el mío, pero él tiene más control de sus emociones a pesar de ser ir en contra de ciertos límites de nuestra naturaleza.

Respiro el olor de mi habitación.

Respiro el olor de ella.

Pero en ningún espacio de mi alrededor se encuentra, y concentrándome más, menos en la mansión.

¿Dónde estás?

Demonios de Día © - [Serie pesadillas] [Libro #2]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora