Capítulo XXXII: El lago

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Asaf


El cielo anuncia.

El cielo tiene su propio lenguaje.

El cielo me dice que me apresure. El cielo hace un llamado que cala en mí. El cielo me hace saber que con las nubes agrupándose, desvaneciendo la claridad, yo me estoy acercando hacia la verdad.

El aire se mueve.

El aire sabe cuándo actuar.

El aire me empuja. El aire forma ondas que se convierten en un viento lo suficientemente poderoso para manipularme. Me adentra más y más en el bosque. Se camufla con las hojas de los árboles que arranca en su desenfreno para señalarme la dirección en la que debo ir.

La tierra me reconoce.

La tierra sabe que pertenezco aquí.

La tierra me recuerda mis pies descalzados, porque ni siquiera sé cómo fui capaz de terminar sin mi calzado, sin mi camisa... En este punto, no sé si estoy en condiciones de discernir si estoy control de mi voluntad.

Pero aquí estoy.

Aquí la veo desde lejos. Todo se amplia. Creo por un momento ser testigo de los árboles abriéndome paso para llegar hacia donde está la cabaña.

Solo quedan ruinas —susurro, nada sorprendido, porque las ruinas son el resultado de la última vez que estuve aquí. El día en que las llamas consumieron por completo lo que quedaba de la cabaña—. Entonces, ¿qué caso tiene estar aquí?

Por ella —interrumpe mi Buer.

—Muy pertinente —suelto, mientras dejo atrás el bosque y me acerco más a las ruinas.

Actúa rápido —ordena.

—No sé por dónde empezar —admito.

Recuerda —suelta, pero así con la misma rapidez en la que me llegó a interrumpir, desaparece.

—¿Recuerda? ¿Recuerda? ¿Recuerda? —repito, mirando hacia todos los lados.

La ráfaga de un recuerdo me cae de golpe.

Recuerda el sueño con Barat.

Son sus palabras resonando en mí y su figura distorsionándose antes de decir...

Ve al lago.

Messiah.

Mis latidos se aceleran. Me desvío hacia el lago sin dejar de sentir que al dejar a un lado mi atención de las ruinas de la cabaña estoy alejándome de algo más.

Cada paso me acerca a un susurro inexplicable.

Cada paso cerca de la orilla del lago aumenta cada vez más los susurros.

Cada paso me condena de una manera que no entiendo.

Aun así, prosigo a adentrarme al agua.

Está tan helada. Esta me recuerda a la profunda soledad. Aquella que te adentra más y más volviéndose un punto muerto del cual casi es imposible escapar.

Iyeska.

Iyeska.

Iyeska.

Iyeska.

Los susurros se vuelven voces. Mi ser saben qué son. Almas en pena. Almas que un Luvya ni siquiera ha tenido la oportunidad de consumir, porque no se le está permitido por lo atadas que están en este lugar.

El agua cubre mi cintura.

Ya las almas no son solo voces.

Ellas están aquí.

Ellas están a mi alrededor.

Ellas extienden sus brazos, traspasando mi cuerpo como si desearan arrastrarme hasta lo más profundo.

Pero no es necesario.

Yo sé que debo ir hasta ahí. 


Demonios de Día © - [Serie pesadillas] [Libro #2]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora