Capítulo XXV: Los Cueva

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Asaf


—Estás muy raro, Asaf —comenta, madre, sorprendiéndome con una sutil caricia en los filos de mi barbilla.

—Lo siento, madre —me excuso—. Debe ser por las noches de insomnio.

Asiente dudosa.

Se levanta del comedor y me da un último vistazo antes de ir a asomarse en la ventana más cerca. Juega entre sus dedos en los bordes de la cortina, deslizándola a medias. Solo lo suficiente para que su rostro se asome.

—Tus hermanos huyen de esta casa en cuanto tienen oportunidad —suelta, algo melancólica—. Si no fuera por tus primos y tú, hijo... —Suspira—. Yo me sentiría sola.

—Pero los verás en el baile de equinoccio de otoño.

Voltea a mirarme.

Sus ojos acentúan una duda.

O quizás esté formulando una pregunta para mí que estoy pronto por descubrir.

—¿Te hace falta? —Ahí está.

Ella desmorona mis defensas.

Me quedo callado.

Le doy una leve sonrisa en disculpa a medida que me levanto de mi asiento y le doy la espalda para salir del comedor. No estoy dispuesto a ser juzgado con su mirada. Ni siquiera me permito de juzgarme a mí mismo por no encontrar a Amber todavía.

Amber.

Su nombre se me hace lejano.

Ese mismo sueño que tengo todas las noches está haciéndome dudar si existe ella. No he hablado con nadie sobre esto que me está pasando. En realidad, no hablo con nadie desde que volvimos a la mansión con Adrien después de la búsqueda de mi par y ser testigos del incendio de la cabaña.

No hay otro lugar secreto para escapar de todos. Excepto mi habitación, pero en ella me siento más atrapado que nunca cada noche.

Cada medianoche.

—Debes tener una pareja para este equinoccio. —Alzo mi mirada. Veo a mi tío Divan, bajando las escaleras—. Sabes que ese día todo demonio debe aparearse para controlar la deliciosa lujuria que nos vuelve locos en ese día. ¿Tienes claro que si ella no está aquí ese día debes elegir a otra para esa noche?

—Lo tengo claro. —Asiento.

No dejo en evidencia mi agonía.

No dejo en evidencia mi decepción.

No dejo en evidencia mi tristeza.

Voy hacia la salida.

Abro las puertas de la mansión y salgo a sentir un poco de libertad. Un par de pasos fuera y vuelvo a ser interrumpido.

—Lo siento, primo —dice Adrien, arrimado al capo de su Lamborghini rojo.

—Ya me dijiste una y otra vez que no puedes decir nada de lo que se te fue revelado aquel día, porque serías eliminado.

Se encoje de hombros.

—¿Vamos al pueblo? —Rodea el auto y abre la puerta del copiloto, dándome una invitación a subir.

—Solo iré, porque quiero algo de distracción —aseguro, mintiéndome en el proceso.

Nada.

Absolutamente, nada, en ese lugar, me podría distraer de mi desdicha.


Demonios de Día © - [Serie pesadillas] [Libro #2]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora