Capítulo XXXIII: La cabaña

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Inkla


—Iyeska

Un susurro detrás de mí.

Me detengo en seco.

Conozco esa palabra.

La entiendo.

—Mestiza —traduzco, sintiendo mi voz átona que se diluye ante el roce contra mi piel desnuda de una brisa que hace acelerar los latidos de mi corazón.

Exhalo lentamente.

Ella está retrasando mi destino de alguna manera.

Estoy a unos pasos de casa.

Temo que, si no me volteo a confrontarla, ella vendrá por mí, y no sé de qué manera, porque no es una presencia demoniaca ni humana.

Iyeska

Volteo.

Está ahí.

Cerca de un árbol que tiene varias hileras de ramas con hojas escasas colgando.

—¿Quién eres? —cuestiono.

Su cuerpo está cubierto por un velo blanco tan espeso que no me deja apreciar su rostro por completo. Solo logro divisar cabellera larga y rubia, además de distinguir que lleva un vestido blanco que hace juego con su velo; es como si apreciara una novia. Aunque esta supuesta novia lleva una corona de huesos pulidos en punta de manera vertical, lo suficientemente largas para ser vistas desde una distancia aún mayor a la mía. La podría ver desde mi hogar.

—Una hilandera del destino. —El sonido de su voz es como un eco. Se repite en mis oídos una y otra vez para adentrarse en mis pensamientos.

Me atrae.

Me atrapa.

Niego con mi cabeza.

—¿Qué quieres de mí? —demando, sujetando las hierbas que, poco o nada, me cubren.

—Soy una guía corta para tu destino. —Avanza delicadamente unos pasos hacia mí, quedando tan cerca que puedo sentir su poderosa presencia. Su imagen se distorsiona, y todo a su alrededor por igual; o tal vez esté jugando conmigo, y sea ella la que está alterando mi visión, proyectando todo a esa frecuencia—. Soy un puente de conexión.

—No entiendo esto.

—No tienes nada que entender, pues solo te guio a tu eminente destino.

—¿Mi eminente destino? —pregunto, sabiendo que no es de ella de quién requiero alguna respuesta. Soy yo misma la que debe darse explicaciones.

Pero mi yo no recuerda todo con claridad, y cuando llega los patrones de imágenes y eventos siento mi mente colapsar, destruyéndome desde dentro. Me consume. Poco a poco creo perder mi cordura.

—Estás de paso. Lo qué te pasó no podrás cambiarlo. Estás aquí para recoger tus pasos y al final cumplir con tu destino.

No, estoy aquí para recordar en qué momento y por qué me dieron el castigo de morir y regresar una y otra vez, en vez de destruirme.

La miro fijamente, esperando alguna reacción a mi pensamiento.

Y nada.

Absolutamente ninguna reacción que me haga pensar que puede escuchar mis pensamientos.

—Quiero ir a casa —suelto, agotada de esto, agotada de mi mente, agotada de todo.

—Entonces, cierra tus ojos y cuenta hasta nueve.

—¿Juegas conmigo? —inquiero.

—No, y hazlo —dice, tajante.

No alcanzo a cuestionar, porque sucumbo ante su orden. Soy como una marioneta. Mi cuerpo obedece a su voz. Cierro mis ojos, mis párpados están muy pesados y, seguidamente, empiezo a contar.

Uno, dos, tres, cuatro, cinco... —Los números modulados por mi boca en un susurro gutural. Siento un hormigueo en todo mi cuerpo—, seis, siete, ocho, nueve.

—Abre tus ojos —escucho a la hilandera. No puedo decir un no, porque no serviría. Ni siquiera de mi boca saldría esa palabra. Ella tiene el control.

Obedezco.

Mis párpados se despliegan hacia arriba, dejándome ver lo que viene a mi mente como recuerdos sincronizados ante las imágenes que percibo en esta realidad.

Aquí estoy.

Sí, aquí estoy.

Esta es mi habitación. Miro a mi alrededor. Mi tocador. Mi cama. Mi ventana. Mi ropa. Olvido quién me acompaña. Me muevo por la habitación, toco cada tela, cada objeto... siento que no me alcanzaría el tiempo para apreciar todo.

Pero estoy aquí.

Estoy en casa.

Adiós, Inkla. —Se cruza el eco de la hilandera en mi mente.

Volteo.

—Espera... —digo, en el instante en el que se me atraviesa a la vez el recuerdo de Cassandra en este lugar, pero en otras condiciones. Otro escenario; solitario y triste.

Duele.

Los recuerdos explotan en mi mente.

Me tambaleo, logrando apoyarme a la pared a un lado de la puerta de mi habitación. Cierro mis ojos. Debo concentrarme. Debo enfocarme en este aquí, en este ahora.

Golpean delicadamente la puerta.

Me sobresalto.

—Inkla, está lista la comida —Esa voz.

Aquella voz que proviene al otro lado de la habitación. Es mamá. Mamá me llama. Sé que es ella. La siento. No recuerdo su imagen, pero sé que es mamá.

—Enseguida bajo —respondo por inercia.


Demonios de Día © - [Serie pesadillas] [Libro #2]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora