Capítulo XI: Rumbo

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Asaf


Cuando la oscuridad se la llevó para completar su transformación, la tomé entre mis brazos y la dejé en mi cama hasta que las tinieblas la devuelvan a la luz a pesar de que somos seres sombríos. Hasta el momento en que la vi por última vez, ella seguía en su eterno sueño. Quizás, porque es diferente. Quizás, o simplemente, ella no quiera despertar hasta sentirse más segura. Aunque no lo sé ahora. 

Tal vez ya esté despierta y yo no estoy a su lado.

—Menos mal te encuentras aquí —escucho, detrás de mí, a Adrien.

Sus pasos hacen un crujido entre las ramas que con más frecuencia han inundado el bosque. Las hojas se marchitan con una velocidad no propia. El sol se pierde entre las montañas tan rápido como la luna despegando las cortinas de nube para dar paso a su gran belleza. El tiempo está inquieto. Lo sé. Lo siento.

Debe ser por ella.

—Mi tía Ava ha estado preguntando por ti a cada miembro de la mansión que se le cruce en su camino —comenta.

No hago el mínimo esfuerzo por voltear a verlo. Sé que se hará un espacio a mi lado y se sentará a contemplar el mismo panorama en el que mis ojos se deleitan observando. Y lo hace. Se sienta en esta gran piedra caliza en la que algunas veces utilizamos como rampa para saltar al lago.

—¿Qué harás con tu vida una vez que ella despierte? —irrumpe mi serenidad.

Volteo a medidas solo para ver el gesto en su rostro demandando respuesta. Su ceja arqueada exageradamente con la intención de imponer seriedad. Estallo en carcajadas.

—No tienes que poner ese gesto para fingir la seriedad de esa pregunta —digo, mirando hacia el reflejo de la luna que cae en el lago.

—Me refiero a que ella es diferente... —empieza a decir, y la sonrisa se me corta, porque sé a qué va todo—. Me refiero a que ella no es una humana, no es una Eva... Es un demonio por encima de cualquier otro después de Padre. Sabes que las hembras son escazas, si ya de por si sabes que ellas si quieren pueden seguir sola su camino sin depender de la conexión que existe entre su alma y la de su vinculador. Lo sabes, ¿verdad?

Me quedo callado.

Mi suspiro mudo se pierde en el silencio del bosque. Aunque sea solo por un corto lapsus de tiempo. Y así también se pierde mi respuesta tras una ráfaga de un fugaz viento helado que arropa mi torso desnudo.

—Le ayudaste en su gran paso. —Toce—. Ahora si ella quiere, puede volver a su palacio y hacer como si tú no existieras. Lo sabes, ¿verdad? —inquiere.

—¡Ya cállate! —exclamo, furioso.

Llevo mis manos hacia mi cabeza y recojo mis piernas.

—Te lo menciono, porque te conozco y sé que no eres igual a muchos de nosotros. —Siento su mano en mi hombro, dando un ligero apretón de apoyo—. Tu corazón es mucho más humano que cualquiera de nosotros aún habiendo aceptado a tu demonio. —Deshace su agarre—. Lo vi en tus ojos... Ella puede pulverizarlo después de lo que pasó si decide irse de tu lado.

Se levanta.

—Hermano... —hace una pausa—. Como dicen los humanos: Ella romperá tu corazón.

Lo escucho saltar hacia los arbustos.

No volteo.

Él tiene razón. Lo que no sabe es que si hubiese sido el único en haber tocado su cuerpo me hubiese ido peor en su predicción. Pero sé que hubo otro antes de mí. Y me pregunto por qué no lo eligió a él para su gran paso.

—Adrien... —Me levanto inmediatamente, pero, al voltear, él ya no se encuentra cerca. Siento su presencia en dirección hacia la mansión.

Agarro mi camisa que está sobre la piedra, sacudiéndola en el acto para retirarle los residuos de polvo y me la ubico. Voy en dirección hacia la cabaña, pero paso a un lado, observando lo lúgubre que se ve por fuera en el manto de la noche. Saco la llave de mi auto. Lo enciendo. Este activa sus luces antes de que esté cerca. Unos pasos más y llego a mi objetivo para subirme en el y arrancar a toda velocidad e ir en dirección opuesta al pueblo.

Tomo la carretera que lleva hacia el siguiente estado. Esta puede ser la decisión más arriesgada de mi vida, pero la más banal para un demonio de mi clase.

Un poco de dolor y sangre de las almas malditas no me vendría mal.

Me repito aquello en todo el trayecto hasta que visualizo el prostíbulo apartado en la carretera como dando bienvenido al estado condenado de Dakota del Sur. El letrero neón de unos labios carnosos me da el pase para doblar a la izquierda y ubicarme detrás de la gran columna de autos que esperan el visto bueno del supervisor para poder ingresar detrás de esos muros que se encuentran bloqueados por unas grandes puertas negras automáticas.

Pobres humanos... no saben que Padre es el creador de lugares como este para la satisfacción de nuestros demonios al darnos un banquete de depravados donde sus muertes pasarán desapercibidas o no van a ser tan entrañables.

Llega mi turno.

Bajo el vidrio.

—Su identificación... —Se detiene a raya cuando me ve. No sigue con la rutina de verificación. Es suficiente con echar un vistazo a mis ojos y ver la iluminación fugaz de dorado en mi iris—. Deléitese con el banquete, amo.

Se aparta.

Y me da el paso.

Amo.

¡Bah!

Otro iluso humano que cree que vender su alma a Padre por una solvencia económica y placeres no traerá sus consecuencias. Al final terminará como la presa que baja de un Mercedes Benz negro estacionado a un extremo de donde empiezo a posicionar mi auto.

Postre —escucho la voz de mi demonio filtrarse en el aire.

Demonios de Día © - [Serie pesadillas] [Libro #2]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora