020 ~ ᴇʟ sᴏʟ ʏ ʟᴀ ʟᴜɴᴀ

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—¡Vamos, Temo! ¡Eso, Temo! ¡Dale, Temo! —cantaba animadamente Aristóteles, echando porras a su novio— ¡Tú puedes, amor!

—¡Ari, déjame concentrar!

Cuahutémoc se estaba preparando para tirar un dardo en el juego de la pequeña feria que se encontraba en la plaza, había logrado atinar en los primeros dos y si lograba el tercer dardo se llevaría uno de los premios mayores.

El menor miraba atentamente el globo central, se preparaba para lanzar y suspiró lentamente con los ojos cerrados, si lo lograba, guardaría esto como uno de sus logros en la vida. Mandó su mano hacia atrás para tomar impulso y lanzó velozmente el último dardo.

Bang!

—¡Lo lograste, amor! —fue corriendo a abrazar a su novio— ¡Sabía que lo lograrías! ¡Eres el mejor en todo! —dejó un beso tronado en su mejilla.

—Bien, chiquillo, puedes escoger tu premio del estante de aquí —dijo la encargada del puesto, señalando los premios más grandes.

Los premios se dividían en tres secciones, la primera sección era para los que sólo atinaban a un globo, la sección dos para dos globos y así sucesivamente. En la primera había pequeños premios; botes de burbujas, yoyo's, libros pequeños de colorear y dulces como chicles, paletas y tamarindos. La sección dos se basaba en cuerdas de saltar, varitas mágicas con luz, tambores y pequeños peluches. Y por último, la tercera sección, que era donde Temo tenía que escoger, había mucho de dónde elegir; peluches grandes, guitarras pequeñas de madera, artesanías, alcancías, cubos Rubik y varios collares con pequeños dijes hechos de cuarzo.

El celular de Aristóteles sonó y se apartó para contestar, mientras tanto, Cuahutémoc se acercó a ver cada uno de los collares, buscando alguno de su interés, grata fue su sorpresa al encontrar un par de collares unidos por la imagen del sol y la luna.

—¿Te gusta ese? Tiene una maravillosa historia —mencionó la encargada.

—¿En serio? ¿Y cuál es?

—La leyenda del Sol y la Luna —dijo sonriente—. El Sol y la Luna se enamoraron al instante en que se conocieron, aún no existía el mundo, y, cuando Dios lo creó, les dió un toque especial; el brillo. Tomando así la decisión de que el Sol iluminará el día y la Luna la noche, por ende, deberían pasar sus vidas separados. Ambos sufrían al no estar juntos, el Sol pidió a Dios que hiciera algo para que la Luna no sintiera tanta soledad, y creó que las estrellas. Cada vez que la Luna se sentía sola, iba con las estrellas, pero eso no aliviaba su dolor. Dios, al ver como la Luna no dejaba de sufrir y el Sol no paraba de preocuparse, decidió crear algo más; el eclipse. Fue así como el Sol y la Luna ahora esperan ansiosos el momento en que se volverán a ver, en ese instante que se les fue concebido, demostrando que no hay amor imposible.

—No hay amor imposible —repitió Temo con un sonrisa y volteó a ver a Aristóteles que seguía en su llamada—. Decidido, me llevo éste.

—Tómalo, felicidades y gracias por participar. Por cierto, hacen muy linda pareja —la chica le guiñó el ojo y se fue a atender a una niña que venía con su mamá.

Cuahutémoc sonrió y se colocó uno de los collares, se acercó a Aristóteles por detrás y le puso el otro, causando en él una sorpresa por el toque.

—Sí, ahí estaremos... Vamos en camino... Yo también te amo —dijo para después colgar la llamada—. Cuahutémoc López, mi madre nos ha llamado para una rica comida preparada por ella, ¿me haría el favor de acompañarme a dichosa degustación? —preguntó con un tono de voz sofisticado y tendiendole el brazo a su novio para que éstos se entrelazarán.

—Yo te acompaño a dónde sea, Ari —aceptó mientras pasaba su brazo por el del rizado.

Aristóteles le sonrió y dejó un casto beso en sus labios, tomó el collar con su mano desocupada y frunció el ceño al verlo.

—¿Un Sol? ¿Esto es una manera de decirme que soy tu Sol? —preguntó divertido frotando su nariz con la de Temo.

—Es una forma de decirte que nuestro amor nunca será imposible, y será eterno como el Sol —tomó su collar para enseñarlo al contrario— y la Luna.

Aristóteles, al ver el collar de su novio, hizo una "O" con la boca y le sonrió emocionado. —La leyenda del Sol y la Luna.

—Sí, ¿ya la conocías?

—Por supuesto, mi mamá me contaba la historia todas las noches antes de dormir cuando era pequeño, siempre soñé con encontrar a mi amor incondicional —lo miró a los ojos y tomó su mejilla—, y ahora lo tengo aquí frente a mí.

—Te amo, Ari —besó su mejilla.

—Yo te amo a ti, mi Luna.

Siguieron caminando, tomados de la mano, hacía el edificio Córcega, hasta que a Aristóteles le creció una duda.

—Amor, ¿dónde compraste los collares? No te ví que fueras a otro lado más que en los dardos.

—Tontito, éste era el premio, los collares —dijo sonriente y satisfecho.

—Que lindo premio —sonrió—. ¿Y dónde venden los boletos para sacarse este premio? —preguntó de forma coqueta poniéndose frente a Cuahutémoc y tocando su nariz.

—Eres un tonto, Aris —rió pasando sus brazos por el cuello del rizado.

El Córcega tomó de la cintura a Cuahutémoc y lo besó, era un bello momento en el que estaban felices, en qué se sentían completos con la simple presencia del otro... era su maravilloso momento de eclipse.

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Para quiénes no lo saben jsjs un "beso tronado" es un beso tipo pico, pero con el plus de que se tiene que escuchar fuerte y marcado. Aprenden más conmigo que en la escuela, aveda.

Simplemente Aristemo.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora