002 ~ ᴛᴇ ᴀᴍᴏ.

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Temo.

Sentado al lado de mi novio en una banca de la gran plaza, estábamos comiendo un helado. Yo simplemente admiraba su belleza, creo que me distraje tanto en tal que se me cayó mi helado de la mano.

Ay, Cuahutémoc. Siempre tan despistado.

—Ay, amor —dijo él al darse cuenta de mi descuido.

Tomó la servilleta y limpió el poco helado que había caído en mi pantalón a la altura de mi rodilla.

—¿Qué tanto pensabas que se te ha caído? —decía mientras hacía bolita la servilleta y la tiraba en el bote de basura que se encontraba al lado de la banca.

—Ya sabes, cosas.

—¿Qué clase de cosas?

—Pues cosas, cosas bonitas... como tú.

Él me sonrió y después señaló su helado.

—¿Lo quieres?

—No, no. Es tuyo.

—Y lo mío es tuyo, como dicen por ahí —tomó un poco de helado con la cuchara y la dirigió a mi boca—. Abre.

Le sonreí antes de abrir mi boca para que introdujera la cuchara y yo pudiera degustar del helado de vainilla. Él me miraba divertido y yo no entendía el porqué.

—¿Qué pasa? ¿Tengo changos en la cara? —dije riendo un poco.

—De hecho lo que tienes es helado —dijo señalando la comisura de mi labio—. Deja te ayudo.

No pasó ni medio segundo cuando sus labios ya estaban besando los míos. Vaya forma de ayudar, debería dejar más helado en mis labios cada vez que pueda. Era un beso dulce y lento, nuestros labios encajaban a la perfección. Nos separamos con una gran sonrisa y él dijo algo que no me podía tener más emocionado.

—Te amo, Temo.

Nunca nos habíamos dicho «te amo», era un sentimiento demasiado grande. No voy a negar que desde hace tiempo yo también dejé de simplemente quererlo y empecé a amarlo, me hacía muy feliz saber que él sentía lo mismo, aún así me sorprendía que lo dijera.

—Nunca me habías dicho que me amas.

—Pues te amo, y te lo diré todas las veces que sean necesarias. Te amo, te amo, te amo mucho, Cuahutémoc López.

—Yo también te amo, Ari —le di un corto beso en los labios.

No me di cuenta cuando tomó un poco de helado con su índice y lo embarró en mi nariz, riéndose mientras yo lo limpiaba con la manga de mi suéter.

—No es justo —dije y en un rápido movimiento empujé el helado que sostenía en su mano hacia su cara.

El pobre tenía toda su cara llena de ese rico postre helado, solté una gran carcajada al ver su expresión.

—Será mejor que corras —decía mientras intentaba limpiarse con los dedos—, te doy tres segundos... Tres...

No lo pensé dos veces y salí disparado de ahí, riendo e intentando correr más rápido, doblé en una esquina y me disponía a buscar un lugar donde esconderme pero me fue imposible ya que alguien me acorraló contra la pared.

—Esto —señaló su cara— lo pagarás muy caro.

No me dió tiempo de escapar y estaba pegando su cara a la mía para yo quedar embarrado de helado. Después de varios intentos fallidos de alejarlo, él se separó riendo.

—No es gracioso, Aristóteles Córcega —dije intentando limpiar mi cara con mis mangas.

—Sí lo es —tomó mis manos, las alejó de mi cara, y me besó, colocó mis brazos alrededor de su cuello y me tomó de la cintura acercándome más a él—. En serio te amo.

—Y yo te amo a tí.

Y nos volvimos a besar.

Simplemente Aristemo.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora