1· La pelota

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La pelota era del tamaño del pueblo y el pueblo del tamaño de unas cuantas cuadras. Estaba suspendida a unos veinte metros de altura y era tan gigantesca que diezmaba la luz del sol de aquella tarde de verano.

―¡Ah la pelota! ―dijo el tío Fileto―, menos mal que le puse menos maicena... ¡si no quedábamos contra el piso!

―Y ahora, ¿qué hacemos? ―le pregunté con terror.

―¿Y qué vamos a hacer, Chechito? ... ¡dormir la siesta!

Para el tío Fileto los problemas se arreglaban de ese modo.

―¡Pero está cayendo!

―Te parece nomás... en realidad se la está llevando el viento ―dijo, poniendo cara de saber.

La gigantesca pelota blancuzca, hecha en su mayoría de harina, levadura, maicena y agua estaba cayendo a mucho menos que la velocidad de una pluma, pero caía. Alguien podría haber dicho que nada grave, pese a todo... pero el viento no se la estaba llevando, y tarde o temprano estaría encima de nosotros... más encima de nosotros, quiero decir.

Había sido muy divertido hacerla, pero cuando vi la magnitud de esa cosa, luego de la explosión inicial, admito que mis esfínteres se me cerraron todos, casi al punto de sentir que me quedaba sin agujeros.

A cada metro que caía, menos luz había en el pueblo. Y el tío notó mi preocupación.

―No te preocupes, Checho, debe ser una nube que está pasando...

El tío era un negador compulsivo.

―¿En serio me lo decís?

¡Seguía cayendo!

―Bueno, no ―dijo el tío Fileto, con la gravedad que ameritaba la situación―, no vamos a dormir la siesta...

Me había puesto contento: una vez en la vida el tío Fileto se lo tomaba en serio. Y como siempre, con toda seguridad, tenía un As bajo la manga y haría algo para resolver el terrible y gigantesco problema, como las veces que arregló su Chevy SS diésel poniéndole éter a la admisión de aire cuando este no arrancaba por las heladas de invierno.

―Primero tenemos que borrar las pistas ―soltó, a mi decepción―: ¡se llegan a dar cuenta que fuimos nosotros y nos matan! Vos barré y yo me encargo de la maicena... y después vamos a dormir la siesta... si tu mamá te ve despierto nos va a mandar a freír churros.

Vista la cosa, pensé que la siesta sería lo último por lo que mi madre podría mandarme a freír churros esa tarde. Luego seguí barriendo.

Fileto y la pelota descomunalDonde viven las historias. Descúbrelo ahora